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Un testimonio imprescindible, se estrenó Wilson, de Mateo Gutiérrez

El cine y la cultura nacional acaban de recibir un aporte muy significativo; del mismo puede surgir una nueva corriente historiográfica que le haría mucho bien a Uruguay, necesitado de documentos sobre su verdadera historia reciente y de cómo esta contó con cantidad de ejemplos de “alta política” que convocaban masivamente a la gente, y sobre todo a la juventud, detrás de sus banderas de desarrollo y justicia social.

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Estamos ante el segundo filme de Mateo Gutiérrez, auspicioso realizador al que ya debemos D.F. (Destino Final) (2008), que fue una investigación sobre la vida y asesinato de su padre, el presidente de la Cámara de Diputados, Héctor Toba Gutiérrez Ruiz, secuestrado en Argentina en mayo de 1976 junto al senador Zelmar Michelini y otros uruguayos por un comando paramilitar binacional en el marco del Plan Cóndor. Ahora Gutiérrez encaró un proyecto que parecía imposible: resumir en un filme las claves de la trayectoria y proyecto político, económico y social de Wilson Ferreira Aldunate (1919-1988), el último caudillo blanco y, en opinión de muchos, el último que tuvo el país. El largometraje es un enorme mosaico que entrelaza piezas documentales relativas a la época y trayectoria de Wilson, con reportajes a personajes contemporáneos que se refieren a su persona. Hablan sus hijos Gonzalo, Babina y Juan Raúl Ferreira Sienra, su prima Marta Ferreira de Jiménez de Aréchaga, Jorge Batlle, Ignacio de Posadas, Luis Alberto Lacalle de Herrera, Carlos Julio Pereyra, José Pepe Mujica, Julio Marenales, Danilo Astori, Enrique Iglesias, Juan Martín Posadas, Walter Serrano Abella, Gerardo Caetano, Raúl Lago, Eduardo Platero, Luis Iguini y Esteban Valenti, entre otros. También aparecen los estadounidenses Edward Edy Kaufman y Louise Popkin, destacados militantes por los derechos humanos y parlamentarios que asistieron al célebre discurso de Wilson ante el Congreso, en Washington, en abril de 1976, en el que pidió que el gobierno de Estados Unidos (EEUU) dejara de intervenir en Uruguay, y que resultó en la enmienda Koch, que eliminó la ayuda militar a nuestro país. La música es de Los Olimareños y hay entrañables intervenciones de José Luis Pepe Guerra.   El todo y las partes La película tiene varias virtudes a destacar. En primer lugar, estamos ante un formidable trabajo de acumulación de información (filmes y entrevistas), editado con una precisión comparable al mejor Oliver Stone, el de JFK (1991) y Nixon (1995), que llevó cinco años en su realización. Logra el milagro de llevar al espectador al clima que se vivió en la “época heroica” de la política uruguaya reciente (1967-1984) con un Parlamento de personalidades excepcionales (como Luis Hierro Gambardella, Eduardo Paz Aguirre, Carlos W. Cigliutti, el propio Wilson, El Toba Gutiérrez, Dardo Ortiz, Washington y Enrique Beltrán, Zelmar Michelini, Juan Pablo Terra, Enrique Erro, Alba Roballo y Rodney Arismendi, entre otros) que fue derrocado por la “marea negra” golpista que inundó América Latina. Por ese Legislativo el pueblo uruguayo hizo una histórica huelga que duró 15 días y asombró al mundo. Hablamos de una época en que todos estos líderes discutían sus proyectos de país, “subían al poder ricos para bajar de él pobres” y eran rodeados y amados por el pueblo. La respuesta a esa entrega al servicio público de aquellos dirigentes políticos está en las muchedumbres militantes que aparecen filmadas, siguiendo llenas de entusiasmo sus ideas, en los tres partidos de entonces, el Colorado, el Nacional y el Frente Amplio. Otro mérito es, curiosamente, no recabar testimonios del entorno político más cercano a Wilson (el cual, por otra parte, ha desaparecido prácticamente en su totalidad), sino el de gente que no integró su grupo ni su partido. Así, tenemos opiniones que van desde la del exministro herrerista Ignacio de Posadas (que dice que el programa wilsonista de 1971, titulado Nuestro compromiso con usted, fue “un mamarracho hecho por unos contadores que andaban por ahí”, seguramente refiriéndose a Mario Bucheli y José Pedro Laffitte, integrantes de la CIDE, luchadores de fuste y próceres de la vida universitaria) hasta la de Serrano Abella, que afirma que “a diferencia de Saravia, Wilson sabía qué hacer para transformar Uruguay con criterios de estadista”, y brinda un testimonio impresionante sobre  la Ley de Caducidad. Impactan también los testimonios de Mujica, Marenales, Iglesias, Astori e Iguini, que se refieren, con sus matices, a los aportes de Wilson a la vida política de Uruguay. Lacalle y Jorge Batlle enfatizan en sus diferencias con Wilson. No aparece Julio María Sanguinetti, en un silencio estruendoso. Está tan ausente como su grupo de las luchas conjuntas entre el Partido Nacional y el Frente Amplio contra la dictadura de su correligionario Juan María Bordaberry, de quien fue ministro de Educación. Alguien lo nombra en el filme, diciendo que “Sanguinetti fue nefasto para el país”. También es de destacar que el largo rescata el proyecto nacional de Wilson, que incluía la reforma agraria, la nacionalización de la banca y del comercio exterior, y que sembró a su regreso las bases del Uruguay moderno, con las leyes de forestación, vitivinicultura y fomento de las formas de economía mixta, como la Corporación para el Desarrollo (la que él pensó, no la que se fundó, tarde y mal), orientadas a la independencia, el desarrollo y la justicia social. Hay una emocionante presencia de Zelmar Michelini, compañero entrañable de ideales y luchas, así como se sintió la cálida presencia de las familias de Zelmar y del Toba en el preestreno, al que también concurrieron la ministra de Educación y Cultura, María Julia Muñoz, y los precandidatos Luis Lacalle Pou y Jorge Larrañaga, entre otros dirigentes políticos. La película no esquiva temas urticantes como el pacto del Club Naval y la Ley de Caducidad. Al final, registra imágenes hasta ahora inéditas de la evolución del cáncer que se llevó a Wilson (numerosas personalidades médicas y no médicas señalaron en libros y reportajes que fue provocado por el disgusto que le causó la Ley de Caducidad) y de los mensajes de optimismo y unidad nacional que este, completamente devastado por la enfermedad, envió por TV al país todo (que “es y sólo es una comunidad espiritual”, como gustaba decir) hasta sus últimos minutos. El largometraje fue saludado con una cerrada ovación de pie de los asistentes (mayoritariamente blancos y frenteamplistas) al preestreno, y alguien gritó la sentencia gardeliana que reza: “¡No habrá otro igual, no habrá ninguno!”. Sin embargo, entre los asistentes, a la salida, reinaba un clima de tristeza. Tristeza por lo que fuimos, por lo que no fue y por los enfrentamientos y carencias que todavía subsisten. Este filme debería exhibirse en los centros de enseñanza superior, porque no es política electoral, sino que es historia. Hubo hace unos cuantos años un sistema político de hombres honestos e idealistas que convocaban al pueblo oriental detrás de banderas de desarrollo y justicia y que fueron derrotados varias veces por fuerzas reaccionarias. La historia del país luego siguió su rumbo sin ellos. Estamos ante una película histórica en más de un sentido.

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