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Rosa, Rosa tan maravillosa

A 100 años del aniversario del asesinato de Rosa Luxemburgo

Berlín, 15 de enero de 1919, durante la noche, Rosa Luxemburgo era detenida. Una mujer indefensa con cabellos grises, demacrada y exhausta. Una mujer mayor, que aparentaba mucho más que los 48 jóvenes años que tenía.

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Por Víctor Carrato

 

“El 15 de enero, una sección de soldados detuvieron a Karl Liebknecht y a Rosa Luxemburgo hacia las nueve de la noche […] De nada sirvió un intento de dar nombres falsos, porque los soldados sabían perfectamente de quiénes se trataba”, anota J.P. Nettl, el biógrafo más importante de Luxemburgo.

Los llevaron al hotel Edén, cuartel general de una de las divisiones paramilitares de los Freikorps -veteranos del ejército del Káiser- en el centro de Berlín.

Según documenta Nettl, un capitán de ese cuerpo, Pabst, declaró mucho después que los Freikorps “tenían pleno apoyo de Noske”, miembro del gobierno socialdemócrata y comisionado del pueblo encargado de los asuntos militares. Gustav Noske fue un político alemán socialdemócrata que se convirtió en el primer ministro de Defensa de Alemania entre 1919 y 1920, durante la República de Weimar.

El gobierno socialdemócrata había hecho un acuerdo con los Freikorps para reprimir la insurrección liderada por los espartaquistas. Cuando Liebknecht y Rosa salieron por la puerta, uno de los soldados que la rodeaban le obligó a seguir a empujones y la multitud burlona y llena de odio que se agolpaba en el vestíbulo del hotel Edén saludó con insultos.

Para entonces casi habían alcanzado la puerta trasera del hotel. El soldado le asestó un segundo golpe en la sien. Un soldado les propinó un culatazo de rifle en la cabeza, sus cuerpos fueron arrastrados y rematados a tiros. Poco antes, el soldado había derribado a Karl Liebknecht con la culata de su fusil.

Hacía poco que el coche había arrancado cuando le dispararon un tiro a quemarropa. Se pudo escuchar en el hotel. El cadáver de Rosa fue lanzado desde un puente a las oscuras aguas del río, donde fue encontrado recién tres meses después. Con el asesinato de estos dirigentes -poco después será asesinado también Leo Jogiches, otro de los líderes del naciente Partido Comunista Alemán-, la represión del Estado bajo el gobierno socialdemócrata buscaba liquidar la revolución de los consejos en Alemania y aislar la Revolución rusa.

Pocos meses después, el 31 de mayo de 1919, se encontró el cuerpo de una mujer junto a una esclusa del canal. Se podía reconocer los guantes de Rosa Luxemburgo, parte de su vestido, un pendiente de oro. En 1999, una investigación oficial concluyó que las tropas de asalto, que habían recibido órdenes y dinero de los gobernantes socialdemócratas fueron los autores materiales de su muerte y la de Karl Liebknecht.

Un crimen de de la socialdemocracia dicen algunos. Fue el quiebre entre socialdemócratas y comunistas, sea como sea.

 

Los espartaquistas

Karl Liebknecht ganó reconocimiento mundial por haber sido el único hombre que en 1914 tuvo el coraje de levantar su voz en la tribuna del Reichstag alemán contra la burguesía y su guerra, al mismo tiempo que se enfrentaba al patrioterismo de los diputados de su propio partido. Rosa Luxemburgo no podía hablar en esa tribuna porque, como mujer, no tenía derechos electorales. La Segunda Internacional se había convertido en un “cadáver maloliente”, dijo Rosa Luxemburgo, al apoyar los créditos de guerra en el Reichstag, el 4 de agosto de 1914. Ese mismo día se reunía en casa de Luxemburgo un reducido número de camaradas que resolvieron emprender la lucha contra la guerra y contra la política belicista de su propio partido.

Este fue el comienzo de la rebelión que cerró filas bajo el nombre de Spartakus. Clara Zetkin dio su apoyo desde Stuttgart y Karl Liebknecht no tardó en unirse a ellos. Su profunda amistad con Zetkin, organizadora del movimiento de mujeres socialistas, la acompañó toda su vida. Aunque nunca aceptó la propuesta de la dirección del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) de dedicarse exclusivamente a la cuestión femenina, escribió sobre las mujeres trabajadoras y apoyó firmemente el trabajo feminista socialista de Clara. Cuando la sacudida de la Revolución rusa impacta directamente en Alemania, en 1918, con el surgimiento de consejos obreros, la caída del káiser y la proclamación de la República, Rosa aguarda impaciente la posibilidad de participar directamente en ese gran momento de la historia.

El gobierno queda en manos de los dirigentes de la socialdemocracia más conservadora, Gustav Noske y Friedrich Ebert, dirigentes del SPD -este partido se había escindido con la ruptura de los socialdemócratas independientes, el USPD-. En noviembre de ese año, el gobierno socialdemócrata llega a un pacto con el Estado Mayor militar para liquidar el alzamiento de los obreros y las organizaciones revolucionarias. Rosa y sus camaradas, fundadores de la Liga Espartaco, núcleo inicial del Partido Comunista Alemán desde diciembre de 1918, son duramente perseguidos.

 

Águila de la revolución

Recién llegada a Alemania en 1898, la joven socialista polaca se dispuso a entrar en batalla con un representante de la vieja guardia del SPD, Eduard Bernstein. Después de algunos años sin grandes conmociones sociales, gran parte de la dirección socialista se había adaptado a la “rutina de la táctica” parlamentaria y sindical, transformándola en estrategia. Para estos socialistas, el capitalismo había logrado superar sus crisis y la socialdemocracia podía dedicarse a cosechar posiciones en el marco de una “democracia” que parecía ensancharse. Impregnado de este hálito posibilista, Eduard Bernstein revisa la teoría marxista y sostiene que el socialismo ya no necesita revoluciones ni lucha de clases, sino que puede expandirse desde el seno del capitalismo de forma gradual.

Por todo ello, a pesar de las diferencias que mantuvo en muchas cuestiones con los dirigentes bolcheviques, Lenin y Trotsky, ambos la homenajeron y reivindicaron su nombre como “bandera de la revolución”. Lenin escribió en 1924 contra los que pretendían oponer la figura de Rosa a los bolcheviques, como Paul Levy -quien había sido expulsado del Partido Comunista y terminaría regresando a las filas de la socialdemocracia-. Lenin dice sobre este que “suele suceder que las águilas vuelen más bajo que las gallinas, pero una gallina jamás puede remontar vuelo como un águila. Pero, a pesar de sus errores, fue -y para nosotros sigue siendo- un águila”, dice Lenin.

Años después, en 1931, Stalin lanza sus dardos envenenados contra Rosa Luxemburgo, acusándola de haber sido “oportunista” y no haber combatido el curso reformista de Kautsky. En 1935, Trotsky retoma la polémica sobre Luxemburgo, en este caso enfrentando las interpretaciones “espontaneistas” de su obra, y a los que pretendieron crear un “luxemburguismo” como corriente enfrentada al bolchevismo. Dejemos de lado las cuestiones secundarias, superadas por los acontecimientos, y con plena justificación podemos colocar nuestro trabajo por la Cuarta Internacional bajo el signo de las “tres L”, no sólo bajo el signo de Lenin, sino también de Luxemburgo y Liebknecht.

 

Judía y polaca

Comenzó precozmente su militancia en el movimiento revolucionario polaco. Fue también fundadora de la Liga Espartaquista y, posteriormente, del Partido Comunista Alemán. Hasta el fatal desenlace de su vida en 1919 se mantuvo ligada al movimiento proletario internacional, incluso en frecuentes y largos períodos de encarcelamiento, participando en los más duros y relevantes debates políticos del momento y como principal dirigente, junto a Karl Liebknecht, de la revolución alemana de 1918.

 

La espontaneidad y la organización

Un elemento central de su pensamiento es la dialéctica de la espontaneidad y la organización, en la cual debe considerarse la espontaneidad como un acercamiento radical, y la organización como un acercamiento más burocrático o institucional a la lucha de clases. De acuerdo con esta dialéctica, la espontaneidad y la organización no son dos operaciones separadas o separables, sino diferentes momentos del mismo proceso, de forma que uno no puede existir sin el otro. Para todos aquellos dirigentes que abrazaron el socialismo de mercado, y a los cuales la lectura hecha por Bernstein del marxismo les parecía adecuada y además muy “cómoda”, carecía de todo interés el análisis de la obra de Rosa Luxemburgo con sus críticas a la burocracia del partido y de los sindicatos, su defensa de la espontaneidad de las masas, y menos aun con sus interpretaciones sobre el derrumbe del sistema capitalista y los duros cuestionamientos de la política imperialista seguida por los países centrales. Rosa Luxemburgo fue sufriendo un aislamiento cada vez más pronunciado dentro del SPD.

Rosa Luxemburgo desarrolló un trabajo teórico creativo e innovador, marcado por la centralidad de la lucha por la revolución. Fue parte de una generación de marxistas, junto con Lenin y Trotsky, que vivieron el ascenso del imperialismo y el comienzo de una época histórica en que la revolución obrera y socialista se transformó en una realidad. Rosa impugnó las principales afirmaciones de Bernstein, demostrando que el capitalismo no había superado su tendencia a las crisis. El socialismo no era una aspiración moral, un deseo basado en fundamentos idealistas, como para el neokantismo bersteniano, sino una posibilidad concreta y real basada en el análisis de las contradicciones del capitalismo moderno.

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