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Vino añejo en odres nuevos

De Chicotazo a los autoconvocados

Al igual que Luis Alberto de Herrera no pudo llegar al gobierno sin los votos del ruralismo chicotacista, su heredero tardío, Luis Lacalle Pou, no podrá instaurar su proyecto restaurador sin aliados que no provengan de su aniquilada interna. Es en ese sentido, de lógica política profunda, que es preciso comenzar a visualizar el fenómeno de los “autoconvocados”.

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El pasado domingo 4 de febrero, el Frente Amplio (FA) se dio cita en Piriápolis para conmemorar su 47º aniversario. El acto se celebró en al llamado Pabellón de las Rosas, lindero con el Argentino Hotel. El carácter localizado del espacio en el que se realizó el encuentro permite que las estimaciones acerca del número de concurrentes pueda aproximarse más a la realidad de lo que fue, días antes, la concentración de los autoconvocados, realizada en un espacio abierto, donde las estimaciones son más dificultosas. Baste decir que fueron los actos más nutridos convocados tanto por la oposición como por el oficialismo después del cierre de campaña de 2014, lo que habla de que algo relevante está ocurriendo y que ese “algo” no es reductible a las expectativas de cada bloque en las elecciones de 2014.   Homologías y diferencias Pero allí se terminan las homologías. Se trató de actos de naturaleza completamente diferente, tanto por sus propósitos como por la composición social y política de los participantes. En cuanto al acto en sí mismo, su contenido puede resumirse en pocas palabras: pretendió ser un himno a la alegría. Una celebración que no disimuló -tanto en el discurso del presidente del FA, Javier Miranda, como en el de la vicepresidenta de la República, Lucía Topolansky- la preocupación subyacente por el estado de situación, por las asignaturas pendientes que tiene la coalición de gobierno en su haber y por las obligaciones, tanto éticas como políticas, que tienen los frenteamplistas (particularmente sus representantes a nivel de gobierno) ante las emergencias sociales que se insinúan en el horizonte. Pero el rasgo distintivo de esta convocatoria fue que, si bien fue instrumentada a nivel central, contó con un fuerte impulso de las estructuras de base del FA, que salieron del estado de hibernación en que se encontraban para respaldar un festejo que en 15 años no se había manifestado con tanta fortaleza. Dos cosas se pueden agregar a lo dicho. La primera tiene que ver con el emplazamiento geográfico del acto. Tal vez, en lugar de convocar a la masa frenteamplista en un balneario esteño, hubiera sido preferible elegir como lugar para la cita el oeste montevideano, a las barriadas proletarias del Cerro y La Teja, que son las que testimonian el carácter de clase de la coalición (o al menos el perfil sobre el que se montó esa gran ilusión de cambios que se denominó Frente Amplio). La segunda tiene que ver -en términos generales- con lo añoso de la concurrencia. La renovación no es sólo un fenómeno sobre el que se pueda operar a través del perfil etario de los candidateables. Se forja -como sucedió en la etapa fundacional y a la salida de la dictadura- en las estructuras de base y en el fragor de la militancia cotidiana. En otras palabras, hoy por hoy el FA no enamora a la juventud, y sin juventud movilizada todo se remite a la incertidumbre de los acuerdos político partidarios. Esas dos grandes concentraciones fueron diferentes. Una fue motorizada por el descontento de pequeños y medianos productores y fue, en los hechos, una movilización social. La del FA fue definidamente política. Mientras una fue reivindicativa, la otra fue festiva; en tanto una convocó a medianos y pequeños productores agropecuarios, la otra concentró a militantes; mientras una fue una manifestación opositora, la otra fue una reafirmación del oficialismo. Sin embargo, algo tienen en común, a saber, la certidumbre de que terminó la siesta, la modorra progresista o el ciclo expansivo. Lo mismo da, pero algo está sucediendo y la gente lo percibe. Desde distintos ángulos y apegada a diferentes intereses, pero definitivamente, algo ha cambiado.   Apariencias y realidades Luego, es preciso tratar de diferenciar apariencias de realidades y dichos de hechos. En su primera expresión, en la Feria Rural de Paysandú, lo que después se transformaría en el movimiento de los autoconvocados, pareció ser un gambito desequilibrante de la oligarquía rural. Los hechos pronto demostraron que no era tan así, es decir, que lo que allí se estaba manifestando era una desequilibrio de la economía que trascendía las especulaciones de las elites. En segundo lugar, que no se trataba de una movida promovida por la oposición política (más específicamente por el Partido Nacional). Se trataba de un movimiento autónomo que pretendía expresar la heterogeneidad de un sector social que se hizo fuerte en el ciclo expansivo de la economía y que -en sus segmentos más débiles- comenzó a sentir los efectos del ciclo recesivo en su rentabilidad. Se trata de pequeños propietarios (y eventualmente arrendatarios) que se hicieron económicamente fuertes en el período de bonanza, pero que tienen pies de barro y hoy comienzan a estar postrados financieramente. Su peculiaridad es también que no se sienten representados por las grandes gremiales del agro, pero tampoco tienen afinidad con las pequeñas gremiales que representan los intereses de la agricultura familiar, la pequeña hortifruticultura y los establecimientos lecheros de menor escala, entre otros. Su composición es sumamente heterogénea y la propia proclama de Santa Bernardina, con sus contradicciones insalvables, da cuenta de esa heterogeneidad.   Rompiendo con la modorra La segunda sorpresa fue la acción diligente del gobierno nacional ante la emergencia. Si ante los primeros reclamos se había mostrado distante e incluso indiferente, difiriendo la reunión con los autoconvocados hasta marzo, súbitamente cambió su actitud abriendo las puertas a sus reclamos e instrumentando medidas que de inmediato concitaron la aprobación de los rubros que luchaban por subsistir. Aunque los autoconvocados consideraron insuficientes las medidas de gobierno, se mostraron satisfechos por la rápida respuesta de la administración, que acaba de aprobar en el Senado dos leyes de inmediata aplicación, tales como la creación de un nuevo fondo para la lechería, de 36 millones de dólares, y la rebaja del gasoil para pequeños y medianos productores lecheros, arroceros y hortifrutícolas. Por añadidura, incorporó a los autoconvocados como bloque diferenciado a las mesas de diálogo que se instalarán con todas las gremiales el lunes 19 de febrero. Transfiriendo esto al terreno político, el gobierno nacional ganó puntos frente a la opinión pública y particularmente ante los beneficiarios de las medidas. Seguramente que la comparecencia y el entusiasmo manifestado en Piriápolis tiene que ver con esa rápida y eficaz operativa ante la emergencia. Las venas abiertas de Alianza Nacional A su vez, el gran damnificado por esta rápida sucesión de hechos fue el Partido Nacional, y en particular el ala que conduce el senador Jorge Larrañaga. Cotidianamente los blancos se desgarran, no sólo por las diferencias políticas en su interna. El apercibimiento que el Honorable Directorio hizo al intendente de Soriano Agustín Bascou contrasta con las maniobras realizadas con cheques sin fondo, con la venta a sí mismo de combustible para la flota municipal, con las millonarias deudas con el BROU y el terminante informe negativo sobre su conducta por parte de la Jutep. A ello se suman los impresentables aumentos de sueldos al personal jerárquico de la intendenta de Lavalleja, Adriana Peña, y el acomodo de su hermano como encargado interino de prensa. Agreguemos a esto el contrato a dedo por parte del intendente de Cerro Largo, Sergio Botana, de 202 funcionarios, supuestamente damnificados por su antecesor, Pedro Saravia; la explotación en provecho propio de predios de Colonización por parte de prominentes intendentes y parlamentarios blancos (llámense Caram, Echeverría, Antía o Álvaro Delgado) o el nepotismo del intendente de Artigas, Pablo Caram, que hizo de la comuna norteña un reducto para su familia. Pero no son estos conocidos y habituales episodios de corrupción los que llaman la atención, sino otros dos aspectos insuficientemente analizados. El primero es que la irrupción de los autoconvocados no pudo ser capitalizada por el Partido Nacional y luego que, insólitamente, la prensa adicta al sistema le esté soltando la mano a los blancos. Todo hace sospechar que estamos en presencia de un quiebre histórico y que la oposición se apresta a reconfigurarse. Dicho de manera gruesa, el sistema percibe que la propuesta blanca y la colorada (menos aun) no son viables como alternativas de poder (son inclusive peligrosas) y que es preciso reconfigurarlo.   Los autoconvocados como nuevos actores políticos De esa manera puede explicarse por qué, pese al carácter conservador e incluso reaccionario puesto de manifiesto por su base, la dirección de los autoconvocados haya mantenido una actitud formalmente impecable ante el gobierno. Simplemente no se prestan a las maniobras de cooptación por parte del Partido Nacional, no por su falta de afinidad con este, sino porque perciben que han dejado de ser funcionales al sistema y no están dispuestos a hundirse abrazados a la popa del Titanic. Las contradicciones del movimiento autoconvocado con el gobierno -pese al acercamiento formal que han logrado- son insalvables. Para el gobierno, se trata de negociar sector por sector, mientras que para los autoconvocados la negociación debe ser global. En esa aparentemente inocua diferencia está contenido todo el libreto. Para los autoconvocados, la negociación sector por sector equivale a la fragmentación de un movimiento de una heterogeneidad imposible de soslayar. Para el gobierno, admitir la negociación in totum, significaría transferir el costo del salvataje a otros sectores vulnerables y vulnerados de la población. Y, además, renunciar definitivamente a su razón de ser. Ante esta situación, cabe pensar en otra hipótesis, que probablemente esté en el punto de mira del sistema. En la interna blanca, estamos asistiendo a la liquidación definitiva de Alianza Nacional y de su líder, Jorge Larrañaga. Sin embargo, Luis Lacalle Pou sale incólume del desmoronamiento. Es más, se represtigia como la figura por excelencia para comandar la restauración neoliberal. Sin aliados fiables, es problemático su acceso al poder. El Partido Colorado atraviesa el peor momento de su historia, Edgardo Novick no pasó de ser una parodia de Duce y los potenciales aliados en la interna blanca están en el CTI. Para volver al poder precisan votos desde fuera del sistema político actual y bien pueden provenir del movimiento autoconvocado, devenido o no en partido político, pero con organicidad, autonomía y liderazgo (que es precisamente de lo que carece). Al respecto, resulta interesante leer una nota aparecida en El Observador el pasado 1º de febrero (‘Blasina, el gurú del agro’), en la que se halaga hasta niveles que llegan a la obsecuencia a este periodista que en el acto de Santa Bernardina pronunció el discurso neoliberal en su alquimia más pura. En la nota hasta se sugiere que el hasta hace pocos días ignorado “gurú” (o “predicador”) pueda transformarse en el nuevo presidente. Demasiado si se piensa en términos de actualidad. Pero esclarecedor si se razona en términos históricos. En 1958, el Partido Nacional no habría llegado al gobierno sin los votos del ruralismo de Chicotazo. Probablemente, 60 años después, el aristocratismo metropolitano de Lacalle Pou tenga mayores limitaciones que Luis Alberto de Herrera para llegar por sus propios medios al gobierno. Pero a falta de ruralismo, buenos son los autoconvocados, aunque resta por saber si, a falta de Chicotazos, cuán buenos puedan ser los Blasinas.

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