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Editorial

Mirando detrás de la neblina

Por Alberto Grille.

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Caras y Caretas Diario

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Esta semana ha sido para mí muy importante porque me ha permitido abrir los ojos para despejar algunas ideas que rondaban por mi cabeza y que tal vez también andaban vagabundeando por la cabeza de alguno de los lectores.

Ya no cabe duda de que estamos viviendo una verdadera tragedia sanitaria. Se puede mirar de un lado o del otro, con más o menos optimismo y creyendo o no en las distintas versiones de la realidad, pero hablando de las cifras de infectados y muertos por covid, la contundencia es irrefutable y dejan atrás toda las estupideces que alentó la propaganda del gobierno de que la gestión uruguaya de la pandemia era motivo de elogió en el mundo y que saldríamos de ella como abanderados del liberalismo y Lacalle Pou, como uno de los “líderes” de la humanidad.

Los números no mienten y es evidente que si nos dicen que estamos entre los peores del mundo, diga lo que diga la encuesta de Equipos Consultores, los hechos demuestran que las cosas se hicieron entre mal y muy mal.

Un punto especialmente sensible es el de las Unidades de Terapia Intensiva que, independiente del tono que se le ponga a la situación, están a punto de colapsar. La presencia predominante de la cepa N1 entre los infectados y el anuncio de que habría niños pequeños en CTI pediátricos agregar dramatismo a la epidemia y pone los pelos de punta.

El presidente de la República, cuyo mayor o único mérito ha sido convocar a un grupo de eminentes académicos para que los asesoren; desde febrero de este año y creo que aun antes, ha ignorado sus recomendaciones que, por otra parte, son advertencias que recogen las enseñanzas de la experiencia internacional y que avisan de la magnitud de la crisis en la que estamos y pronostican la probable evolución futura que a esta altura podemos afirmar que será ominosa.

No se puede no mencionar que desde el punto de vista sanitario hay otros aspectos que no hay que olvidar y que evidencian un franco deterioro.

El sistema de salud está crujiendo, las instituciones prestadoras de salud están muy mal, particularmente las instituciones de asistencia médica colectiva como consecuencia de que han tenido que asumir el alto costo de la pandemia y por la pérdida de abonados Fonasa por la creciente desocupación.

ASSE está aún peor, porque como resultado del aumento de la desocupación formal ha incrementado sus usuarios mientras los recursos son los mismos o incluso menores por las restricciones del gasto que promueve el equipo económico.

También en referencia a lo sanitario, el confinamiento al que se ha visto obligada la población ha reducido significativamente las consultas médicas presenciales y la presión sobre el sistema ha obligado a postergar 60.000 intervenciones quirúrgicas, muchas de ellas necesarias a corto plazo.

Si consideramos las franjas por edad, se percibe claramente un problema grave en la atención pediátrica, un aumento de la desnutrición en los sectores más carenciados y en la postergación de consultas presenciales que dificultan el control del desarrollo medido en la evolución del peso y la talla y los efectos que la carencia de una alimentación adecuada generan en los niños, particularmente en los más pequeños.

Ni hablemos del impacto psicológico que genera en estas edades la falta de contacto con otros niños por la suspensión de la presencialidad en las escuelas, cuya gravitación es más grave en los sectores más carenciados.

Ya es por todos conocida la magnitud del crecimiento de la pobreza y sobre todo de la pobreza infantil, la que probablemente esté arriba de los 120.000 nuevos pobres, la caída del salario real y las jubilaciones y pensiones, el incremento consecuente de la desigualdad, el incremento de la desocupación y el empleo informal, el cierre de decenas de miles de pequeñas y medianas empresas, el aumento de las personas en situación de calle y de las que se alimentan en ollas populares

También el deterioro de todos los indicadores de la economía, entre otros, el aumento del déficit fiscal y el endeudamiento externo, la caída del PIB, la devaluación de la moneda, la caída de las exportaciones y de la producción industrial y el aumento de la desocupación.

La única luz que parece iluminar el final del túnel es la vacunación masiva y la eficacia que parecen tener las vacunas.

Sin entrar a considerar que las vacunas llegaron tarde y como consecuencia de un gestión muy poco transparente en la cual se involucró directamente Luis Lacalle Pou, la administración de las vacunas abre una esperanza, al menos, en aquellas personas que tuvieron la suerte de ser elegidas entre los que van a recibirla.

No obstante, hay que saber que se está vacunando con las vacunas que se obtuvieron, al precio y con las condiciones contractuales que nos impusieron y en los plazos de entrega que se pudieron conseguir. De esta manera se ha visto postergada la administración de la vacuna a poblaciones de riesgo que en otros países se consideraron absolutamente prioritarias.

Si es que por fin hay luz al final del túnel, lo que no será solo por las vacunas, lo que nos encontraremos es una sociedad devastada, mucho más pobre en un país más pobre, mucho más desigual y con el estigma de más de 2.000 muertos, que proporcionalmente a la población son más muertes que las que Estados Unidos tuvo en la Guerra de Vietnam.

Mirando más lejos, veremos que también habrá cambiado el mundo, la manera de negociar, de producir, de trabajar, de entretenerse y de alimentarse, un mundo en donde la robotización dejará a miles o a millones de personas sin trabajo y donde las tensiones geopolíticas seguirán creciendo en la medida de que el poder económico y militar de la potencia que domina el mundo -Estados Unidos- pierda protagonismo ante el ascenso de China, la superpotencia emergente.

A ese mundo, que se asemeja a un mundo de posguerra, habrá que adaptarse desde un país pequeño, dividido, con un 35% de pobreza, con un liderazgo muy comprometido, con una economía en crisis y peleado con nuestro vecino.

Decía mi padre que hablando la gente se entiende y quizás este sea un momento de recordarlo. Es posible que sea muy difícil proponer un diálogo nacional porque quien debería ser el principal protagonista no lo quiere ser. Tampoco es evidente que los posibles interlocutores, tal vez, no se tengan confianza como para conversar y llegar a acuerdos.

Los propios miembros de la coalición de gobierno hayan difícil hablar con el presidente y mucho más difícil influir en sus decisiones.

Pero parece claro que semejante tormenta perfecta amerita soluciones más o menos consensuadas y ejes programáticos que comprometan amplios sectores de la comunidad.

No se trata de ayudar a Lacalle Pou a salir de este lío en que se metió porque naturalmente no propongo ayudarlo a continuar con su programa restaurador, privatizador y oligárquico. Por lo pronto creo que debe extremarse el esfuerzo para obtener las firmas para posibilitar la consulta popular que permita derogar la LUC.

Propongo ayudar al país y a su gente a salir de la crisis y a encontrar un modelo de desarrollo que suponga prosperidad, más democracia, más igualdad y más justicia.

Es obvio que no se puede ayudar al que no quiere que lo ayuden y que ambiciones e intereses políticos constituyen un obstáculo para cualquier renunciamiento.

Pero también es cierto que desde muchas tiendas y desde muchas visiones se escuchan voces, a veces inesperadas, que proponen intercambios, diálogos y hasta un acuerdo nacional. No se necesita un ámbito formal para comenzar a hablar, pueden hacerlo las cámaras empresariales y los sindicatos, la Universidad con otros ámbitos académicos, las organizaciones de productores rurales con los partidos políticos y los legisladores, las ONG con los ministerios, las iglesias y las organizaciones sociales. En los propios barrios se puede procurar dialogar entre vecinos que votaron diferentes opciones.

Hay analistas que han expresado en artículos de prensa que habiendo iniciado conversaciones con organizaciones diversas han encontrado que hay, a veces, más acuerdos que discrepancias, otros dicen que hay una pérdida de valores que deben recuperarse y hay cambios culturales y éticos que ponen en duda las bases de una comunidad.

Todas las opiniones hay que escucharlas si auténticamente procuran el bien común, no obstante, para profundizar el diálogo va a haber que reconocer que hay una gran porción de la sociedad a la que no se le puede pedir más sacrificio y hay otra a la que no se le pueden otorgar más beneficios.

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