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2018, el año de las izquierdas posibles en América Latina

Los nueve años transcurridos entre 2009 y 2017 han dejado una contraofensiva conservadora contra los gobiernos progresistas de la región. Los diferentes proyectos progresistas, de izquierda y/o nacional-populares, que se incorporaron al ciclo abierto por el expresidente venezolano Hugo Chávez en 1998, llegaron a acumular al mismo tiempo 11 gobiernos en el conjunto de América Latina y el Caribe.

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Por Katu Arkonada   Sin embargo, el golpe de Estado contra Manuel Zelaya en Honduras en 2009, el golpe parlamentario contra Fernando Lugo en Paraguay en 2012, el impeachment contra Dilma Rousseff en Brasil en 2016 y la victoria electoral de Mauricio Macri en Argentina (el único gobierno de izquierda perdido en las urnas) lograron cristalizar parcialmente el intento de restauración conservadora. Si a ello le sumamos la manipulación informativa que se da contra los gobiernos actuales, como Venezuela o Bolivia, y la persecución judicial contra exmandatarios como Lula Da Silva en Brasil y Cristina Fernández en Argentina, el panorama se complica. Más aun si se añade que en ocasiones ni siquiera hace falta que la derecha llegue al poder mediante la vía electoral o el golpe, sino que los propios sucesores de los grandes líderes se convierten en caballos de Troya, como es el caso de Ecuador, donde el gobierno de Lenín Moreno ha destituido al vicepresidente Jorge Glas y maniobra en el ámbito político electoral para impedir una futura reelección de Rafael Correa. Los últimos meses de 2017 sintetizan la nueva etapa del ciclo progresista en América Latina: fraude electoral descarado en Honduras; indulto a Alberto Fujimori por parte del actual presidente peruano, Pablo Kuczynski, cuestionado tras haber recibido cantidades millonarias de la constructora brasilera Odebrecht; y la victoria de Sebastián Piñera en Chile, a pesar de que el conjunto de centroizquierda había superado 50% de los votos en primera vuelta, en un país que mantiene vigente la Constitución del fallecido dictador Augusto Pinochet. En todos los casos citados podemos encontrar motivos estructurales y debilidades de los gobiernos progresistas que han sido explotadas por la derecha para hacerse con el poder: un Estado heredado del neoliberalismo que sólo ha sido reformado parcialmente y que cuenta con una institucionalidad débil en general; ausencia de un partido que controle el territorio y, en muchos casos, sustitución del partido por el Estado; falta de formación política y de cuadros dirigentes; corrupción inherente a cualquier espacio de poder, amplificada por los oligopolios mediáticos; incapacidad para construir herramientas que disputen la batalla mediática en igualdad de condiciones; y un largo etcétera de debilidades lógicas en procesos que rondan la década de existencia y que, al contrario que la revolución cubana, no tiraron abajo el Estado para construir uno nuevo, sino que construyen sobre los cimientos del anterior. Y a veces los cimientos son más sólidos de lo que parece. Sin embargo, y a pesar de la necesaria autocrítica que debe hacerse, todos estos procesos lograron, en mayor o menor medida, recuperar el Estado de la devastación neoliberal y avanzar hacia un escenario de derechos y justicia social, redistribuyendo la riqueza y reduciendo la desigualdad.   Seis procesos electorales en 2018 El año que comienza va a ser fundamental para determinar si se logra remontar y consolidar el ciclo progresista en la región, o la vieja/nueva derecha avanza posiciones y conquista más espacios de poder, en este caso, alguno de los seis gobiernos que serán electos durante los próximos 12 meses. Costa Rica el 4 de febrero, Paraguay el 22 de abril, Colombia el 27 de mayo (con una más que posible segunda vuelta el 17 de junio), México el 1º de julio, Brasil el 7 de octubre (la posible segunda vuelta sería el 28 de ese mismo mes) y Venezuela con una fecha por definir, pero antes de abril, son los seis escenarios de disputa geopolítica electoral para 2018. También en El Salvador el 4 de marzo se realizarán elecciones municipales y parlamentarias que pueden ser un indicador de la fortaleza del FMLN de cara a las presidenciales de 2019. Si bien serían importantes los triunfos del Frente Amplio (centroizquierda) en Costa Rica y en Paraguay de la Alianza (Ganar) entre el Partido Liberal Radical Auténtico (pone el candidato a presidente Efraín Alegre) y el Frente Guasú de Fernando Lugo (coloca a Leo Rubín como candidato a vicepresidente), probablemente son las otras cuatro elecciones presidenciales (sumadas a las de Bolivia, Argentina y Uruguay en 2019) las que van a determinar el rumbo de la región en los próximos años.   México: ¿la tercera es la vencida? Por su locación geopolítica, el país que muchos califican como frontera sur de los Estados Unidos, nunca gobernado por la izquierda, es la elección más importante de 2018 para nuestra América. También para México es probablemente la elección más importante de su historia electoral, pues además de la presidencia de la República, el 1º de julio se eligen 128 senadurías, 500 diputaciones y nueve gobernaciones (entre ellas una fundamental, como es la de la Ciudad de México), además de centenares de cargos locales. Y por tercera vez Andrés Manuel López Obrador, el candidato de una amplia alianza con raíces en la tradición del nacionalismo revolucionario de Benito Juárez, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas, además de la izquierda del PT, y un sector de la derecha como el PES (Partido Encuentro Social), se presenta como favorito en todas las encuestas para ganar una elección en la que puede pesar más que nunca el descontento ciudadano hacia la clase política tradicional. Enfrente tendrá a José Antonio Meade, postulado por el PRI, que ha tenido que recurrir al candidato menos priista de todos sus candidatos (un tecnócrata que ha tenido altos cargos en diferentes administraciones del PRI y del PAN). El tercero en discordia es Ricardo Anaya, candidato de una coalición antinatura entre la derecha del PAN y la exizquierda del PRD, que, después de enterrar el proyecto histórico para el que nació, va de acompañante del partido de Vicente Fox y Felipe Calderón. El mayor peligro es que logre instaurar en el electorado no politizado el mensaje de centralidad frente a los “extremos”, el PRI y Morena. También es necesario destacar la presencia de otros candidatos y candidatas, como Marichuy, la vocera del CNI y EZLN, que a pesar de que previsiblemente no logre reunir las firmas necesarias para poder postularse, es importante el recorrido que está haciendo por el país, llevando la voz de los sin voz. Quienes sí parece reunirán las firmas para presentarse como candidatos independientes son la expanista y esposa de Felipe Calderón, Margarita Zavala, y el expriista y gobernador de Nuevo León, Jaime Rodríguez, el Bronco. Los porcentajes de votación que puedan arañar estas candidaturas independientes podrían ser determinantes para el resultado final. El escenario de la contienda electoral no es sencillo. Un gobierno en horas bajas acosado por escándalos de corrupción y malversación de fondos públicos durante todo el sexenio; una renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Tlcan) entre México, Canadá y la administración de Donald Trump, favorable incluso a romper el acuerdo; violencia estructural, con el narco cada vez enraizado en la economía mexicana y 40 periodistas asesinados durante el sexenio de Peña Nieto; y una Ley de Seguridad Interior que permite entregar el control de la seguridad interna a las Fuerzas Armadas en un escenario de, por ejemplo, protestas populares ante un posible fraude electoral al más puro estilo Honduras. Ante eso, López Obrador se ha rodeado de un equipo en el que destacan varios nombres como Esteban Moctezuma, exsecretario de Gobernación de Zedillo; Víctor Villalobos, denunciado por Greenpeace y otras organizaciones por ser un hombre de Monsanto y los transgénicos; o su coordinador de programa y estrategia de campaña, Alfonso Romo, empresario vinculado en el pasado con Pinochet. La apuesta es clara: pragmatismo para ganar (y, sobre todo, que las elites económicas que gobiernan México y Estados Unidos permitan hacerlo) sin sacrificar el horizonte del proyecto político. Un gobierno de López Obrador, aun desde la moderación, que combata frontalmente la corrupción, afronte de verdad el problema del narcotráfico, redistribuya la riqueza, mejorando las condiciones materiales de los sectores populares, y recupere la soberanía en política exterior sería un importantísimo avance para toda América Latina y el Caribe.   Brasil: ¿elecciones sin Lula? Todo parece indicar que, tras el impeachment contra Dilma, y después de meses en los que Lula aparece primero en todas las encuestas, el 24 de enero se va a consumar el golpe parlamentario, judicial y mediático, si, como todo parece indicar, Lula es finalmente condenado (sin una sola prueba) en segunda instancia, y, por tanto, inhabilitado para volver a postularse como candidato. En ese caso, el PT y sus aliados de izquierda, como el PCdoB, tienen la tarea de ganar con otro candidato o candidata que no sean Lula o Dilma, con la enseñanza aprendida de que si llegan de nuevo al gobierno, no se puede pactar con las elites económicas ni el agronegocio esperando que no te traicionen. Todo ello en un escenario de alta complejidad social, en el que el segundo candidato con mejor intención de voto es Jair Messias Bolsonaro, un exmilitar de ultraderecha, la versión brasilera de Trump o Le Pen.   Venezuela: ofensiva chavista El año 2017 ha sido el de la contraofensiva chavista, en el país donde la lucha de clases se expresa de manera más descarnada en forma de chavismo contra antichavismo. Ya ha sido anunciado por la Asamblea Constituyente que las elecciones presidenciales serán antes de abril y el actual presidente Nicolás Maduro será el candidato del chavismo. La victoria en las sucesivas elecciones, Asamblea Constituyente, gobernaciones (19 de 23) y alcaldías (más de 90% para el PSUV y fuerzas aliadas), así como la fragmentación y división opositora (entre quienes apuestan por el diálogo y quienes lo hacen por la violencia) permiten avizorar un escenario de recuperación para el chavismo. Aun así, garantizar la cohesión de las Fuerzas Armadas, lucha frontal contra la corrupción y, el mayor desafío de todos, recuperación económica después del terrorismo político, económico y mediático sufrido por la Revolución Bolivariana tras la muerte de Chávez son los principales desafíos de un proyecto que seguirá teniendo a Nicolás Maduro al frente.   Colombia: consolidar la paz Mientras tanto, en Colombia se juega mucho más que la presidencia del país. En las primeras elecciones tras los Acuerdos de La Habana, la antigua guerrilla de las FARC-EP, ahora Fuerza Armada Revolucionaria del Común, se presenta a unas elecciones que no va a ganar, pero en las que es necesario posicionar el discurso de la paz y la exigencia de cumplimiento de los acuerdos. Suman más de 30 excombatientes de las FARC-EP asesinados desde la firma de la paz y pervive un largo número de acuerdos todavía por cumplir en esta fase de posconflicto. En ese escenario, son numerosos los candidatos que se presentan a las elecciones y todavía es más que incierto el desenlace. El peor escenario posible sería una segunda vuelta entre el candidato del uribismo, Iván Duque, y el exvicepresidente de Santos, Germán Vargas Lleras, que ha mostrado públicamente su discrepancia con algunos puntos de los Acuerdos de La Habana. Esa circunstancia sería ciertamente peor que las anteriores elecciones presidenciales, cuando hubo que escoger entre el uribista Zuluaga, y el exministro de Defensa de Uribe y actual presidente, Juan Manuel Santos. Otro escenario podría ser el de Vargas Lleras, apoyado por el uribismo, frente a una alianza más amplia, como la que se está conformando en torno al exalcalde de Medellín y exgobernador de Antioquia, Sergio Fajardo, con el apoyo del Polo Democrático y el Partido Verde (Jorge Enrique Robledo y Claudia López serían candidatos al Senado por la Coalición Colombia). En este contexto, será determinante el discurso y el porcentaje de votos que puedan obtener en primera vuelta no sólo las FARC, sino otros candidatos, como el exjefe negociador de Santos en La Habana, Humberto De La Calle, avalado por el Partido Liberal, o la defensora de los derechos humanos Piedad Córdoba, que ha reunido las firmas necesarias para ser candidata independiente, así como Gustavo Petro, exalcalde de Bogotá, que podría terminar sumándose al bloque de Fajardo.   Las izquierdas posibles En la mayor parte de los escenarios electorales que hemos repasado, las candidaturas son la izquierda posible en cada lugar y momento histórico. Con excepción de Cuba (cuya Asamblea Nacional del Poder Popular también escogerá presidente de la República el 19 de abril), donde 59 años después de su triunfo, se sigue construyendo una revolución socialista, en el resto de América Latina, única región en el mundo donde se construyen escenarios posneoliberales, es necesario seguir apoyando las alternativas posibles de izquierda para hacer frente al auge, en otras parte del continente y el planeta, del populismo de derecha que legitima las políticas criminales de Estados Unidos y la Unión Europea; en lo económico, terminando de desmontar, con la complicidad de la socialdemocracia, las conquistas sociales de la clase obrera; y levantando muros, físicos o mentales, que legitiman el racismo y la xenofobia. Todo ello amparado en un brazo armado, la OTAN, que abre paso al saqueo de los recursos naturales de los países de Medio Oriente, provocando un círculo vicioso de bombardeos, muertes, migraciones y más muertes en las fronteras, como la invisible del mar Mediterráneo. Mientras tanto, el desafío para estas izquierdas posibles es el de construir alternativas al capitalismo en el ámbito económico, en el que la apuesta es la “uberización” de la economía, la desregularización total de la misma (excepto cuando necesiten al Estado para desmontar las conquistas del ciclo progresista); pero, sobre todo, construir alternativas en el ámbito cultural, disputar la hegemonía en el mismo (y en el mediático) para construir pueblo y no ciudadanos consumidores diluidos en la falsa ilusión de la clase media. Todo ello en un mundo devorado por el penúltimo intento de Estados Unidos por mantener su hegemonía y en el que la victoria de Trump (que, a pesar de las amenazas vía Twitter y su vergonzosa política hacia Cuba o Palestina, hasta el momento ha provocado menos guerras que Obama y Hillary Clinton) sólo es un síntoma de la época que nos ha tocado vivir y de una enfermedad llamada capitalismo.

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