Textos: Alfredo Percovich
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Producción: Viviana Rumbo
Álvaro Padrón es investigador, docente, director del Proyecto de la Fundación Friedrich Ebert (FES) en Uruguay, secretario general del Instituto del Tercer Mundo (ITEM) e integrante de la Fundación Liber Seregni y del Instituto Lula. Fue investigador del Instituto de Ciencia Política y profesor en la Maestría del Centro Latinoamericano de Economía Humana (Claeh). Fue dirigente sindical, integrante del Secretariado Ejecutivo del Pit-Cnt (1986-1992) y secretario técnico de la Coordinadora de Centrales Sindicales del Cono Sur (Ccscs). Ha realizado diversas publicaciones sobre sindicalismo e integración y es columnista estable del programa La letra chica de TV Ciudad.
¿Cómo debemos leer la época que estamos viviendo?
Creo que ese es un buen punto de partida para tratar de entender el presente. Una persona de mucha influencia en el pensamiento de Uruguay y en la región como lo es Enrique Iglesias, dice que esta no es una época de cambio, sino un cambio de época. Para dar la magnitud de lo que está pasando y de por qué nos cuesta tanto entender lo que está sucediendo, porque nos acostumbramos a una época que está muriendo. Algunos se refieren a eso con un término que es transición hegemónica que es cuando migra el poder de una región a otra y eso ha pasado varias veces en la historia de la humanidad, por eso existieron imperios y así murieron. Hay etapas de hegemonía que luego van muriendo y lo que tenemos que entender es que estamos frente a una potencia en decadencia. Trump es el resultado de esa decadencia.
¿Cómo se visualiza esta transición del poder y qué características tiene?
Es más potente que otras veces porque migra de occidente a oriente. Para simplificar diríamos de EEUU a China, pero no es solo eso. En esa transición se mueve todo. Nunca hubo una transición de ese estilo pacífica o tranquila y digo pacífica porque en general estuvo muy asociado a guerras. Ahora no tengo tan claro de que en esta época la cuestión militar sea la central, probablemente no aunque EEUU sigue siendo por lejos la potencia militar más grande del planeta. La estrategia de China no pasa necesariamente por ahí, pero aparece reiteradamente el término «guerra» en materia comercial y tecnológica. Y si esa guerra tecnológica la gana China, definitivamente triunfará esa hegemonía. Entonces, tenemos este cambio de época, de transición hegemónica, más lo que algunos llaman la superposición de crisis a escala planetaria. De las muchas crisis existentes, creo que es importante detenerse especialmente en dos. Una es la crisis ambiental, algo inédito en la historia de la humanidad. Jamás había sucedido que la humanidad pusiera en riesgo su propia existencia. Por primera vez en la historia, un animal dentro del planeta es capaz de destruir el conjunto del planeta. Estamos frente a algo nuevo. Y la segunda crisis es la sanitaria, marcada por la coyuntura pero que también está conectada con la anterior. Seguramente con el tiempo vamos a visualizar que hay un asunto vinculado al tipo de consumo, al modelo económico social que hoy gobierna el planeta, que es el capitalismo, especialmente más depredador, el capitalismo financiero.
La pandemia nos ubicó en un escenario global
Claramente, la crisis sanitaria lo que demuestra es la interdependencia en el planeta. Si alguien tenía dudas de la globalización, acá tenés la crisis sanitaria que comenzó en China -la veíamos lejana y ajena- y terminó adentro de nuestras casas, escuelas y trabajos. Ahí está la demostración de que vivimos en un solo planeta y que no hay frontera que valga. Hay daños que no pasan por la ventanilla de Migración ni por la Aduana. Si se contamina el Acuífero Guaraní, por ejemplo en Paraguay, eso terminará afectando el agua que tomamos todos los días. Me importa mucho esa idea de la interdependencia porque yo creo que tenemos que ser conscientes de que ya no resolvemos las cosas a escala nacional. Y hay un tercer elemento que deberíamos mencionar, que no es una crisis pero es muy relevante y transversal de esta época: el cambio tecnológico. Me preocupa mucho la disputa que este nuevo cambio tecnológico genera sobre el papel del movimiento sindical. Algunos llegaron a teorizar que era el fin del trabajo -eso lo hicieron en la revolución industrial anterior- la idea de que las máquinas sustituyen a los trabajadores. Y eso es mentira. Va a cambiar el trabajo pero no se va a acabar el trabajo. Lo que sí va a cambiar muchísimo -y yo provocativamente diría que hay que discutir- es el futuro del sindicalismo, porque eso sí puede estar en cuestión. Si el sindicalismo no es capaz de responder a esas nuevas formas de trabajo y a esos nuevos trabajadores y trabajadoras, va a tener un gran problema. Tendrá que discutir incluso cambios culturales. Hay una idea muy potente sobre «los nuevos emprendedores», no se habla de ellos como trabajadores. Entonces, un pobre muchacho -generalmente migrante- subido a una bicicleta con una caja atrás donde lleva comida, no lo vemos como un compañero trabajador, sino que se pretende colocarlo como un «empresario» y «emprendedor», porque tiene su medio de producción que es una bicicleta que él paga. Es un asunto muy complicado porque el problema no se trata que el capitalismo y los dueños de las empresas quieran hacer eso, el verdadero problema es que el trabajador se lo crea, que deje de sentir que es precisamente un trabajador y empiece a tener el paradigma de que él puede ser una persona «exitosa» individualmente, no necesita organizarse, no está explotado y no tiene una relación de dependencia.
¿Esta discusión se está dando a nivel internacional?
Sí. Ahora por ejemplo está sucediendo en Amazon, donde se quiere formar un sindicato y la empresa lo está enfrentando diciendo que no es necesario un sindicato porque cada persona allí tiene que tener su relación laboral y su «oportunidad» de conversar con la empresa. Por tanto, hay un tema importante sobre la mesa de discusión que es el futuro del trabajo, pero además y fundamentalmente, el futuro del sindicalismo. Y tenemos que entender que muchos de estos temas son a escala global. Porque debemos recordar que mientras las políticas públicas, las democracias, están encerradas dentro de cada nación, el capital adquirió carácter transnacional. Pero si acaso, lo único positivo de la pandemia es que volvió a colocar al Estado en el centro de la atención. Quedó claro que el mercado no resuelve todo y que los Estados fueron los que tuvieron que hacerse cargo de las políticas sanitarias, de las políticas económicas y de las decisiones sobre qué hacer o no con la sociedad. Como el caso uruguayo, que con la teoría del la libertad responsable hubo un abandono absoluto del papel del Estado. En el mundo se está volviendo a discutir sobre el papel del Estado y a los que les está yendo bien, es porque tuvieron Estados que respondieron con políticas sanitarias pero además con políticas económicas para atender situaciones sociales, particularmente cuando tuvieron que decirle a la gente que se debía detener la movilidad. Esa es la relación que niega el gobierno uruguayo, que pretende que la gente deje de moverse pero sin hacerse cargo del costo que eso tiene para las personas y las empresas. Y no quiere hacer ese gasto porque su prioridad es la ortodoxia del déficit fiscal. Es casi el único gobierno en el mundo que está pensando así, una cosa insólita. Va a quedar para la historia que este gobierno está a la derecha del gobierno estadounidense.
¿Tan así?
El gobierno estadounidense ha tenido una política que deja al gobierno uruguayo como si fuera ultra conservador, el gobierno de Joe Biden -el sector conservador del Partido Demócrata- pone al gobierno de Lacalle a la derecha de su política pública. El gobierno estadounidense considera que la única forma de atender la crisis sanitaria es inyectando recursos en la economía para que la gente pueda quedarse en su casa, pueda evitar la movilidad y al mismo tiempo para que los sectores productivos no colapsen, sobre todo la pequeña y mediana empresa. Nosotros estamos desatendiendo la situación sanitaria en la medida que los resultados están demostrando que es un desastre y gran parte de ese desastre se debe a no aplicar medidas económicas que permitan a la gente no moverse, y lo grave va a ser el futuro, la pos pandemia. Hoy estamos muy lejos de superar la pandemia pero tendríamos que hablar un poco del futuro. El resto del mundo ya lo está haciendo. Pensemos que la mayoría de los estados -no Uruguay- están gastando más de lo que tienen, lo hacen los estados ricos y los otros. Y vamos a tener un gigantesco déficit fiscal planetario. Históricamente los estados ricos venían a decirnos que debíamos «portarnos bien» en términos de déficit fiscal, un problema que ellos no tenían, porque entre otras cosas, tienen la maquinita de generar dólares. Ahora se van a discutir las reglas internacionales y por ejemplo, por primera vez, esta semana en las Naciones Unidas y en varios ámbitos como el G7, van a discutir un impuesto a los ricos, a las grandes riquezas y van a salir a combatir -ahora sí de manera fuerte- a los paraísos fiscales, que yo les llamo guaridas fiscales porque es una forma de robar. Solo un dato, un tercio del PIB mundial está depositado en los bancos de los paraísos fiscales.
Los recursos están. ¿El problema es el reparto de la riqueza?
Por supuesto que hay recursos. Es una gran mentira que no hay plata para la renta de emergencia que plantea el movimiento sindical. No es verdad que no hay plata, solo que está metida en los bancos de los paraísos fiscales. Hay más plata que nunca. Si hay algo que esta época también demuestra es que la humanidad fue capaz de crear la riqueza más grande la historia. El punto es que está concentrada en muy pocas manos. El 1% de la población del mundo tiene la misma riqueza que el 60% de la población del planeta. Es la primera vez que pasa en la historia, es la época de la humanidad con mayor desigualdad, no es la época más pobre, es la de mayor desigualdad. Entonces hay que terminar con ese discurso que defiende la idea de que para captar inversiones se necesita achicar los estados, las políticas públicas y los costos laborales. No, lo que hay que hacer es ir al rescate de esos recursos que generó la sociedad, son recursos que no fueron generados por «los mallas oro» mundiales sino por las sociedades.
En algunas partes del mundo, especialmente en Latinoamérica, hay señales de hartazgo, de sociedades que no aguantan más. Sin embargo, en nuestro país parece existir conformidad con las políticas de austeridad y ahorro y un gobierno blindado a las críticas.
Hay miedo y está comprobado que siempre que hay miedo las sociedades tienden a confiar en el conductor que debe brindar ciertas certezas. Y hoy esas certezas -con bastante razonabilidad- las da quien conduce al país. Eso puede explicar una parte de la reacción de la gente. Pero si uno observa las encuestas, en los temas económicos la gente tiene un nivel de adhesión muy bajo en relación a lo que hace el gobierno. Y yo creo que ahí está el punto débil del gobierno. Por ahora tiene -y yo creo que eso va a empezar a deteriorarse- un respaldo de la opinión pública en materia de la conducción de la pandemia, del asunto sanitario, por el miedo, por la necesidad de certezas, pero en materia económica o de trabajo, no.
Lo que está sucediendo en países de América Latina es que primero vino la crisis sanitaria por la pandemia, luego la crisis económica y posteriormente la crisis social. A Chile y Colombia llegó la crisis institucional. Sé que algunos se enojan y dicen que yo anticipo estallidos. Pero analizando lo que está pasando en varios países de América Latina, los estallidos eran previsibles. Solo la incapacidad de algunos liderazgos, como en el caso de (Sebastián) Piñera en Chile o (Iván) Duque en Colombia, no vieron que sus sociedades iban a explotar. La gente no banca más la desigualdad, no solo no banca más la crisis económica sino que luego se indigna. Y por eso la palabra estallido no es lo mismo que una protesta, es otra cosa mucho más fuerte, se indigna con la desigualdad, porque no es verdad que a todos les va mal. Esta idea de que como la pandemia nos afecta a todos, a todos nos va mal, no es verdad. Vivimos en el continente más desigual del planeta. A algunos les va muy bien, incluso mejor que nunca. ¿Es razonable que algunos sectores a los que le va muy bien planteen la rebaja del salario de los peones rurales? Esto que discutimos mucho en Uruguay está pasando en casi toda América Latina y genera indignación, bronca y por lo tanto, estallidos, porque la gente no banca más. Ni Colombia ni Chile son países pobres, no estamos hablando de Haití, y sin embargo estallaron porque la gente dijo que no aceptaba más que algunos se llenen los bolsillos y a otros se les diga que se tienen que ajustar el cinturón. Y ya que este año vamos a discutir la reforma de la seguridad social, es importante recordar que en Chile -que son los inventores del ahorro privado- el 60% de los jubilados cobra 50 dólares, es decir unos 2.200 pesos uruguayos. Yo pregunto si alguien en Uruguay imagina poder vivir con $ 2.200. Ese es el resultado de una concepción mercantil que sostiene que la seguridad social tiene que ser un negocio. En Chile, junto con los estudiantes, la protesta social tuvo como consigna el «no a las AFAP». Los estallidos se producen por algo, eso no se puede ocultar. Y ese algo es que la gente dice ‘nosotros no queremos seguir viviendo así’, con unos pocos privilegiados que se benefician y por otro lado, la inmensa mayoría haciendo un enorme esfuerzo que termina en manos y a favor de los privilegiados.
El problema es que los estallidos pueden surgir por un hecho puntual, que aunque se solucione, luego no desactiva la indignación, el conflicto social perdura. ¿No?
Exactamente, por eso se llaman estallidos, porque explotan, es algo que uno no ve pero de golpe explota como una bomba. En Chile el aumento del precio del metro (transporte público) fue insignificante, claro que para un trabajador chileno el transporte le significa un 30% de su sueldo. El gobierno actuó rápido pero no pudo desactivar la protesta social. Porque como decía la consigna, no eran los 30 pesos, eran 30 años de injusticias. Lo que me preocupa y mucho en nuestro país es que acá, sin explicitarlo, se está haciendo un ajuste salarial y un ajuste fiscal a través de las tarifas.
¿Cuál es tu visión sobre el proceso de la LUC?
Creo que la LUC es un ejemplo de lo que no hay que hacer. Tiene un componente antidemocrático que es el haber utilizado un mecanismo excepcional para un conjunto de leyes, tal como lo ha señalado de manera muy certera el Pit-Cnt. Ahí hay decenas de leyes dentro de una gran ley y la forma del tratamiento de urgente consideración para todos esos temas fue un problema. En este escenario, el movimiento popular hizo lo que no hizo el gobierno: dialogar e intentar una consulta con la opinión pública. Cada uno tendrá su opinión pero lo importante es tener lo oportunidad de opinar y que sea una decisión democrática. Creo que la LUC sintetiza una forma de hacer las cosas del gobierno que es negativa. Otro de los ámbitos donde el gobierno está cometiendo un gran error -y vuelvo a hablar de una forma de accionar muy antidemocrática- es en las decisiones de política exterior. Lamentablemente, Uruguay está discutiendo muy poco sobre lo que sucede en el mundo, sobre política exterior y creo que el movimiento sindical tendría que hacer un esfuerzo por intervenir e incidir más en ese tema porque están pasando cosas muy peligrosas. El gobierno casi no menciona su política exterior, toma decisiones, como por ejemplo alinearse a la política exterior del gobierno de Donald Trump. Una de las decisiones de nuestro gobierno fue apoyar que el presidente del BID sea el candidato de Trump. Siempre hubo un acuerdo no escrito de que los presidentes del BID eran latinoamericanos y eso nos llevó a tener durante mucho tiempo a un uruguayo, Enrique Iglesias, obviamente también elegido por su extraordinaria capacidad. Sin embargo, el gobierno de Lacalle Pou rompió esa tradición. Faltaban cuatro o cinco meses para las elecciones en EEUU y alguien se equivocó mucho en el gobierno uruguayo creyendo que Trump ganaba las elecciones. Eso es algo que nunca asumió el gobierno uruguayo, se equivocó, le erró al cálculo, hizo gestos increíbles para la historia de Uruguay en general y del propio herrerismo. Si hay algo que Luis Alberto de Herrera defendió fue la independencia del país en relación a los EEUU y cualquier imperialismo. Es increíble cómo este gobierno en materia de política exterior ha tenido decisiones erráticas y equivocadas. Y la más peligrosa es la actual con respecto al Mercosur. Porque debemos entender que un país con 3 millones y poco de habitantes, lo único que tiene para influir es construir una escala a nivel internacional. Y eso hoy es el Mercosur, con todas sus luces y sus sombras. No puede ser que el gobierno tome posiciones que ponen en riesgo el futuro del Mercosur, alineándonos con un gobierno impresentable como el de Bolsonaro. En Uruguay no estamos discutiendo estos temas. Vuelvo al punto que para conectar el mundo con Uruguay y la región, necesitamos tener un proyecto a largo plazo. Y discutir sobre ello. Uruguay debe salir de la trampa de los commodities e intentar el cambio de la matriz productiva. Esto es algo que el Pit-Cnt discute con mucha profundidad, es muy interesante lo que hace el movimiento sindical en sus espacios de construcción de pensamiento estratégico en materia productiva, a través del espacio de Desarrollo Productivo y también a partir de la creación de la Confederación de Sindicatos Industriales, agrupándose en una misma unidad para tener más fuerza y para defender la creación de valor en Uruguay.
En el actual contexto, ¿cuáles son las chances de dar esos debates?
No hay chance de no darlos. América Latina tiene tres dramas: uno, es la región más desigual del planeta. Y eso no es casual, tiene que ver con el segundo drama que es que nos dedicamos a producir cosas baratas. Y si asociamos esto al riesgo ambiental, la producción tiene un alto nivel de contaminación y de destrucción del medio ambiente, por tanto, estamos en el peor negocio. Y la tercer cuestión que es dramática, es que estamos desintegrados. Somos la región más desintegrada del planeta: apenas el 20% del comercio se desarrolla entre nosotros, mientras que en Europa, el comercio entre ellos es más del 80%. Entonces, esa desigualdad, esa producción primaria y esa «no integración» explican el lugar en el mundo en el que estamos. Por eso es necesaria una discusión que defina una estrategia país, con perspectiva regional, entre otras cosas con un papel destacado del Estado. Y por ello son tan importantes las compras públicas y la inserción internacional, entre otros factores. Uruguay tiene que discutir estas cosas a gran escala, somos capaces por ejemplo de combinar tecnología con valor agregado, con la formación profesional y el rol de la organización sindical. Si Uruguay logra combinar estos elementos podrá transformarse en un país que no sea el de la desgracia que estamos viendo en América Latina. Y si no cambiamos esa ecuación actual, tarde o temprano ahí estará la razón de los estallidos.
Te han cuestionado duramente por hablar de estas cosas.
Lamento que genere una reacción tan básica como el enojo y la descalificación. Yo creo que esto del cambio tecnológico tiene que ver con la comunicación también. Es el tipo de discusión que se da en las redes. Creo que nosotros tenemos que evitar que el tono de la discusión sea ese. No tengo ningún problema que haya gente que piensa distinto a lo que yo digo, lo que no creo que sea el camino del insulto y la descalificación el de tener una discusión sana. Me parece que el gobierno tiene que asumir que hay un debate muy profundo en esta sociedad que al final tiene que ver con la democracia. Cuando lo planteo hablo de casos que están a la vuelta, aquí nomás, como Chile y Colombia. Lo que yo digo es que asumamos que es posible que si no hacemos determinadas cosas, puede ocurrir lo peor. Y lo peor es la ruptura institucional tal como la estamos viendo en Chile. Lamento que se enojen, pero es necesario decir que la crisis actual en nuestro país ya empezó a ser crisis económica y social. Y que si no nos anticipamos después tendremos problemas muy difíciles de resolver. Uruguay cuenta con muchas ventajas porque tiene un sistema político de partidos estable y una sociedad que está dispuesta a debatir y a tener diálogos. Pero que si no se da ese diálogo, va a haber protesta, y habrá lucha, porque también de eso sabe esta sociedad. Sabe resistir y no se deja pasar por arriba. El gobierno tiene que entenderlo.
¿No dialoga?
Yo creo que el gobierno trabaja mucho con la comunicación pero dialoga poco, que son dos cosas distintas. Una cosa es comunicar y otra cosa es dialogar. En este momento, no hay diálogo con la oposición y no es cualquier oposición, es una fuerza política que estuvo a muy poco de ser gobierno. Por tanto, yo no estoy anunciando nada, estoy diciendo que miremos alrededor y pongamos las barbas en remojo. Las cosas que hicieron otros países y otros gobiernos llevaron a estallidos sociales. Ese es mi punto. ¿Cómo hacer para que no nos ocurra a nosotros? Yo creo que claramente con diálogo y tomando medidas económicas. Este gobierno además tiene una gran ventaja que es la de contar con un sindicalismo extremadamente dispuesto al diálogo y a la profundidad, no a la dispersión. Aquí hay actores representativos de la sociedad y eso fue algo que incidió favorablemente cuando la crisis de 2001 y 2002. Pero insisto, tiene que haber voluntad política.
¿Sos de los que cree que el gobierno apela a «cortinas de humo» para que no se hable de la realidad? ¿Es casual que se hable tan insistentemente en términos de sospecha delictiva?
En muchas partes del mundo hay una estrategia de desprestigiar a la oposición. Creo que la experiencia de Brasil es dramática y allí se puso en juego la democracia. Se utilizaron evidentemente las noticias falsas, las fake news, Bolsonaro hizo uso de ello para aplicar una estrategia de desprestigio a la oposición. Lo corroboró la propia justicia. En Brasil, se terminó judicializando la política y politizando la justicia. Esa experiencia que comenzó en Europa y fue muy dañina, se aplicó en América Latina, particularmente en Brasil. Yo le diría al gobierno uruguayo que con Bolsonaro no repita el error que cometió con Trump, de asociarse a un gobierno impresentable que luego perdió elecciones. Yo no haría ningún acuerdo con el actual gobierno de Brasil, porque además de ser impresentable en todos los planos, sería un error desde el punto de vista táctico, quedar abrazado coincidiendo con un gobierno que prontamente va a tener que demostrar en la urnas si es revalidado. Es tiempo de mucha calma en política exterior y no de adoptar algunas definiciones. Otro gran error del gobierno uruguayo son las posiciones que está tomando con respecto al conflicto del Medio Oriente, cambiando posiciones de los últimos 30 o 40 años. Hay asuntos de la política exterior uruguaya muy preocupantes pero que acá no se debaten. Creo que el movimiento sindical necesita tener una voz más potente sobre este asunto. Me gustaría ver al Pit-Cnt irrumpiendo en los debates públicos sobre política internacional. Así como lo hizo cuando las discusiones sobre el TISA, bajo el gobierno de Tabaré Vázquez, alertando que era un muy mal acuerdo para el país. Por ello, creo que si el gobierno está convencido que el Mercosur es un problema para Uruguay, que lo discuta con todos los actores necesarios del país, tal como lo discutió el gobierno del padre del presidente actual en 1991, convocando al conjunto de la sociedad para una decisión que claramente iba a definir el futuro del país. El mundo y también la región y nuestro país, estamos en un momento muy particular. Y la forma de procesar este presente es con más democracia que nunca.