Por Víctor Carrato
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Una ola de nacionalismos, apoyados por derechas e izquierdas, vuelve a vivirse en el mundo como en los años 20 y 30. Mucha gente tiene necesidad de liderazgos fuertes y mano dura frente a la decadencia de Occidente. A muchas personas les importan un pepino los inmigrantes, los refugiados, la inclusión social o lo que les pase a los demás países que no sea el propio.
Las consignas de Bolsonaro no son nuevas. Trump ganó con “America first” o en Francia, de manera más individualista aún, los chalecos amarillos gritan “no toquéis mi coche”. No es que no se les ocurra luchar por el salario, es que tras la derrota a la que los sindicatos llevaron las últimas huelgas, los trabajadores más atomizados dan por perdida la lucha salarial y caen en el “privilegio nacional”.
En Brasil, la delincuencia altamente organizada y la corrupción, que desde hace muchos años, aún antes de Lula, han inundado todo el sistema político y lo han transnacionalizado en toda América del sur, a través de Petrobras y Odebrecht, han hartado a la gente.
La catástrofe de la izquierdista República de Weimar, la derrota del PT en Brasil y aun la derrota de Hillary Clinton en EEUU, trajeron a Hitler, Bolsonaro y Trump.
America first, un eslogan utilizado por el presidente demócrata Woodrow Wilson, 28º presidente de los Estados Unidos de 1913 a 1921, por el presidente republicano Warren Gamaliel Harding durante las elecciones de 1920, y por el presidente Donald Trump durante su inauguración en 2017.
También hubo “Sterling first” en Inglaterra, “Le franc d´abord” en Francia y “Deutschland über alles”, en Alemania, que bastante dolor de cabeza le costó al presidente Piñera.
México, Brasil y Estados Unidos. Los tres gigantes americanos -donde habitan 660 millones de personas de los 1.000 millones que viven en el continente- están gobernados, al mismo tiempo, por tres líderes que abrazan el nacionalismo. Un triunvirato inusual, un equilibrio, con Washington como principal faro, en el que Jair Bolsonaro aspira a ser su socio predilecto y con el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador receloso de esa cercanía, temeroso de quedar emparedado y con la necesidad de entenderse, al menos, con su vecino del norte.
Es claro que en Brasil no hay socialismo, aunque Bolsonaro quiere combatir un régimen que en realidad no existe. Las políticas económicas de estos líderes serán un fracaso, pero cuentan con un respaldo popular muy grande, por el momento, y la izquierda no entiende sus derrotas.
Todo esto me trae a la memoria el libro, que tengo acá al lado, en cuatro tomos: La decadencia de Occidente, de Oswald Spengler. Un filósofo que inspiró a Hitler, pero que él mismo no lo apoyó.
La decadencia de Occidente es el libro de cabecera de Henry Kissinger.
Una de las frases de esta obra estaba en la reja de la entrada del celdario en el Penal de Libertad, como para recordarla. “Siempre es a último momento un pelotón de soldados el que salva la civilización”.
La izquierda declina y no comprende. Reina la confusión o se malinterpreta.
Para peor se estima que en este año y el que viene vamos a llegar a una crisis económica mundial de alta gravedad.
Difícil momento nos toca vivir.