A diez años del comienzo de la Gran Recesión 2007-2010 (la mayor crisis de la economía mundial, junto con la Gran Depresión de 1929), en cuya solución tuvieron un rol principal los bancos centrales actuando coordinadamente, y no el Fondo Monetario Internacional (FMI) ni el Banco Mundial (BM), que estaban en crisis terminal, se realizó en Jackson Hole (Wyoming) el encuentro anual que convoca la Reserva Federal, el banco central de Estados Unidos. Al contrario de lo ocurrido en la reunión del Banco Central Europeo (BCE, realizada recientemente en Sintra, según informó Caras y Caretas), la presidenta Janet Yellen convalidó el retiro de los estímulos económicos (en virtud de la fortaleza de la economía de Estados Unidos -EEUU-, a la que aún no alcanzan los efectos de la “Era Trump”), a la vez que defendió el rol de las regulaciones en la solución de las crisis y en el manejo de la economía. No se trata de diferencias de fondo, sino de “tiempos” distintos, ya que el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi (quien habló en Jackson Hole en defensa del mantenimiento de estímulos como las bajas tasas de interés y la compra masiva de bonos para fortalecer la economía europea), y Yellen, ambos pertenecientes a la “pandilla del MIT”, como Bernanke, Fisher y Krugman, piensan exactamente igual: el Estado debe intervenir con políticas expansivas preservando el crecimiento, el empleo y, en lo posible, el Estado de bienestar. Para eso sirve la economía, no para volver más ricos a los ricos, como pretenden sus adversarios conservadores, cuyos instrumentos son los ajustes fiscales y la disminución de los impuestos a sectores privilegiados. Como bien se ha afirmado, “los bancos centrales mundiales (la Reserva Federal, el Banco de China, el de Rusia, el de Japón, el de Gran Bretaña y, tardíamente, el BCE, N. de R.) hicieron todo lo que pudieron durante los últimos diez años para reactivar la economía, asumiendo todo el riesgo”. Ahora se entró en una nueva fase en EEUU, donde el crecimiento, la inflación y el empleo permiten una actuación más libre de los mercados, pero eso no rige para Europa y mucho menos para América Latina y otras zonas de turbulencia. En su discurso de apertura, la doctora Yellen no realizó anuncios relevantes (hace ya meses que las tasas aumentan en EEUU y pronto se empezarán a vender los bonos que llegaron a 4,5 billones de dólares, 3,8 billones de euros), pero remarcó su defensa de las medidas y la regulación adoptada tras la crisis que estalló en 2007 (que los conservadores querían “resolver” con reducciones masivas de impuestos a los más ricos y eliminación de programas sociales), en clara oposición a las medidas desregulatorias anunciadas por Donald Trump. Como se recuerda, la FED (bajo la presidencia de Ben Bernanke) bajó las tasas en septiembre de 2007: de 5,25% cayeron a una banda de entre 0% y 0,25% en diciembre de 2008; y dispuso una compra masiva de deuda (US$ 85.000 millones por mes). Era la “expansión cuantitativa”, el programa que hoy impone Draghi en Europa, contra la voluntad de Angela Merkel. Yellen, compañera de ideas de Bernanke, asumió la presidencia de la Reserva el 1º de febrero de 2014. Subió las tasas recién en diciembre de 2015, que ahora se sitúan entre 1% y 1,25%. La Reserva Federal tiene como objetivos estatutarios mantener un crecimiento sostenible de la economía, maximizar el empleo, moderar las tasas de interés, supervisar y regular las instituciones bancarias , proteger los derechos al crédito de los consumidores, buscar la estabilidad de los precios (incluida la prevención de la inflación y la deflación ), mantener la estabilidad del sistema financiero y contener el riesgo sistémico en los mercados. Por algo los premios Nobel de Economía más conservadores, Friedrich Von Hayek (máximo representante de la Escuela Austríaca) y Milton Friedman (factótum de la Escuela de Economía de Chicago) opinaron que la Reserva Federal debería ser eliminada. Reiteremos: utilizando políticas monetarias expansivas (no ortodoxas, ni “austeras” ni “cautelosas”), los bancos centrales de las grandes potencias resolvieron la Gran Recesión 2007-2010 y salvaron la economía mundial. Breve historia del BCU y la OPP La Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (CIDE), de la cual surgieron la OPP y el BCU, fue constituida por el entonces ministro de Hacienda, contador Juan Eduardo Azzini (que en 1959 decretó la Reforma Monetaria y Cambiaria que terminó con los cambios múltiples, y firmó la primera Carta de Intención entre Uruguay y el FMI) el 27 de enero de 1960, pero dados “los tiempos burocráticos”, no empezó a funcionar en plenitud hasta 1963. Recién en noviembre de 1961 se pudo tramitar el pase en comisión de su secretario técnico, el contador Enrique Iglesias. Comenzó a funcionar plenamente en el segundo gobierno blanco, durante el cual involucró a los principales ministros y a un extraordinario conjunto de técnicos de todas las ideologías. La CIDE formuló en siete tomos, que pesaban 11 kilogramos, un diagnóstico integral de la realidad económica y social de Uruguay y una propuesta de soluciones, constituyendo un proyecto que no ha sido superado, y muchos de cuyos principales aspectos están pendientes de implementación. La creación de la CIDE fue anterior a la Alianza para el Progreso (programa de ayuda económica y social de EEUU para América Latina propuesto por el Presidente John F. Kennedy a los embajadores latinoamericanos el 13 de marzo de 1961 en la Casa Blanca), aunque ambos instrumentos estaban imbuidos por la corriente ideológica en boga en la época, derivada del pensamiento de John Maynard Keynes (1883-1946), que fue divulgado en América Latina por Raúl Prebisch (1901-1986) desde su trabajo como secretario ejecutivo de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe (Cepao) entre 1950 y 1963. Dichas corrientes buscaron el desarrollo económico y social utilizando la planificación indicativa, entendida como soporte de la actividad privada, debidamente controlada en sus excesos y limitaciones. Bien sabemos que toda empresa privada, y mucho más las grandes empresas y las corporaciones transnacionales, planifican hasta el último detalle para optimizar sus resultados. Bajo la denominación de “desarrollismo”, se conformó un modelo que fue adoptado por presidentes como Rómulo Betancourt (Venezuela, 1959-1964), Arturo Frondizi (Argentina, 1958-1962), Fernando Belaúnde Terry (Perú, 1963-1968), Eduardo Frei Montalva (Chile, 1964-1970), Alberto Lleras Camargo (Colombia, 1958-1962) y Carlos Lleras Restrepo (Colombia, 1966-1970). En Uruguay, la CIDE constituyó una formulación original, anterior, más radical y profunda en sus planteos que la Alianza para el Progreso. A partir de 1963 la CIDE estuvo conducida por los ministros Salvador Ferrer Serra (y luego Dardo Ortiz, de Hacienda), Wilson Ferreira Aldunate (de Ganadería y Agricultura) y Juan E. Pivel Devoto, de Instrucción Pública. Bajo esa dirección funcionaron una secretaría técnica (a cargo del contador Iglesias) y grupos multidisciplinarios de trabajo integrados por empresarios, trabajadores, profesores, profesionales, estudiantes y diversas instituciones. La tarea fue apoyada por el grupo OEA, BID, Cepal, que enviaron técnicos e instructores y capacitaron a los grupos del proyecto. Tuvo que empezar prácticamente de cero: se organizaron las estadísticas y se crearon indicadores básicos, se preparó un Censo Económico Nacional (el último era de 1908) y se organizaron las cuentas del ingreso y el producto nacional. Simultáneamente se atendieron planes de emergencia (educación, salud, vivienda, energía, transporte, comunicaciones, etc.) con recursos nacionales y externos, “cuidando siempre los plazos, intereses y el uso de monedas blandas”. Convocados por la CIDE, trabajaron durante años profesionales e instituciones de primer nivel. Entre ellos se recuerda especialmente a Danilo Astori, Celia Barbato, Alberto Bensión, Nilo Berchesi, Mario Bucheli, Óscar Bruschera, Martín Buxedas, Alberto Couriel, Juan J. Crottogini, José D’Elía, Luis Faroppa, José Gimeno Sanz, José Pedro Laffitte, Samuel Lichtensztejn, Luis Macadar, Aldo Solari, Ana María Teja, Alejandro Végh Villegas, Israel Wonsewer y Raúl Ybarra San Martín, entre otras personalidades. La CIDE produjo dos documentos fundamentales: el Estudio Económico del Uruguay (1963), un diagnóstico global de la crisis económica y social que por entonces afectaba al país con una propuesta de soluciones; y el Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social (1965-1974). A su amparo se crearon el Secretariado Uruguayo de la Lana (SUL), el Centro de Investigaciones Agrícolas Dr. Alberto Boerger -La Estanzuela y la Oficina de Programación y Política Agropecuaria (Opypa) del Ministerio de Ganadería y Agricultura. La CIDE diseñó una reforma agraria, una reforma industrial, una administrativa y una financiera que comprendía una gran reforma tributaria. Los componentes más transformadores, como la reforma agraria, no fueron aprobados por condicionantes políticos, pero muchos de sus objetivos se trasladaron a la Constitución. Se ha dicho que la Constitución de 1966 es una norma de la CIDE: se crearon la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, la Oficina de Servicio Civil, el Banco Central, se obligó a la preparación del Presupuesto por Programa, se estableció un régimen especial de expropiaciones y se previó que la República procuraría la integración social y económica de los Estados latinoamericanos. También se reclamó para el Estado la facultad de orientar el comercio exterior. Esta política de desarrollo con planificación fue frenada por las políticas neoliberales, la mayor calamidad que haya sufrido el país en su historia. Las conmemoraciones Por ahora, ya que están previstas nuevas celebraciones en noviembre, el BCU festejó sus 50 años el 6 de julio con la presentación de una hoja filatélica, una moneda conmemorativa y un discurso del presidente Mario Bergara. En abril, Somos Uruguay realizó una actividad en la que disertaron el primer presidente de la autoridad monetaria, contador Enrique Iglesias, el titular del BCU a la salida de la dictadura, contador Ricardo Pascale, y el actual presidente, doctor Mario Bergara, quienes coincidieron en destacar que la capacidad de lograr grandes consensos políticos en momentos de crisis, como en el año 2002, es un gran activo del país. Somos Uruguay también realizó una cena el 22 de agosto conmemorando los 50 años de la OPP, en la que disertaron los contadores Álvaro García, actual director de OPP y los exdirectores Ariel Davrieux (1985-1990/1995-2005), Conrado Hughes (1990-1991) y Enrique Rubio (2007-2009). Asistieron exdirectores como Martín Dibarboure y Ricardo Zerbino, y se brindó un homenaje a Enrique Iglesias, también presente. El planteo de fondo corrió por cuenta de Álvaro García, quien señaló que “el principal desafío de la OPP es el relacionado al planeamiento “con mirada de largo plazo”, afirmando que a la oficina se le devolvió el apellido original al potenciar la planificación estratégica. Enfatizó que en 2015 se creó la Dirección de Planificación para trabajar hacia una Estrategia Nacional 2030 y que las metas se implementan a través de estudios relacionados con la población, mediante diez complejos estratégicos de Uruguay. También destacó que se creó una Dirección para Gestión y Evaluación del Estado que apunta a la planificación de los organismos estatales (tema recurrente en Davrieux y Hughes, en sintonía con la discusión política que agita al país y castiga al Frente Amplio) y a la evaluación por resultados de las políticas públicas. Anunció que a fin de año va a estar presentando un Plan Nacional de Transformación Productiva y Competitividad. La presencia de Ariel Davrieux (1938) en la celebración fue particularmente significativa. Debe recordarse que por el Acto Institucional Nº 3 de la dictadura, la OPP fue sustituida en setiembre de 1976 por la Secretaría de Planeamiento, Coordinación y Difusión (Seplacodi) hasta la reinstitucionalización de 1985. Davrieux fue un funcionario destacado en Seplacodi y numerosos observadores coinciden en señalar que fue, por lo menos desde 1978 (cuando el director era el general Pedro J. Aranco), la “eminencia gris” detrás de las decisiones del organismo, que adquirió un rol principal en la conducción de la economía. Recordemos que el fin de la dictadura fue “apurado” por la trágica Crisis de 1982, provocada por la “devaluación de la tablita”. Alejandro Végh Villegas, que fue ministro de Economía durante el último año de la dictadura, a fin de organizar el “pasaje ordenado” al régimen civil, recomendó al presidente electo Julio María Sanguinetti y al ministro designado, Ricardo Zerbino (que había dirigido la OPP hasta la instalación de la dictadura y elaborado con su subdirector, Alberto Bensión, el Plan Nacional de Desarrollo 1973-1977, que fue mantenido intacto por el régimen cívico militar), que mantuvieran en el cargo de director de la OPP a Ariel Davrieux -pese a su destacada actuación en Seplacodi- debido a que “tenía todos los datos en la cabeza” y “era insustituible”. Así lo hicieron, y Davrieux -un catedrático eminente, acaso el más brillante de su generación en Ciencias Económicas, y un ciudadano de reconocida austeridad- dirigió la OPP en el primer gobierno de Sanguinetti (1985-1989); su autoridad se mantuvo en el gobierno de Luis Alberto Lacalle (1990-1995) debido a que los principales funcionarios le respondían y los nuevos directores (Conrado Hughes, Ana María Acosta y Lara, Javier de Haedo y Carlos Cat) eran funcionales a su ideología; y se extendió durante la segunda presidencia de Sanguinetti (en la que tuvo lugar la devaluación de Brasil de 1999, que no fue acompañada en Uruguay, llevando a la Crisis de 2002) y la de Jorge Batlle. De esta forma, su nombre quedará históricamente vinculado a la crisis de 1982 y de 2002, ya que su rol conductor en la OPP se extendió prácticamente entre 1978 y 2005. El eminente y sobrio profesor de Econometría, Métodos Cuantitativos y Economía II (o Macroeconomía), admirado y querido por sus alumnos, autor de una obra capital, como Análisis Macroeconómico, texto de cabecera de todos los economistas de Uruguay y muchos de América Latina y otros países, dirigió nuestra economía durante 25 años (1978-2005), hasta que fue sustituido por su colega de la enseñanza, contador Danilo Astori, quien la viene conduciendo desde 2005, es decir, los siguientes 12 años. Ariel Davrieux y Danilo Astori: curioso destino el de Uruguay, país de continuidades silenciosas.
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