Todos son hijos de la misma madre: la falta de clases políticas, la ausencia de proyectos globales y la presencia de líderes semiautoritarios como Donald Trump, Xi Jinping y Vladimir Putin, que no construyen un orden mundial como el que, mal que bien, existió durante la Guerra Fría, o la alianza sino-norteamericana, entre 2009 y 2016. Como siempre, la turbulencia golpeará con mayor fuerza a los más débiles. Caras y Caretas mencionó varias veces la importancia de las visiones de los grandes artistas (como el director Fritz Lang, que avizoró el advenimiento del nazismo en filmes como Metropolis) en la prospectiva de lo que vendrá. Hace ya varias décadas que sólo tenemos distopías profundamente negativas. Por poner umbrales, la ruptura con las visiones positivistas comenzó con La naranja mecánica ,de Stanley Kubrick, en 1971 y tuvo su culminación en 1982 con Blade Runner, de Ridley Scott. Pero nada se compara a las que asoman por estos días: la serie The Handmaid’s Tale (El cuento de la criada) y la saga que comienza con la película La noche de la expiación. En ambas, la democracia de Estados Unidos (EEUU) ha sido sustituida por regímenes autoritarios: una teocracia en la primera, y la dictadura de los “Nuevos Padres Fundadores” en la segunda. En la primera, donde una guerra prosigue implacable en las afueras, las mujeres han sido sometidas a un estado de brutalización similar al de la Edad Media; en tanto que en la segunda se otorga a la población un día al año para matar a quien se desee, lo cual ha redundado en drástica disminución del desempleo, la indigencia y las enfermedades, ya que los más pobres son, previsiblemente, las mayores víctimas. En un mundo en el que la droga hace estragos, la desigualdad y la delincuencia aumentan, a la vez que la robotización amenaza a más de 45% de los empleos existentes, los partidos y líderes autoritarios ganan espacio y presagian dictaduras y soluciones similares. Es inevitable sentir nostalgia por la época que nació al fin de la Segunda Guerra Mundial, a pesar de la Guerra Fría, que al fin y al cabo era un orden mundial, un esquema de equilibrios cuya necesidad señaló obsesivamente Henry Kissinger en toda su carrera intelectual. Cuatro líderes de estatura histórica colosal, cada cual a su manera -Franklin D. Roosevelt, Joseph Stalin, Winston Churchill y Charles de Gaulle- habían liderado la derrota el eje nazi-fascista, que fue la perfecta encarnación del mal. Las ideas de Keynes habían derrotado la Gran Depresión y se habían impuesto universalmente, dando lugar a la “era dorada del capitalismo”: un capitalismo de Estado interventor que sostenía la economía privada, con gran presencia sindical, apuntando al Estado de bienestar, único fin posible de la ciencia económica. No habían aparecido los pensadores “liberales” como Milton Friedman, que asesoró a las dictaduras de Augusto Pinochet, Jorge Rafael Videla y la uruguaya, todas las cuales terminaron en estruendosos fracasos económicos. Hoy, tres líderes continentales -Donald Trump, Xi Jinping y Vladimir Putin- compiten en mostrar quién tiene armas más grandes y poderosas, y el primero no tiene mejor idea que declarar una guerra comercial (que se transforma de inmediato en “guerra de divisas”), inaugurando una confrontación sin límites ni vencedores posibles. Los sueños delirantes del Sr. Trump El discurso sobre “América primero” de Donald Trump se nutrió de la idea de restaurar la grandeza norteamericana de posguerra (cuando EEUU era 51% del PIB mundial), en base a un proteccionismo antiglobalización que restaurara el esplendor perdido de la industria norteamericana. Apuntó directamente a China -hasta entonces el principal aliado de EEUU en los planos comercial y financiero-, culpándola de su déficit comercial y señalando que si era electo, habría una “guerra comercial”. Los comienzos de la presidencia de Trump estuvieron signados por los rotundos fracasos en demoler el “Obamacare” y su persecución a los inmigrantes, además de su lucha contra los investigadores de la “trama rusa”, mientras iban abriéndose camino la reforma fiscal y la “guerra comercial”. Pero ya en marzo de 2017 el primer ministro chino Li Keqiang advirtió contra un enfrentamiento entre las potencias señalando que “las empresas estadounidenses serían las más perjudicadas”. Durante la ronda de prensa anual del Congreso Chino, realizada en el Salón Dorado del Gran Palacio del Pueblo en Beijing, Li señaló que “no queremos ver que estalla ninguna guerra comercial entre nuestros dos países. No es algo que fuera a lograr un comercio más justo”, agregando que “recientemente leí un artículo de un centro de estudios internacional que decía que si hubiera una guerra comercial, serían las empresas extranjeras, en particular las estadounidenses, las que se llevarían la peor parte”, y advirtió sobre el peligro de una «confrontación devastadora». Pero Trump persistió en acusar a China de destruir el empleo en EEUU con sus exportaciones baratas y manipular su divisa para abaratar ventas. Sus primeros gestos en materia de política comercial fueron apartar a EEUU del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), el largo brazo comercial que Obama había extendido hacia el Pacífico, e iniciar la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Tlcan o Nafta), el emblemático vínculo que integra a América del Norte en el mayor bloque socioeconómico del mundo. Lo asesoraron en esas decisiones los extremistas Steve Bannon y Peter Navarro, contra la opinión de todos los elencos estables de Washington (al fin y al cabo el TPP y el Transatlantic Trade and Investment Partnership (TTIP), la propuesta de tratado de libre comercio entre la Unión Europea y EEUU eran políticas de Estado, sostenidas por los dos partidos), de sus poderosos think tanks, de los mandos militares y los servicios de inteligencia, que ven en el comercio una variable estratégica de primer nivel. Esto es la guerra, muchachos Pero Trump no está para escuchar consejos, ni siquiera de los hombres que encumbró, como Gary Cohn (hombre de Goldman Sachs y puente principal con el gran empresariado) o Rex Tillerson, ex-CEO de Exxon. El viernes 9 de marzo, el presidente firmó los decretos que imponen aranceles de 25% a las importaciones de acero y de 10% a las de aluminio, respectivamente, dejando exentos a Canadá y México . Declaró que su objetivo es apoyar a los fabricantes de acero y aluminio de EEUU al encarecer el precio de los importados. Obviamente, los aumentos tendrán una cantidad de repercusiones, tanto en lo externo como en lo interno. La medida afecta a países proveedores de dichos productos que son socios comerciales privilegiados de EEUU, como Argentina (cuyo presidente, Mauricio Macri, llamó a Trump para solicitarle ser exonerado), Australia, Brasil, la Unión Europea y, claramente, China. Generalmente este tipo de medidas genera respuestas automáticas -represalias- en subas de los aranceles que afectan al país que modificó los suyos, pero otro cantar es cuando se trata del segundo importador del mundo. El otro efecto indeseado sería una “guerra de divisas”, feliz expresión del exministro brasileño Guido Mantega para definir la confrontación que suponen las devaluaciones sucesivas como forma de mejorar la competitividad frente a las barreras arancelarias. Habrá obviamente quejas ante la Organización Mundial de Comercio que no tendrán ningún efecto, pero hay sectores como el aeronáutico, la electrónica (pensemos en Apple y la gran industria de los semiconductores) y hasta la agropecuaria (en particular la soja), en las cuales las represalias de China pueden ser particularmente duras. Como es habitual en esta administración, la decisión se conoció por un tuit del presidente que dice: “Nuestras industrias de acero y aluminio (y muchas otras) han sido diezmadas durante décadas por el comercio injusto y la mala política con países del mundo. No podemos permitir que se sigan aprovechando de nuestro país o nuestras empresas. ¡Queremos libre, justo e inteligente comercio!”, mientras que en otro agregó que EEUU tiene un déficit comercial de US$S 800.000 millones que no puede soportar. Así maneja la principal superpotencia su comercio exterior. Como era de esperar, la medida provocó una reacción adversa en los mercados y el Dow Jones cayó 1,7%. EEUU ya recibió respuestas negativas de varios de los 110 países que le exportan acero y aluminio, entre los que se destacan la canciller canadiense, Chrystia Freedland, que dijo que cualquier arancel “sería absolutamente inaceptable”; el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, ladero de Angela Merkel, que afirmó que “la UE reaccionará firme y proporcionadamente para defender nuestros intereses”. Por su parte, el portavoz de la Asamblea Nacional Popular, el Poder Legislativo chino, Zhang Yesui, afirmó que “China no quiere una guerra comercial con EEUU, pero si la potencia del norte aprueba acciones que dañan los intereses chinos, China tomará las medidas necesarias”, agregando que “las políticas basadas en juicios o presunciones equivocadas dañarán las relaciones y traerán consecuencias que ninguna parte querría ver”. Zhang señaló que el total de intercambios comerciales entre los dos países superó los US$ 580.000 millones de dólares en 2017, pero se abstuvo de señalar -con paciencia oriental- que la mayor parte de las reservas chinas están constituidas por bonos del Tesoro de EEUU, que si fueran lanzados al mercado, perderían gran parte de su valor. EEUU tiene todo para perder en un conflicto con China, su aliado desde 1974, y su principal apoyo desde 2009. La guerra comercial lleva naturalmente a la guerra de divisas, es decir a la competencias en provocar devaluaciones para aumentar la competitividad. Al respecto se ha informado que Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE) y gran figura de la recuperación del crecimiento y el empleo en la UE, está tomando las medidas preventivas. Draghi había señalado que Steven Mnuchin formula declaraciones para debilitar el dólar e impulsar así la economía norteamericana en desmedro de la europea. También le preocupa la baja de impuestos que llevarán las inversiones hacia EEUU. Sus enormes logros (Europa crece al mayor ritmo en 10 años y el desempleo cayó a 8%) están amenazados. Estas amenazas podrían determinar el mantenimiento de los estímulos, para histeria de Angela Merkel, su archienemiga y gran patrona de la “austeridad” (de los otros). En otra reacción ante las medidas de Trump, el Foro de Davos, cuya edición menor se reúne esta semana en San Pablo, cambió su agenda para considerar el panorama a la luz de la situación política en América Latina. En EEUU, la suba de aranceles disgusta más al partido republicano que al demócrata y nada menos que el presidente de la Cámara de Representantes y vocero republicano -Tea Party-, Paul Ryan, sostuvo que “estamos extremadamente preocupados por las consecuencias de una guerra comercial y no queremos que amenace las ganancias de la reforma tributaria”. The Wall Street Journal publicó una carta abierta en la que 107 miembros de la Cámara de Representantes piden a Trump que reconsidere la subida de aranceles en razón de sus consecuencias negativas. El 6 de noviembre habrá elecciones legislativas en Estados Unidos, en las que se renovará un tercio del senado, la totalidad de la Cámara de Representantes y 39 gobernaciones, y el mundo acaso podría cambiar para mejor. Aumentan armamentos chinos y rusos A la vez que se nombraba a Xi Jinping como virtual “presidente vitalicio”, el presupuesto militar chino fue aumentado a US$ 175.000 millones, el segundo en el mundo luego del de EEUU (US$ 603.000 millones), y superior a los de Arabia Saudita (US$ 77.000 millones), Rusia (US$ 61.000 millones), India (US$ 53.000 millones), Reino Unido (US$ 51.000 millones) y Francia (US$ 49.000 millones), según cifras del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) de Londres. Rusia, por su parte, anunció el 11 de marzo que posee un nuevo misil hipersónico llamado Kinzhal (“daga” en ruso), capaz de atravesar el escudo antimisiles de EEUU. Fue presentado por Vladimir Putin junto al resto del nuevo arsenal estratégico ruso mientras formulaba su discurso sobre el estado de la nación. También mencionó al misil intercontinental Sarmat, armas con rayos láser, drones submarinos y el sistema Avangard, equipado con misiles crucero. Putin responsabilizó del aumento de su armamento a la decisión de EEUU de salirse unilateralmente en 2002 del Tratado de Defensa Antimisiles, decisión justificada en los atentados de 2001. Mencionó que EEUU desplegó sistemas estratégicos de emplazamiento en Alaska, a 60 kilómetros de Rusia, en Rumania y en Polonia, y comparó esta situación con que Moscú hiciera lo mismo en México y Canadá. Aseguró que Moscú sólo recurriría a ese arsenal si es atacado con armas nucleares o con armamento que ponga en peligro la supervivencia del Estado. Reiteró que su país no se involucrará en una nueva carrera armamentista como la que pretendió enfrentar la “Guerra de las Galaxias”, implementada por Ronald Reagan, lo cual ha sido evaluado como causa principal de la implosión de la Unión Soviética. Noam Chomsky abandonó el MIT El mayor lingüista viviente, Noam Chomsky, más conocido por su activismo político incansable, al filo de cumplir 90 años, abandonó el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) para enseñar en la Universidad de Arizona en Tucson. Su último libro, Réquiem por el sueño americano / Los diez mandamientos de la concentración de la riqueza y el poder, denuncia la concentración de riqueza y poder y el aumento de la desigualdad en las grandes potencias. ¿Sólo ahí? Veamos un segmento del reportaje que le hizo El País de Madrid. ¿Ha triunfado entonces el neoliberalismo? El neoliberalismo existe, pero sólo para los pobres. El mercado libre es para ellos, no para nosotros. Esa es la historia del capitalismo. Las grandes corporaciones han emprendido la lucha de clases, son auténticos marxistas, pero con los valores invertidos. Los principios del libre mercado son estupendos para aplicárselos a los pobres, pero a los muy ricos se los protege. Las grandes industrias energéticas reciben subvenciones de cientos de millones de dólares, la economía high-tech se beneficia de las investigaciones públicas de décadas anteriores, las entidades financieras logran ayudas masivas tras hundirse. Todos ellos viven con un seguro: se les considera demasiado grandes para caer y se los rescata si tienen problemas. Al final, los impuestos sirven para subvencionar a estas entidades y con ellas a los ricos y poderosos. Pero además se le dice a la población que el Estado es el problema y se reduce su campo de acción. ¿Y qué ocurre? Su espacio es ocupado por el poder privado y la tiranía de las grandes entidades resulta cada vez mayor”. Trump pierde a Cohn y echa a Tillerson En una nueva muestra del desequilibrio permanente que vive el Poder Ejecutivo de la mayor potencia del mundo, el presidente Donald Trump perdió en una semana a dos de sus principales funcionarios: el 6 de marzo, en firme desacuerdo con la “guerra comercial” de Trump, dimitió su poderoso director del Consejo Económico Nacional, Gary Cohn (56 años, abogado por la American University, hombre de Goldman Sachs y puente con Wall Street y el gran empresariado), firme partidario de la globalización, que no fue escuchado por el presidente, pese a ser, junto con el Secretario del Tesoro, Steve Mnuchin (otro Goldman Sachs), el diseñador de la reforma fiscal. También había fracasado en sus advertencias acerca de los peligros que suponen las armas en poder de civiles en EEUU y en su partidarismo sobre el Nafta. Su ida supone una derrota del grupo de moderados que aún rodea a Trump. Su salida se hizo en buenos términos. Mucho más turbulenta, ruidosa y alarmante fue la salida del secretario de Estado, Rex Tillerson (65 años, ingeniero por la Universidad de Austin, ex-CEO de Exxon), la cual fue comunicada públicamente el 13 de marzo por un tuit del presidente, sin hablar con el importantísimo funcionario. Será sustituido por Mike Pompeo, abogado de Harvard, un “hiperhalcón”, hombre de la Asociación Nacional del Rifle y del Tea Party, que hasta ahora dirigía la CIA, lo cual da una pauta de lo que valora Trump la diplomacia como arte de lo posible. A su vez, la posición de Pompeo será ocupada por Gina Haspel, subdirectora por años de la Agencia de Inteligencia. Trump y Tillerson se habían enemistado hasta llegar a la humillación recíproca (situación inconcebible en esas posiciones en cualquier país medianamente civilizado) y el presidente recortó 30% del presupuesto de la secretaría de Estado. Gina Haspel (61 años, funcionaria de la CIA desde 1985, que será la primera mujer en dirigir la CIA) está acusada de haber aplicado torturas en una prisión secreta en Tailandia, y como criminal de guerra por parte de The New York Times. Estas son las figuras que rodean al presidente Trump mientras EEUU sigue desapareciendo de la consideración mundial y sus enemigos se frotan las manos. El fiscal especial Mueller continúa su tarea.
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