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Con Pepe Vázquez: El teatro como una forma del abrazo

Desde el encuentro en paso de comedia con un taxista que no se acuerda de su nombre, hasta un lejano e inolvidable abrazo con Alfredo Alcón, dan cuenta que una vida en el teatro puede ser narrada como una suma incontable de abrazos y emociones, sobre todo si el protagonista es un tipo tan entrañable y talentoso como Pepe Vázquez.

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Caras y Caretas Diario

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Por G.P.

Recién llegado de una intensa gira por escenarios europeos, a los 77 años tuvo una más que intensa temporada haciendo Aeroplanos con su amigo del alma Julio Calcagno y el intimista unipersonal Paciencia y pan criollo. Una de las primeras emociones de la última entrega de los premios Florencio tuvo como protagonistas a dos actores y una actriz que tienen en común -además del talento y una trayectoria brillante en cada caso- la convicción de que el teatro es algo más que una vocación y un oficio. El teatro, para Pepe Vázquez, es algo que no se puede dejar. No hay vida, para él, sin escenario, sin jugar ese juego que domina desde que llegó a la capital, recién salido del liceo, y se integró a la barra del teatro independiente, a los galponeros, a Club de Teatro y lo llevó a vivir innumerables aventuras en Montevideo, en Costa Rica, en México, y ahora mismo mandarse una gira de un mes por Europa con un unipersonal (un stand up, en la jerga actual) que dice haber escrito embroncado por ciertos espectáculos que convocan a periodistas deportivos, modelos y todo tipo de personajes que no tienen las mínimas del oficio de la actuación ni mucho menos de la literatura. Tiene 77 años y no para. Además del éxito subterráneo de Paciencia y pan criollo, concebido para ser representado en casas particulares, donde rinde más que en ningún sitio el intimismo que quiere jugar con los espectadores, Pepe Vázquez hizo en España y en Italia varias funciones de Cuando el frío queme, obra de un amigo italiano basada en textos de Mario Benedetti e Idea Vilariño. Lo acompañaron en escena María Clara Vázquez, Emilio Pigot y Verónica Caissiols. Y acá en Montevideo, en este año 2017, contó por decenas las funciones con localidades agotadas de Aeroplanos, la obra cumbre de Gorostiza, en una dupla única con Calcagno. Le gusta contar de todo eso. Se apasiona. Se muestra ansioso por anunciar que después de terminada la entrevista, estarán llegando a su apartamento de Ciudad Vieja los integrantes del equipo de una obra que está empezando a ensayar con dirección de Eduardo Cervieri. “¿En qué andás con el teatro?”, le pregunto, para dejarle el camino libre, para que cuente lo que tenga ganas. “El teatro es mi cocaína”, dice, y larga la primera de muchas carcajadas. “Nunca me animé con el polvito blanco… Pero es así, de verdad. Sin actuar me bajoneo mucho. Por eso siempre estoy haciendo”. Y se larga a hablar. No para.   ***   Un taxista: “Hace un tiempo me subo a un taxi, el tipo me mira, y me di cuenta que me había  reconocido. Y me dice, con una cosa medio agresiva, pero bien, que a mí me gustó. Me dice: ‘¿Usted es usted?’. Y yo que le digo ‘sí, yo soy yo… ¿y usted es usted?’. Y él, rápido, me dice: ‘Ah, sí, yo soy yo’. ‘Tamos bárbaro, no necesitamos psicólogo’, dije yo, y me callé la boca. Y él venía caliente todo el viaje, con él, porque no se podía acordar de mi nombre. Iba puteando. ‘¿Será posible? ¡Soy un viejo de mierda! Cómo que no me acuerdo, si lo vi toda mi vida… A usted, a su señora’. Y yo se lo quería decir, pero no, él insistía: ‘Déjeme, déjeme, déjeme acordarme’. Y cuando llegamos aquí abajo, me dice: ‘Ya sé quién es usted’. ‘¿Quién soy?’, le pregunté. ‘¡Pepe Viñas!’. ‘Soy Pepe Viñas… Sí, sí, sí. Mucho gusto. Y le di un abrazo’”.   Julio y Estela: “Humberto de Vargas cantó, se puso un saco y empezó a conducir junto con Alicia Garateguy… Y lo primero que dicen fue: ‘Queremos que suban fulano y fulano y fulana’. Y subimos. Fue lindo. Fue como una caricia que te da la gente, que te reconozcan. Nos aplaudieron… con Julio. Y yo lo miraba a Julio, que no le gustan nada esas cosas, y que le cuesta hablar. ‘¿Qué digo?’, me pregunta. ‘Decí lo que quieras, Julio. Decí lo que quieras’. Entonces se mandó y dice: ‘Ustedes saben que a mí estas cosas, bueno, yo, no sé, a veces me dicen qué de consejos, y yo no sé qué decir… Sería bueno que les enseñen, a los que estén estudiando teatro, un poco de historia, de quiénes han sido los maestros, esas cosas’. Y después le tocó hablar a la Medina. No tuvo más remedio. Pobre Estela. Porque Estela, sin libreto, se quiere morir. ‘Yo, yo, yo, ¿qué hago?’, me decía. ‘Dale, hablá’. ‘Bueno, yo, este, fufufu’… Como pudo salió del paso… Estuvo muy linda la fiesta de los Florencio. Y una de las cosas más lindas fue el homenaje que le hicieron a Yamandú Marichal, que es un hombre buenísimo. Y por suerte se vio confirmado por cómo el público lo ovacionó”.   Aeroplanos: “Debimos haberla estrenado el año pasado, en 2016, pero Julio tuvo un accidente. Iba haciendo footing por la calle donde vive, en el Prado. Tropezó y se cayó. Se quebró el húmero. Fue terrible, porque, aparte del dolor, Julio ahora cumplió 80, así que le llevó un tiempo recuperarse. Suspendimos y se pasó para este año. Y fue una lástima todo, porque en aquel momento la gente de la Alianza quería traer a Gorostiza, que estaba fenómeno con sus 96 años… En fin, dicen que murió de forma ideal, durmiendo, que se le paró el corazón. Y bueno, no pudo ser. Finalmente estrenamos y esa obra se transformó, como hace 26 años, cuando la hicieron Walter Reyno y Carlos Frasca, en lo mismo, en una locura de gente. Hacerla fue idea de Eduardo Cervieri, que había sido ayudante de Yáñez la otra vez y se había quedado con ganas de hacerla. Y yo no la conocía, así que un día Eduardo me la dio para leer, y cuando iba por la segunda página lo llamo y le digo ‘andá a comprar los derechos de esto, esto es divino’. Es una joyita, porque es una obra que habla de todo, de todos los temas que le preocupan a la gente, y todo con una gran sencillez. Eso no es nada fácil de lograr. Pero Gorostiza era un hombre con un gran oficio de escritor. Y qué te cuento que cuando Eduardo fue a comprar los derechos, le preguntaron para dónde la queríamos. Cuando les dijo que era para hacerla en Uruguay, Gorostiza dijo: ‘¿Qué les voy a cobrar si en Uruguay hicieron todas mis obras? Nada. Hagan lo que quieran con la obra, que yo sé las dificultades que tienen ustedes para hacer teatro’”.   Canto a la vida: “Con Julio siempre decimos que Aeroplanos es como la continuación de la vida nuestra arriba del escenario, aunque yo nunca haya sido jugador de fútbol y él tampoco. Y bueno, como también decimos, hacer de viejos no nos costó mucho… Walter y Carlos, cuando la hicieron hace 26 años, tuvieron que componer un poco los personajes, pero nosotros no. El propio Carlitos fue al estreno, y entró, muy conmovido. Fue muy fuerte, porque a él le cuesta mucho mostrar sus emociones, entonces se pone como enojado. Es divino, Frasca, es divino. Nos agarraba de los brazos, nos abrazaba, con los ojos lagrimosos, y dijo, casi gritando: ‘¡Miren que esto no es un elogio del estreno, eh, ojo, que no es un elogio del estreno!’. Es una obra que le toca a todo tipo de público. La gente se ríe mucho, y se conmueve también. Siempre se acercan con risas, pero secándose las lágrimas, sobre todo las mujeres; porque claro, Aeroplanos es un canto a la vida, es una obra sobre la amistad, sobre el miedo a la muerte, a la soledad”.   Ese asunto del machismo: “En un momento estamos jugando al dominó y le digo al personaje de Julio: ‘Pero mirá que yo también tuve que aguantar cosas tuyas’. ‘¿Y qué tuviste que aguantar de mí?’, pregunta. ‘¿Lo digo?’. ‘Dale, decí’. ‘Son varias cosas, pero en primer lugar lo que tuve que aguantar fue tu fidelidad, que nunca quisiste salir con ninguna mina que no fuera tu mujer, nunca, nunca’. Y Julio empieza que esto, que lo otro, que la pasaron siempre muy bien, que se conocían de chiquilines. ‘Me tenías podrido’, le digo, y le digo cosas horribles, como que ‘no hubiera venido mal que de vez en cuando salieras con alguna mina para darle un poco de gustito al cuerpo’. Y cuando digo eso siempre se larga alguna risa en el público, sobre todo de algunos espectadores hombres. Y es fuerte, porque al rato el personaje de Julio se confiesa: ‘Soy un alma podrida, ¿sabés?’. ‘¿Por qué decís eso?’, le pregunto. ‘Yo también fui infiel’. ‘¿En serio?’ .’Sí, sí, y cada vez que lo recuerdo me siento horrible’. Entonces atravieso corriendo el escenario y le digo: ‘Contame, contame, ¿yo la conocía?, ¿cómo era?’. Y bueno, imaginate que ese ‘contame, contame’, totalmente desaforado, provoca risa, pero después sigo con el machismo a flor de piel: ‘Bueno, no te lo tomes tan así; la mina esa era una mina, nada más… Te la cogiste una vez y ya está’”.   Fans de Líber Falco: “Julio es tres años mayor que yo. La primera vez que lo vi en un escenario coincide con la primera vez que yo me gané unos pesos en teatro, haciendo un bolo como guardia medieval en una producción gigantesca que hizo la Comedia Nacional. Fue hace mil años, en Becket o el honor de Dios, una obra de Anouilh que dirigió Yáñez. Trabajaba un pueblo: Sancho Gracia, el marido de Thelma Biral, qué sé yo, éramos diez mil. Y como a Ruben le preocupaba el tema de la disciplina, ¿viste?, porque éramos muchos, sobre todo en los camerinos de arriba que estaban repletos de gente joven, hizo que fuera Adela Reta, que en ese momento era presidenta de la Comisión de Teatros Municipales, a marcar presencia en el ensayo general. Ella subió al escenario y pidió que nos portáramos bien. Y así fue. Entre toda esa multitud, había un actor joven, que hacía un papel corto, pero con letra; era un mensajero que entraba, se hincaba y le daba al rey -nada menos que Alberto Candeau- un mensaje. Ese era Julio. Me acuerdo que quedé asombrado de cómo actuaba. Después lo vi otras veces; lo vi hacer cosas fantásticas y siempre pensaba lo lindo que sería alguna vez trabajar juntos. Y bueno, la vida nos hizo ser amigos, qué sé yo, y cuando yo estaba viviendo fuera del país, él cada tanto iba a visitar a mi madre, allá en el Prado. Y en una época que yo anduve medio bajoneado, en el exilio, me mandó una foto preciosa, que la tengo por ahí, una foto de él haciendo El mono y su sombra, una obra del Circular. Atrás de la foto me puso: ‘Pepe, querido, sé que andás medio medio, pero aguantala, que pronto nos vamos a ver y vamos a salir a recitar juntos por los barrios’. ¡Y se cumplió! Porque al tiempo de estar en Montevideo, cuando entré a la Comedia Nacional, él estaba armando un espectáculo sobre Líber Falco y me eligió a mí. Hicimos juntos eso que se llamó Líber Falco, 100 años; los dos decíamos cosas, recitábamos a Falco y a otros poetas, me acuerdo, y lo hicimos por los barrios”.   ¿El teatro sigue vivo?: “El teatro sigue vivo, sí”.   Una Titania muy especial: “Es la tercera vez que El Galpón hace Arturo Ui en Uruguay. Las primeras dos veces Villa estuvo como actor, y esta tercera como director. Y ganaron el Florencio; él y Guido, director y actor en esta versión. Yo trabajé una vez con Villa, hace muchísimos años. Hicimos Sueño de una noche de verano, con un enorme éxito. Fue cuando él se colocó en Argentina. Había ido haciendo Arturo Ui como actor, dirigido por Yáñez, y al calor de eso fue que quiso mostrarse como director y pudo llevar el montaje de Sueño de una noche de verano, que había hecho con nosotros en Club de Teatro. Fue la primera vez que vi asustada a Imilce Viñas frente a un papel. Él quería que ella hiciera el papel de Titania, la reina de las hadas, pero Imilce le dijo que no. ‘Estás loco, Villa… Soy gorda, y la reina de las hadas siempre la han hecho mujeres divinas, esculturales’, le decía Imilce. ‘No me importa nada’, le decía Villa. ‘Quiero que vos seas Titania’. Insistió tanto que lo consiguió. Trabajaban juntos, ellos dos solos, sesiones de dos o tres horas diarias en el gimnasio de AEBU. La hizo teñirse de súper rubio, con rulos, y le enseñó cosas como desmayarse. El piso del escenario era un colchón gigantesco, forrado con una sábana blanca. El bosque estaba hecho con pedazos de colchones pintados por Osvaldo Reyno. Héctor Vidal y Till Silva hacían los enamorados. Estaba Adriana Lagomarsino, en su época de esplendor. Yo hacía uno de los cómicos, el que se convierte en burro. Los otros eran Horacio Buscaglia y Santiago Introini. Mary da Cunha hacía Puck, que fue antológico, porque ella era de una responsabilidad rayana en la locura, y como lo que Villa le planteaba era muy exigente, iba a la pista de atletismo a entrenarse. El Flaco Denevi era Oberon, con el pelo bien largo y batido”.   ¿Usted es usted?: “Y en Buenos Aires nos fue tan bien, tan bien, que el Teatro Ift se llenaba todas las noches. Me acuerdo que había un pasillo, con camerinos de un lado y de otro, y de pronto sentimos una voz, después de la función. ‘Compañeros, ¿los puedo saludar?’. Era una voz enorme. Y yo salgo, así, como distraído, y quedé retratado contra la pared. ‘¿Vos sos Alcón?’, dije. ‘¿Le puedo dar un abrazo?’, me dijo él. Estaba conmovido. Nos dio un abrazo a cada uno del elenco. ‘¡Qué belleza esto que han traído!’, decía. ‘¡Qué maravilla!’. Y entonces, como nos daban de cenar en el propio teatro, le preguntamos a uno de la directiva del Ift si lo podíamos invitar a comer con nosotros. Estuvimos como cuatro horas charlando con él. Era un hombre de una extrema sencillez, entrañable. Fue inolvidable ese encuentro con él. Y dando vueltas estaba nuestra ‘embajadora’, que traía y llevaba gente, que mañana viene fulanito… Era China”.   El teatro como una forma del abrazo: “El teatro y la danza no tienen competencia. No podés competir con un espectáculo en vivo. Más allá de que me guste o no lo que voy a ver, siempre me voy con la sensación de que actuaron especialmente para mí. Eso es lo que el público recibe. Hay toda una cosa de conexión individual… Mirá, el médico traumatólogo que me operó de las dos caderas, el doctor Menéndez, es muy teatrero, y un día se me ocurrió preguntarle por qué le gustaba tanto el teatro. ‘¿Sabés lo que me pasa con el teatro?’, me dijo. ‘Me pasa que no puedo creer, cuando estoy sentado en la platea, que esos tipos que están ahí arriba se la tomen tan en serio… Y eso a mí me despierta curiosidad. Y además me desintoxica; me olvido del sanatorio, de las salas de cirugía’. Es muy linda esa respuesta. Y a otro médico, mi psiquiatra, el doctor Sobrero, le pasa que no va al cine jamás. Dice que no le gusta en absoluto, que lo que le gusta es leer y el teatro”.   Pepe stand up: “Cuando volví de Costa Rica, en 2014, un día agarro un diario que andaba por casa y empiezo a ver que todo ese fenómeno de conductores de fútbol, políticos, modelos y todo tipo de personas conocidas que hacen espectáculos unipersonales estaba en su esplendor. Antes de juzgar, me dije, voy a ir ver algunos de ellos. Porque capaz que me encuentro frente a genios. Bueno, no me encontré frente a ningún genio; los que vi eran mamarrachos. Y las temáticas que tocaban, una estupidez: el tamaño de los pechos de las mujeres, si fornicar de madrugada es más divertido que hacerlo por la tarde. Ese tipo de pavadas. Entonces pensé en escribir algo, para demostrarme a mí mismo, y en los hechos, que se puede entretener a la gente sin enchastrar la cancha. Y escribí esa cosa que se llama Paciencia y pan criollo. Estuve un mes en La Gringa, marchó fenómeno, y ahí puse en práctica una idea que le tenía ganas desde hacía tiempo, que era ir a las casas de la gente. Me pasé todo el año visitando casas y lugares chicos, actuando para diez o quince personas, a corta distancia. Es un espectáculo en el que cuento cosas que me han pasado en la vida, pero que no tienen mucha ilación. No es la historia de nada, pero cuento, hablo, miro a los ojos, nos reímos. Es un espectáculo a favor de la cultura”.   En defensa del guitarrero: “Hay un momento, por ejemplo, que me pongo a recordar un programa muy bueno de televisión que hacía Octavio Paz, en México. Una vez le dedicó dos programas a Pablo Neruda, y en un momento dijo algo así como ‘los malos poemas de amor de Pablo son versos de guitarrero; y los buenos poemas, los inspiró el marxismo leninismo’. A lo mejor tenía razón Octavio Paz; a lo mejor no. No discuto eso. Lo que me duele es que alguien use el término guitarrero como adjetivo descalificativo, ¿entendés? Porque yo nací en el campo. Hice los dos primeros años en escuela rural, a caballo, en Treinta y Tres. Mi padre era empleado de una compañía que manejaba un establecimiento ganadero enorme. Y más de una vez yo veía atravesar el campo a un hombre de a pie, con una guitarra al hombro, que se instalaba en el establecimiento, y a la hora de la cena, después de que los trabajadores volvían de sus tareas y se sentaban alrededor del fogón en la cocina, a esa hora le desgranaba sus melodías, sus polcas, sus milongas, sus valses criollos. Muchos de esos guitarreros cantan de maravilla. Y soy de la idea de que las zonas rurales del planeta están plagadas de esos músicos populares que mantienen la tradición, de generación en generación, de canciones que vienen andá a saber de qué época. Y bueno, en un momento digo esas cosas, y la gente escucha con emoción. Y digo que son cosas que tenemos que respetar, que cuidar”. Esperando a Vanessa: “En Paciencia y pan criollo inventé un personaje, un asistente, que lo hace -cuando puede- Emilio Pigot. Cuando el público está por entrar a sala, se oye una pelea, entre nosotros. ‘¿Por qué, por qué?’, grita Emilio, fuera de escena. ‘¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?’. ‘¿Qué te pasa?’, le digo yo. ‘¿Qué me pasa? ¿Y todavía preguntás? Pasa que no podés actuar así, en ese estado’. ‘¿Qué, qué?’. ‘¡Estás borracho, Pepe!’, y entonces sale hacia donde está el público, queriendo suspender el espectáculo, y yo salgo atrás, nos peleamos, y él se va, muy molesto. Ahí empiezo a contar cómo fue que a mí me vino la vocación por el teatro, la primera película que vi, todas esas historias. Y cómo soñé yo, en algún momento de mi vida, con hacer Hamlet. Entonces, todo eso pretexta para que en un momento cuente la historia de un viaje que hice a Londres. La vez que quise conocer personalmente a Vanessa Redgrave. Eso fue antes de casarme. Y bueno, el asunto es que me aprendí el monólogo de Hamlet en inglés y en español. Y fui a Londres. Ella estaba haciendo La gaviota, con entradas agotadas con dos meses de anticipación. Así que fui a la salida de artistas del teatro, y la esperé, y cuando ella salió, le lancé un discursito que yo me había aprendido en inglés. Y se lo dije: ‘Miss Redgrave, please. I came yesterday from Uruguay, a little country in South America’. Le dije que quería hacerle a ella el monólogo de Hamlet. Y ella, bueno, se sentó y dijo: ‘Well, do it, do it’, o sea, hágalo, hágalo. Y se sentó ahí, en un murito, muy sencilla Vanessa, así, y cuando fui a empezar, me dijo: ‘Pero en español, por favor’. Imaginate, yo, en Londres, recitando Shakeaspeare a Vanessa Redgrave. Y bueno, estábamos en eso. Entonces Emilio entra, como sacado, y me dice: ‘Dale, deciles de una vez el ser o no ser en inglés, así se divierten’. Y yo que le digo que no sea agresivo, que eso que escribió Shakespeare no es para reírse, entonces pido que bajen un poquito la luz y empiezo a leer una traducción que es maravillosa, que rescata el carozo del monólogo. Hay gente que incluso me pregunta si yo le he agregado cosas, de actualidad. Para nada, les digo; eso lo escribió Shakespeare hace 500 años. ‘El miedo a soñar nos vuelve cobardes, porque si no fuera así, quien podría tolerar este mundo como es, con la tristeza y el hambre de los que no tienen que comer, de las injusticias que los poderosos nos hacen padecer’”.   ***   En ese momento se interrumpe -esas cosas de la tecnología- la grabación. No me preocupa. Es un buen final, aunque no llegó al “ser o no ser”. Tengo ganas de darle un abrazo a Pepe. Se lo pido. Y mientras me lo da, ya en la puerta de su apartamento de la calle Juan Carlos Gómez, me cuenta de otro abrazo, cuando un espectador en Maldonado, hace apenas unas semanas, se le acercó emocionado y le dijo que era la primera vez que veía una obra de teatro en toda su vida. En el juego de “usted es usted”, se presentó como “el manicero”. Le dijo que tenía un regalo para darle. Y sacó un cono que Pepe se llevó como premio y fue comiendo, no sin lagrimear, en el viaje de vuelta a Montevideo.

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