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Perfume de mujer

La Revolucion Rusa según Rosa Luxemburgo

1918. Mientras los sucesos se precipitaban en Rusia, los bolcheviques, tras una enconada lucha intestina dentro de la revolución, tomaban el poder de la mano de Vladmir Ilich Ulianov, secundado por sus dos leales compañeros Iosef Stalin y León Trotsky, cada uno encargado de una tarea diferente en el devenir del proceso.

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Entre setiembre y octubre de ese año, al cumplirse el primer aniversario de la Revolución de Octubre, Rosa Luxemburgo se encontraba presa en Breslau, por aquellos años en manos alemanas, y desde allí, con informaciones de diarios alemanes y rusos comenzó a escribir una historia de la revolución rusa. Una especie de folleto que se vio truncado por su salida de la prisión en octubre del 18 y vio la luz recién en 1922, publicado por Paul Levi (líder del movimiento, es quien ocupa el lugar dejado por Rosa tras su asesinato). En 1928 se publicó una nueva versión ampliada sobre documentos que fueron encontrandos en los sucesivos años. Rosa Luxemburgo es mordaz y crítica a los moviemntos insurreccionales en Rusia, los observa con estupor pero con cautela. Si bien es una entusiasta de la revolución, también logra vislumbrar una serie de problemas a la interna del movimiento. Se preguntaba en el texto sobre la condición internacional que las revoluciones deben tener como condición fundamental y justamente la Revolución Rusa surgió aislada de las democracias occidentales. “La solidaridad internacional es una condición fundamental sin la cual las capacidades mayores y el sentido más elevado de sacrificio del proletariado en un solo país acaban en una confusión de contradicciones y errores”. Igualmente Luxemburgo es decididamente revolucionaria abrazando al pueblo ruso y admitiendo de antemano la situación “endemoniada” por la que les tocó lidiar. “Sería pedir lo imposible de Lenin y de sus camaradas suponer que, bajo tales circunstancias, pudiesen conjurar la democracia más bella, la dictadura del proletariado más perfecta o una economía socialista floreciente. Gracias a su actitud decididamente revolucionaria, su energía ejemplar y su fidelidad inquebrantable al socialismo internacional, los bolcheviques han hecho todo lo que cabía hacer en unas condiciones tan endemoniadas”. Marca además una serie de errores, a su entender, de los líderes revolucionarios rusos, entre ellos la cuestión agraria (sostiene que se debe apuntar a la socialización de la producción agraria): “[…] aunque la consigna de ocupación y reparto inmediato de las tierras entre los campesinos, lanzada por los bolcheviques no solamente no es una medida socialista, sino que es su opuesto, y levanta dificultades insuperables ante el objetivo de transformar las relaciones agrarias en un sentido socialista”. La cuestión de las nacionalidades (ingresando más discutiblemente –el punto anterior también lo era– en terreno propiamente histórico de Rusia), la Asamblea Constituyente (Rosa critica la importancia que le dan los bolcheviques a la Asamblea y sus críticas a Kerensky por las dilatorias en su citación, cita a Trotsky en ese sentido, aunque finalmente cuando tomaron el poder la disolvieron a principios de 1918, “Lenin y sus camaradas estuvieron exigiendo la convocatoria de una asamblea constituyente”) y –finalmente– los derechos democráticos de los trabajadores (en este punto ingresa peligrosamente en el término dictadura y fundamenta su crítica: “¡Pues sí, dictadura! Pero esta dictadura no consiste en la eliminación de la democracia, sino en la forma de practicarla, esto es, en la intervención enérgica y decidida en los derechos adquiridos y en las relaciones económicas de la sociedad burguesa, sin la cual no cabe realizar la transformación socialista. Pero esta dictadura tiene que ser la obra de una clase y no la de una pequeña minoría dirigente en nombre de una clase”). Pero deja siempre claro la importancia de la revolución y el aspecto fundamental y el “mérito” del bolchevismo.   La Revolución Rusa, Rosa Luxemburgo, 1918 (extracto del folleto)  

  1. Importancia fundamental de la Revolución Rusa

La Revolución Rusa constituye el acontecimiento más poderoso de la Guerra Mundial. Su estallido, su radicalismo sin precedentes, sus consecuencias perdurables, son la condena más evidente a las mentiras que con tanto celo propagó la socialdemocracia oficial a comienzos de la guerra como cobertura ideológica de la campaña de conquista del imperialismo alemán. Me refiero a lo que se dijo respecto a la misión de las bayonetas alemanas, que iban a derrocar al zarismo ruso y liberar a sus pueblos oprimidos. El poderoso golpe de la Revolución Rusa, sus profundas consecuencias que transformaron todas las relaciones de clase, elevaron a un nuevo nivel todos los problemas económicos y sociales, y, con la fatalidad de su propia lógica interna, se desarrollaron consecuentemente desde la primera fase de la república burguesa hasta etapas más avanzadas, reduciendo finalmente la caída del zarismo a un simple episodio menor. Todo esto deja claro como el día que la liberación de Rusia no fue una consecuencia de la guerra y de la derrota militar del zarismo ni un servicio prestado por “las bayonetas alemanas en los puños alemanes”, como lo prometió una vez, en uno de sus editoriales, el Neue Zeit dirigido por Kautsky. Demuestran, por el contrario, que la liberación de Rusia hundía profundamente sus raíces en la tierra de su propio país y su maduración completa fue un asunto interno. La aventura militar del imperialismo alemán, emprendida con la bendición ideológica de la socialdemocracia alemana, no produjo la revolución en Rusia. Sólo sirvió para interrumpirla al principio, para postergarla por un tiempo luego de su primera alza tempestuosa de los años 1911-1913 y luego, después de su estallido, para crearle las condiciones más difíciles y anormales. Más aun; para cualquier observador reflexivo estos hechos refutan de manera decisiva la teoría que Kautsky compartía con los socialdemócratas del gobierno, que suponía que Rusia, por ser un país económicamente atrasado y predominantemente agrario, no estaba maduro para la revolución social y la dictadura del proletariado. Esta teoría, que considera que la única revolución posible en Rusia es la burguesa, es también la del ala oportunista del movimiento obrero ruso, los llamados mencheviques, que están bajo la experta dirección de Axelrod y Dan. En esta concepción basan los socialistas rusos su táctica de alianza con el liberalismo burgués. En esta concepción de la Revolución Rusa, de la que se deriva automáticamente su posición sobre las más mínimas cuestiones tácticas, los oportunistas rusos y los alemanes están en un todo de acuerdo con los socialistas gubernamentales de Alemania. Según estos tres grupos, la Revolución Rusa tendría que haberse detenido en la etapa que, según la mitología de la socialdemocracia alemana, constituía el noble objetivo por el que bregaba el imperialismo alemán al entrar en la guerra; es decir, tendría que haberse detenido con el derrocamiento del zarismo. Según ellos, si la revolución ha ido más allá, planteándose como tarea la dictadura del proletariado, eso se debe a un error del ala extrema del movimiento obrero ruso, los bolcheviques. Y presentan todas las dificultades con las que tropezó la revolución en su desarrollo ulterior, todos los desórdenes que sufrió, simplemente como un resultado de este error fatídico. Teóricamente, esta doctrina (recomendada como fruto del “pensamiento marxista” por el Vorwaerts de Stampfer y también por Kautsky) deriva del original descubrimiento “marxista” de que la revolución socialista es nacional y un asunto, por así decirlo, doméstico, que cada país moderno encara por su cuenta. Por supuesto, en medio de la confusa neblina de la teoría, un Kautsky sabe muy bien cómo delinear las relaciones económicas mundiales del capital que hacen de todos los países modernos un organismo único e integrado. Además, los problemas de la Revolución Rusa, por ser este un producto de los acontecimientos internacionales con el agregado de la cuestión agraria, no pueden resolverse dentro de los límites de la sociedad burguesa.

'La victoria surgirá de la derrota'
Sus últimas palabras, resonando como un recordatorio a las izquierdas del mundo: “El liderazgo ha fallado. Incluso así, el liderazgo puede y debe ser regenerado desde las masas. Las masas son el elemento decisivo, ellas son el pilar sobre el que se construirá la victoria final de la revolución. Las masas estuvieron a la altura; ellas han convertido esta derrota en una de las derrotas históricas que serán el orgullo y la fuerza del socialismo internacional. Y esto es por lo que la victoria futura surgirá de esta derrota. ‘¡El orden reina en Berlín!’ ¡Estúpidos secuaces! Vuestro ‘orden’ está construido sobre la arena. Mañana la revolución se levantará vibrante y anunciará con su fanfarria, para terror vuestro: ¡Yo fui, yo soy, y yo seré!”. (De El orden reina en Berlín. Escrito en alemán por Rosa Luxemburgo el 14 de enero de 1919, la víspera de ser asesinada por los soldados de la Caballería de la Guardia del Gobierno.)
Prácticamente, esta teoría refleja el intento de sacarse de encima toda responsabilidad por el proceso de la Revolución Rusa, en la medida en que esa responsabilidad afecta al proletariado internacional, y especialmente al alemán; y también de negar las conexiones internacionales de esta revolución. Los acontecimientos de la guerra y la Revolución Rusa no probaron la inmadurez de Rusia sino la inmadurez del proletariado alemán para la realización de sus tareas históricas. Un examen crítico de la Revolución Rusa debe tener como primer objetivo dejar esto perfectamente aclarado. El destino de la revolución en Rusia dependía totalmente de los acontecimientos internacionales. Lo que demuestra la visión política de los bolcheviques, su firmeza de principios y su amplia perspectiva es que hayan basado toda su política en la revolución proletaria mundial. Esto revela el poderoso avance del desarrollo capitalista durante la última década. La revolución de 1905-1907 despertó apenas un débil eco en Europa. Por lo tanto, tenía que quedar como un mero capítulo inicial. La continuación y la conclusión estaban estrechamente ligadas al desarrollo ulterior de Europa. Concretamente, lo que podrá sacar a luz los tesoros de las experiencias y las enseñanzas no será la apología acrítica, sino la crítica penetrante y reflexiva. Nos vemos enfrentados al primer experimento de dictadura proletaria de la historia mundial (que además tiene lugar bajo las condiciones más difíciles que se pueda concebir, en medio de la conflagración mundial y la masacre imperialista, atrapado en las redes del poder militar más reaccionario de Europa, acompañado por la más completa deserción de la clase obrera internacional). Sería una loca idea pensar que todo lo que se hizo o se dejó de hacer en un experimento de dictadura del proletariado llevado a cabo en condiciones tan anormales representa el pináculo mismo de la perfección. Por el contrario, los conceptos más elementales de la política socialista y la comprensión de los requisitos históricos necesarios nos obligan a entender que, bajo estas condiciones fatales, ni el idealismo más gigantesco ni el partido revolucionario más probado pueden realizar la democracia y el socialismo, sino solamente distorsionados intentos de una y otro. Hacer entender esto claramente, en todos sus aspectos y con todas las consecuencias que implica, constituye el deber elemental de los socialistas de todos los países. Pues sólo sobre la base de la comprensión de esta amarga situación podemos medir la enorme magnitud de la responsabilidad del proletariado internacional por el destino de la Revolución Rusa. Más aun; sólo sobre esta base puede ser efectiva y de decisiva importancia la resuelta acción internacional de la revolución proletaria, acción sin la cual hasta los mayores esfuerzos y sacrificios del proletariado de un solo país inevitablemente se confunden en un fárrago de contradicciones y errores garrafales. No caben dudas de que los dirigentes de la Revolución Rusa, Lenin y Trotsky, han dado más de un paso decisivo en su espinoso camino sembrado de toda clase de trampas con grandes vacilaciones interiores y haciéndose una gran violencia. Están actuando en condiciones de amarga compulsión y necesidad, en un torbellino rugiente de acontecimientos. Por lo tanto, nada debe estar más lejos de su pensamiento que la idea de que todo lo que hicieron y dejaron de hacer debe ser considerado por la Internacional como un ejemplo brillante de política socialista que sólo puede despertar admiración acrítica y un fervoroso afán de imitación.
Rosa Luxemburgo
Nació en tierras del imperio ruso en 1871, en un poblado polaco denominado Zamosc. De origen judío polaco, Rosa debió lidiar desde muy chica con la discriminación de las autoridades zaristas hacia los judíos. Su inteligencia rompió aquellas barreras tanto étnicas como de género. Con tan sólo 14 años debió exiliarse en Suiza, donde terminó sus estudios de derecho. Su militancia fue el desencadenante del ostracismo, dado que desde muy joven se acercó a los movimientos socialistas. Militó en el Partido Socialdemócrata Polaco y Alemán hasta que en 1914 integró un colectivo denominado Liga Espartaquista, grupo iniciático del Partido Comunista Alemán. Fundó un periódico desde el que llevaba adelante su prédica revolucionaria. Escribió obras fundamentales dentro de la izquierda: Reforma o revolución, La acumulación capitalista, Huelga, masa, partido y sindicato y el referenciado La Revolución Rusa. Fue asesinada en el intento de revolución acaecido en Alemania en 1919, revolución que Rosa había desaconsejado inicialmente. Fue capturada y asesinada por grupos del gobierno y paramilitares incitados por este; fue masacrada a culatazos y, tras un tiro de gracia, lanzada al río. Aquello fue un 15 de enero de 1919.
   

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