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La nueva película de Kleber Mendonça Filho

Aquarius, el regreso de Sônia Braga

El segundo largo del director Kleber Mendonça Filho marca el retorno al cine brasileño de Sônia Braga. Un film de narrativa lineal, sencilla y con una banda sonora notable, que gana profundidad con las dotes de la Braga para componer un personaje fascinante, a la altura de los recordados de Doña Flor y sus dos maridos y Gabriela.

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Por A.L.

Sônia Braga, con 66 años cumplidos y convertida en una más de las tantas celebridades afincadas en Nueva York, volvió al cine brasileño de la mano del director Kleber Mendonça Filho, en Aquarius (2016). Y lo hizo de forma notable. Encarna a doña Clara, personaje en el que luce su talento actoral para dotar de profundidad e intensidad expresiva una historia narrada sin extrañamientos formales, con una trama lineal y directa, que tiene como tópico eje la puja entre la embestida del capital y la resistencia individual. El aporte de la legendaria actriz, ícono erótico de los años 70 y 80, tiene tal peso que, al final, se devora la película: ella, Clara, es la película.

Aquarius, segundo largometraje de Mendonça Filho (el anterior fue Sonidos vecinos, de 2014) no sólo ganó notoriedad tanto en su país como fuera de fronteras por contar con Braga como protagonista. El revuelo que causó su participación en la selección oficial de la última edición del Festival de Cannes le dio una mano extra considerable. Allí, en plena alfombra roja, el director y el elenco manifestaron su repudio en contra del golpe que hizo caer a Dilma Rousseff e instaló a Michel Temer en el sillón presidencial de Brasil. La repercusión mediática de esta manifestación tuvo, inevitablemente, sus consecuencias.

La andanada de expresiones de apoyo compitió en intensidad y cantidad con la andanada de críticas, tanto desde el gobierno de Temer como desde la prensa ahora oficialista. Y, de paso cañazo, el film sufrió la arbitraria calificación “apta para mayores de 18 años”, algo poco usual en Brasil y un factor que complicó la distribución en la red de salas locales, y no fue elegida como candidata a competir en los Premios Oscar como representante oficial de su país, pese a que era una candidata segura (en su lugar fue Pequeño secreto, de David Schurmann). Esta última medida, también previsiblemente, causó algún que otro revuelo en las redes sociales y en los medios de la región. Pero no hubo marcha atrás. Y, al mismo tiempo, Aquarius se fue convirtiendo en una suerte de bandera para los sectores sociales y políticos opositores al polémico gobierno de Temer.

¿Este fenómeno fue una astuta movida para promocionar la película y relega a un segundo plano sus valores formales y artísticos? Claro que no. Aunque el relato quede a la deriva y pierda su pulso en algunos tramos, y aunque el remate funcione más como una descarga previsible que como disparador de interrogantes abiertas, Aquarius es una buena película. Su planteo narrativo simple, lineal, es el marco ajustado a la construcción del perfil de Clara y sus relaciones con la familia, con la memoria, con su surtida discoteca, con el entorno urbano, y, sobre todo, con su antagonista. Y Braga se luce con un atractivo y efectivo trabajo con la gestualidad, con las miradas, con el porte y el manejo de los climas y del espacio, para hacer de su personaje una mujer fascinante.

En conflicto

Clara, que tiene casi la misma edad que Braga, es viuda, abuela, madre de tres hijos, y periodista musical retirada. Vive sola en un sobrio apartamento en el viejo edificio Aquarius, frente a la rambla de la playa Boa Viagem, en Recife, que tiene como centro físico y simbólico una nutrida colección de vinilos (son su razón de vida). Pero esto se conocerá después de un breve preludio, en ese mismo apartamento y durante la celebración del cumpleaños de una tía, que ubica la historia y es suficiente para pintar varios aspectos emocionales, familiares e ideológicos de Clara (ahí se sabrá, por ejemplo, que en esa época ella había superado un cáncer de mama).

Cuando el relato salta al presente, se muestra a Clara inmersa en un ritmo de vida apacible, sin muchos sobresaltos, con la música y la playa como marco. Un universo controlado que se destartala cuando el joven representante de una empresa constructora (el enemigo, el rostro canchero y autosuficiente del capital depredador) la contacta para hacerle una generosa oferta por su apartamento. Este empresario, formado en Estados Unidos, quiere demoler el Aquarius y levantar en su lugar un moderno edificio de apartamentos. Clara responde, ya en ese primer contacto, con contundencia: su apartamento no está en venta. Y en esa posición se mantiene.

A partir de ese episodio, el relato comienza a ganar intensidad (un proceso muy similar al crescendo musical). Las dos partes en conflicto van midiendo sus fuerzas, y la siniestra perversidad de los ataques del empresario (oculta tras una fachada amable) se tiene que enfrentar con la lucidez del discurso resistente de Clara.

La película, sin embargo, no se agota en un recuento de choques. El conflicto desacomoda la vida de Clara; todo cambia, desde las relaciones con sus hijos y nietos, con el resto de la familia, con sus amigas, con el entorno urbano y social, con el deseo y el sexo, con el pasado. Un proceso que se vuelve complejo, atravesado por contradicciones, que no sólo se pauta desde la acción, desde los diálogos, sino también desde una impecable banda sonora, que recopila y reúne a buena parte de la historia de la música popular brasileña y del pop (desde Taiguara a Queen, desde Roberto Carlos a Villa-Lobos y a Gilberto Gil).

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