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Tolerancia cero: una falacia autoritaria

Por Rafael Bayce.

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Caras y Caretas Diario

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Rige en Uruguay, desde hace una semana, la disposición que exige ausencia total de alcohol en la sangre de los conductores de vehículos. La medida, que no servirá casi para nada y molestará muchísimo el cotidiano de casi todos, es ejemplarmente lamentable por constituir un modelo de paternalismo autoritario. Es irracionalidad vestida de racionalidad. Es una muestra más de fundamentalismo institucional, sin soporte en datos nacionales e internacionales que sustenten la mejoría en la accidentalidad o en sus consecuencias como resultado de esas medidas.

Las políticas de «tolerancia cero», enfocando el problema en los conductores, son uno de los peores ejemplos de hipocresía políticamente correcta, al mismo tiempo que omiten, o barren debajo de la alfombra, los gastos gubernamentales e industrial-comerciales que sí deberían hacerse para realmente reducir las causas de la accidentalidad. Culpabiliza entonces a los usuarios protagonistas de accidentes, minimizando la responsabilidad de gobiernos y multinacionales de la industria automotriz.

Este tipo de medidas se suma a otras que intentan reducir las consecuencias (cascos, cintos, chalecos reflectivos, botiquines, sillas para bebés, ambulancias más próximas, números telefónicos de emergencia), que sin embargo –a la luz de los números de siniestralidad– terminan resultando apenas necesarios paliativos mientras no se toman medidas más útiles para enfrentar las verdaderas causas generadoras de muertes, lesiones, daños y costos.

Reducir la accidentalidad

Se llama accidentalidad –o siniestralidad– a la cantidad de accidentes vehiculares que se producen en un espacio-tiempo dado. Dichos accidentes tienen distinta gravedad dependiendo de su cantidad y de la calidad de sus consecuencias: muertes, lesiones, daños materiales y costos de muertes, lesiones y daños.

Las medidas que se vienen tomando en Uruguay se dirigen a mejorar el cociente de muertes, lesiones, daños y costos de los accidentes: cascos, cintos, chalecos reflectivos, números de emergencia, ambulancias más cercanas, helicópteros con panorama vial, sillas para bebés, botiquines. Pero esas medidas no impiden la madre de todas las consecuencias, la accidentalidad. Yo no criticaría todas las medidas tomadas para disminuir las consecuencias de la accidentalidad si se atacaran también las causas, algo mucho más importante para disminuir las consecuencias que el ataque solamente a las consecuencias. Se baldea el agua de una pérdida, pero no se cierra la canilla que inunda ni se reparan los defectos de la canilla. Se atacan consecuencias y no causas, lo que es posible y necesario, pero no se debería mentir a la población sobre la disminución de las consecuencias de la accidentalidad meramente al actuar sobre ellas. Se debería atacar profundamente las causas de la accidentalidad.

¿Cuáles son las causas de la accidentalidad que deberían ser atacadas para disminuir muertes, lesiones, daños y costos? Un simple examen del parque vehicular, en sostenido crecimiento en los últimos años en Uruguay, pone en evidencia varias causas de probabilidad de accidentes. La primera y obvia: la mayor cantidad de vehículos. Pero se suman otros factores. La variedad de vehículos que confluyen en las vías de tránsito, con diferentes probabilidades de consecuencias cuando impactan: motos con autos o camiones, por ejemplo, sin que haya sendas suficientes para reducir sus confluencias. El aumento de la velocidad de los vehículos y de la aceleración vehicular, ambos datos contrapuestos al menor aumento de la capacidad de frenado en relación con la velocidad y la aceleración. La falta de pasarelas que atraviesen las vías rápidas. La mala ubicación de anuncios carreteros desvía la vista de los conductores, distrayéndolos del tránsito. La escasa y pobre señalización de tráfico, con carteles en la carretera demasiado cercanos a lo que se quiere advertir a los conductores, o bien con carencia de reflectividad. Problemas de señalización en ciudades, con carteles tapados por vehículos mal estacionados, por árboles con ramas poco podadas o por otras irregularidades que llegan hasta lo insólito.

Otro factor de accidentalidad, increíblemente no incluido en la «tolerancia cero», es el de la falta de control de la ‘pastillemia’ adulta: tranquilizantes, euforizantes, ansiolíticos, antiinflamatorios, antidiarreicos, antieméticos, antifebriles y un largo etcétera de drogas, tienen efectos similares a los de los controlados y son consumidos –bajo receta médica– por muchas más personas que los consumidores de alcohol, marihuana y cocaína. Por último, un tema nada menor, que tiene que ver con la comunicación: la falta de un combate a la cultura del riesgo, que hace deseables la velocidad, la aceleración y el estatus derivados de la disposición de vehículos nuevos, más veloces y acelerados.

Si estos factores causales de la accidentalidad no son enfrentados, serán muy poco útiles las medidas que se tomen para reducir las consecuencias de la accidentalidad, como ha hecho, hace y parece que seguirá haciendo Uruguay.

El engaño de la tolerancia cero

En Uruguay, en más de 90 (93,4 por ciento) de cada 100 accidentes los conductores dieron negativo en los controles de alcohol en sangre, lo que muestra que la conducción con alcohol es un factor muy secundario en la producción de accidentes. Esto sin analizar hasta qué punto aquellos con alcohol en la sangre son responsables o corresponsables del accidente. Sancionarlos a priori, entonces, no tiene sustento. Menos aun la tolerancia cero, como veremos.

Otro dato: la accidentalidad uruguaya es cuatro veces superior a la de países que tienen tolerancia de hasta 0,3 (Alemania, Dinamarca, España, Francia, Finlandia, Italia). Estados Unidos tolera hasta 0,8 y tiene menos accidentes que Uruguay. Entonces, ni el alcohol parece un factor relevante en los accidentes (solo aparece en siete de 100) ni la magnitud de la intolerancia a su uso resulta en menor accidentalidad, ni su presencia prueba responsabilidad mayor en los accidentes. Son otros los factores más relevantes, los que listamos como causas de la accidentalidad, y respecto de los que no se hace nada.

En Uruguay, sólo 5,8 por ciento de los accidentados presenta más de 0,3 y sólo 0,9 por ciento, o sea uno de cada 100 presenta menos de 0,3. Es ridículo lo que se reduciría la accidentalidad con la tolerancia cero, sobre todo teniendo en cuenta las multas, incautación de libreta, problemas familiares y laborales consiguientes, revoluciones de llamadas y arreglos para que un cura que tomó vino del cáliz o cualquier persona que haya comido un bombón con licor, o tomado una copa de vino, o una salsa con tinto, un sambayón de isla flotante, no amenacen la seguridad vial con esas brutales transgresiones. ¡Qué falta de sentido común, de balance de costos y beneficios de las medidas tomadas! ¡Qué fundamentalismo supermánico tan paternalista y autoritario, como para complicarles el cotidiano a todos en aras de una insignificante reducción de la probabilidad de las consecuencias de la accidentalidad! Y además, ignorando los factores más necesarios para hacerlo con mayor seriedad y menor bulla.

Voracidad gubernamental

Todas las medidas que podrían reducir la causalidad de la accidentalidad (parque vehicular, variedad, velocidad y aceleración mayores que frenado, sendas según vehículo, pasarelas de cruce, control de los anuncios viales) son carísimas y de responsabilidad gubernamental, y atacarían los intereses de las multinacionales industriales y comerciales de los vehículos, combustibles, talleres, repuestos, seguros y paramédicos. En cambio, cintos, cascos, sillas, botiquines, ambulancias y números de ayuda implican radicar los costos de la reducción de las consecuencias de la accidentalidad en los civiles y no en los gobiernos, aumentando las recaudaciones y los ingresos extrapresupuestales de los que controlan las prohibiciones, y haciéndole creer a la gente que esto es lo esencial para mejorar la accidentalidad y sus consecuencias y no las medidas que los gobiernos deberían tomar contra las causas de la accidentalidad, y no sólo ni principalmente contra las consecuencias (que, repetimos, estarían bien si no faltaran las otras). Y que no se diga que hay abundantes números internacionales que apoyan las medidas tomadas, porque hay tantos o más que muestran su irracionalidad y falacia; y trabajos de científicos sociales que critican esas cifras y esas medidas desde hace más de treinta años.

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