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Algunas reflexiones

Por Eduardo Platero.

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Caras y Caretas Diario

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Escribo para que se publique unos pocos días antes del centésimo aniversario de la Revolución soviética, acontecimiento que ha marcado el siglo XX y que, pese a la desaparición del llamado socialismo real hace ya un cuarto de siglo, sigue siendo tema central de los analistas políticos y sociales. Yo quiere formular alguna reflexión con la única pretensión de que es mía, naturalmente influida, motivada, estimulada o provocada por lo mucho que he visto escrito. Recalco lo de “visto”, ya que no he leído todo y, de lo que vi, considero que una gran mayoría estaba motivada por ladrarle al perro muerto más que por el deseo de examinar el hecho histórico. Algunos autores, los menos, para laudarlo sin ningún sentido crítico o mitigando en todo lo posible el mismo. Otros, la mayoría, con el mismo odio y temor que les ocasionara este gigantesco ensayo cuando era una realidad aún viviente; el mismo temor y el mismo odio que tuvieron contra el autodenominado socialismo real cuando estaba en construcción. Como los perros, que gimen, agitan sus patas y gruñen en sueños, ellos vomitan su odio sobre algo que ya es historia. Bueno, empecemos. La ciencia avanza, fundamentalmente, por el método de ensayo y error, y la organización de la sociedad también. La conclusión de un ensayo que demostró ser erróneo no convierte en verdad la situación que motivó una hipótesis que, a su vez, motivó el ensayo en busca de una explicación. Simplemente descarta la hipótesis inicial, examina el ensayo y extrae conclusiones, que motivarán otros ensayos en busca de la explicación satisfactoria a todas las cuestiones que motivaron el ensayo. Siempre se sacan conclusiones luego de los ensayos fracasados porque su desarrollo deja enseñanzas. Para ser claros, el fracaso del llamado socialismo real no consagra como bueno, santo y único al capitalismo. Simplemente nos indica que esa construcción, en un determinado momento, dejó de responder a las esperanzas depositadas en ella y terminó en un fracaso que debe motivarnos a continuar la búsqueda de un modelo superador. Superador al capitalismo, que ha tenido y tiene diversas formas de presentarse y un rasgo central único: la apropiación por unos pocos del fruto del esfuerzo, el sacrificio y la generación de riqueza de la inmensa mayoría. Pero el capitalismo continúa siendo una formación social injusta y aun errada. La humanidad no ha conocido ni la paz ni la fraternidad entre quienes somos y seremos hermanos, más allá de las pequeñas diferencias que afortunadamente tenemos. Digo “afortunadamente” ya que si no las hubiera, seríamos una sociedad de clones. Como las hormigas. Llegaron a ese grado de perfección y lo repiten indefinidamente. Lo clonan. Creo que la convicción secreta y profunda de que la ruina del socialismo real no valida al capitalismo, a la apropiación individual del producto social, es lo que hace que tantos escribas continúen en el empeño de convencernos de que no hay alternativas y de que la historia llegó a su fin. Rugen, ladran y vomitan de miedo porque saben que están defendiendo lo indefendible: ¡el egoísmo! No hay, no debe haber, un cese en la búsqueda de soluciones mejores. No es asunto que esté al alcance de mis escasos conocimientos, que me son suficientes para pensar y tener ilusiones, necesidades y esperanzas. Tampoco tan cerca como lo que me queda por vivir. Pero estoy seguro de que seguiremos buscando caminos. Ensayando soluciones y acercándonos a esa utopía que, como el horizonte, siempre se alejará, pero siempre nos motivará a seguir. ¡Felices tiempos los de búsqueda y esperanza! Nunca encontraremos una forma perfecta e inmutable, pero nunca dejaremos de buscar, ensayar y soñar. Ahora, viniendo a cuestiones más cercanas, a la “realidad real”, diríamos, ¿han notado qué estruendoso silencio sobrevino luego de las elecciones regionales en Venezuela? Unas tímidos afirmaciones de que hubo fraude que no han podido sostenerse y el redoblar de los tambores de la guerra. Con la asunción de los cuatro gobernadores electos por la oposición que acataron a la Asamblea Nacional Constituyente, la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) estalló en pedazos. Capriles, tirando su gorra y llamando a una unidad más golpista y bandidesca, y Acción Democrática, jugando a que está pero no está. Me llama a risa la lacayuna actitud del Parlamento europeo (organismo al divino botón) concediéndole el premio Sajarov al Parlamento venezolano, que ha quedado totalmente despojado de legitimidad. Bueno, el premio Sajarov…, buenos quienes lo conceden y buenos los destinatarios. La vida corre por otros senderos. En cambio, abundaron exaltadas loas al triunfo de Macri, a quien han convertido en  una especie de líder continental. Ya lo dije cuando Barack Obama lo visitó: “Macri es el hombre”. El hombre del imperialismo, el hombre de la nueva y renovada derecha, el hombre que nos recobrará para el nuevo/viejo/eterno credo de que el capitalismo solucionará todos los problemas. Al otro día subieron los combustibles. ¡Dos platos de lentejas si no te gustan! Pero no es cuestión de rabiar. Por algo ganó. Las capas medias lo votaron y muchos trabajadores también. Una cosa es que haya muchos desocupados, muchos que pasan hambre, muchos despojados, y otra, ¡muy otra!, es que yo esté pasando mal. Si nuestro balance turístico ha sido tan bueno es, justamente, porque a muchos de la clase media argentina les ha ido bien. A aquellos a quienes Jauretche calificara como los “medio pelo”, que son asalariados, dependientes, pero que ganan bien y no miran, no quieren mirar para el costado. Y mucho menos para abajo. Padecen de lo que yo calificaría como “vértigo social”: el mirar hacia abajo los marea y los aterroriza. Tienen miedo de caer. Entonces, silban en la oscuridad y miran hacia arriba. No importa que abajo se viva mal; ellos no están tan mal y arriba se vive muy bien. El peronismo, el ahora kirchnerismo, siempre padeció ese inconstante apoyo de las capas medias. Contentas si hay para repartir, dispuestas a tolerar manifestaciones y luchas siempre que alcance para ellos, siempre que les toque una parte sustancial sin mucho esfuerzo. Y prontos a cambiar de nido si la cosa no es así. No quieren mucho desorden social, no quieren mucho escándalo de corrupción y no quieren sentir que el piso se les puede resquebrajar. La pregunta es: ¿los vamos a condenar por ello? ¿Los consideramos “traidores viles”? ¿Los acusamos de ser poco menos que cómplices del autoritarismo renacido? ¡Los maldecimos! No iremos muy lejos con una actitud semejante. Todo ser humano tiene derecho a vivir bien, a sentirse seguro, a soñar con un progreso personal y familiar. ¿Es que acaso nosotros no queremos lo mismo? ¿Luchamos por comer toda la vida pan duro y negro? La diferencia, eso que consideramos “pecado” o “traición”, no radica en querer vivir bien y ser gobernados por un gobierno sin corrupción. La diferencia está en que algunos de nosotros deseamos lo mismo y lo deseamos para todos; está en que algunos de nosotros nos hemos organizado para lograr que el progreso sea para todos, poniendo énfasis en aquello de que “los más infelices sean los más privilegiados”, pero no a costa de nuestra postergación indefinida. Nosotros también queremos lo mismo. Ellos, para su reducido círculo familiar; nosotros, para toda la sociedad. Pero queremos lo mismo. Y si algunos lo buscan en forma individual y egoísta es porque nosotros no hemos sabido llegar hasta ellos, esclarecerlos y organizarlos. O porque los tuvimos de nuestro lado y los contamos para siempre en nuestras filas, que es el único error que no se puede cometer en política. ¿Acaso nosotros mismos no hemos desfallecido? ¿No nos han calentado o decepcionado algunas cosas? ¿No hemos sentido nunca que las cosas van demasiado rápido o demasiado lento? Presa del ambiente de terror, el propio San Pedro huía de Roma ante las persecuciones y Cristo tuvo que ayudarlo a recobrarse. Entonces, la “traición” de las capas medias no es otra cosa que la medida de nuestro descuido, de las desviaciones y vacilaciones que hemos tenido como fuerza política y de nuestra confianza excesiva. ¡Nadie está contigo para siempre! Nadie está a salvo del pensar primero en sí mismo e ir olvidando que la felicidad de unos pocos, aunque te incluya, no es segura ni eterna. Si alguien nos abandona, la primera pregunta que debemos hacernos es: ¿qué hice yo para acompañarlo? ¿Qué hicimos nosotros para desencantarlo? ¿Qué debo hacer para lograr que nos volvamos a acercar? Y una última cosita antes de que se me termine el espacio: ¿vieron que el conflicto en la refinería de Ancap nos costó 25 millones de dólares por tener que importar refinado? Entonces, ¿vale o no vale la pena refinar aquí? Y no inventemos fantasmas con ese asunto del fracking. Ese método, agresivo al extremo con el medioambiente, únicamente es rentable cuando el costo del barril de petróleo extraído está por encima de los 100 dólares. A 40 o 50, ¡ni soñar! No inventemos “bultos que se menean” para luego asustar con ellos.

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