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El Partido de la Megadevaluación

Por Leandro Grille.

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Caras y Caretas Diario

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El próximo martes 23 de enero se constituirá en Durazno el Partido Nacional de la Megadevaluación. A esa ceremonia concurrirá la flor y nata del empresariado rural munido de una flota envidiable de vehículos todoterreno, más aviones operativos que la Fuerza Aérea, y una infantería obligatoria de capataces y peones que van o van, bajo apercibimiento, como denunció en las últimas horas el portavoz del  Sindicato de Trabajadores Rurales. No faltarán a la cita los lugartenientes de los principales líderes de la oposición que observan en el movimiento de ruralistas “autoconvocados” una oportunidad imprevista de juntar gente movilizada detrás del objetivo de voltear a la izquierda. El presidente de la República mostró rápidez de reflejos al convocar a las gremiales empresariales del campo a una reunión intempestiva ni bien retornó de sus vacaciones, el pasado 15 de enero, con toda la plana del equipo económico del gobierno, la Cancillería y un ministro nuevo de Ganadería, Agricultura y Pesca. Después de todo, en los primeros encuentros de la semana pasada y en los intercambios frenéticos de WhatsApp de los alzados, además de barajarse propuestas alocadas y medidas insólitas como piquetear las rutas, el centro del reclamo parecía enfocarse en la indignación porque el presidente no los había recibido y les había pateado una audiencia solicitada para adelante y sin una fecha concreta. De primera, los grupos empresarios mostraron una grieta estratégica indisimulable. La Federación Rural, por lo pronto, se negó a concurrir, mientras otras gremiales comparecieron, aunque vale decir, sin ninguna propuesta. En la reunión el presidente recordó todas las medidas que se han  adoptado para favorecer a la agropecuaria, admitió que algunos sectores atraviesan problemas, adelantó que se están estudiando medidas complementarias enfocadas en los sectores lechero y arrocero, que son los más complicados, a los que además se les extendían por más tiempo beneficios como el que ya tienen desde hace un tiempo en la tarifa de combustible. Lo que no se iba a aceptar es el cambio en la política económica y social del gobierno. Básicamente, Tabaré dejó claro a los empresarios que medidas y alivios para sectores en problemas se pueden realizar y se están estudiando, pero lo otro no está en carpeta, no mientras gobierne él y, va de suyo, no mientras gobierne el Frente Amplio. Por supuesto que a los empresarios rurales el contenido de los dichos del presidente les pareció absolutamente insatisfactorio. En primer lugar, porque el presidente no se prendió al discurso de la crisis general de la agropecuaria, que es una mentira galopante: hay sectores del agro a los que les ha ido muy bien en estos años y los números son contundentes. Pero, además, porque la batería de medidas a la que aspiran los empresarios rurales incluye extremos inaceptables para un gobierno de izquierda, como la supresión de políticas sociales que atienden a los sectores más débiles del país, cuya fundamentación no es económica, sino ideológica, porque incluso si el presidente accediera a esa monstruosa insensibilidad, en nada modificaría la ecuación de los empresarios rurales. Con todo, tanto el presidente como los ruralistas saben que las horrorosas medidas tales como reducir los aportes patronales, pagar menos de impuesto a Primaria, o bajar el gasto social del Mides son pura ideología de derecha que, de concretarse, no moverían la aguja de la rentabilidad del negocio agropecuario. La única propuesta de las patronales del campo para agrandar su ganancia es la devaluación. Y no una devaluación somera, de las que pueden dibujarse de “corrección del tipo de cambio”, sino una mega, de más del 30%, que llevará el dólar de los 28 a 29 pesos que está ahora a una banda entre 36 y 40 pesos. Entre 8 y 11 pesos de aumento del dólar. De un saque. ¿Para qué quieren semejante devaluación? La explicación es sencilla: son agroexportadores, cobran en dólares en el mercado internacional, y si el dólar aumenta 30% licuan buena parte de sus costos, entre ellos el laboral, que están en pesos. Pero ¿qué pasaría con el resto de los uruguayos, con los que tienen sus ingresos en pesos, incluyendo a los empleados de los empresarios rurales? Pues que verían en el almacén y el supermercado un aumento inmediato de todos los productos, verían las tarifas incrementadas, verían aumentar el precio del combustible y, naturalmente, verían que su salario se devalúa en una proporción similar al incremento del valor del dólar. Igualito que en la Argentina de Macri, igualito que en el Brasil de Temer. A la megadevaluación que propone la ARU y sus secuaces, le sigue un salto inflacionario, una caída del poder adquisitivo del salario y, en consecuencia, un desplome del consumo interno que además de que indica que la gente vivirá peor, también induce la caída de la actividad comercial, la pérdida de fuentes de trabajo y, naturalmente, en sintonía con la caída del empleo y el enfriamiento de la economía interna, el ajuste a la baja de los salarios.   Está muy bien que los sectores protesten por la suya, en plena libertad y sin represión, pero no se puede permitir que los empresarios rurales chantajeen a la sociedad con el desabastecimiento y el corte ilegal de rutas. Está muy bien que todos reclamen lo que consideran justo y que el gobierno atienda con medidas específicas a los sectores productivos en problemas, pero no hay que confundir al empleado con el patrón, ni meter en una sola bolsa a todos los sectores del agro y mucho menos a todas las clases sociales que están involucradas en la agropecuaria. El gobierno está obligado a escuchar los reclamos, a permitir que las protestas se desarrollen en paz y a buscar soluciones que mejoren la actividad del agro, pero no debe ceder a exigencias que mejoran la rentabilidad de los empresarios, pero perjudican al resto del país, especialmente a los que viven de su salario. No podemos terminar siendo todos azotados por patroncitos y terratenientes al grito de “ustedes que viven en la ciudad, nunca se llenaron las patas de barro”. Porque detrás de esa apelación romántica al hombre de campo que labora de sol a sol, hundiendo sus manos en la tierra, hay una bruta mentira que esconde algo que no hay que olvidar nunca. Y lo que no hay que olvidar es el azote en la espalda de los peones, porque no es lo mismo un azotado que un azotador.

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