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Algunos apuntes sobre cómo leer las estadísticas sobre femicidios

Por Rafael Bayce.

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Caras y Caretas Diario

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El martes 17 de abril se registraron dos nuevos femicidios, lo que provocó inmediatas reacciones un tanto infelices en medios de comunicación y redes sociales. Evitemos las lecturas superficiales. No saquemos las usuales y falaces conclusiones que sufrimos de manera corriente, pero sí busquemos -en todo caso- algunas más ilustradas, aunque puedan incluir algunos comentarios duros y debatibles, pero de necesaria visibilidad pública. Conclusiones y pensamientos a evitar Un trágico día en que coinciden dos femicidios o un aumento por sobre el promedio anual no dan sustento como para inferir una tendencia o un cambio de tendencia. Tampoco para afirmar ‘estamos cada vez peor’ ni para decir que ‘el machismo está cada vez más cruento’. Debe saberse -en primer caso- que promedios, porcentajes y medidas estadísticas de resumen son una guía para el comportamiento empírico real sólo cuando se basan en una gran cantidad de hechos ocurridos. La probabilidad de ocurrencia actual de cualquier medida estadística se basa en la ley de los grandes números (teorema de Tchebitcheff), que gruesamente afirma que la esperabilidad de una ocurrencia, tasa, promedio o porcentaje aumenta con el crecimiento del número de casos, haciéndose más probable a medida que nos acercamos al infinito. En relación concreta con nuestro asunto (y con cualquier otro), no deberíamos inferir nada sólido ni digno de esperabilidad, de un doble hecho en un día aislado, ni tampoco de una secuencia de hechos tan pequeña como 13 o 20 casos durante un lapso tan pequeños de tres meses y medio. En segundo lugar, y en parte por esas mismas razones, la ocurrencia de un promedio -o media aritmética- es muy poco probable en lapsos pequeños. Sería absolutamente improbable que en algún mes de 2018, y menos en lugares y momentos concretos, se produjera el promedio de los hechos ocurridos en 2017; y este promedio sería menos esperable cuanto más reducido sea el plazo considerado (por ejemplo, un día, de un mes, en un año) y el espacio considerado (por ejemplo, una ciudad como Montevideo, Florida o Colonia). En cada día o lugar desagregado del total, considerado por el promedio, es más esperable una distancia respecto del promedio (dispersión) que un “cumplimiento” del promedio o la tendencia (tendencia central). En efecto, el promedio es un número ‘irreal’ de ocurrencias que sirve para resumir agregadamente ocurrencias ‘reales’ cuantitativamente distintas del número-promedio irreal, cuya utilidad es justamente la de homogeneizar ocurrencias plurales en el espacio-tiempo alrededor de un número ficto que las homogeneiza y supera fictamente (por diversas razones y motivos) y que puede minimizar alrededor de alguna cifra la dispersión real de ocurrencias que estuvo en el origen del cálculo promedial o de cualquier otro (por ejemplo, una tendencia multianual de aumento, disminución o mantención de algún número resumen). Por todo esto que hemos enunciado, es que no hay nada más falaz, injustificable e injustificado que derivar conclusiones como promedios o tendencias a partir de pocos hechos, en espacios pequeños de tiempo y entre poca gente. Si se hace, es por ignorancia, o bien por motivos de sensacionalismo periodístico comercial, o porque esa falacia es funcional a la visión o posición que algún grupo político ideológico sostiene. Advertencias que se pueden aventurar Una vez más, se exhibe el doble e incontrovertible error en la creación de la figura delictiva de ‘femicidio’. En primer lugar, porque no todo homicidio de una mujer es ‘por razones de género’. Eso no es cierto en una buena cantidad de los casos ocurridos, en los cuales una mujer es víctima, porque es un actor en un conflicto social o interpersonal con un contenido determinado y que hubiera originado un enfrentamiento posiblemente cruento o letal con cualquier otro actor y no sólo con una mujer. Si bien es cierto que el imaginario machista, con contenidos determinados sobre la fidelidad conyugal o de pareja, a veces contribuye a la magnitud del resultado en desmedro de la integridad física de las mujeres, también es cierto el promedialmente mayor diferencial de fuerza o destreza física para defensas a ataques a favor de los varones, o su mayor propensión al uso de instrumentos capaces de lesionar con gravedad. Pero estas circunstancias podrían o deberían ser evaluadas por los tribunales judiciales como agravantes a la aplicación de la figura delictiva de ‘homicidio’ en lugar de dar origen, con inflación penal, a una nueva e innecesaria figura delictiva. A esta precisión debe agregarse que hay ‘inflación penal’ cuando existen más figuras delictivas que las necesarias y suficientes como para codificar las conductas penalizables para su procesamiento  judicial. Y la inflación penal dificulta la memorización de las conductas y responsabilidades codificables, el conocimiento del derecho por la población y por los operadores judiciales, en especial la facilidad de la Policía para llevar a cabo sus tareas de auxiliar de la Justicia. Como dijimos antes, el juez o los tribunales judiciales pueden perfectamente (y las otras partes del proceso también) valorar la prueba en función de las diferencias en habilidades y capacidades que pueden agravar la responsabilidad de los ofensores sin necesidad de constituir una nueva figura delictiva por medio de una nueva ley, con todos los ajustes legales, reglamentarios, dogmáticos, doctrinarios, jurisprudenciales y administrativos que dicha novedad provocará. Los artículos 311 y 312 de la Parte Especial del Código Penal establecen como agravantes especiales los homicidios contra ascendientes, descendientes, legítimos, naturales o reconocidos, cónyuges o hermanos (uxoricidio). El texto del artículo 311 impide, correctamente, la proliferación de leyes sobre posibles figuras de filicidio, minoricidio, hermanicidio u otras aberraciones que inflarían los códigos hasta un detalle sin fin de víctimas distinguibles entre sí. Por suerte, el código vigente no dice que estos homicidios calificados lo son porque sus víctimas son lo que son (incierto), sino que establece presunciones de debilidad relativa y de relevancia social que justifican determinados homicidios como especialmente graves, susceptibles de castigo con penas agravadas. El efecto retórico y la ‘corrección política’ de crear una figura delictiva como modo de ceder blandamente a una histérica marea militante, como modo de conquistar votos femeninos, o como modo de exorcizar culpabilidades, no nos resultan suficientes frente al error de suponer que el móvil criminal o la desigualdad en el conflicto se hayan debido a razones de género, que ello sea necesario para perseguir mejor delitos con mujeres o por su condición de tales, o que sea jurídicamente, judicial o policialmente más conveniente que la legislación anterior. Los efectos negativos de la hipermilitancia En línea con esta oposición al desborde e hiperinflación político ideológica de la ley de femicidio, se pueden analizar los efectos contraproducentes que la hipermilitancia y la inflación legal pueden acarrear en mentes machistas que pueden llegar a reconocer cierta cadena histórica de hechos biológicos, políticos e ideológicos que han resultado en una sistemática desigualdad e inequidad de género; pero que nunca aceptarán intencionalidad ni dolo en las consecuencias estructurales y sistémicas que han resultado en el largo plazo de esa larga cadena histórico causal. Y que pueden hiperreaccionar frente a desbordes retóricos, movilizaciones agresivas y otros elementos juzgables como excesivos. No sería difícil pronosticar un aumento de los mal llamados femicidios en el futuro próximo, si es que no estuviera ya ocurriendo, como hiperreacción a una hipermilitancia. Con ello no estamos afirmando, para nada, que futuros homicidios de víctimas mujeres se deban sólo ni fundamentalmente a hiperreacciones de respuesta a excesos de género; pero sí decimos que hay razones que van por el lado de las que hay en cualquier conflicto humano. Hasta es posible ver aparecer, lamentablemente, en el horizonte, algún “movimiento de afirmación masculina” que desarrolle ramas radicales y a su vez lleve a cabo ataques antifeministas o antigénero, así como han aparecido movimientos antiinmigrantes, antirrazas, anticonfesiones religiosas, que, puntualmente, hagan eclosión cuando las reivindicaciones resulten excesivas respecto de algún o algunos consensos construidos (nos gusten o no). Sería una buena cosa que no haya más mujeres de negro ni mujeres insultantes y amenazantes de varones ante cada mujer asesinada, como hubo ya, con nulo o contraproducente efecto en las cifras de mujeres asesinadas y, por el contrario, con posibles mínimas contribuciones a ellas.  

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