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Gran cisma en el Partido Nacional

En el nombre del padre

Por Alberto Grille.

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Una nueva candidatura asoma: Luis Alberto Lacalle Herrera Luis Alberto Aparicio Alejandro Pompita Lacalle Pou de Herrera Brito del Pino va a tener que dejar de hablar por largo tiempo de “los problemas internos del Frente Amplio” (y también de las “tupabandas” después de la paliza moral que le pegó Pepe Mujica en el Parlamento el miércoles pasado). Va a tener que hacer silencio porque la “madre de todas las internas” ya estalló dentro del Partido Nacional y lo peor es que saltó la térmica en su propia casa. No alcanza con la rebelión “antipituca” del poderoso “movimiento de los intendentes” (Botana, Da Rosa, etc.), la formación de la “columna wilsonista” del intendente Carlos Enciso, la emergencia de la senadora Verónica Alonso, el lanzamiento oficial de la candidatura del senador Jorge Larrañaga, y una buena cantidad de inquietos –como los diputados Pablo Iturralde y Jorge Gandini, que se mueven de un lado a otro buscando su lugar al sol–, sino que también  hay más movimientos y aun mayores. Lo que ocurre es que entre la dirigencia del Partido Nacional existen dos convicciones bastante unánimes: el convencimiento de que la colectividad de Oribe podría tener su gran oportunidad en las elecciones de 2019, por el natural desgaste del Frente Amplio en el poder, y la certeza, en sentido contrario, de que Pompita no da la talla para competir contra los candidatos del FA, resumida en la frase “Con él como candidato, perdemos”. Todos los que acompañaban a Luis Lacalle aquel día de la primavera de 2014, recuerdan la ocasión en que Pompita se encontró con Tabaré Vázquez en la cafetería del hotel donde durmieron en Melo en las elecciones pasadas y Lacalle Pou apartó a Tabaré para pedirle que no le dijera más Pompita porque lo ofendía. Desde ese día no han hallado la oportunidad de reencontrase porque ese preciso momento marcó la distancia entre la estatura de uno y la del otro. Estos extremos, tratados minuciosamente en artículos y editoriales de Caras y Caretas a lo largo del tiempo, tuvieron su confirmación en la valiente y detallada carta publicada en nuestra edición anterior, firmada por un protagonista de alto nivel del herrerismo, el exdiputado Dr. Marcelo Maute Saravia. Al respecto, cabe comentar que la misma se difundió ampliamente por las redes sociales y que nos llegaron centenares de llamadas y mensajes reclamándola. Debe ser la carta más leída de los últimos años en la política nacional. Esa misiva confirma, de primera mano, un dato muy importante de la realidad nacionalista, que es el desencanto muy real y muy sentido por parte de los viejos herreristas y los viejos wilsonistas (o sea, por los verdaderos herreristas y verdaderos wilsonistas), que tuvieron líderes como Luis Alberto de Herrera y Wilson Ferreira Aldunate que, en el acuerdo o en el disenso, marcaron estilos de vida y posturas (por citar un solo hecho, los dos perdieron sus respectivas fortunas en la lucha política) que para nada se reflejan en el “pituco-millonario-carrasquismo-ultraconservador” que representa Luis Alberto Aparicio Alejandro Pompita Lacalle Pou (LAAALP). Surgida de la entraña del cerno del herrero-lacallismo clásico, la carta de Maute Saravia habla por lo menos en dos ocasiones del desagradecimiento de Pompita para con su padre, el expresidente Luis Alberto Lacalle Herrera, al que “escondió porque lo perjudicaba”, como bien recuerda el libro La Positiva de Daniel Supervielle. Tanto lo ocultó que hace poco Lacalle Herrera recordó jocosamente que, cuando en las pasadas elecciones una joven periodista le puso el micrófono a Lacalle Pou y le preguntó: “’¿Y usted qué es de Luis Alberto Lacalle?’, Luis, que es bastante rápido, dijo: ‘El padre’, porque también tiene un hijo que se llama Luis Alberto Lacalle. No somos muy originales en los nombres en la familia”. Qué procesión habrá ido por dentro del expresidente negado por su hijo en una elección nacional. Sólo él lo sabe. Y esto nos lleva a otro dato clave de las batallas internas por venir. Luis Lacalle Pou, que a sus casi 44 años cultiva la imagen de un muchacho de 27 (un psiquiatra amigo me habló del síndrome de Michael Jackson,  que refiere a hombres y mujeres prisioneros de la imagen de su juventud hasta grados patológicos), encontró su fórmula electoral en “La Positiva”, una imagen de falso optimismo superador, mágico, de todos los problemas, que era exactamente lo contrario de los estilos altamente combativos y pragmáticos que, a su manera, cultivaron Luis Alberto de Herrera y Wilson Ferreira Aldunate y, en otra medida, Luis Alberto Lacalle. En ese sentido, pocos líderes políticos más alejados del sesgo combativo del “blanquismo” clásico que Pompita y su pituquismo positivista de La Tahona. Por este conjunto de factores, y porque parece que en América toda ha sonado la hora de las derechas duras, es que Luis Alberto Lacalle de Herrera cree que llegó su segunda oportunidad sobre esta tierra. Que por otra parte es su última oportunidad, y tal vez la última oportunidad del Partido Nacional y de su proyecto neoliberal.   Por la vuelta: los indicios Son muchos los memoriosos que recuerdan cómo actuó el infatigable bicho político que es Luis Alberto Lacalle Herrera para llegar a la presidencia en 1989. Nada le fue fácil, todo lo tuvo que hacer cuesta arriba. Empezó en política a los 17 años y sin recursos económicos, y al principio se lo ridiculizaba por ser el “nieto de Herrera” y por sus propias conductas: siempre dijo que iba a ser presidente y cumplió, por su esfuerzo continuo y porque en el camino se le murieron las dos personas que tenía encima y cuyos liderazgos le eran inalcanzables: Mario Heber y Wilson Ferreira Aldunate. Se casó muy joven con una mujer hermosísima, de prosapia rancia y de carácter fuerte, que le dio tres hijos; fue electo diputado en 1971; se recibió de abogado en la Universidad de la República; estuvo encarcelado –muy brevemente– cuando el golpe de Estado del 27 de junio de 1973; integró el triunvirato que dirigió a los blancos en la clandestinidad, conspiró, recibió una botella de vino envenenado; fue electo senador en las elecciones cojitrancas de 1984. Tras la muerte de Wilson, llegó a la presidencia en noviembre de 1989 e impuso su programa neoliberal y privatizador hasta donde pudo y lo dejó la gente, pero nunca dejó de pensar en mantenerse en el poder y en una segunda presidencia. Perdió un plebiscito histórico en 1992, tuvo rebeliones militares, pero sin duda aprendió de esas duras lecciones. Desde el edificio Libertad, entonces sede del Poder Ejecutivo, impedido constitucionalmente de ser reelecto, operó en la interna con miras a las elecciones de 1994, de forma que la titularidad se la disputaran una terna de políticos electoralmente menores (Juan Carlos Raffo, Alberto Volonté y Juan Andrés Ramírez, que perdieron una oportunidad única de triunfar por su inoperancia), de modo que el Partido Nacional perdió, con Julio María Sanguinetti, y él quedó como opción clara para 1999. Durante el período 1995-1999, el expresidente sufrió el infierno de lo que llamó la “embestida baguala” (todos los observadores consideran que fue ideada y alentada por Sanguinetti a través de publicaciones como Tres y Posdata, entre otros medios masivos a su disposición) y debió frecuentar numerosos juzgados. Volveremos sobre el tema. En las elecciones de 1999, Luis Alberto Lacalle triunfó cómodamente en la interna partidaria, hizo fórmula con Sergio Abreu y perdieron contra Jorge Batlle. La gente prefirió al antiguo “infidente” al aún fresco vendedor de bancos gestionados. En las elecciones de 2004 Lacalle perdió la interna con Jorge Larrañaga, quien a su vez perdió nítidamente con el imparable impulso del Frente Amplio encabezado por el Dr. Tabaré Vázquez. En 2009 volvió a ganar la interna, constituyó su fórmula con Jorge Larrañaga y perdió ante la dupla José Mujica-Danilo Astori. En todos esos años fue incansable, como su abuelo. Fue senador, impulsó su centro de estudios, Instituto Manuel Oribe, presidió dos veces el Honorable Directorio del Partido Nacional (honor que ostentaron Juan José de Herrera, Luis Alberto de Herrera y él, y al que renunció su hijo, se dijo entonces que “por haragán”), escribió algún que otro libro y dio conferencias, librándose parcialmente de la sombra que le había caído encima en el momento de la “embestida”. Como con Jorge Batlle y su “infidencia”, la mayoría olvidó. Me dice gente muy bien informada que en 2014 tenía todo listo para una tercera candidatura. Había lanzado, como en 1994, una terna de precandidatos herreristas que no estaban a su altura política (el exintendente Carmelo Vidalín, el diputado Luis Alberto Lacalle Pou, su hijo, que aspiraba a ser senador, y la exministra Ana Lía Piñeyrúa) para que, llegada la hora de la verdad, los viejos herreristas –sobre todo el “grupo de los ministros” (Gianola, Mercader, García Costa, Raffo, Ignacio de Posadas) y la poderosa lista 71 de Penadés, Trobo y Luis A. Heber– lo llamaran de nuevo al podio. Pero hubo una maniobra palaciega –nunca mejor utilizado el término, ya que habría salido de su propia mansión de la calle Murillo, que tantos disgustos le dio–: se hicieron decenas de llamadas y ofrecimientos y, cuando quisieron acordar, un grupo de diputados (Lacalle lo llamó “la revolución de los sargentos” ante Emiliano Cotelo) había “puesto” como candidato al aún titubeante Pompita Lacalle Pou. Lacalle Herrera no podía batallar contra su propia sangre, electa de la terna por él propuesta, y así fue que LAAALP compitió y perdió la elección de 2014. Por estos días muchos han recordado la frase “en las actuales circunstancias”, que Lacalle Herrera pronunció cuando dijo que no sería candidato en 2009, cosa que finalmente no tuvo andamiento porque las “circunstancias” las volvió favorables a su devoradora ambición política y –por qué no decirlo– programática. Ahora está pasando lo mismo.   El retorno del “cruzado de la derecha” Hace pocas semanas, Luis Alberto Lacalle Herrera presentó inesperadamente su cuarto libro –no es muy afecto a la escritura–, titulado oportunamente América Latina, entre Trump y China (Aguilar, 166 páginas), en el que analiza la coyuntura internacional y sus repercusiones en América Latina y Uruguay. Tiene publicados otros tres: Trasfoguero, Herrera, un nacionalismo oriental y El guardián de mi hermano. La presentación de América Latina, entre Trump y China fue indudablemente un hecho político e intelectual, ya que los políticos uruguayos no se caracterizan precisamente por escribir libros, para decirlo en términos muy generosos (se dice que Pompita no ha escrito ni su propia tesis de abogado en la Universidad Católica). También por estos días, Lacalle polemizó desde los medios o intentó polemizar con Pepe Mujica en dos ocasiones –lo que significa buscar, como lo hace Novick, un contendiente de primer nivel– e incluso dio algún consejo indirecto a su hijo Pompita al pronunciarse contra el uso excesivo de Twitter. Todos son gestos políticos, totalmente impropios de alguien que hace algunos años, en un reportaje publicado en la contratapa de Búsqueda, confesó que sentía que “el país no me entiende y no entiendo al país”. Lacalle Herrera, que el 13 de julio cumplirá 75 años, sigue jugando casi todas las mañanas al tenis y está entero como una roca. Conserva intactos todos sus apetitos y buena prte de sus reflejos. Por muchos motivos entiende que llegó la hora de su segunda presidencia. Primero, porque entiende que no hay un candidato con su fortaleza y trayectoria en toda la derecha (ni en el Partido Colorado, una vez retirado Pedro Bordaberry, ni en el Nacional ni en el resto de los partidos, incluyendo a Edgardo Novick) y, segundo, porque cree que tras el ciclo de los gobiernos populares en América Latina, ha llegado la hora de la derecha en todo el continente. Piensa que la gente ahora aprobará sus proyectos de privatización de las empresas públicas y, en particular, la idea de importar petróleo y cerrar Ancap. Hasta Astori compró la idea de que la medida principal de un gobierno es bajar el gasoil, su premisa de siempre y bandera de los hacendados, como lo han demostrado los hechos. Si hay alguien que va a apoyarme, pensará Lacalle Herrera, son las cámaras empresariales (la Asociación Rural y la Federación Rural, la Cámara de Industrias, la Cámara Nacional de Comercio y Servicios, hasta la Cámara de la Construcción, manejada por su correligionario y amigo Ignacio Otegui), los militares, que odian la reforma de la caja militar, y, por qué no, muchos de los trabajadores y jubilados que son los únicos que han pagado los últimos dos ajustes fiscales, vía aumentos del IRPF y del IASS. Es la hora de los Trump, los Macri, los Rajoy, los Temer, los Cartes, las Merkel y los Macron, todos sus correligionarios del dirigismo de derecha y del darwinismo social. “La gente pide seguridad y firmeza: mano dura”; pensará y soñará otra vez con poner Medidas Prontas de Seguridad, para lo cual no le temblará la mano. La gente pide poner coto al poder de los sindicatos, dicen los grandes medios, y, para empezar nomás, Lacalle Herrera va a eliminar otra vez los Consejos de Salarios, como lo hizo en 1990. Como su admirado Jorge Pacheco Areco, “sabe cómo hacerlo y puede volver a hacerlo”. Y, por supuesto, “entrar con una motosierra en el gasto público”: eliminar el Mides, todos los programas sociales, el Fonasa y lo que venga. Fomentar por todos los medios la educación privada, la de los que pueden pagarla. ¿Pompita podría convencer al país de este programa, discutirlo e imponérselo a Pepe, a Daniel Martínez , a Cosse, a Bergara, a Orsi o Danilo, sus eventuales contendientes? ¿Tendría lo que hay que tener para imponerlo y defenderlo con uñas y dientes contra el resto del país si fuera necesario? Alguien argumentará que va a haber un gran lío familiar si él sale a competir. Pues bien, los otros ya han jugado más de una vez y él los apoyó siempre, pensará. Ahora de lo que se trata es de ganarle al Frente Amplio y él cree sinceramente que es el que  puede. Como le dijo una vez a un grupo de senadores, entre los que estaba nada menos que el Dr. Walter Santoro: “Yo soy el cojudo de esa manada”. El macho alfa, diríamos hoy. Uno puede ver al Dr. Lacalle Herrera peinándose la melena blanca ante el espejo de su cuarto de trabajo en la calle Murillo o en la oficina que tiene en el Directorio del Partido Nacional. Siente que es su hora y que sin un líder con su fuerza y pasión, volverá a ganar el Frente Amplio, lo cual para él y su clase social sería una tragedia imposible de soportar. Me temo que vamos a verlo en acción en muy poco tiempo. También a él habrá que recordarle el pasado y sin duda nos tendrá que contar, como Mujica en el Senado en esta semana, como en diez años pasó de tener un modesto Fiat 125 a chalet en Carrasco, casa en Punta del Este, estancia, campos forestados. No habrá sido comiendo huevos duros y remolacha ni arrastrando el carrito hasta la feria. Y habrá tiempo, pero si hay que competir, mejor es ganarle al cuadro titular que a los suplentes.

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