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Fórum “Una franja, una ruta”

La globalización made in China

Por Daniel Barrios.

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En El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Marx decía que la historia se repite siempre dos veces, primero como tragedia y después como farsa. Para el neomarxista Xi Jinping también, y está dispuesto a repetirla con una megainiciativa que de farsa y de tragedia tiene bien poco, al menos para los centenares de delegaciones extranjeras y los más de 4.000 periodistas que el fin de semana pasado participaron  en el fórum “Una franja, una ruta”. Hace más de mil años, los mercaderes del “extremo occidental” acudían a Xian (entonces capital de la dinastía Tang y extremo oriental de la Ruta de la Seda)   para comprar los textiles chinos, caballos de raza, sedas y especias y comerciar con ellos en los países de Europa. Hoy son 28 jefes de Estado o de gobierno, delegaciones de rango ministerial de 130  países y representantes de 61 organizaciones internacionales –entre ellos, los “número uno” de Naciones Unidas, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional– los que se dieron cita en Beijing, punto de partida y de arribo de la Nueva Ruta de la Seda. “Felicidad, paz y armonía es lo que queremos construir con la Nueva Ruta de la Seda”, dijo Xi, presentando lo que definió “el proyecto del siglo”: la más imponente red de conexiones de infraestructuras, transporte y comercio transcontinental jamás realizada y que unirá China con el resto del mundo. “Una franja, una ruta” –que además de reconstruir la antigua ruta terrestre se propone la creación de un corredor  marítimo– abarca 62 países de Asia, Europa, Medio Oriente y África, que representan 70% de la población mundial, 75% de las reservas energéticas conocidas y la mitad del producto de la economía global. La iniciativa, prioridad de la política exterior del gobierno y el Partido Comunista, se centra en cinco pilares: la coordinación de políticas, la conexión de infraestructuras e instalaciones, la eliminación de trabas al comercio, la integración financiera y el estrechamiento de los lazos entre pueblos. Los números parecen de “fantaeconomía” o ficción financiera. Desde sus comienzos, hace menos de cuatro años, China ha firmado contratos de obras de infraestructura relacionados con la Ruta de la Seda por 305.000 millones de dólares y se espera alcanzar el billón (un millón de millones ) de dólares en los próximos diez años. Inaugurando el fórum con un discurso  de 40 minutos,  Xi Jinping se comprometió a un aporte adicional de 15.000 millones dólares a los 36.000 millones de dólares ya operativos del “Fondo de la Ruta de la Seda”. A estos se deben agregar los 40.000 millones en préstamos que otorgará el Banco de Desarrollo Chino, 20.000 millones del Eximbank, y una buena parte de los 100.000 millones del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, la novel institución financiera de alcance regional con sede en Beijing y promovida por China como alternativa al Banco de Desarrollo Asiático y el Banco Mundial. Los críticos del proyecto –que lo llaman el “Plan Marshall chino”, para aumentar su influencia en el mundo y convertirse en la nueva potencia hegemónica– sostienen que este plan fue pensado para encontrar una alternativa más rentable para las ingentes reservas interalternativas financieras a las bajas tasas de interés que hoy pagan los títulos de deuda de Estados Unidos Según estos mismos opositores, China quiere revivir la antigua Ruta de la Seda para abrir nuevos mercados donde colocar el exceso de su capacidad productiva de cemento, acero y otros metales, así como conseguir contratos de construcción de infraestructura (ferrocarriles, carreteras, puertos, aeropuertos) para las empresas chinas del rubro. Es cierto que estos son algunos de los beneficios para China, pero es más cierto que el resto del mundo no puede renunciar a un billón de dólares de inversiones, y mucho menos los países industrializados,  que saben que en los últimos 70 años, por cada dólar gastado en proyectos de infraestructura en los países en vías de desarrollo, 40 centavos fueron para comprar sus maquinarias y sus servicios. El resplandor de las cifras no debería ocultar el significado más importante del fórum para China y, sobre todo, para el resto del mundo. La Nueva Ruta de la Seda puede ser el comienzo de una revolución copernicana de la geopolítica planetaria cuya primera etapa es hacer de Eurasia (dominada por China) un área económica y comercial alternativa a la transatlántica de Estados Unidos, y donde, al final del camino, los países del mundo girarán alrededor de China (el Sol) y no de EEUU (la Tierra). El summit, que convocó en Beijing al mayor número de dignatarios extranjeros desde los Juegos Olímpicos de 2008, fue por sobre todas las cosas la coronación de Xi Jinping como “emperador” de la nueva globalización, la globalización 2.0, la globalización made in China. Evocando al imperio romano, el otro extremo de la milenaria Ruta de la Seda, el presidente ha asegurado que China quiere revivirla para devolver al mundo “el espíritu de colaboración y paz, apertura, inclusión y mutuos beneficios”. “Debemos construir una plataforma abierta de cooperación y sostener y cultivar una economía mundial abierta”, defendió Xi Como lo hiciera en el último Fórum Económico de Davos, el presidente comunista se autoproclama paladín del libre comercio y, al mismo tiempo, el freno a los desbordes proteccionistas del America first de su homólogo estadounidense. El proyecto “Una franja, una ruta” rompe para siempre con la concepción de Deng Xiaoping de “conservar el perfil bajo sin reivindicar ningún liderazgo” que orientó la política exterior desde la fundación de la República Popular China. A partir de ahora, la China de Xi Jinping se postula como primer actor en el escenario global. Precisamente, el “Sueño chino”, idea fuerza del presidente, supone recuperar la grandeza y esplendor de otros siglos. De cumplirse, todos “despertaremos” en un nuevo mundo.

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