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“ERROR HUMANO”

Por Eduardo Platero.

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Caras y Caretas Diario

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Me desperté mientras estaba soñando con las decenas o centenares de miles de peces muertos aguas abajo de la represa de Baygorria a raíz de que por un “error humano” fueron cerradas las cuatro compuertas del lago, dejándolos sin agua. Lo que es decir sin aire. Una especie sui generis de submarino seco para peces, practicado en masa. Informado profusamente por los medios, que nos mostraban el revoltijo de aquellos que habían quedado en los pozos con algo de agua a la que le utilizaban hasta el final el oxígeno para morir finalmente, y el tendal de cadáveres en los sitios sin agua. Blanqueaba el roquedal con las decenas de miles de sábalos, bogas, alguna tararira, bagres y hasta dorados que se habían  quedado en seco a causa del “error humano”. La noticia estuvo en primera plana como dos días y alcanzó ese sitio cuando ya era notoria la mortandad masiva, lo que quiere decir que no fue una mortandad instantánea. El río no bajó cuatro o cinco metros en minutos, sino en días, y que los peces estaban muriendo por falta de agua tuvo que ser evidente mucho antes de que pereciera esa enorme cantidad. Sábalo, un pescado de mediano aprecio que envuelto en diarios se asa a la parrilla y es bien sabroso. Bogas, de menor valor, porque, si bien su carne es sabrosa, tiene un mundo de espinas que hacen trabajosa la tarea si no se es baqueano. Recuerdo a Alcana, un italiano del sur, que tenía un micro que unía Sarandí del Yi con Nico Pérez para que los comisionistas tomaran allí el ferrocarril. Como se dice que hacen los griegos, masticaba e iba acumulando las espinas en un costado de la boca; cada tanto se sacaba una prolija bolita de ellas y las ponía al costado del plato. No tenía problema con las espinas y gustaba de las bogas. Del sábalo vive mucha gente y, como “pa’l buen hambre no hay pan duro”, he tenido que comer boga. Tan dificultosa como sabrosa, sobre todo si es lo que hay. También dijeron que habían muerto bagres, tarariras y hasta dorados. Todos los peces, creo yo, cuando llega octubre remontan las aguas, buscando aquellas en las que nacieron, para desovar. La tararira, especie que descubrió y describió Dámaso Antonio Larrañaga en su viaje a Paysandú en 1815, desova y queda cuidando las huevas. Ronda para defenderla de predadores -creo que la hembra-, en tanto los machos grandes aprovechan el calor del sol para dormir a flor de agua. Así las cazábamos a la fija. Había quien sostenía que si tenías cuidado al introducir la mano por detrás y rascarles suavemente la panza, podías aferrarte a las agallas y sacarlas a mano, que así lo hacían los charrúas; nunca lo intenté, pero lo creo posible. Y digo, no sé si son una o dos especies. Están las largas y más estilizadas y las robustas y más cortas. Las largas, con un tono más azulado, las robustas, más tirando al marrón. Siempre especulamos con esa diferencia. Tal vez de género, tal vez de especie. Nadie, que yo sepa, las ha estudiado científicamente después de Larrañaga, y si no se apuran, les va a costar encontrar los ejemplares necesarios. Las estamos exterminando, nosotros y los pescadores furtivos brasileños. Recuerdo mi asombrada indignación la primera vez que fui al viejo mercado de Porto Alegre: había cientos en los refrigeradores con vitrina, tarariras parejitas de dos kilos y medio pescadas en el río Negro, de nuestro lado. Cientos, apiladas como si fueran astillas de leña oscura. Supongo que las cosas siguen igual. Y también supongo que a nadie le importa demasiado. Bueno, a mí me importa. Me importa y me duele mucho cómo se viene degradando el ambiente y lo poco que estamos haciendo para cuidarlo; la escasa o nula atención que le damos a fenómenos como este estúpido “error humano” que provocó esta mortandad. Vayamos por partes. Los peces no murieron todos en un instante ni el río, aguas debajo de la represa, se secó de golpe. Las aguas fueron bajando y los peces fueron quedando en seco a lo largo de los días. Es más, se dijo que en un momento hubo una breve apertura de compuerta por lo que deduzco que quisieron limpiar la zona inmediata porque les molestaba el olor a pescado podrido. ¡Qué me vienen con “error humano”! Podrá ser que por error cerraron todo, pero cuando empezaron a morir los que quedaban en seco, ¿nadie se percató? Les molestaba el olor a podrido pero nadie atinó a abrir el paso de agua. ¡Durante días! ¿Necesitábamos vitalmente el agua en el embalse? ¿Ni unos centímetros se podía dejar que bajara el nivel? ¡Inadmisible! No me estoy poniendo demasiado sentimental pensando en el sufrimiento de los pobres peces que tiene que haber sido mayor que el de los perros a los cuales se les coloca un chip, tan inútil como promocionado; estoy considerando que la fauna ictícola es un bien nacional y que quienes dejaron que se produjera la mortandad dañaron ese recurso. De los sábalos que murieron y de los que no nacieron viviría mucha gente. Somos sensibles a lo que mata el glifosato, pero no pensamos que cada pez que remonta el río para desovar debe, por lo menos, no ser muerto por descuido e indiferencia. Cada vez este “Uruguay Natural” viene quedando más empobrecido. Es delito matar carpinchos y está bien. Pese a que se los mata y se los come. Pero nadie reprocha errores humanos de este calibre. Mala cosa y lo digo como un cazador y pescador que nunca mató de más. Cuando niño, acampábamos en Laguna de la Reina, un ensanche del río San José, pasando el Paso del Rey. ¡Había que oír el concierto nocturno de los mano pelada ladrando y los carpinchos bufando! Cazábamos liebres a la encandilada en los plantíos de boniatos y pescábamos al aparejo. ¡Hasta con caña llegábamos a sacar dorados! Hoy podés poner tres trasmallos y lo único que sacarás será alguna vieja del agua. Hoy no quedan ni pescados, ni liebres ni plantíos de boniatos porque los pequeños agricultores hace años que se fundieron y se fueron. Eso sí, me preocupa el fracking, nuestro acuífero guaraní, del cual poseemos sólo una punta, y el glifosato. ¡Estoy contra todo eso! Sí, señor. Pero me indigna la ligereza con la cual se explica y justifica un “error humano” que mata inútilmente decenas de miles de peces que iban a desovar porque era su tiempo; pero de esa necesidad tendríamos una nueva camada que no llegó a nacer por un estúpido error y una más estúpida contumacia en no corregir.

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