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Sociedad

Alberto Silva: “Prefiero ser un loco que un cuerdo parte del rebaño”

El emblemático periodista y panelista de Buscadores, habla de política, trabajo, amor y muerte. Se define como un rebelde y dice que jamás pertenecería al bando de “los profetas de la derrota”.

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Caras y Caretas Diario

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Textos Daniel Alejandro

 

Un antiguo bar de Montevideo fue el punto de encuentro entre dos entrañables amigos que por 40 minutos dejaron el mate de lado para compartir un café como en los viejos tiempos. El calor del asfalto anuncia la inminente llegada del verano tras un año sin precedentes en el que todos -de alguna forma u otra- nos transformamos. Aunque él mantiene su esencia: sigue siendo un rebelde de ojos ilusionados que en plena pandemia elige terminar el año plantando árboles nativos y donando cientos de libros. ¿Para qué? “Para sembrar identidad”, dice. Sabe que es un loco, pero es de esos locos lindos.

El conductor del clásico Amargueando (1410 AM Libre) y coautor del exitoso libro Alto el fuego junto a Nelson Caula, ha dedicado su vida entera a la comunicación y se ha convertido en un vocero de la libertad de expresión aun en tiempos difíciles. “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida”, dice esa frase célebre pronunciada por demás. Y Alberto Silva siempre eligió.

 

¿Con qué personaje de la historia política de Uruguay, vivo o no, jamás tomaría un mate?

Qué pregunta rara. Fijate que hace 15 años que estoy en Buscadores y al único político que invité con un mate, porque me lo pidió, fue al Dr. Jorge Batlle. El mate siempre tuvo muchos prejuicios, antes nadie tomaba porque estaba mal visto. Incluso, hasta hace poco, en la Cámara de Senadores no se tomaba mate, se tomaba té y a veces en la misma taza se escondía whisky o vino. Más recientemente, también convidé con mate a Sartori cuando acababa de llegar al país. También fue él quien me lo pidió. Pero ¿con quién jamás tomaría? Es difícil porque creo que el ser más despreciable de este país es Gavazzo, aunque eso no quiere decir que el día que se muera me vaya a alegrar.  No me voy a entristecer, pero tampoco me voy a alegrar, como no me alegró el día que murieron Bordaberry, el Goyo Álvarez o cuando ajusticiaron a Somoza. Tengo un concepto muy particular que he intentado cultivar en torno a lo que pueda ser una persona que piensa totalmente distinto a mí, que en cierto sentido se constituye como “enemiga”, como sucede con Gavazzo. Y es que, aun así, no podría alegrarme una muerte, no me sale. Entonces, me cuesta mucho decirte con quién no tomaría un mate porque en general podría convidar a todo el mundo. Es cierto que con algunos disfrutaría más y con otros menos, pero a nivel general compartiría ese momento con cualquier legislador de cualquier época. De los políticos más recientes, por lo infame y lo que tuvo que ver con los cargos por los que la Justicia lo procesó, te diría que nunca tomaría un mate con el senador blanco involucrado en los hechos gravísimos vinculados con Zelmar Michelini, Gutiérrez Ruiz y la maestra Elena Quinteros. Es el que se me ocurre.

 

¿No cree que lo que usted llama “celebrar” la muerte de alguien para esa gente que sufrió tanto es de cierto modo festejar la esperanza?

No, lo puedo entender, pero no lo comparto. Puedo entender lo que el Goyo Álvarez significó para mucha gente y el terrible daño que hizo. Recuerdo a la gente en la plaza Libertad festejando y no lo comparto, no me entristece, pero jamás podría alegrarme. Antes ponía el ejemplo más puntual de quien para mí fue el ser más despreciable por todo lo que hizo, que es Gavazzo. Siempre me conmovió mucho cuando María Esther, la abuela de Mariana, me contó lo que le pasó a ella con este hombre, que tal vez pueda resumir por qué siento que es despreciable. María Esther sabía que su hija no estaba viva, por lo tanto no iba a pedirle por ella, sino por su nieta. Era muy difícil en la dictadura. ¿Cómo hacías para ver a Gavazzo? Se las ingenió, averiguó dónde vivía, fue hasta su apartamento y esperó la oportunidad. Cuando por fin lo consiguió, tocó el timbre y salió él. En ese momento, María Esther le suplicó no por su hija, sino por su nieta; así que con mucha calma, Gavazzo llamó a su señora que estaba con un embarazo a término y le dijo: “Mire, ¿a usted le parece que yo puedo secuestrar niños?”. Alguien que tiene ese desparpajo e involucra a su familia es definitivamente despreciable.

 

La vida es como una tarjeta de crédito, primero te salva pero en algún momento te ejecuta con los intereses. ¿Qué intereses ha pagado a lo largo de su vida?

Me ponés en otro dilema. Realmente, no siento que la vida me haya cobrado intereses.

 

¿Cree que a lo mejor ha entregado tanto a la profesión que acabó perdiendo en el amor? Eso, por ejemplo, es pagar intereses.

Sí, puede ser. Alguien muy conocido, con un programa muy importante de radio frente a la rambla, hace unos años me preguntó cómo me sentía con todo lo que había generado en la comunicación sin haber recibido ni un solo reconocimiento de parte de quien estaba en el gobierno. Me sorprendió un poco la pregunta porque no creo que nadie deba reconocerme nada. Le he dado mucho a la profesión y no me arrepiento, he trabajado días enteros sin parar, inclusive los domingos. Hoy, que ya no trabajo los domingos, podría preguntarme si ha sido una buena decisión, pero en ese momento sentí que sí. Ahora, prefiero no detenerme en lo que dejé de lado ni en lo que tendría que haber recibido. Llevándolo a la actualidad, en tiempos de pandemia, nosotros estamos con problemas severos para mantener un programa independiente de radio, tener que financiarlo y autogestionarlo. Es casi imposible, podría estar reclamando y pidiendo ayuda, señalando injusticias. En cambio, dijimos: “En lo peor, lo mejor”. Y en ese marco se nos ocurrió cerrar el año con una plantación masiva de árboles nativos en 50 complejos habitacionales dentro y fuera del país. En simultáneo, vamos a entregar una biblioteca de mil libros nuevos. No sé qué programa de comunicación ha hecho algo así antes. En momentos de dificultades, salimos a hacer cosas, a sembrar árboles con identidad y semillas de identidad a través de textos.

 

Me imagino que un hombre con esos ideales también cree en el amor.

Claro, totalmente.

 

Entonces pensemos en el siguiente dilema. Mañana despierta en su cama y a los pies tiene un baúl con toda la verdad sobre los desparecidos en Uruguay. Del otro lado de la cama, está la mujer más hermosa y el amor de su vida hasta el último segundo. ¿Abre el baúl o abraza el amor?

Te diría que es una falsa dicotomía. No existe eso de lo uno o lo otro. A la vida le diría que no me plantee esa encrucijada. Abriría los dos baúles y pagaría con mi propia vida si ese fuera el costo de mi decisión.

 

¿Es acaso un rebelde?

Sí, sigo siendo un rebelde. Prefiero ser un loco que un cuerdo parte del rebaño. No quiero pertenecer a los profetas del “no se puede”, a los profetas de la derrota, a quienes siembran el desánimo e insisten con que todo “ya fue”. No me identifico con los que dicen: “Cuanto más conozco a la gente, más quiero a los animales”. No solo no comparto su pensamiento, sino que lo combato.

 

¿Cree en Dios?

No, creía en mi adolescencia, pero dejé de hacerlo.

 

¿Se puede ser de izquierda y creer en Dios?

Sí, por supuesto. Hay mucha gente de izquierda que cree en Dios y que incluso dejó su vida en esa causa. Más de la que uno se imagina. Creo que hay una suerte de energía, de un “Dios” distinto.

 

¿Cómo se lleva con la muerte?

Me llevo bien por tres cosas. Primero, porque no le tengo miedo; segundo, porque no me preocupa; y tercero, porque no me intimida hacer cosas. Acabo de venir de hacer la Ruta de Tacuarembó que me llevó al Pozo Hondo, entre Valle Edén y Tambores. Ese es un lugar mágico que muy poca gente conoce. Su primera crónica histórica cuenta que allí cayó una carreta y nunca más se encontró. En la actualidad, me cuentan que unos buzos rusos han intentado encontrar el fondo y no lo lograron, probablemente porque el pozo sea parte del Acuífero Guaraní. Es un lugar que se las trae y tiene algunos viejos zambullidos ahí. En 1987, mientras hacía unas notas de exteriores, me zambullí en ese pozo. Hoy, 33 años después volví a hacerlo porque no le temo a la muerte. Sí le tengo más precaución a los accidentes, por eso bajé con más recaudo, pero tenía ganas de volver a meterme en ese lugar con tanta historia. Por las redes me han escrito locatarios que, aun viviendo en alrededores, nunca pudieron tirarse. Tal vez yo sí pude porque no le temo a la  muerte. Y hasta quizás en diez años pueda que no me atreva a hacerlo, pero de seguro voy a volver a intentarlo.

 

Es un acto de valentía. ¿Va por la vida con esa bandera?

Bueno, tengo un cartel muy pequeño en el escritorio que dice: “Yo solo tengo miedo a tener miedo”. Así que a veces cuando tengo miedo, porque le pasa a todo el mundo, me acuerdo de esas palabras.

 

Decía el escritor estadounidense Henry Miller que por lo menos una vez en la vida hay que ser cobarde. ¿Usted fue cobarde alguna vez?

No recuerdo haber sido cobarde, pero sí haber sentido mucho pánico. Dos veces en la vida sentí que podía sucederme algo terrible. La primera fue siendo un muchachito con otro grupo de adolescentes, cuando en los años 70 participamos en una manifestación en la avenida 8 de Octubre y le cambiamos momentáneamente el nombre por el de Che Guevara. De repente, se detuvo una patrulla de militares, me pusieron contra la pared, uno de ellos sacó un arma y me la apoyó en la cabeza. Ahí sentí la muerte y tuve muchísimo miedo. Y la segunda vez fue cuando se me ocurrió participar en la fiesta de San Fermín, y ante la inmensidad en la que estaba, viendo venir esas bestias gigantescas, sentí pánico. Sin embargo, sigo con la ilusión de volver a esa fiesta y si mañana tuviera que participar en cambiarle el nombre a una calle, lo haría convencido. Es decir, esas dos situaciones no me llevaron a decir “nunca más lo hago”.

 

¿Cree en el anarquismo?

Sí, pero no como algo institucional. Creo que sin darme cuenta he transitado gran parte de mi vida con ideas de libertad. Lo que pasa es que la palabra “anarquía” está en discusión y se la asocia a relajo. Es como el “quilombo”; penosamente, el quilombo es tierra liberada y el lenguaje dominante logró transformar la palabra y convertirla en un prostíbulo, en un lugar terrible, cuando en realidad es un lugar luminoso. Con la palabra “anarquía” sucede algo parecido. Han logrado, en la deconstrucción de los términos, convertirla en un sinónimo de relajete. Y no, el anarquismo es otra cosa.

 

Supongamos que mañana tiene la oportunidad de hacerle una sola pregunta a Sergio Gorzy. ¿Cuál sería?

¿Dónde está el bombo? ¿Dónde está ese famoso bombo que no está ahora en 18 de Julio, dónde está ese bombo cuando acabamos de ganar 3 a 0, dónde está, que no está ahora alentando a la Celeste?

 

¿Y cuál sería su respuesta?

Que se lo prestó a alguien.

 

 

Periodista
Nació en el barrio de La Teja, un 20 de enero de 1955. Es hincha de la Celeste y de Peñarol, en ese estricto orden. Es periodista, docente, investigador y escritor. Comenzó a trabajar profesionalmente en los medios de comunicación en 1980 como corresponsal de Argentina para varios medios alternativos como Caras y Caretas, Cerdos y peces y El Porteño. Luego del exilio posdictadura, volvió a Uruguay y durante 20 años dirigió el histórico ciclo radial La Rueda de Amargueando en radio Panamericana.

 

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