Bastó un año y medio de gobierno de Mauricio Macri para que además de acceder a los reclamos de los “fondos buitres”, la deuda externa argentina creciera un 23% (US$ 55.224 millones), para llegar a los US$ 192 millones. De esa manera, el país vecino se transformó en el mayor emisor de deuda del mundo. De acuerdo al Presupuesto 2017, el gobierno está habilitado para tomar préstamos de hasta US$ 38.000 millones, lo que implica que, de hacer uso de esa facultad, a fin de año la deuda externa argentina podría alcanzar los US$ 38.000 millones. A esto debe agregarse las condiciones en que se toman esos empréstitos, ya que este año Argentina deberá pagar US$ 12.500 millones en concepto de intereses. El incremento en cuestión equivale a un 11% del PBI y los intereses de la deuda 2016 aumentaron en un 100%, si se suma a la deuda pública los US$ 9.000 millones en que se endeudó el sector privado. Si el monto de la deuda se calcula en porcentajes per cápita, cada argentino estaría endeudado en US$ 4.363, habiendo crecido su deuda en el período de gobierno de Macri en US$ 1.255. Sin embargo, el mayor problema no radica en el volumen de la deuda contraída, sino en que la deuda adquirida sólo transitó por la Argentina, sin que un solo peso de la misma fuera invertido en su territorio, ya que desde diciembre de 2015, la fuga de capitales ascendió a US$ 18.000 millones. El monto de este endeudamiento ha tenido repercusiones en las asignaciones presupuestales, ya que en el mismo, los US$ 16.000 millones asignados al servicio de intereses de deuda, equivale al doble de lo presupuestado para el rubro Educación y al triple de lo destinado a Salud. De esta manera Argentina está ingresando a un círculo vicioso, similar al que ya hizo saltar por los aires la economía en los años 1982, 1989 y 2001. Algo a tener en cuenta desde esta orilla, ya que es harto sabido lo que han significado las crisis argentinas para Uruguay.
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