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Ser nena en el INAU

Por Marianella Morena.

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Caras y Caretas Diario

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La condición de ser y estar en un lugar y no en otro forma parte de las múltiples fragmentaciones, a veces clasificadas en víctimas y victimarios. Las personas y su afán por creer que ese metro cuadrado adquirido les confiere mayor poder (y cuando en este contexto digo “poder” me refiero a impunidad: hago lo que tengo ganas, sin que me importe nada). Es la condición humana con su menú de miserias al portador.

Con actos como esos pulverizamos la civilización de la que tanto nos enorgullecemos. Uso el plural porque nos hemos acostumbrado a no ver, a no oír, a no escuchar. El confort que necesitamos para no estresarnos, para tener un mejor día, para pensar en resolver las cosas pendientes. Dicho de otra manera: cultivamos la ausencia de solidaridad. Y eso no corre sólo para la derecha, los egoístas, los vanidosos, los ególatras. Eso nos incluye a todos porque la solidaridad no está para cuando las catástrofes evidentes nos desbordan o cuando se organizan torneos por causas que lo ameritan. La solidaridad es un músculo que debe ejercitarse a diario con lo que tenemos al lado. El discurso vacío está vencido. Debería tener fecha de vencimiento, porque es tan tóxico como comer pescado en mal estado, bañarse en playas contaminadas o beber agua que no es potable.

Pero no hablamos de esas construcciones tóxicas. ¿Por qué nos preocupa la salud bajo una sola perspectiva o bajo una sola lupa? Porque no somos humanitarios, ni humanistas, ni de izquierda, como decimos. Las palabras y sus valores son cuando la práctica, en alguna medida, nos permite dejar que lo nombrado tenga concreción. Dicho de otra manera: las palabras son aliadas pero no de un lenguaje falso. Las palabras deben ser responsables, uno no debe decir, hablar o enunciar para llenar un espacio o unos corazones. Las palabras ordenan, organizan, establecen puentes entre las personas, nos ayudan a construir la imagen de lo que no ha sucedido, pero sucederá.

Convengamos que el poder en sí mismo no es una herramienta nociva. Es más: todos los seres humanos la usamos y la tenemos en distintos niveles y por diferentes causas que van desde lo afectivo hasta lo económico, lo educativo, lo político. El poder está en la condición humana, pero eso no tiene nada que ver con el abuso –o, por lo menos, no debería–. Esa frontera que cruzo cuando nadie me mira y muerdo al inocente en medio de la noche. La vieja historia del lobo y el cordero.

Nos enteramos por la prensa de que un funcionario del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU) de Rocha abusa de dos adolescentes de 14 años a las que les brinda cosas a cambio de favores eróticos y prácticas sexuales. La situación es inimaginable. Es muy difícil, siendo uno ya adulto, hacer el ejercicio de ser esa niña de 14 años, con la anatomía de una mujer, y experimentar la violencia continua de estar en el lugar equivocado, abandonada por todos nosotros. Llegar desde lo racional a colocarse en ese cuerpo es imposible, pero también es imposible desde lo sensible y desde lo ético ser la más débil en la cadena de los débiles.

Un funcionario del INAU de 49 años sabe que puede hacer lo que tiene ganas porque lo ha hecho muchas veces, porque alguien lo hizo antes que él y varios lo harán después que él sin que pase nada. Nada. Nada en los nada de los nadie y de los que se creen alguien porque abusan. Esa cadena miserable, cuando ya ni el dolor duele ni la carne pesa. Todo se convierte en mercancía porque los cuerpos no valen igual cuando naciste en un lugar o en otro.

No vale lo mismo la niña del colegio caro que la adolescente también bonita, con deseos de ser mimada, vista y atendida, que tuvo la mala suerte de terminar en un lugar donde no es cuidada y protegida. ¿Se trata de eso? Un funcionario público al que todos le pagamos el sueldo es un perverso, un sádico, una mala persona, un delincuente y se burla en nuestras narices de nuestra ingenuidad. Porque sabe que estas son cosas que pasan y que han pasado, y que nadie hará mucho para que dejen de pasar.

Este ser que denigra la especie y el género no solamente se burla y abusa de las menores que tiene a cargo, sino de toda una sociedad. Pero no hay números rojos que llamen la atención, no está la rueda loca del dinero y sus agujeros negros que tanto nos preocupan. No. La ruleta rusa es de dos jóvenes sin nada apetitoso para escribir. No hay incendios económicos, entonces no hay jugo de noticia, no hay materia para la polémica o para debatir en las redes, para dedicarle tinta en editoriales. ¿A quién le importa el cuerpo de las adolescentes de 14 años del INAU? ¿Qué macho oriental con poder es capaz de ponerse en esos zapatos y en esas vivencias? El ejercicio de la empatía no es para cualquiera. No.

Quiero invitar a la clase política, a los que escriben sobre los servicios, la gestión pública y los escándalos, a los que piensan y a los que tienen la responsabilidad de la justicia humana en este pedazo del mundo. Los invito a ponerse un instante en ellas, en cada una de ellas, en la invalidez de no haber tenido la fortuna de ser querida y amparada por una familia. Los invito a situarse, a tener empatía, a pensar el infierno de la desprotección y la indefensión.

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