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Cuestiones de representación.

El voto que el alma pronuncia

Entre la integración y la representación de los partidos Políticos en Uruguay, hay una delgada línea que se suele atravesar a la hora de engolados discursos, autoproclamándose representantes de todos los sectores de la sociedad, justificándose en la condición policlasista de las huestes partidarias. Sin embargo, a la hora de proponer, impulsar, acompañar y finalmente levantar o no la manito en el Parlamento, el alma pronuncia los intereses de clase que realmente se representan.

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Por Ricardo Pose   Desde aquella lejana asamblea nacional de jacobinos, girondinos y la llanura de la Revolución francesa, no hay republicanismo que sobreviva indiferente a la tensión de los intereses de clase que cada sociedad alberga. Visto desde la presidencia del Senado, si el mapa político de Uruguay se distribuyó por la ocupación de las bancas, parece acertado que el Partido Nacional esté ubicado a la derecha y un dislate que el Partido Colorado y el novel Partido de la Gente estén en la ultraizquierda.   El ritual de los trajes con “clase” A los legisladores de los partidos Nacional, Colorado, Independiente y de la Gente, el “uniforme parlamentario” les queda “Introzzi”; asumo que la tradición de un Parlamento de doctores, que retozaban entre juzgados, escritorios y las bancas parlamentarias, necesitaba de ese fenotipo de trajes y corbatas para sostener, aparentar y demostrar que se pertenecía al estilo “fino y elegante” de la sociedad. Y antes que algún atento lector me enmiende la plana, no sólo abogados, claro, también médicos, empresarios, gerentes, en ese ritual occidental de “enfundarse” para reconocerse como perteneciente a la cúspide de la pirámide social. A estos políticos apadrinadores, acomodadores de empleos, macanudos y campechanos, la pulcritud de su encorsetada vestimenta les brinda “la distancia y la altura” que los erige en seres privilegiados y con poder.   El discurso, la charla y la firma La atenta lectura de las actas parlamentarias, de la actuación legislativa, de los proyectos de ley presentados, es el mejor historial que permite reconocer el inconfundible sello de clase; en los discursos públicos, se hará mención a la importancia de generar fuentes de empleos, de atraer inversiones, de la cultura del trabajo, de la dignidad personal que genera el mismo, de la mejora del salario, de la igualdad de oportunidades para grandes y pequeños empresarios; en la charla mano a mano con los empresarios, comerciantes, gerentes, se asegurará no acompañar la ley de ocho horas para el trabajador rural, los convenios colectivos, los fueros sindicales, seguir sosteniendo económicamente políticas sociales. Y lejos del compromiso que debería generar lo manifestado en actos públicos, con las barras vacías, ese compromiso con las minorías poderosas de siempre se refrendará con el voto negativo a todas estas medidas. El programa de la derecha es el mismo de siempre; aunque no les alcance para establecer un frente político común (por ahora), porque les pesa la historia, por que los colorados representan los intereses de los comerciantes y empresarios urbanos en general, los nacionalistas de los rurales, el libreto ya lo tienen escrito, está en el ADN de su colectividad política, y en ese sentido, antropológicamente es bien interesante observar cómo se sostiene la misma pasión para defender esos intereses de clase minoritarias desde el empresario agrícola Sebastián Da Silva hasta la diputada Gloria Rodríguez. Cierto es que es viejo error del progresismo sostener mecánicamente que los pobres son de izquierda; es el ejemplo por el contrario entre integrar y representar; esa mirada universitaria y de clase media sobre la pobreza y la desviación ideológica del pobrismo. Quizás esta sea una, no la única, causa que explique por qué la izquierda ejecuta y lleva adelante políticas sociales desde el Ejecutivo y el Legislativo y no logre sostener el vinculo cotidiano y amplio con los sectores favorecidos; aquello de generar consumidores, el acceso a bienes de consumo y no ciudadanos; y por qué estos partidos políticos de la reacción sostienen algunas adhesiones en sectores populares (en esa organización política territorial, copia legendaria de los “punteros” argentinos), aún empobrecidos, o con esa “sensibilidad a flor de piel” en sectores no incluidos por su demanda constante, aquejados por importantes problemas de salud, por pensiones y jubilaciones bajas, en general, por años de no aportar al BPS. Sin dudas, Tabaré no se equivocó cuando propuso como el buque insignia del nuevo período de gobierno el Sistema Nacional de Cuidados. Es lo que me permito disentir fraternalmente con el “orejano” Fernando Amado; mezclados los intereses de clases como carne para chorizos en la colectividad colorada, esa mezcla sólo da chorizos; es una ilusión, refrendada por la historia, aspirar a que se convierta en pancho. Ojalá el tiempo le dé la razón a Amado y el batllismo vuelva, retorne, a su “nicho político partidario”.   Manitos alzadas, puños crispados La derecha brama exigiendo seguridad pública; golpea con el canto de sus puños las bancas ante el asesinato, como siempre injusto, de un ciudadano, pero no levanta sus manos para apoyar las políticas públicas del Ministerio del Interior. Sus manos son una ola inconfundible contra toda iniciativa que atente contra cualquier privilegio de clase, enunciado como respeto a la Constitución y al sistema democrático y republicano. Para ellos, el resultado de las urnas es un “accidente”, un episodio puntual que no altera el curso de la historia. Capaz, en este punto, algo de razón les asiste en tanto las fuerzas progresistas acceden al gobierno pero no al poder. Tiene un discurso muy aceitado para los titulares de prensa, aunque es cierto que todo el sistema político -esto incluye a la izquierda, claro- ingresó en el esnobismo de la “militancia política en y para las redes y la prensa”.   Al árbol lo conocerás por sus frutos” Lejos de las aburridas sesiones ordinarias del Parlamento, ajena a la cotidianeidad del microuniverso de mármol, la población deberá enfrentar una nueva campaña electoral. Esta en particular tendrá un ingrediente nada despreciable para la política de desgaste contra el oficialismo llevada adelante por la oposición: contar a su favor con el antecedente institucional de la renuncia de un vicepresidente (hecho político que cualquier democracia representativa y republicana viviría como un síntoma de buena salud). La política uruguaya no se caracteriza por  utilizar en sus debates la gestión de los partidos en la oposición; pero ya que tantas cosas han cambiado, cuando “todos” se presenten a la población como los paladines de la Constitución y defensa de los intereses de la nación, ya que votar implica la “renovación o no del contrato legislativo”, sería una práctica diría que hasta sana para la democracia un balance de las actuaciones parlamentarias de los legisladores. Nada nuevo, claro; habrá, en el caso de los legisladores de la oposición, palmas de los grandes empresarios, deditos para arriba de los banqueros privados y gerentes, guiñadas cómplices de especuladores y agiotistas, sonrisas adulonas de súbditos y caricias de espaldas de los ingenuos, la siempre peligrosa acumulación electoral del “voto por descarte” de los indiferentes de siempre; abucheos y miradas de reprobación de los pequeños y medianos productores, empresarios de visión nacional, inversores extranjeros honrados y serios, de los trabajadores y de los estudiantes, de los jubilados y pensionistas que aportaron por sus años de trabajo aportados, de los rescatados de la indigencia y la pobreza, de los que perdieron la ingenuidad en base a tanta lágrima derramada. La historia contará que cuando Uruguay vivía sus primeros gobiernos progresistas y la economía iba con viento de cola, ellos no votaron la distribución del ingreso y la riqueza, y que cuando el viento de cola amainó, siguieron sin seguir votando.  

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