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La Revolución según León

Historia de la Revolución Rusa por León Trotsky

Por Leonardo Borges.

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Caras y Caretas Diario

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A estas alturas del mes, pero de 1917 y en la Rusia zarista, los hechos se precipitaban agitados y desordenados, las huelgas y las revueltas, la caída del zar, las diferentes facciones dentro de la Duma, los obreros y los campesinos, los sóviets y la organización obrera, todo fluía y gestaba algo nuevo. León Trotsky, uno de los revolucionarios más célebres e importantes de aquella revolución nos ayuda a comprender mejor aquel proceso. La Historia de la revolución rusa (o Istoria ruscoi revolutsii en ruso) es un libro fundamental a la hora de comprender el proceso que llevó a Rusia a romper toda lógica económica y convertirse en el primer estado socialista de la historia. Escrita en el período que va de 1929 a 1932, en su exilio en la isla de Prinkipo, mar de Mármara, en Turquía, este libro desentraña el papel de los obreros y los campesinos en aquellos agitados meses. Con maestría define las causas de la revolución y sus alcances, dejando claro que fue gestada tanto en el interior de una fábrica como en la inmensidad de los campos. La hoz y el martillo. “Para que naciera el Estado soviético, fue necesario que coincidiesen, se coordinasen y compenetrasen recíprocamente dos factores de naturaleza histórica completamente distinta: la guerra campesina, movimiento característico de los albores del desarrollo burgués, y el alzamiento proletario, el movimiento que señala el ocaso de la sociedad burguesa. Fruto de esta unión fue el año 1917”. Capítulo 3. El proletariado y los campesinos (extracto) El proletariado ruso había de dar sus primeros pasos bajo las condiciones políticas de un Estado despótico. Las huelgas ilegales, las organizaciones subterráneas, las proclamas clandestinas, las manifestaciones en las calles, los choques con la policía y las tropas del ejército: tal fue su escuela, fruto del cruce de las condiciones del capitalismo que se desarrollaban rápidamente y el absolutismo que iba evacuando poco a poco sus posiciones. El apelotonamiento de los obreros en fábricas gigantescas, el carácter concentrado del yugo del Estado y, finalmente, el ardor combativo de un proletariado joven y lozano, hicieron que las huelgas políticas, tan raras en Occidente, se convirtiesen allí en un método fundamental de lucha. Las cifras relativas a las huelgas planteadas en Rusia son el índice más elocuente que acusa la historia política de aquel país. Y aun siendo nuestro propósito no recargar el texto de este libro con cifras, no podemos renunciar a reproducir las que se refieren a las huelgas políticas desatadas en el período que va de 1903 a 1917. Nuestros datos, reducidos a su más simple expresión, se contraen a las empresas sometidas a la inspección de fábricas. Dejamos a un lado los ferrocarriles, la industria minera, el artesano y las pequeñas empresas en general, y, mucho más naturalmente, la agricultura, por diversas razones en las que no hay para qué entrar. Con esto no pierden el menor relieve los cambios que acusa la curva de huelgas durante ese período. Huelgas políticas Años Número de huelguistas 1903 87.000 1904 25.000 1905 1.843.000 1906 651.000 1907 540.000 1908 93.000 1909 8.000 1910 4.000 1911 8.000 1912 550.000 1913 502.000 1914 (primera mitad) 1.059.000 1915 156.000 1916 310.000 1917 (enero-febrero) 575.000 Nos hallamos ante la curva, única en su género, de la temperatura política de un país que alberga en sus entrañas una gran revolución. En un país rezagado y con un proletariado reducido –el censo de obreros de las empresas sometidas a la inspección fabril pasa de millón y medio de obreros en 1905 y unos dos millones en 1917–, nos encontramos con un movimiento huelguístico que alcanza proporciones desconocidas hasta entonces en ningún otro país del mundo. Frente a la debilidad de la democracia pequeñoburguesa y a la atomización y ceguera política del movimiento campesino, la huelga obrera revolucionaria es el ariete que la nación, en el momento de su despertar, descarga contra las murallas del absolutismo. Nos bastaría fijarnos en la cifra de 1.843.000 huelguistas políticos de 1905 –claro está que los obreros que tomaron parte en más de una huelga figuran en esta estadística por diferentes conceptos– para poner el dedo a ciegas en el año de la revolución, aunque no tuviéramos más dato que este sobre el calendario político de Rusia. En 1904, primer año de la guerra ruso-japonesa, la inspección de fábricas no señalaba más que 25.000 huelguistas en todo el país. En 1905, el número de obreros que toman parte en las huelgas políticas y económicas en conjunto asciende a 2.863.000, ciento 15 veces más que en el año anterior. Este salto sorprendente induce por sí mismo a pensar que el proletariado, a quien la marcha de los acontecimientos obligó a improvisar una actividad revolucionaria tan inaudita, tenía que sacar a toda costa de su seno una organización que respondiera a las proporciones de la lucha y a la grandiosidad de los fines perseguidos: esta organización fueron los sóviets, creados por la primera revolución y que no tardaron en convertirse en órganos de la huelga general y de la lucha por el poder. Derrotado en el alzamiento de diciembre de 1905, el proletariado pasa dos años –años que, si bien viven todavía el impulso revolucionario como la estadística de huelgas revela, son ya, a pesar de todo, años de reflujo– haciendo esfuerzos heroicos por mantener una parte, al menos, de las posiciones conquistadas. Los cuatro años que siguen (1908-1911) se reflejan en el espejo de la estadística y huelgas como años de contrarrevolución triunfante. Coincidiendo con esta, la crisis industrial viene a desgastar todavía más el proletariado, casi sin fuerza. La hondura de la caída es proporcional a la altura que había alcanzado el movimiento ascensional. Las convulsiones de la nación tienen su reflejo en estas cifras. El período de prosperidad industrial que se inicia en el año 1910 pone otra vez en pie a los obreros e imprime nuevo impulso a sus energías. Las cifras de 1913-1914 repiten casi los datos de 1905-1907, sólo que en un orden inverso: ahora, el movimiento no tiende a remitir, sino que va en ascenso. Comienza la nueva ofensiva revolucionaria sobre bases históricas más altas: esta vez, el número de obreros es mayor, y mayor también su experiencia. Los seis primeros meses de 1914 pueden equipararse casi, por el número de huelguistas políticos, al año de apogeo de la primera revolución. Pero se desencadena la guerra y trunca bruscamente este proceso. Los primeros meses de la guerra se caracterizan por la inactividad política de la clase obrera. Pero el estancamiento empieza ya a ceder en la primavera de 1915, y se abre un nuevo ciclo de huelgas políticas que, en febrero de 1917, produce la explosión del alzamiento de los obreros y los soldados. Estos flujos y reflujos bruscos de la lucha de masas hacen que el proletariado ruso parezca cambiar de filosofía en el transcurso de unos cuantos años. Fábricas que dos o tres años antes se lanzaban unánimemente a la huelga con motivo de cualquier acto de arbitrariedad policíaca pierden de pronto su empuje revolucionario y dejan sin respuesta los crímenes más monstruosos del poder. Las grandes derrotas producen un abatimiento prolongado. Los militantes revolucionarios pierden autoridad sobre las masas. En la conciencia de estas vuelven a aflorar los viejos prejuicios y las supersticiones aún no esfumadas. Al mismo tiempo, la penetración de los elementos grises procedentes del campo en las filas obreras hacen que se destiña el carácter de clase de ésta. Los escépticos menean irónicamente la cabeza. Tal fue lo que aconteció en los años 1907 a 1911. Pero los procesos moleculares se encargan de curar en las masas las lesiones psíquicas. Un nuevo giro de los acontecimientos o un impulso económico subterráneo abre un nuevo ciclo político. Los elementos revolucionarios vuelven a encontrar quien les preste oídos, y la lucha se enciende de nuevo y con mayores bríos. […] En julio de 1914, cuando los diplomáticos clavaban los últimos clavos en la cruz destinada a la crucifixión de Europa, Petrogrado hervía como una caldera revolucionaria. El presidente de la República Francesa, Poincaré, depositó su corona sobre la tumba de Alejandro III en el mismo momento en que resonaban en las calles los últimos ecos de la lucha y los primeros gritos de las manifestaciones patrióticas. ¿Cabe pensar que, al no haberse declarado la guerra, el movimiento ofensivo de las masas que venía creciendo desde 1912 a 1914 hubiera determinado directamente el derrocamiento del zarismo? No podemos contestar de un modo categórico a esta pregunta. No hay duda que el proceso conducía inexorablemente a la revolución. Pero ¿por qué etapas hubiera tenido esta que pasar? ¿No le estaría reservada una nueva derrota? ¿Qué tiempo hubieran necesitado los obreros para poner en pie a los campesinos y adueñarse del ejército? No puede decirse. En estas cosas, no cabe más que la hipótesis. Lo cierto es que la guerra marcó en un principio un paso atrás, para luego, en la fase siguiente, acelerar el proceso y asegurarle una victoria aplastante. El movimiento revolucionario se paralizó al primer redoble de los tambores guerreros. Los elementos obreros más activos fueron movilizados. Los militantes revolucionarios fueron trasladados de las fábricas al frente. Toda declaración de huelga era severamente castigada. La prensa obrera fue suprimida; los sindicatos, estrangulados. En las fábricas entraron cientos de miles de mujeres, de jóvenes, de campesinos. Políticamente, la guerra, unida a la bancarrota de la Internacional, desorientó extraordinariamente a las masas y permitió a la dirección de las fábricas, que había levantado cabeza, hablar patrióticamente en nombre de la industria, arrastrando consigo a una parte considerable de los obreros y obligando a los más audaces y decididos a adoptar una actitud expectante. La idea revolucionaria había ido a refugiarse en grupos pequeños y silenciosos. En las fábricas, nadie se atrevía a llamarse bolchevique si no quería verse al punto detenido e incluso apaleado por los obreros más retrógrados. En el momento de estallar la guerra, la fracción bolchevique de la Duma, foja por las personas que la componían, no estuvo a la altura de las circunstancias. Se juntó a los diputados mencheviques para formular una declaración en la que se comprometía a “defender los bienes culturales del pueblo contra todo atentado, viniera de donde viniese”. La Duma subrayó con aplausos aquella capitulación. No hubo entre todas las organizaciones y grupos del partido que actuaban en Rusia ni uno solo que abrazase la posición claramente derrotista que Lenin mantenía desde el extranjero. Sin embargo, entre los bolcheviques, el número de patriotas era insignificante: muy al contrario de lo que hicieron los narodniki y mencheviques, los bolcheviques empezaron ya en el año 1914 a agitar entre las masas de palabra y por escrito contra la guerra. […] En noviembre fueron detenidos los diputados bolcheviques y empezó la represión contra el partido por todo el país […] En efecto, durante este período, la crítica de las masas que empieza a resurgir se apoya, en parte sinceramente y en parte adoptando ese tinte protector, en la “defensa de la patria”. Pero esta idea no era más que el punto de partida. El descontento obrero va echando raíces cada vez más profundas, sella los labios de los capataces, de los obreros reaccionarios y de los adulones de los patronos, y permite volver a levantar cabeza a los bolcheviques. Las masas pasan de la crítica a la acción. Su indignación se traduce principalmente en los desórdenes producidos por la escasez de subsistencias, desórdenes que, en algunos sitios, toman la forma de verdaderos motines. Las mujeres, los viejos y los jóvenes se sienten más libres y más audaces en el mercado o en la plaza pública que los obreros movilizados en las fábricas. En mayo, el movimiento deriva, en Moscú, hacia el saqueo de casas de alemanes. Y aunque sus autores obren bajo el amparo de la policía y procedan de los bajos fondos de la ciudad, la sola habilidad del saqueo en una urbe industrial como Moscú atestigua que los obreros no están aún lo bastante despiertos para poder infiltrar sus consignas y su disciplina en la parte de la población urbana sacada de sus casillas. Al correrse por todo el país estos desórdenes, destruyen el hipnotismo de la guerra y preparan el terreno a las huelgas. La afluencia de mano de obra inepta a las fábricas y el afán de obtener grandes beneficios de guerra se traducen en todas partes en un empeoramiento de las condiciones de trabajo y resucitan los más burdos métodos de explotación. La carestía de la vida va reduciendo automáticamente los salarios. Las huelgas económicas se tornan en un reflejo inevitable de las masas, tanto más tumultuoso cuanto más se le ha querido contener. Las huelgas van acompañadas de mítines, de votación de acuerdos políticos, de encuentros con la policía y, no pocas veces, de tiroteos y de víctimas. La lucha se corre, en primer término, por la región textil central.

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