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El sueño de la cabeza propia

Por Gonzalo Civila López*

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Caras y Caretas Diario

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1. La elección en el Partido Socialista (PS)

En marzo los militantes del Partido Socialista de Uruguay participaremos de la última etapa de nuestro Congreso, en la que nos toca elegir entre la continuidad de la actual conducción partidaria o una propuesta de cambio. Esta situación es pública y ha dado mucho que hablar, aunque la información es en general confusa, y no todo el debate, que tiene componentes muy internos, debe abordarse públicamente. Sin embargo, además de grupo humano y organización, somos un partido político, por tanto institución de la democracia, y lo esencial debe ser conocido por la sociedad, máxime cuando el desenvolvimiento de esta discusión tendrá efectos sobre el futuro de la izquierda y el país.

En el debate que está dando el PS me encuentro, como es sabido, entre quienes nos nucleamos en la lista 4, reivindicando la necesidad de un cambio en el partido y comprometiéndonos a impulsarlo construyendo una mayoría nueva e integradora que retome lo mejor de la historia del socialismo en Uruguay y recupere la presencia política del partido en todo el país. Quienes propugnamos esto pensamos que el cambio socialista que el PS necesita debe estar orientado por dos referencias fundamentales, surgidas de los documentos ya aprobados por nuestro Congreso en el mes de diciembre: 1) la recuperación del debate político y la elaboración programática para respaldar al gobierno, ofreciéndole alternativas reales de profundización del proceso iniciado en 2005 en el país; y 2) la recuperación de la vida del partido en la sociedad, en particular del vínculo con los movimientos sociales y las diversas expresiones de los trabajadores y sectores subalternos de la sociedad. Estamos convencidos de que las sociedades se transforman a sí mismas o no se transforman y que al gobierno no se lo respalda con «seguidismo», sino con ideas y acciones contundentes, y con mucha militancia para avanzar, porque si no avanzamos, retrocedemos. Creemos que el partido no ha prestado la atención suficiente a estos aspectos en el último tiempo y ha incurrido, en parte por el fermental y a su vez traumático aprendizaje que conlleva asumir posiciones de gobierno, en un desbalance centralista y tecnoburocrático hacia la estatalidad.

Los equilibrios razonables entre cambio y continuidad en el Partido Socialista los resolverá nuestro sentido de la responsabilidad política y un sistema electoral que garantiza la representación proporcional de las listas. No obstante, esta discusión es parte de una otra mayor y estará también presente, sin lugar a dudas, en la elección de la dirección política del Frente Amplio, que se realizará en mayo de este mismo año.

2. El debate de la izquierda y tres (dos) posiciones sobre la coyuntura

¿Cómo se expresa la disyuntiva que describí muy brevemente en los párrafos anteriores respecto del Partido Socialista en el debate general de la izquierda? El núcleo central del debate parece tener una primera instancia en la definición política de los objetivos de la etapa y podría formularse más o menos de la siguiente manera: conservar lo que hemos logrado (con una acción centralista y defensiva) o profundizar para sostener (con una acción descentralizada y de fuerte iniciativa política). Sobre esto hemos venido asistiendo a diversas discusiones públicas en estos días. Existen a grosso modo dos grandes posiciones o familias de posiciones: la tesis que sostiene que lo más revolucionario que podemos hacer como izquierda en este momento es preservar las conquistas alcanzadas se contrapone a la que afirma que es imposible preservar dichas conquistas si no se pugna por nuevas y superiores realizaciones que implican, en esta fase, avances distributivos que simultáneamente sostengan el crecimiento y sigan mejorando las condiciones de vida de las grandes mayorías, y a su vez cambios estructurales y culturales que alteren aspectos de las relaciones de poder social que aún permanecen sin tocar y que otorgan a los sectores dominantes un enorme poder, inclusive para desestabilizar gobiernos cuando la coyuntura económica y política se complejiza, y siempre para imponer su ideología como «sentido común».

Los dos argumentos fundamentales de la primera posición, que considero defensiva y lineal (dicho esto conceptualmente y no de forma agraviante), podrían resumirse de la siguiente manera: 1) si no se sostiene la inversión privada, no se sostiene el crecimiento, y sin crecimiento económico no hay posibilidades de avances distributivos; 2) el impulso de reformas estructurales que afecten o disgusten a sectores poderosos en esta coyuntura podría generar un conflicto social imposible de dirimir a favor de la izquierda.

Por su parte, los dos argumentos centrales de la segunda posición, que definiría como proactiva, dialéctica y de confrontación política con la derecha, podrían resumirse así: 1) las condiciones para la gran inversión privada no se verían necesariamente afectadas por medidas de profundización, y además la aceleración del proceso distributivo es la única forma de contrarrestar la desaceleración de los factores externos del crecimiento porque promueve el fortalecimiento del mercado interno; 2) las reformas estructurales que debemos impulsar –que incluyen el desarrollo de nuevos actores productivos, pero además limitaciones estrictas a algunos factores de poder e institucionalización de nuevas reglas– pueden respaldarse en un amplio bloque social que es el que ha permitido el acceso al gobierno y que necesita recomponerse y fortalecerse. En resumen, la izquierda está en condiciones de dar la batalla con sensatez y sin miedo ni concesiones, primero porque si no la da, se tradicionalizará y perderá por el avance de la derecha y las fuerzas sociales que la sostienen, como hay muchos ejemplos en el mundo; segundo porque la única forma que tiene de reproducirse y disputar el sentido conservador en la sociedad es proponiendo un discurso y una práctica que remueva y discuta el poder dominante. El cambio de escenario no puede dejarnos sin programa y la gestión del Estado no puede dejarnos sin política para dar la batalla cultural, organizando, movilizando y ganando la calle, que es en definitiva nuestro espacio irrenunciable. Si eso sucediera, la agenda de discusión la impondría definitivamente la derecha y sus medios de difusión.

A mi entender, la primera posición, la «defensiva», está, por las razones enunciadas como fundamentos de la segunda posición y por las actuales condiciones económicas y políticas, destinada a fracasar y puede terminar degenerando en una tercera posición ya esbozada por algunos compañeros: hay que hacer nuevas reformas modernizadoras, pero esas reformas pasan por el aperturismo y la reducción del peso de lo público en la economía, es decir son reformas de carácter liberal, similares a las que plantean los partidos políticos de oposición y algunos actores empresariales. Esta tercera posición representa una variante del avance de los sectores dominantes al que hacía referencia: la posibilidad de llevar adelante ajustes y políticas de derecha por parte de nuestro propio gobierno. Es sin duda la peor alternativa porque produciría un desdibujamiento de la izquierda uruguaya y una gran pérdida de credibilidad en su base social, debilitando enormemente al Frente Amplio como herramienta política.

3. La cuestión del desarrollo y la discusión sobre el socialismo

Este debate finalmente tiene un nivel de mayor profundidad que ha venido emergiendo en la discusión pública. La conversación no es solamente sobre el crecimiento y la distribución, sino que debe incursionar en aspectos de enorme hondura estructural como la definición del patrón de acumulación, las claves geopolíticas de la crisis capitalista y de la inserción comercial y productiva de Uruguay y América Latina, e inclusive la problematización del concepto de «desarrollo» que tanto escuchamos repetir. En este último punto se ubica el debate sobre la explotación de los recursos naturales y sobre la forma en que se estructuran las relaciones sociales, así como la polémica sobre la utopía capitalista del crecimiento indefinido como vehículo del progreso, y la discusión profunda de las desigualdades y sus implicancias materiales y culturales.

En definitiva, la izquierda uruguaya toda, y el socialismo uruguayo en particular, nos encontramos en una etapa compleja y fermental a la vez, obligados a asimilar los propios cambios materiales y culturales que hemos generado, el cambio en el ciclo capitalista que afecta a la región, y también la urgente necesidad de reelaborar un paradigma civilizatorio que a nuestro entender debe recuperar un horizonte poscapitalista que nos permita salir de la noria de discusiones eternas sobe cómo administrar lo que el sistema gobierna.

Las reformas que venimos desarrollando desde el gobierno no se encuentran desvinculadas ni de esta discusión ni de este horizonte, pero en este punto de inflexión pueden sí desligarse. Esto es: la razón fundamental por la cual algunos de nosotros sostenemos la necesidad imperiosa de profundizar es exactamente esa; si no lo hacemos, no sólo el proceso de cambios se detendrá, sino que las conquistas logradas serán definitivamente asimiladas por el sistema, invalidando esa idea de que «ya estamos construyendo el socialismo». Dicho de otra manera: la construcción del socialismo es un proceso y no un acto. Creemos que el poder se construye y no se toma, creemos que la acumulación de reformas, si se articula con conciencia y organización social, habilita transiciones y tensiona los límites del sistema hasta producir rupturas y dar a luz nuevas estructuras y dinámicas sociales, pero afirmar, sin más, que lo que estamos haciendo es socialismo es temerario. Lo será si enfilamos el barco con ese rumbo y si el proceso no se estanca y recibe un mazazo en la nuca por parte de los sectores dominantes. Poner en valor lo que hemos hecho es también, para nosotros, impedir eso.

En este punto corresponde hacer algunas precisiones. El Frente Amplio, desde su fundación hace ya 45 años, se definió como nacional, popular, democrático, antiimperialista y antioligárquico. Hay compañeros que sostienen que estas definiciones, síntesis además de una fuerza policlasista, no son anticapitalistas. Aquí esté tal vez una de las claves de la discusión: para los socialistas sí lo son, y lo son por definición, porque no se puede ser antiimperialista y antioligárquico sin discutir el sistema y pelear por su superación, lisa y llanamente porque no hay capitalismo sin poder de dominación, tanto en el plano interno como en el plano internacional.

Estos debates también atraviesan la interna del PS y seguramente las de otras organizaciones que integran el FA, más allá de declaraciones de principios y documentos. Para dar estas discusiones, siempre presentes en el seno del Frente, los partidos de ideas, con definiciones ideológicas claras, no podemos titubear en nuestro aporte ni diluir nuestras definiciones en un progresismo que valoramos e impulsamos, pero que para nosotros no agota ni define nuestro proyecto de transformación social. En nuestro caso no queremos un Partido Socialista que, escudándose en la diversidad del Frente Amplio, se adapte cómodamente al capitalismo; no queremos un Partido Socialista jugando el juego de la silla y el sillón, queremos un Partido Socialista grande y diverso, pero dispuesto a desafiar al poder fáctico para construir una sociedad plenamente democrática. Como ha dicho Daniel Olesker: caminar al ritmo del más lento no es ser unitario y articulador, sino ser retardatario. Tenemos obligación de proponer y de hacerlo en este sentido, sin vanguardismo, con la gente, pero tampoco confundiendo responsabilidad y construcción colectiva con retaguardismo o indefinición.

Tengo la impresión que no estamos discutiendo estas cosas y el mecanismo que se ha instalado en los últimos años en la izquierda se parece bastante al de una olla a presión y, por momentos, peor aun, al de una olla de grillos: no se discute lo esencial donde debe discutirse porque ha primado la idea centralista y defensiva que no se lleva bien con la crítica y la autocrítica, mientras tanto se discute cualquier cosa (y mal) por medios inadecuados y proliferan las operaciones, dando por resultado una suerte de escándalo público permanente y de bajo nivel que resta, genera malestar entre nosotros, degrada nuestra política y produce desconcierto en la sociedad, erosionando la confianza y permitiéndole ganar posiciones a la derecha en la lucha ideológica. Vapor y ruido de una discusión que a presión se está evitando o no estamos teniendo la capacidad de encarar.

4. Comentarios finales y precondiciones para seguir: cabeza propia y construcción común

El debate y la construcción que tenemos por delante son enormes y difíciles e implican poner en verdadero valor todo lo que hemos hecho, dándole perspectiva y evitando que sea asimilado por un sistema que sigue generando injusticia porque produce sociedades duales, fragmentadas y predominantemente egoístas, y que cuando las papas queman, siempre vuelca su ira sobre los trabajadores y los pueblos. Esta discusión, ineludible para los que creemos en la política de los proyectos históricos, debe darse en fraternidad, con argumentos y sin empujarnos. Para eso hay dos claves que jamás pueden perderse: la primera, el sueño libertario de la cabeza propia, es decir, queremos una izquierda que piense, queremos militantes que piensen, no queremos influencia directriz ni manadas dirigidas por cuatro o cinco, porque si dejamos de ser críticos y autocríticos, dejamos de ser de izquierda; la segunda, el imperativo histórico de la construcción común.

Pensar con cabeza propia no es abandonar el compromiso con lo colectivo ni hacer política sectaria o individualista, sino todo lo contrario: es también cuidar los pies propios que son los del conjunto, las posibilidades de caminar, que sólo existen si, aun en la discrepancia, nos respetamos, si argumentamos nuestras posiciones para hacer síntesis, si tenemos unidad en nuestra diversidad, pero no unidad como consigna, sino unidad como comunidad de objetivos y solidaridad en la lucha, aunque sea para una fase o tarea específica. Lo único que puede derrotarnos en nuestro empeño por avanzar es el embrutecimiento político, la imposición de pensamiento único, la política de cúpula, el centralismo autoritario, el resultadismo inmediatista, la falta de discusión y de objetivos, el posibilismo. En suma, lo que ayer y anteayer ha constituido el principal motivo de derrota de los intentos de transformación social ensayados en el mundo.

Para generar las condiciones de este debate, sin empujones, codazos, persecución ni prepotencia, debemos ser implacables en lo ético y vigilantes sobre los vicios en el ejercicio del poder del Estado. En suma, necesitamos fuerzas políticas activas, pensantes y más fraternas, donde prevalezca la lucha por el proyecto sobre la lucha por asegurar espacios personales o corporativos, o por garantizar en el cortísimo plazo su reproducción. Tal vez se trate de repetir y llevar a la práctica aquello que dijo el Polo Gargano en el último artículo que escribió antes de morir, en el que fundamentaba alguna de estas tesis que retomamos hoy: «Los que teman perder cargos, se pueden ir ya por dos razones. Una, porque nunca creyeron que otro Uruguay es posible, y dos, porque lo que se viene es inevitable».

*Representante nacional por Montevideo (Partido Socialista – Frente Amplio); integrante del Comité Central del PS; secretario político de la Departamental de Montevideo del PS; profesor de Filosofía.

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