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El partido se juega en Brasil

Por Leandro Grille.

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Para nuestro país y para América del Sur, el partido geopolítico más importante de 2018 se juega en Brasil. Y ahora nomás, el 24 de enero, las fuerzas organizadas por las elites económicas van a intentar embarrar la cancha para impedir que Luiz Inácio Lula da Silva pueda ser candidato y así alcance, conforme todos los sondeos de opinión pública vaticinan, la presidencia de ese país por tercera vez. La intención explícita de los grandes medios y la aristocracia judicial brasileña es culminar en enero con la posibilidad de la candidatura de Lula mediante la confirmación en segunda instancia del fallo emitido por el juez Sergio Moro, que condenó a Lula a pena de cárcel por corrupción pasiva. En condiciones normales, los tiempos del proceso penal habrían permitido que Lula llegara a los comicios que se celebrarán en octubre de 2018 sin un fallo de segunda instancia que le impidiese formalmente comparecer como candidato. Esa era quizá la apuesta inicial del establishment, según la cual estaban convencidos de que bastaba con una condena parcial para destruir de modo irrevocable la imagen pública del expresidente. Pero las cosas salieron “mal”. Desde el día de la sentencia del juez Moro, Lula no ha parado de crecer en intención de voto y ahora las encuestadoras, incluso las que trabajan para sus adversarios, reconocen que ganaría una segunda vuelta en cualquier escenario y, lo que les resulta todavía peor, con la tendencia actual, ganará en primera vuelta y sin necesidad de balotaje. Con este panorama, el aparato judicial movió sus piezas para que la instancia de confirmación se produzca este mismo mes de enero, aunque para ello debieron forzar de manera grosera el proceso, fijando fecha para resolver la apelación en tiempo récord. Todo indica que el tribunal mantendrá la sentencia de Moro y Lula tendrá que ir a la cárcel, condenado en un juicio sin pruebas, apenas por la convicción de un juez con aspiraciones políticas. Esa confirmación, además, implicaría el impedimento consiguiente de presentarse a las elecciones. El caso ha sido denunciado por más de 80.000 intelectuales de todo el mundo en una carta abierta de respaldo al líder y fundador del Partido de los Trabajadores (PT). Es que no sólo la sentencia no se sustenta en ninguna prueba o en las convicciones íntimas de un juez politizado, sino que el plazo transcurrido entre el fallo original de Moro y la fecha para resolver la apelación de Lula es de sólo 142 días, constituyendo el proceso más rápido de todos los casos de corrupción investigados en Brasil, y alterando incluso el orden en el que llegaron los recursos de las decenas de acusados, juzgados y condenados en el marco de la operación Lava Jato. Si Lula vuelve a ganar, como se anticipa de la voluntad de la mayoría del pueblo brasileño, el veranillo de la derecha restauradora habrá concluido. Pero si Lula no puede participar, y la estrategia de trampear la democracia tiene éxito, Brasil puede sumirse en un largo invierno de gobiernos conservadores sin apoyo popular, sostenidos en los medios, el “mercado” y la represión. Por eso la batalla más importante se dará allí. Para todos. Porque el impacto de un Brasil asumiendo por largo tiempo el camino del neoliberalismo, el ajuste, la sumisión ante Estados Unidos y la supresión de los derechos sociales tendría consecuencias para el pueblo brasileño y para todos los países  del continente; muy especialmente para los Estados miembros del Mercosur. Aunque prestemos poca atención a lo que sucede más allá de nuestras fronteras, y muchas veces creamos que estamos vacunados contra las catástrofes de los vecinos en virtud de nuestras características físicas y demográficas, la benemérita solidez institucional, siempre al amparo de una teoría de excepcionalismo oriental, lo cierto es que lo que ocurre en Brasil y Argentina nos afecta y muchas veces nos determina en la economía y en la política. Para  blancos y colorados, la peor noticia posible de 2018 es que Lula retorne por los votos y el modelo antieconómico delirante de saqueo que lleva adelante la mafia de Mauricio Macri en Argentina termine de fracasar. Mientras más estruendosamente sea, peor. El problema es que ellos mismos se apuraron a pegarse a esos a experimentos. Y esos experimentos rápidamente demostraron que venían a bajar jubilaciones, ajustar contra los más pobres, desregularizar leyes laborales, producir desempleo, reprimir y, si era necesario, pasar por arriba de cualquier limitación constitucional. La gente mira. Al principio se la puede confundir, pero a la larga entiende. Y hasta empieza a ver en las noticias de esos países hechos conocidos del nuestro, pero de otro tiempo. Un tiempo al que nadie quiere volver. En Uruguay, los grandes alineamientos de la gente no van a cambiar. Es difícil que el Frente Amplio cometa desaciertos gigantes, y si su tercera gestión no lució por la espectacularidad ni entusiasmó a las masas, los logros siguen acompañando: el país crece, la pobreza se sigue reduciendo, la indigencia es mínima, la inflación está bajo control y, por mencionar un ejemplo de superación, algunos puntos críticos de los últimos años, como la educación, han mejorado mucho en la consideración de la gente. Para la izquierda uruguaya, el peor escenario de 2018 es que la dictadura de Temer sea sucedida por un gobierno conservador hijo de la trampa de impedir que Lula sea candidato. Porque si así fuera, los años venideros serán de desarrollo en un contexto hostil. Nuestro pequeño rincón, rodeado de gigantes conservadores y neoliberales que impondrán sus reglas, sus modos, sus agendas, de las cuales será prácticamente imposible sustraerse, y a cuyos designios algunos estarán tentados a sucumbir. Pero si así fuera, si ese es el panorama que el futuro nos depara,  habrá que asumir sin vacilaciones la noble tarea de resistir.

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