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El rebencazo impune

Por Leandro Grille.

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El fiscal letrado departamental de Salto, Ricardo Lackner, solicitó el procesamiento sin prisión del capataz de estancia imputado por azotar con un rebenque “cola de tatú” a un peón rural, produciéndole múltiples heridas en la cara, la espalda y la fisura de una costilla. A lo largo del pronunciamiento del fiscal se cuentan los hechos, se recogen los testimonios, los informes médicos y hasta los resultados de la pericia psicológica. De su lectura, lo único que  resulta misterioso es la levedad del dictamen. En el texto queda claro que el peón estaba molesto por cumplir larguísimas jornadas de trabajo que excedían las ocho horas que la ley señala. El capataz, antes esa más que razonable queja, en lugar de reconocer que la exigencia era excesiva, amén de ilegal, lo increpó al peón por el reclamo. El peón, muy correctamente, le señaló que era un alcahuete de la patronal. Sus palabras fueron: “Alcahuete, parecés cuzco detrás de los gringos”. Estuvo muy bien el señor peón. Estuvo bien al señalar que los estaban haciendo trabajar de sol a sol en una flagrante violación de legislación laboral rural, y estuvo mejor cuando al capataz que lo reconvino, haciéndose el malo, le hizo ver su actitud sumisa y cómplice con la patronal. Fue esto último lo que provocó que el capataz le cayera a rebencazos, lastimándolo seriamente, aprovechándose del factor sorpresa, de la diferencia de edad, de la diferencia social y económica, de la asimetría en la relación con los propietarios; en suma, del poder. De los peritajes psicológicos a la víctima y al victimario surge que el peón “presenta una personalidad de rasgos adaptativos y hábitos de trabajo arraigados, capacidad de autocuidado,  habilidades interpersonales y capacidad de realizar proyectos de futuro y sobreponerse a las dificultades. Se percibe a sí mismo como una persona que puede cometer errores, lo que da cuenta de una autopercepción realista. Cursa crisis vital asociada a factores generacionales, socioeconómicos y laborales. Su identidad se centra fuertemente en su rol de trabajador, por lo que la amenaza de perder ese lugar o su pérdida significa una afectación de su autoestima”.  Mientras tanto, del capataz dice el peritaje: “Es capaz de desarrollarse adaptativamente en distintas áreas de su vida, de personalidad habitualmente funcional, con rasgos de inseguridad y autoestima vulnerable. La irritabilidad puede afectar su relacionamiento interpersonal en caso de que se den determinados factores desencadenantes, aunque no se trata de un patrón de conducta habitual”. Vamos a hacer un esquema. El capataz  es un tipo inseguro, con problema de autoestima e irritable, al punto de afectar su relación con las personas. El peón es un tipo adaptable, con buenas habilidades interpersonales, capacidad de proyectar y sobreponerse a las dificultades. Se da cuenta que puede equivocarse y la razón de su vida es el trabajo. Es notable y los psicólogos lo dejan claro: estamos ante un capataz violento y desequilibrado y un peón que es un laburante ejemplar. El capataz se siente desafiado por el peón. Siente que el hombre que es más baqueano y mucho más experiente lo botijea un poco, lo cual es razonable porque el capataz es ortiba, lo mandonea, lo hace laburar 14 horas por días y le reserva las peores tareas para joderlo. Un día el peón se lo señala. El capataz le cae a rebencazos. Lo lastima y lo lastima feo. Luego va a buscar al patrón -porque es bien alcahuete- y el propietario llega en una camioneta 4×4 y blande un cuchillo como un facón. Amenazan. Entre los dos lo prepotean al peón, que es un hombre mayor y que acaba de ser azotado. El peón se va. Termina siendo atendido por un médico. No una sino dos veces. Tiene una fisura en una costilla. Múltiples heridas con la forma del látigo. Los médicos lo certifican. Fue brutalmente golpeado en el marco de un relación laboral de dependencia. ¿Qué más precisa el fiscal para pedir la cárcel? ¿Cómo va a confundir semejante violencia laboral con una riña o meras lesiones personales producto de un litigio entre iguales, ambientado en ciertos rayes de los implicados? ¿Qué mensaje estamos dando? ¿O es que acaso alguien cree que si un peón le cae con un látigo al patrón va a recibir menos que la cárcel? Este pronunciamiento fiscal es una vergüenza. Y como además esto que le pasó al peón de Salto pasa en otras partes del país, este dictamen se vuelve una habilitación, una autorización para  lastimar peones. Este fallo fiscal es un peligro nacional. Hagamos votos, por el bien de los peones rurales, para que el juez tenga la sensatez de dictar un sentencia ejemplarizante y no se limite al tirón de orejas con el que el fiscal quiere terminar el caso.  

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