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Balotaje: Pésima herramienta política

Por Rafael Bayce.

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El ‘balotaje’, como herramienta sociopolítica y cultural de decisión, es una mala idea que surgió como esperanza de solución para intentar resolver problemas de legitimidad insuficiente en ‘elecciones por votación’. Veamos. A su vez, también históricamente, las ‘elecciones por votación’ aparecieron cuando -si seguimos a Aristóteles en su ‘Política’- no se conseguía, o no se podía obtener, ‘consenso’ entre los decisores.

 

Debate, consenso, votación, balotaje

Se podría decir, entonces, que el ideal democrático de ‘consenso posdebate’ como modo de decisión -derivado de la dialéctica platónico-socrática- fue paulatinamente sustituido por la ‘votación entre alternativas’ cuando comenzaron a aparecer 3 circunstancias que parecieron aconsejar o necesitar de esa sustitución del consenso posdebate por la votación entre decisiones alternativas: uno, cuando pasaba el tiempo sin obtenerse consenso y la urgencia del asunto pedía decisión; dos, cuando el crecimiento demográfico y la especialización en los temas fue haciendo imposible que toda la masa poblacional tuviera tiempo, oportunidad e información suficientes como para llegar a consensos por debate -tema ya en Aristóteles y de la ‘democracia radical’ de Habermas-; tres, ya más modernamente, cuando se consideró que el porcentaje logrado por la alternativa más votada, en caso de previo consenso ideal ausente, no garantizaba que el triunfador tuviera el apoyo comicial suficiente como para ungirlo como ‘legítimo’ ganador y futuro gobernante; por consiguiente, para obtener legitimidad -creencia en el deber ser de la opción- habría que recurrir a una segunda convocatoria electoral en la cual las varias alternativas electorales anteriormente ofrecidas se reunieran en nuevas alternativas, ahora polarizadas en solo dos alternativas, de modo de asegurar que el ungido triunfador disfrutara, al menos formalmente, del respaldo de más de la mitad de los decisores habilitados para hacerlo; a esta nueva modalidad decisoria responden los actuales balotajes.

De modo que, en las democracias que surgen desde la primitiva Grecia clásica del siglo de oro de Pericles, el orden histórico y valorativo de las decisiones fue: uno, el consenso posdebate, ideal socrático-platónico, mantenido en Aristóteles; dos, en su defecto: votación entre alternativas debatidas o posibles soluciones -Aristóteles-; tres, sentida cierta carencia de legitimidad en ese resultado electoral, nueva votación, ahora polarizada en dos únicas alternativas, para que el ganador obtuviera, formalmente al menos, la mitad de la aprobación directa del cuerpo electoral, ya que los representantes legislativos indirectos no habían llegado a un consenso deliberativo, ni tampoco se había arribado a un porcentaje legitimante de adhesiones comiciales directas, supletivas de las consensuales. Especialistas en legislación electoral podrán ponerle fecha al surgimiento histórico de esta tercera modalidad de decisión democrática que son los ‘balotajes’; decisión no consensual, comicial de segunda instancia, entre solo dos alternativas, a falta de legitimidad sustantiva de decisión -no o posconsensual- electoral entre alternativas múltiples. Balotajes que podríamos, provocativamente, llamar de ingenuos y sociopolíticamente oligofrénicos; sin el respaldo teórico del consenso y de la votación subsidiaria en ausencia de consenso, los balotajes son un típico producto de legisladores utópicos y leguleyos, sociopolítica y culturalmente carentes de información y formación, como veremos.

 

La creciente reificación histórica de las decisiones

Si me han seguido hasta acá, quedamos en que los balotajes surgen como intentos de darles respaldo, formal, en porcentajes electorales, a decisiones que sustituirían a consensos ideales no conseguidos y a comicios insuficientemente contundentes. Dos ejemplo recientes: lo obtenido en el balotaje de segunda vuelta por Lacalle Pou, supuestamente lo legitimaría más que lo conseguido en la primera vuelta, aunque su ventaja hubiera resultado menor que la de la primera vuelta respecto de la asociación político-partidaria que lo siguió en votos, el FA; aunque en este intento legitimador del balotaje de segunda vuelta, es posible que se inviertan los ganadores, como sucedió en Chile 2021, donde el líder apretado en la primera, Kast, no confirmó su liderazgo en el balotaje de segunda; porque Lacalle Pou disminuyó su ventaja tras el balotaje en Uruguay 2019, y Boric revirtió en el balotaje su posición de segundo en primera vuelta, ganándolo claramente.

Parecería, entonces, que la legitimidad de un triunfo electoral radica más en aspectos formales, tales como el porcentaje de votos obtenidos de entre todos los candidatos presentados, más que en la sustancia de las alternativas. Valen más los más de 50% de Boric en balotaje de segunda vuelta, entre solo dos alternativas comprimidas, que la diferencia obtenida por Kast en la primera con todas las candidaturas concurrentes; parece también que esos mágicos 50% en segunda vuelta de balotaje legitimaron más Lacalle a Pou -en una instancia en la que disminuyó su distancia respecto del Frente Amplio- que su mayor diferencia, aunque en absoluto no llegara al 50%, en primera vuelta.

Esta curiosidad ilustra una terrible tendencia histórica sufrida por las democracias, desde sus orígenes mítico-legendarios en Grecia y con teóricos griegos, hasta el presente: está ocurriendo una reificación de los criterios de decisión. En efecto, el consenso, modo ideal de decidir al principio, se está volviendo un simple pataleo retórico y para marcar perfiles, ya que lo que realmente define no es el debate argumentativo que conformaría el tema y lo decidiría -como en el ideal dialéctico socrático-platónico-, sino el balance del voto ulterior, solo supletivo de la argumentación por motivos de urgencia o demografía en ese ideal democrático.

En los regímenes parlamentario-electorales modernos, la decisión ya no resulta más de convicciones argumentativas durante el debate; el ‘pescado ya viene vendido’ predebate, y ese pescado adquiere su precio real con el balance de la votación posdebate respecto del asunto concreto en cuestión en el orden del día; entre esa decisión predebate y esa confirmación por voto posdebate, hay una instancia, sustantiva y legitimante para los pioneros griegos, el debate propiamente dicho, que ya no es más el criterio de decisión sustantivo; es más una máscara del balance de poder dado por las diferencias en representación legislativa, y una instancia de pulseada y perfilamiento entre fracciones representadas, que una instancia sustantiva de decisión de intención consensual. Hay, a través de los siglos, un proceso lento pero firme de vaciamiento sustantivo de las decisiones políticas en su fase de conformación legislativa. Quizás uno de los primeros pasos en ese vaciamiento es esa misma reificación política cuantitativa de la decisión, que pasa a acuerdos de conveniencia política predebate, simplemente confirmados por los votos posdebate; el debate per se, la base sustantiva de la racionalidad decisoria en la democracia inicial, es poco más que un tablado de simulación de racionalidad sustantiva, temática, y de debate; un tinglado de pataleo y delineamiento de perfiles electoreros; quizás una publicidad de argumentos para prensa e interesados, pero que en realidad no decide ya casi nada, o nada. Ya no son más las votaciones instancias secundarias cuando los consensos argumentativos no se pueden lograr: pasan a ser los objetivos primarios, a los cuales el simulacro del debate legislativo ahora sirve; ya no es más un modo primigenio de formación decisoria sino un modo de simulación del intento fundamental: mantener, posdebate, una mayoría política predebate a través de los debates, excusa de apariencia sustantiva legitimante. Sería el momento, lector/a, de introducir aquí el intento de corrección de esta entropía política que realiza Jurgen Habermas con su sofisticado y neo-utópico modelo de ‘democracia radical’ de fines del siglo XX; y de considerar la ‘democracia digital’ que el candidato norteamericano Ross Perot propuso también por esos años. Pero ni el espacio ni el carácter de la publicación lo aconsejan.

 

El balotaje en esa entropía reificante de democracia

Entonces, las votaciones, en esa entropía democrática histórica, se vuelven, de ser un criterio secundario de decisión en caso de consenso imposible, a ser un criterio primario de mantención de poder político, con simulacro de debate racional. Sin duda que la formalidad vacía, vaciada, del debate como fuente de decisiones, produce cierto déficit de legitimidad racional, si fuera crecientemente percibido como una mera instancia de reproducción de balances de poder, más que como fuente de decisiones racionales y consensuadas. El intento del aumento de la legitimidad de la representación política por medio de los mayores porcentajes que los balotajes proporcionan, frente a eventuales porcentajes bajos en primera vuelta, es un nuevo y patético intento de inyectarle legitimidad formal cuantitativa a una democracia entrópica que pierde y pervierte su legitimidad cualitativa, sustantiva y racional, que intenta recuperar mediante legitimidades formales y mecánicas. Porque, muchos pueden creerse que Lacalle Pou es un presidente más legítimo porque con el balotaje llegó al 50% formal de los votos, aunque haya disminuido su distancia de primera vuelta respecto del segundo candidato; o que el 55% del Boric ganador del balotaje vale más que el 40% del Kast líder de la primera vuelta. Pero sustantivamente las propuestas que formalmente darían mayor legitimidad complican las ideas y el proceso de gobierno y gobernanza; borran límites ideológicos, cuando aspiran muy drásticamente al triunfo más electoral que por consenso; Kast perdió porque sacrificó menos a la entropía democrática del balotaje. Los balotajes son victorias ‘pírricas’ en realidad, porque sacrifican racionalidad sustantiva en aras de la racionalidad formal e instrumental, que luego se pagará. Boric ha sido una máquina de sacrificar pureza y radicalidad sustantivas para maximizar, u optimizar -mejor- la racionalidad instrumental que terminó llevándolo a la presidencia; tendrá que justificar su ‘centrificación’ y manejar, desde el gobierno y la gobernanza, esa centrificación como algo más que la ocupación de cargos por ‘nosotros’ y no por ‘ellos’ como suele ser crecientemente, diluidas las aristas radicales; como lo anunció Mannheim, y como ha resultado de la evolución de la democracia: del consenso sustantivo y racional interpartes a la votación formal intrafraccional con simulacro interfraccional; y de ahí al balotaje como paso adelante en la entropía democrática, de desustancialización y de simulacro, de formalización, de las decisiones. El balotaje, intrínsecamente maniqueo, binario, dicotómico, es un potente profundizador de ‘grietas’ para bien de los anunciantes y periodistas de pseudo-debates de campaña; que la gente consume como los pseudo-duelos Messi-Ronaldo y tantas otras épicas inventadas para consumo de incautos poco ilustrados, que los presencian como lo hacen con memes y selfies eróticas. Feliz año nuevo.

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