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Argentina se deteriora

Por Leandro Grille.

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El presidente argentino, Mauricio Macri, subido al caballo de la victoria relativa que tuvo en las elecciones legislativas, en las que la alianza Cambiemos obtuvo 42% de los votos frente a un voto opositor dividido, pretendía aprobar en diciembre varias reformas claves en su paquete programático neoliberal. Pero una cosa son los votos que se obtienen con la colaboración de los medios, mintiendo a cara de perro y llevando adelante verdaderas cacerías judiciales, y otra es llevar adelante un proyecto grosero de desregulación laboral y aplicar una reforma previsional que supone un recorte de más de 7.000 millones de dólares a las jubilaciones y asignaciones por hijo. Casi desde el vamos era evidente que el proyecto restaurador del neoliberalismo sólo podía aplicarse con la complicidad de los medios, y en última instancia con represión y violencia. La vida no está sólo en las redes sociales ni en los canales hegemónicos que repiten el discurso de los sectores dominantes. La vida está también abajo, donde la gente sufre cada una de las medidas que termina con su trabajo, con su poder de compra, con sus ingresos. Terminado el período de sesiones ordinarias, Macri se empecinó en convocar a sesiones extraordinarias para aprobar las leyes más terribles a punta de pistola. Conculcar derechos de las personas más humildes de Argentina con trámites express confiando en la protección de la Gendarmería. Así convocaron a las sesión de la Cámara de Diputados, adelantándola una semana de un calendario ya de por sí extraordinario y expedito, para dar curso a la reforma previsional que contaba con media sanción en una Cámara de Senadores dominada por el sometimiento de los gobernadores opo-oficialistas. Ayer fue derrotado el gobierno argentino. Fue derrotado en su propósito de aprobar la reforma previsional, pero además sufrió una derrota más profunda. Está solo. Es un gobierno sin pueblo. Tiene sí el apoyo de los medios, de los trolls, de los jueces, de los empresarios, de la oligarquía rural y de esa multitud de individualidades que funciona de acuerdo a lo que le dice la tele, pero que no puede ser movilizada. Y mucho menos movilizada para apoyar un ajuste de las jubilaciones y las prestaciones sociales. La derrota de la reforma previsional es un punto de inflexión en el gobierno de Macri. Lo es por varios motivos: el más importante de ellos es que permitió la convergencia de la oposición política y el movimiento social. Las dos CTA, la mayoritaria y ultranegociadora CGT, todos los bloques opositores del kirchnerismo, los partidos de izquierda y buena parte del peronismo no kirchnerista confluyeron en una estrategia para parar un ajuste severo sobre las jubilaciones, pero además contener un estilo autoritario y represivo que ya ha provocado heridos y muertos en Argentina. Con la sociedad movilizada y la acción política concertada de la oposición dentro de los recintos parlamentarios, el macrismo se muestra como lo que es: una minoría con el soporte de los grupos económicos y los grandes medios de comunicación, pero que no cuenta ni con votos para aprobar sus proyectos ni con el quórum suficiente para sesionar. Cuando quedan desnudos en su debilidad política, no tienen otra alternativa que la represión, y cuando reprimen son feroces, porque son la pata civil de la dictadura, pero pierden legitimidad social, autoridad política y respaldo. Es más costoso apoyar a un gobierno que no tiene votos suficientes en el Congreso, que impulsa proyectos de ley que perjudican a la inmensa mayoría de la sociedad, que se endeuda a velocidad supersónica, que maneja la economía mal y que además pega, detiene y mata. Aunque los medios lo encubran, a Macri muchos números le dan mal, pero los económicos le dan peor: y le van a seguir dando cada día más disgustos. A él y a la sociedad. Esta semana la técnica encargada de hacer los índices de empleo y desempleo del Instituto Nacional de Estadística y Censo (Indec) renunció porque no aceptó tunear los indicadores como el gobierno quiere. Las inversiones no llegan ni van a llegar, entre otras cosas porque a los “inversores” no especulativos no les gusta caer en un país donde el mercado interno se desploma mes a mes y las leyes se discuten en congresos militarizados con refriegas alrededor, balas de goma y gases lacrimógenos. Los acuerdos de libre comercio con los que sueña Macri tampoco van a concretarse. Si hasta Estados Unidos se salió de la Alianza del Pacífico y la Unión Europea no tiene ningún interés en firmar el acuerdo con el Mercosur ni aunque este se arrastre en concesiones en nombre de una nostalgia noventista inexplicable para los dueños del mundo, sumidos ahora en una estrategia de autoencierro neoproteccionista: ¿o acaso no registraron el fenómeno Trump y el brexit inglés? El deterioro del Estado de derecho en Argentina asusta. Hay presos políticos. Hay represión. Ya hay muertos por acciones represivas. Y cada día se va a poner peor en la medida en que el gobierno insista con proyectos que arrebatan derechos conquistados y la movilización popular continúe incrementándose. Sin embargo, el gobierno de Macri, que ha quedado debilitado por la derrota de su proyecto de recortar las jubilaciones y las asignaciones a los niños, todavía es muy poderoso y todavía le queda mucho tiempo. Cuenta con el beneficio de la totalidad de los grandes medios, el soporte de los grupos económicos, el grueso del poder judicial y el apoyo, cada vez menos entusiasta, de un amplio sector de la clase media, pero ese apoyo se horada con las medidas de ajuste, cuando el ajuste golpea demasiado en el bolsillo.  Mientras tenga ese poder va a seguir haciendo daño, y cuando siente que el poder se le escurre, va a salir a reprimir y a matar. Para eso tiene un innegable oficio la derecha argentina. Pero a la vez, en el pueblo argentino hay enormes reservas de coraje para enfrentarla.

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