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El Prado recibe al rock y a la tropical: Juntos pero no revueltos

La Rural del Prado será macroescenario, este fin de semana, para las nuevas ediciones de Montevideo Rock -viernes 1º y sábado 2-, festival que rinde tributo a la memoria de su histórica primera edición celebrada en 1986, y Montevideo Tropical -domingo 3-, que se realizó por primera vez en 2013. Los eventos son organizados en el marco de los Festivales de la Convivencia, iniciativa de la Intendencia de Montevideo.

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Por R.T. Y B.L. Con entradas agotadas hace varias semanas, la reedición de Montevideo Rock presenta su programación en dos escenarios. En el llamado Escenario Montevideo actuarán casi todos los exponentes más populares del rock local, todos ellos con varios años de trayectoria y mayor exposición mediática, como Once Tiros, La Trampa, Peyote Asesino, El Cuarteto de Nos, Buenos Muchachos, Buitres, La Vela Puerca, La Tabaré, Ruben Rada, Notevagustar. Y en el Escenario Pilsen se concentrarán algunas de las propuestas más interesantes de una escena musical dispar, más cercana a lo alternativo, como Franny Glass, AFC, Riki Musso, Hablan por la Espalda, Julen y La gente sola, Hermanos Laser, Alfonsina y Eté y los Problems. La jornada del domingo -que comenzará a las 14 horas-, en tanto, reunirá a una nutrida selección de exponentes de la movida tropical, con nombres como Conjunto Casino, Grupo Antillano, Majo y la del 13, el Gucci, el Fata y Los Fatales, Mario Silva, Sonora Borinquen, entre otros, cerrando la grilla Karibe con K con las figuras protagónicas de Gerardo Nieto, Yesty Prieto y otros cantantes emblemáticos que pasaron por la rica historia de la orquesta fundada por Eduardo Rivero. Paradojas de la convivencia Como territorio excepcional, los festivales anudan con singular eficacia el concepto de fiesta y de música, y a la vez escenifican distintas formas de articular identidades y un nudo de tensiones y conflictos sociosimbólicos, particularmente con lo establecido y normalizado. Esta realización puntual de Festivales de la Convivencia, el concepto que los motoriza, el de la convivencia, ejemplifica esas tensiones. Reúne en un mismo fin de semana dos campos musicales polarizados, que marcan notorias distinciones sociales, comportamientos del gusto, corporalidades, pero que no se mezclan en un marco institucionalizado, donde, además, lo festivo se disciplina con medidas sanitarias y de seguridad. En otras palabras, las tensiones del gusto, de los comportamientos acoplados a lo musical, que configuran las diferencias, son acotadas a grillas con dinámicas y días distintos. Juntos, entonces, pero no revueltos, lo que permite una lectura crítica de que no sería exactamente “convivencia” el término o concepto más feliz para definir al festival en lo relativo al cruce de géneros. No es una empresa fácil, pero podría haberse tomado un camino menos genérico y jugado al concepto “diversidad”, ya probado con buenos resultados -por ejemplo- en la Fiesta de la X en sus primeras ediciones, con el apoyo explícito del intendente Mariano Arana. La elección por una marca del pasado, en este caso el Montevideo Rock, en su saludable ejercicio de la memoria y la contracara de la resbaladiza nostalgia, es lo que lleva a una lógica difícil de manejar si lo que se pretende es algo más que sumar figuras, sin mayor riesgo curatorial. ¿Existe ese algo más o es apenas un tímido gesto de “convivencia”? Los caminos tomados por la organización llevan a pensar el éxito del festival en relación a cantidad de entradas vendidas y en impacto mediático más que en novedades artísticas o en convivencias que pueden resultar arriesgadas. Grillas y mapeos La grilla tropical se presenta, en una primera lectura, más integrada y abarcativa que la del rock. Se nota el esfuerzo del curador (Fata Delgado) por plantear un mapeo que rompa los límites territoriales de la plena montevideana, pero aun así es escasa la presencia de charangas, a excepción de Mario Silva y el giro que ha dado L’Auténtika dejando atrás su identidad en el pop latino. También se percibe un desequilibrio en el poco espacio dado a la “cumbia cheta” y a la nula presencia de cruces tropicales de otros sectores sociomusicales, como es el caso de las experimentaciones subtropicales de la escena electrónica, desde Campo a Lechuga Zafiro. Es contundente la grilla planteada, eso es indiscutible, en variantes de la plena uruguaya, desde Borinquen hasta Los Negroni, y también en el desfile de las principales figuras de la tropical, desde el romántico Dennis Elías hasta el legendario Martín Quiroga. La “convivencia” en el rock es más compleja. Si bien el festival apela a una revisión nostálgica del Montevideo Rock de 1986, que marcó a más de una generación y que devino ícono del género, también proyecta tensiones (y conflictos) que pulsan al interior de las dinámicas del mercado discográfico y de espectáculos. Y aquí pesa, sin duda, un criterio de jerarquización, siempre polémico aunque no siempre explicitado en los discursos. Por un lado, la programación reserva un espacio, distinguido como Escenario A, para aquellas propuestas con más trayectoria, peso en el mercado y exposición mediática. Por otro, está el Escenario B, con los no-tan-consagrados, los alternativos, los que no llenan estadios. Tal jerarquización parece inevitable. Porque lo festivo, en este tipo de acontecimientos, está regido, desde el pasado siglo, por las pautas y marcos regulatorios de la economía de mercado y las formas de producción industrial. Una faceta más de la fenomenología de la mesomúsica -como la denominaba el musicólogo argentino Carlos Vega- o de la música popular como campo de producción simbólica diferenciada de las músicas tradicionales y de las músicas cultas, sobre todo por sus modos de creación, circulación y recepción. Para complejizar ese cuadro, las dinámicas del rock y la tropical traen al juego de variables los conceptos de autenticidad e identidad, con todas sus contradicciones y cambios pautados por los cambios históricos y de contextos discursivos. Todo esto levanta preguntas interesantes, que reclaman otros análisis críticos que trasciendan la mera difusión de los eventos, sobre los sentidos que marcaron, por ejemplo, al primer Montevideo Rock, en la transición a la democracia, y los que gravitan en esta edición, cuando el género se ha impuesto como hegemónico y dejó hace muchos años su impronta contracultural y parricida. También cabría interrogar sobre el peso de lo político y de las instituciones del poder establecido en tales fenómenos, la incidencia de ideas sobre la oposición seguridad-inseguridad, la articulación entre el interés económico privado (el negocio) y las políticas culturales. ¿Cuál es el mejor formato para un festival o festivales musicales públicos, organizados o convocados desde la intendencia? Es un territorio complejo y apasionante. El camino tomado lleva a no pocos callejones difíciles de resolver, algunos ya mencionados en este artículo. Pero hay más para anotar en la generación de posibles debates. El discutible disciplinamiento festivalero de la tropical, por ejemplo, sacándola de su natural ambiente nocturno y “peligroso” para llevarla a un espacio “familiar” y dominguero, es un gran tema. El exacerbado carácter “chauvinista” de las grillas es otro tema a discutir. Y debe anotarse un tercero, que tiene que ver con la no inclusión de artistas por fuera de un radar rockero demasiado acotado: ¿y Fernando Cabrera, que en definitiva fue el artista uruguayo de mayor cartel en el primero Montevideo Rock? ¿Y posibles homenajes a Dino, o al Flaco Barral, o a Galemire o a Nasser? ¿Y las cruzas con el neofolklore, o con lo electrónico, o con lo afro?, ¿Y el cruce con la milonga? ¿Y los cantautores? ¿Y el rock de traza blusera como el de La Triple Nelson? ¿Y el metal? ¿Y el hip-hop, que mueve a decenas de artistas y se amplifica en amplios sectores sociales? ¿Y la generación indie de Esquizodelia? Son muchos “olvidos” o daños colaterales de una hegemonía, la del rock, que se ha vuelto poco permisiva con otras inquietudes artísticas. Debe tenerse claro que en políticas culturales, es tan importante lo que se hace como lo que se deja de hacer. Sería bueno que se profundizara, en futuras ediciones de esta bienvenida serie de Festivales de la Convivencia, en otras líneas que tomen mayores riesgos y estén menos implicadas con el mercado. Y que se tomen, por qué no, otros ejemplos bastante cercanos, como la exitosa experiencia de los festivales Música de la tierra, la dinámica que tuvieron los festivales de jazz de Mercedes o las ya mencionadas fiestas de la diversidad organizadas por X FM hace más de una década.

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