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El canto del cardenal

Por Leandro Grille.

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Caras y Caretas Diario

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Cuando la operación instalada por María Urruzola para vincular a los líderes históricos del  MLN con una serie de robos cinematográficos de los años 90 iba rumbo a la papelera de los infundios, el diario El País reactivó el caso con un reportaje sabatino a Eduardo Vica Font, exjefe del Departamento de Hurtos y Rapiñas de la época, responsable de los operativos que dieron captura a los integrantes de las famosas bandas. Vica Font reelabora la historia veinte años después para abonar la tesis de que los robos eran operaciones político criminales para financiar la estructura de los tupamaros y llega a afirmar que el dinero robado era entregado a Eleuterio Fernández Huidobro en un comité de la calle Ejido. El periodista no esconde su admiración por este Vica. Lo llama Don Vica (sic) y lo ensalza con recuerdos anónimos: “Un policía vivaracho, inteligente, de los que atan cabos, con muchos tiroteos arriba”. Vica responde al galanteo con declaraciones cada vez más altisonantes: llega a decir que José Mujica y Huidobro se juntaban en una cantina del Cerro a planificar atracos. Finalmente, luego de su florido relato, se victimiza y dice que una llamada telefónica de una autoridad importante del segundo gobierno de Julio María Sanguinetti le ordenó parar toda la investigación justo cuando él se proponía “conversar con los jueces para revisar las cuentas”. Este gravísimo delito del cual se autoincrimina Vica Font (porque en Uruguay es un delito detener una investigación por orden de una autoridad política sin siquiera dar aviso al juez) no le debe quitar el sueño al Cardenal porque es todo mentira. En todo caso sí el falso testimonio si se atreve a sostener en el juzgado lo que dice en la prensa. Por cierto, a esa autoridad supuesta se niega a ponerle nombre, como se los están exigiendo los exministros Guillermo Stirling y Luis Hierro López, porque dice que no tiene testigos para sostenerlo. El resto de las acusaciones las hace sin problema, con nombre y apellido, aunque nunca antes las haya hecho, no tenga ni testigos ni testimonios que figuren en expedientes y sin importarle que uno de los aludidos esté muerto y el otro es el primer senador del gobierno y hasta hace poco presidente de la República. Hablemos un poco de Vica Font, Don Vica, como dice El País. Según cuentan las fuentes le decían El Cardenal actuó más de dos décadas en la Policía. Fue jefe de varias seccionales y capo del poderoso Departamento de Hurtos y Rapiñas. Fue policía durante la dictadura y prosperó en un sector atravesado por todo tipo de connivencias con el delito, como el contrabando, la protección de clínicas abortivas, el robo de automotores y hasta el tráfico de drogas. El Cardenal Vica, Don Vica, pertenecía a un lugar podrido en una época muy podrida. Y llegó a ser el jefe. Su segundo, el jefe de la Brigada de Asalto Enrique Mariño fue el primer procesado por torturas en democracia, justamente por torturar a los extupamaros capturados que habían participado en alguno de los asaltos. En ese momento, a las bandas no se las conocía como las “tupabandas”, como ahora la prensa y la oposición quieren instalar, sino como las “polibandas”, que eran varias y por las cuales fueron detenidas 18 personas y procesados los policías Ruben Godoy, Ruben Vidal, Walter Gardal, Leonardo Pereyra de Radio Patrulla y Washington de Brum, que era de tránsito. El hombre, que se dice “blanco como hueso de bagual”, es un disque herrerista (en su perfil de Facebook, además, se puede respirar su obsesión antitupamara), antifrenteamplista, anticomunista de todas las horas. En algunas publicaciones llama a la justicia por mano propia y al “linchamiento” de las personas que cometen delitos. En suma, el Cardenal Vica Font no es sólo un expolicía que recuerda un caso que en su momento no pudo resolverse y que, a la luz de nueva información, ata cabos. Es un opositor visceral del gobierno, vinculado con la dictadura de la que fue policía, empeñado en perjudicar a los tupamaros a como dé lugar. Nada de lo que dice tiene sustento. Ningún testimonio en el expediente lo respalda. Y, además, no se atreve a decir quién fue el jerarca colorado que, según sus dichos, le ordenó parar la investigación. Claramente no lo dice porque es mentira y ya veremos si se pronuncia en el juzgado. El problema es que para cuando esto se tramite en la Justicia y finalmente se archive por ser una especie falsa de toda falsedad, el daño mediático ya estará hecho, con la prensa insistiendo día a día en cargarle causas penales a Mujica, aunque no tengan nada, porque lo que está claro es que el objetivo, más que meterlo preso, es dañar la imagen del político más querido de Uruguay y, al día de hoy, uno de los políticos con mejor imagen en el mundo. Toda la historia es una operación grosera que lamentablemente tiene cómplices que se dicen de izquierda. La mecánica de su elaboración es peligrosa. Y no es nueva. Comienza en libros o en investigaciones académicas y periodísticas con tufo a encargo. Sus autores se repiten: los periodistas, los académicos, los medios, las imprentas. El adversario a liquidar también: la cosa es con los tupamaros, muy especialmente con Mujica y Huidobro. Se podrá decir que eso garantiza lectores, pero no es lo único que está operando. La intención de dañar la imagen de José Mujica no viene de la Academia ni del periodismo, proviene de la política y no sólo de la local. Para eso hay plata. Y mucha. Porque acá nada es gratis. La historia pretende golpear a los líderes tupamaros en donde radican sus virtudes más reconocidas. Y no en sus ideas o en sus defectos. Si los rehenes se comieron tantos años detenidos en condiciones infrahumanas, recorriendo aljibes y cuarteles, torturados, deshechos, sometidos a vejaciones inenarrables, entonces cualquier indigno sale a acusarlos de traidores, colaboradores y aliados de aquellos que los masacraron. Porque ese es el propósito de la operación: convencer a la gente de que Mujica o Huidobro, entre otros, no fueron víctimas de la mayor crueldad del terrorismo de Estado, sino cómodos inquilinos de celdas privilegiadas con acceso a condiciones de vida lujosas, merced de la entrega del resto de sus compañeros. Los quieren rebajar de hombres heroicos, militantes que se jugaron la vida y pagaron con una parte enorme de ella un altísimo precio por sus convicciones , a simples traidores y arrastrados que se acomodaron con los milicos para salvarse. Si Pepe y los tupamaros hicieron un culto de la simpleza y llevaron una vida de una austeridad bíblica, entonces hay que salir a mentir que se apropiaron de millones de dólares en delitos comunes para financiarse. Buscan horadar su ejemplo y su mística. En una época de posverdad y descreimiento, quizá la tele, las radios y los diarios puedan instalar esta mentira que choca contra la historia del MPP y el testimonio vivencial de todos sus militantes en la época que funcionaban estas bandas. Es una mentira violenta que hiere por su ordinariez, que insulta a los viejos y a una organización entera, la organización política más votada de nuestro país, y lo hace en base a testimonios de traidores y de hombres como Vica Font, un policía formado en la dictadura, con el rencor crecido a la par de la insensatez, mientras el tiempo pasa y la boca se le llena de la amarga hiel de la derrota y el odio.

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