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Columna destacada |

Daniel Viglietti

A desalambrar la red de sospechas

Por Federico Fasano Mertens.

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Bastaron pocas horas para que el domingo pasado, 26 de julio, la guillotina de la calumnia cercenara de cuajo la noble imagen de Daniel Viglietti, ciudadano ilustre de Montevideo.

Daniel, que construyó su identidad pública con una vida ejemplar, humanista, solidaria, valiente, generosa, comprometida con las mejores causas, fue arrojado a los mastines de la maledicencia, acusándolo sin pruebas, ni siquiera indiciarias, de un delito infame supuestamente ocurrido hace 54 años.

Le aplicaron sin piedad la Ley Prairial del 10 de junio de 1794, presentada por el abogado George Auguste Couthon, presidente de la Convención Nacional Francesa, declarando que los acusados por el simple hecho de serlo quedaban excluidos del derecho a la defensa. Esa ley rigió solo cinco semanas en la Francia revolucionaria, pero un par de periodistas uruguayos y una sobrina, que falseó por lo menos una de sus temerarias afirmaciones, la reinstalaron en nuestra comarca, apoyándose en la ley del juez norteamericano John Lynch para intentar destruir en minutos la honra de un ser excepcional.

No puedo descartar de plano la existencia del delito que le endilgan a Daniel, una vez que está muerto y no puede ni siquiera mirar a los ojos de sus verdugos. Pero, aun rompiendo el principio universal de que todo ser humano es inocente hasta que se pruebe lo contrario, y admitiendo que se instale la sospecha en un hombre hasta ahora insospechable, lo que me indigna es la forma en que intentaron destruir de un solo tajo, sin prueba alguna, la memoria de Viglietti.

Analicemos los hechos: el periodista Nelson Díaz, quebrando las normas básicas de la profesión, que lo obligan a investigar y citar fuentes y corroborar los hechos antes de difundirlos, publica en su muro de Facebook que Daniel Viglietti es “un ser miserable, abyecto, un hijo de puta, un pedófilo, que violó menores de edad, con la capacidad y voluntad para violar a la hija de cualquier ciudadano”.

No creo haberle enseñado a Nelson Díaz ni ese lenguaje, ni esa metodología para informar acontecimientos ni esa ausencia de elementos para destruir una imagen pública cuando lo contraté hace muchos años en el diario La República, donde se formó e hizo sus primeras armas en el periodismo escrito.

Basado solo en murmullos escuchados al pasar, aprovechando la ausencia terrenal del acusado, se enrola en las filas del periodismo carroña para revelar un secreto que, según él, conocía desde hace muchos años. Posteriormente hace declaraciones en el programa Séptimo día, de Canal 10, en el que la audiencia pudo observar cómo se despliegan las artes de un periodismo sonámbulo e hipnótico.

El otro periodista, Leonardo Haberkorn, se suma al linchamiento afirmando que el hermano de Daniel, guitarrista también, Cédar Viglietti, había declarado tres años antes que en su familia había un secreto de violación férreamente guardado. Haberkorn, a sabiendas de estar alimentando la hoguera donde se incineraba la honra de Viglietti, no se tomó a pecho la obligación profesional de contactar a Cédar para que expresara su opinión sobre los hechos, ratificara, desmintiera o aclarara lo que quiso decir hace mucho tiempo.

Mi hermano Carlos hace unos años estuvo con Cédar Viglietti, en su apartamento de Propios y Ramón Anador, y hablaron extensamente sobre las virtudes de Daniel y me confirma ahora que en ningún momento apareció enemistad o molestia alguna entre los hermanos, sino todo lo contrario. Al momento de entregar mi artículo, Cédar Viglietti emitió un comunicado criticando “la morbosidad de personas ignorantes de la historia de mi familia”, añadiendo que “siempre condenaré al violador y preservaré a la víctima”, declaración que se presta a diversas interpretaciones.

Más allá de murmullos y rumores, el único elemento indiciario que se aporta es la declaración de una sobrina de Daniel, de nombre Lucía Viglietti Forner: “Hay mucha gente que lo sabe, de hecho, quien era su esposa en ese momento lo supo por boca de él y se separó de inmediato”.

Desconozco por qué esta sobrina esperó a que muriera su tío para sumarse al linchamiento y por qué no denunció los hechos cuando, salvo la excepción de prescripción, es un delito perseguible de oficio. Pero lo que más me preocupa de su imputación es que haya mentido a sabiendas de su mentira, al afirmar que la esposa de Viglietti se separó de él al escuchar su confesión. De los dos periodistas, ninguno se tomó el trabajo de hablar con la exesposa de Daniel, pero sí lo hizo una persona de total confianza de Verónica Engler, la hija del reconocido científico Henry Engler. El resultado fue el total desmentido de la exesposa de Viglietti. ¿Es tanto el odio a Daniel, que la mendicidad ética los lleva a mentir sobre el repudio de su exesposa?

Lo cierto es que los dos periodistas y la sobrina abrieron las puertas de la jauría humana que se lanzó en las redes como mastines sedientos de sangre de izquierda, para desgarrar reputaciones y, de paso, vulnerar al Frente Amplio y a la mitad de la ciudadanía que lo acompañó en el balotaje de noviembre pasado.

He sufrido en carne propia la calumnia en múltiples circunstancias, pero tuve la oportunidad que no tuvo Viglietti. Demandé a mis difamadores y, en todos los casos, sin ninguna excepción, fueron condenados u obligados a retractarse públicamente.

Y nunca practiqué la calumnia; las decenas de juicios en que fui demandado por calumniador, los gané todos, sin ninguna excepción, siendo absuelto en todos los casos porque pude probar la verdad de mis dichos.
Corresponde ahora que los periodistas y la sobrina prueben la bondad de su escarnio.

Caso contrario es justo que se les aplique la sabia ley de la kakegoría, que en la Grecia antigua penaba severamente la maledicencia.

Me dirán que en Uruguay no existe la kakegoría. Pero sí existe en nuestro derecho penal la búsqueda de la verdad material o el juicio de jactancia o alguna otra forma jurídica que repare el inmenso daño causado a la honra de Viglietti.

Shakespeare, en el acto III escena 4 de Otelo y Cimbelino, ponía en boca de Pisanio palabras que me confortaban cuando me acusaban de delitos inexistentes: “He ahí el resultado de la calumnia, cuyo corte está más afilado que el de la espada, cuya lengua sobrepuja en veneno todas las serpientes del Nilo, cuyo soplo es llevado en mensaje por todos los rincones del mundo, reyes, reinas, estados, vírgenes, matronas, secretos de la tumba misma, donde encuentra medio de deslizarse esa víbora de la calumnia que lo mancha todo”.

Yo no creo en la veracidad de esta calumnia y, si aparecen las pruebas o siquiera la propia víctima, seré el primero en condenar ese delito, sin quitarle uno solo de los méritos que en su peripecia vital tuvo Daniel durante sus ocho décadas de generosa vida. Si es culpable, vaya castigo el de convivir con su conciencia herida durante más de diez lustros de existencia. Y si se confirma la presunción de su inocencia, ¿será acaso posible reparar el daño a su memoria?

Al culminar estas líneas, me informan que Silvia Viglietti, hermana de Daniel, desmiente públicamente las acusaciones contra su hermano. Ignoro si Silvia es la víctima de la que se habla; si así fuera, su desmentido pone punto final a la diatriba, aunque la sospecha la mantendrán con vida los incontinentes éticos que pululan en las redes sociales sin poder controlar los esfínteres de su moral.

Daniel ya no está con nosotros, ni siquiera puede ejercer presión moral sobre su presunta víctima. Si esta confirma la felonía, mi convicción será derrotada. En todos los sonados casos que involucraron a personalidades internacionales, las víctimas existieron, dieron la cara y explicaron que el temor al poder del abusador las condujeron al silencio durante muchos años. No es el caso, la víctima no aparece y el presunto victimario no tiene existencia. Sigo creyendo que la calumnia sigue siendo calumnia hasta que se pruebe lo contrario. Mientras tanto, voto por el desagravio ante tamaño enchastre.

No hay denuncia formal planteada, no hay víctima identificada, la sobrina denunciante se borra del mapa y se niega a declarar, no hay cadáver ni arma homicida, no hay prueba de delito alguno; hay, sí, rumores, muchos rumores. Que estos se transformen en pruebas o se entierren para siempre.

Creo en ti, Daniel Viglietti. Firmo tu desagravio o que me sepulte el bochorno.

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