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Qué desencanto…

Por Alberto Grille.

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Yo los veo mientras mateamos en Melo, en las caras de los “viejos” herreristas, que frisan los ochenta años. También en los seguidores de la “ortodoxia del Viejo Herrera” y, con más razón todavía, en los “históricos” wilsonistas que andan en el entorno de los 60 y que conocí en el MUN y en la Parroquia Universitaria a fines de los años sesenta y principios de los setenta; después, en la Copona, sobre el final de la dictadura y los inicios de la democracia, y, más cerca en el tiempo, en la CGU y en el Movimiento de Rocha en los tiempos del plebiscito del “voto verde”. Cantidad de ellos detestan a los “nuevos blancos”, a los que ven con sus boinas inmaculadas y sus pilchas lujosas, a bordo de sus 4×4 en los boliches de moda y en la esquina de bulevar España y la rambla repartieron volantes y flameando banderas, en los días previos a cualquier acto electoral. No los consideran “blancos” en el sentido aguerrido y combativo que la palabra tuvo hasta el advenimiento y supremacía del aguerrondo-lacallismo. Es que los últimos caudillos del Partido Nacional fueron gente de otro estilo, “blancos como paleta de bagual” y convencidos de que en este país “naides debe sentirse más que naides”. Luis Alberto de Herrera (1897-1959), el Patricio según firmaba sus sueltos en El Debate, era, más allá de su neto sesgo conservador y de su triple identificación del país con el campo, del campo con el latifundio y del latifundio con un régimen semifeudal (según escribió Carlos Real de Azúa), un hombre de enorme cultura y versación. Por eso fue considerado “Padre del revisionismo histórico latinoamericano”, debido a su reivindicación del federalismo, y autor de innumerables artículos y 28 libros de importancia en nuestra historiografía, entre los que descuellan Por la Patria (que cuenta su participación en la revolución de Aparicio Saravia), La tierra charrúa, Desde Washington, La Revolución Francesa y Sudamérica, El Uruguay internacional, La clausura de los ríos, El drama del 65: la culpa Mitrista, La Misión Ponsonby, Orígenes de la Guerra Grande, y  La Seudo-historia para el Delfín. No voy a mentir diciendo que los leí todos, pero no escondo que algunos de ellos los devoré de cabo a rabo. Incluso alguno que me obsequió su nieto, Luis Alberto Lacalle. En sus tiempos mozos integró los “22 de Lamas”, participó en la Revolución de 1897, y estuvo en la Batalla de Tres Árboles.  Nombrado por Batlle y Ordóñez diplomático en Washington, renunció cuando se levantó Aparicio Saravia y devolvió los tres meses de sueldo que había cobrado por adelantado. Muerto Saravia, Herrera condujo su partido hasta su muerte, participando en el golpe de Estado de Gabriel Terra, pero debe reconocerse, como lo recordó Quijano en su famosa necrológica, que había perdido toda su inmensa fortuna en la acción política. En el curso de la Segunda Guerra Mundial se opuso y de hecho impidió que se instalara una base militar de Estados Unidos en nuestro país. Fundó diarios partidarios, hizo su carrera política desde abajo, fue un polemista nato aunque casi siempre defendió ideas que no comparto. Nació muy rico y murió pobre. ¿Se compara este guerrero –al que tanto combatimos y seguiremos combatiendo– con los pitucos, que viven en barrios privados, que le esquivan al calor y al olor del pueblo y que, como dijera Botana, no saben nada de lo que es un carro de chorizos, una barra de boliche o un coro de carnaval, mientras saltan en un tabla de surf en Tailandia o Indonesia? ¿Cómo no van a estar desencantados los “herreristas tradicionales” con estos chicos bien, a quienes ven como advenedizos? Mucho más claro resulta el desencanto de los wilsonistas con la actual dirigencia del Partido Nacional. Wilson Ferreira Aldunate (1919-1988), nacido en el seno de una familia de estancieros (aunque su padre fue un médico que murió en el ejercicio de su profesión), también inició su carrera política desde abajo, fue diputado y revolucionó el Partido Nacional desde los trabajos en la CIDE de 1963 a 1967, y con su acción como ministro de Ganadería y Agricultura en el segundo gobierno blanco del siglo XX. Desde ese cargo se convirtió en el único secretario de Estado que fue silbado por el auditorio de la Asociación Rural, al pronunciar en 1965 un discurso en el cual proclamó la necesidad de hacer una reforma agraria, que había sido diseñada en todos sus detalles. Un diputado de su propio sector de entonces (la lista 400) le dijo: “Si esta reforma tuya sale, correrá sangre en Uruguay, y la primera será la de tu familia”. Perteneciente al sector de los “blancos independientes”, antiherreristas y antiterristas, fue partidario abiertamente de la República Española y de la causa de los Aliados contra el eje nazi-fascista. Comenzó a militar políticamente junto al Dr. Carlos Quijano y fue amigo de Emilio Frugoni y de Rodney Arismendi. Se opuso férreamente al golpe de Terra-Herrera de 1933 y también al autoritarismo pachequista (1967-1972), al que le derribó tres ministros en sendas interpelaciones parlamentarias, a la emergencia cívico militar de 1972-1973 y al golpe de Estado del 27 de junio de 1973 encabezado por el entonces presidente colorado Juan María Bordaberry, con el apoyo de la mayor parte de los blancos aguerrondistas. En esa instancia partió al exilio con su hijo Juan Raúl y su esposa Susana Sienra, al igual que debieron hacerlo Zelmar Michelini, Enrique Erro, Rodney Arismendi, Enrique Rodríguez, Hugo Villar, Reinaldo Gargano, José Díaz y decenas de dirigentes, para continuar la lucha contra la dictadura fuera del país. En mayo de 1976 escapó por minutos de ser secuestrado y asesinado en Buenos Aires como sus amigos Zelmar Michelini y Héctor Toba Gutiérrez Ruiz, además de otros tres compatriotas. Partió entonces al exilio en Europa y testificó contra la dictadura uruguaya ante el Congreso de Estados Unidos, donde pidió el cese de la intervención estadounidense y logró que EEUU cancelara la venta de armas a Uruguay. Había fundado en 1969 su movimiento político Por la Patria, que derrotó a toda la vieja guardia conservadora del Partido Nacional, a quienes llamó “blancos baratos” y compareció a las elecciones de 1971 con un programa que impulsaba la reforma agraria, la nacionalización de la banca, la del comercio exterior y la inversión masiva en ciencia y tecnología. Fue derrotado por el pacheco-bordaberrysmo en elecciones denunciadas como fraudulentas, cuyas pruebas se consignan en varios libros. Sus militantes se templaron en las marchas y actos diarios contra el fraude electoral, a las que siguieron las marchas contra la emergencia militar y luego contra el golpe de Estado. Ferreira Aldunate firmó con Liber Seregni la declaración conjunta del Frente Amplio y el Partido Nacional que condenó el golpe de Estado del 27 de junio y la dictadura de él surgida, la que no fue suscripta por el Partido Colorado. En el exilio, donde yo lo conocí y traté bastante, coordinó esfuerzos de lucha antidictatorial con el Frente Amplio y fundó la Convergencia Democrática en Uruguay, que intentó ser un instrumento más de esa lucha conjunta. En diciembre de 1983, al triunfar Raúl Alfonsín en Argentina, retornó con su familia a dicho país para iniciar el retorno definitivo a Uruguay. A su regreso a Uruguay, el 16 de junio de 1984, fue detenido en el cuartel de Trinidad, mientras su hijo Juan Raúl era encarcelado en Paso de los Toros. Se lo mantuvo proscripto, preso y silenciado (la dictadura prohibió la salida de sus famosos casetes del cuartel) hasta el triunfo del caballo del comisario, que fue Julio María Sanguinetti, en las elecciones de 1984, “las más sucias de nuestra historia” según el Dr. Cascar Bruschera en su libro Las décadas infames. Pocos dudan que si Wilson hubiera podido competir en esa elección, la hubiera ganado largamente y otro gallo hubiera cantado, pero así fue. Prueba de lo dicho es que lo liberaron cuatro días después de realizada la elección. Tras la reinstitucionalización cojitranca de 1985, sin abjurar programáticamente de la reforma agraria y la nacionalización de la banca (que están en su programa de 1984), inició su campaña por la descentralización económica y administrativa del país y por la creación de una Corporación Nacional para el Desarrollo que contribuyera a reconstruir el país devastado por la dictadura neoliberal. En 1986, en el curso de la discusión sobre la amnistía a los militares impulsada por Julio María Sanguinetti, tomó la desdichada decisión –protestada por la mayoría de sus militantes– de apoyar una “ley de caducidad”, que no es amnistía, y que contiene el célebre artículo 4º, al amparo del cual han sido procesados y encarcelados los únicos militares y civiles de la dictadura (como Gregorio Álvarez, Juan María Bordaberry y Juan Carlos Blanco, José Nino Gavazzo y Jorge Silveira), lo cual ocurrió en el primer gobierno de Tabaré Vázquez. Poco tiempo después se le diagnóstico un cáncer. Tras una penosísima enfermedad, falleció el 15 de marzo de 1988, impulsando a sus seguidores más cercanos a seguir en el camino de la reforma agraria y la nacionalización de la banca, así como el combate a los gobiernos colorados. No me cabe duda de que si se le hubiera reconocido su victoria en 1971 o si hubiera ganado en 1984, hubiera gobernado conjuntamente con el Frente Amplio, ya que no podía hacerlo con los colorados pachequistas, sanguinettistas y jorgebatllistas que lo habían traicionado siempre. ¿Pueden los verdaderos wilsonistas, o los partidarios del estilo aguerrido y combativo, y de las medidas programáticas de Wilson, acompañar, no ya a Pompita y sus surfistas, sino incluso a los descafeinados opositores sine qua non al Frente Amplio que hoy se nuclean en una oposición dominada por un neoliberalismo al que siempre se opuso el líder, partidario del rol del Estado, de las empresas, de la banca y de la educación públicas? No tengo dudas de que quedan aún wilsonistas sinceros en el Partido Nacional, y menos dudo de la existencia de una sensibilidad wilsonista. Además, estoy seguro de que muchos blancos cuando  examinan su conciencia no pueden compartir el neoliberalismo que muestra el programa de esa colectividad política ni la falta de atributos guerreros contra los colorados, que los traicionaron y usaron siempre. Nada más fácil que explicar el desencanto de los blancos wilsonistas con la actual dirigencia perfumada del Partido Nacional.    

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