Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME

Amigos y familiares homenajearon a Raúl Feldman en su cumpleaños

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Raúl Feldman estaría cumpliendo este lunes 70 años, pero la violencia política de la Argentina de los tiempos de Isabel Perón, ejecutada por la Triple A -Alianza Anticomunista Argentina- lo impidió. Era un joven uruguayo, militante de la Unión de la Juventud Comunista (UJC), exiliado, asesinado de 16 balazos por un comando paramilitar mientras trabajaba en la organización de acciones de solidaridad con el pueblo uruguayo y de denuncia de la dictadura, encabezada por ese tiempo por Juan María Bordaberry.

Para recordarlo, sus familiares, amigos y allegados se reunieron en el Espacio Libre Raúl Feldman, en Eduardo Blanco Acevedo, Mones Roses y Alfonso Espínola, en el montevideano barrio de Carrasco.

En el acto hubo una corta y sencilla parte oratoria a cargo de su hermano Daniel, también por esos tiempos militante de la UJC. Posteriormente los asistentes colocaron flores al pie del cartel que indica el nombre de la plaza.

Feldman fue asesinado en la sede del Movimiento Argentino Antiimperialista de Solidaridad Latinoamericana (MAASLA), entidad conformada por organizaciones de la izquierda y de los movimientos de derechos humanos de Argentina. Cacho, o el Gordo, como lo conocían, se había instalado en Buenos Aires junto a otros militantes comunistas, organizar el trabajo de solidaridad con la resistencia del pueblo uruguayo. En vísperas del 24 de diciembre de 1974 un comando de la Triple A ingresó en el local y lo acribilló a balazos. El jefe de comando, Rodolfo Almirón Sena, fue detenido años después en España y extraditado a Argentina donde murió en la cárcel, condenado por diversos delitos de lesa humanidad.

Palabras de Daniel Feldman:

¿Cómo empezar estas breves palabras, aparte, por supuesto, del agradecimiento a todos ustedes por la presencia? Y a todos los que por una u otra razón no pudieron estar físicamente aquí, pero de corazón están, como me lo han hecho saber.

Hasta el año pasado teníamos la costumbre de juntarnos por acá el 24 de diciembre, conmemorando la fecha del asesinato de Raúl. Esta vez, obras de la Intendencia mediante, que prometen un espacio renovado y remozado para abril, decidimos hacerlo en la fecha de su nacimiento, coincidiendo con sus 70 años.

Efectivamente, este lunes 12 de marzo Raúl, Cacho, el gordo, Diego para algunos que compartieron los preámbulos del terror en Buenos Aires, estaría cumpliendo 70 años.

Muchas veces he tratado de imaginarme cómo sería su estampa hoy, y se me hace difícil escapar a esa imagen que lo congeló en una eterna juventud que no pidió, que lo dejó atrapado y entrampado, a pesar del paso de los años, en sus jóvenes 26 años. Raúl sigue siendo hoy, con 70 años, ese joven rubio de ojos verdes, de 1,80 metros, algo avanzado en peso, con una incipiente calvicie a modo de tonsura. A pesar de sus 70 años sigue buscando su ubicación en un banco de Facultad, disfrutando de una salida un sábado a la noche o palpitando con Led Zeppelin o los Beatles. Continúa tratando de redondear ese corto en 8 mm que dio en llamarse «Cinco candels por un peso», y percibiendo a la Nouvelle Vague como parte de su inspiración cinematográfica.

Pero, soy hijo del racionalismo y la racionalidad. Ateo confeso, no creo en la redención ni en una vida del alma más allá de los estrechos y concretos límites de la materialidad que percibimos. Hace ya 43 años que Raúl no está, que 16 balas lo tumbaron y le dijeron «este es el fin de tu recorrido».

Para algunos, este es un encuentro de militancia; para otros, de compromiso, y es cierto, pero me parece que, fundamentalmente, para todos nosotros, más allá de los caminos, senderos o atajos que hayamos tomado en nuestras vidas, es un encuentro de cariño, de afectos compartidos.

Permítanme contar una anécdota, que tiempo atrás llamé «Historias de zapatos». El día de su asesinato, Raúl había estrenado un par de zapatos, unos mocasines. «Estrenó los zapatos para morir», repetía sin cesar mi padre, en un acto de sinsentido para una situación que muchos quisieron calificar dentro de la «ideología del sinsentido», pero que en realidad no la era tal. Walter Cruz, aquí presente, un sobreviviente, para quien Raúl era Diego y supo su verdadero nombre solo después que lo asesinaron, justo había salido de la oficina donde estaba con él, a comprarse zapatos. Esteban Valenti -Nino por aquellos tiempos y lares-, se había comprado o estrenado ese mismo día un par de zapatos negros, y, a pesar de que no escatima recursos en su atuendo, nunca se lo vio, después de esa fecha, de zapatos negros.

Suena raro que traiga a colación esto después de haberme referido a mi racionalismo y racionalidad. Pero somos así, contradictorios. Raúl está muerto y nada, absolutamente nada nos lo devolverá. Ni la ubicación en España, detención, posterior extradición y muerte en prisión de Rodolfo Almirón Sena, el jefe del salvaje operativo de asesinato. Me conmocionó saber esa verdad, me movió toda mi humanidad denunciarlo e ir reiteradas veces a declarar ante la Justicia en Argentina. Pero no me movió ni un pelo -de los pocos que tengo- su muerte. No me devolvió ni por un día a Cacho. No me produjo más que un leve y pasajero alivio.

Sin embargo, converso de tanto en tanto con Cacho. Me doy una vuelta por acá – ¿vas a visitar a tu hermano?, me pregunta mi esposa- y conversamos.  Sobre todo de la vida, y de heterodoxias. A fin de cuentas, difícilmente no nos pongamos de acuerdo en las ortodoxias, y eso es aburrido y no tiene gracia, especialmente entre hermanos.

Hoy, mi empecinamiento es en la memoria, en esa construcción individual y colectiva que pertinazmente ayude a evitar otros Raúles, Cachos, Diegos. Sin ella, difícilmente lleguemos a la verdad y obtengamos justicia y algo, un poco aunque sea, de alivio. Y si pudieran, sería bueno preguntarles a nuestros padres, ya fallecidos.

Atribuyen a Oscar Niemeyer, el famoso arquitecto y urbanista brasilero, la siguiente frase:

La vida es un soplo. Todo acaba. Me dicen que después que yo muera, otras personas verán mi obra. Pero esas personas también morirán. Y vendrán otras, que también se irán. La inmortalidad es una fantasía, una manera de olvidar la realidad. Lo que importa, mientras estamos aquí, es la vida, la gente. Abrazar a los amigos, vivir feliz. Cambiar el mundo. Y nada más. 

 Agrego de mi cosecha:

La memoria sigue siendo el pertinaz refugio de los soplos, de todos y cada uno, que se convierten en aliento, en empuje, en fuerza y pasión, no para lograr la inmortalidad, vana aspiración de seres pequeños, sino para vivir la vida, abrazar a los amigos, ser felices, cambiar el mundo… y nada más.

A Raúl no se le dio acompañarnos en gran parte de este trayecto. Vivió su corta vida, abrazó a sus amigos, creo que fue feliz, intentó cambiar el mundo… y nada más.

Los azares y recovecos del destino hicieron que, por pocos minutos, yo no estuviera compartiendo con Cacho su destino. Algo de lo que viví también es parte de su vida y logré arrancárselo a la muerte.

Conmemoremos pues su nacimiento. Déjenme entonces, por tanta ausencia, pero también por el presente y por el futuro, dejar hoy para Raúl, junto a la flor, una lágrima.

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO