Las elecciones estadounidenses comienzan a jugarse con mucha antelación debido al tradicional procedimiento para elegir los candidatos de los dos partidos políticos que se reparten el poder desde hace siglos. Republicanos y demócratas van eligiendo delegados en los famosos caucus, que terminarán conformando un cuerpo que designará al candidato presidencial definitivo. En síntesis, en aquellos estados de la Unión donde se eligen delegados, en listas encabezadas por los precandidatos, se va prefigurando la correlación del cuerpo elector definitivo a la interna de los partidos. Al final del proceso, uno de los precandidatos tiene más delegados que los otros, y ya, de ahí a ser elegido candidato presidencial, es un paso. Aunque nada impide que se junten los delegados de todos los precandidatos perdedores para elegir un candidato diferente al mayoritario.
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En esta oportunidad, los republicanos están eligiendo entre una lista de nombres como Jeff Bush y Marco Rubio, pero por el momento la cosa la lideran Ted Cruz, un tipo del Tea Party, que es la ultraderecha de los republicanos –lo que es un decir– y Donald Trump, alguien que directamente cayó de la estantería. Tal vez sea el sujeto más reaccionario del mundo. Un fenómeno insólito incluso para los Estados Unidos, que ha aportado a la humanidad una larga lista de impresentables. En Iowa ganó Cruz, pero en el segundo encuentro en New Hampshire arrasó Trump. Impresionante. Hay que ver las cosas que dicen para intentar entender las cabezas de la gente que los vota. Mete miedo.
Entre los demócratas, todo parecía indicar que la candidata cantada iba a ser Hillary Clinton. Pero a Hillary se le apareció un competidor inesperado. El viejo Bernie Sanders, con un discurso tan antisistémico y a la izquierda que haría ruborizar a muchos en el propio Frente Amplio. En Iowa empataron, pero en New Hampshire ganó claramente Sanders. En principio, lo apoyan masivamente los jóvenes, los trabajadores y los sectores más progresistas de Estados Unidos. Es difícil saber si Bernie Sanders puede ganar la interna. Pero nadie esperaba su performance, y nos hace recordar la interna de hace ocho años, cuando el fenómeno Obama le pasó por arriba a Hillary, a quien uno, al principio, la veía puesta.
Sanders dice que va a ganar fácil. Y no hay por qué poner en duda sus posibilidad, habida cuenta de lo sucedido con Obama hace dos elecciones. Su triunfo nos ilusionó a todos, con un cambio sensible en la política de la nación más poderosa del mundo. Después Obama se dedicó a decepcionarnos a lo largo de 6 años, y sólo en los últimos 2, cuando ya había perdido las elecciones de medio término, ya tenía un Congreso en contra y además no tenía posibilidades de ser reelecto, comenzó a hacer cosas al menos dignas de lo que había prometido. Entre ellas, relanzar las relaciones diplomáticas con Cuba, acordar con Irán o promover el cambio en el sistema de salud de los Estados Unidos, uno de los más desiguales del mundo.
Sanders parece estar a la izquierda de Obama. Habla de los trabajadores, de los jóvenes, denuncia a las corporaciones, a los ricos, a la desigualdad, y tiene entre sus antecedentes el haberse opuesto a las guerras de invasión y al Patriotic Act. Sin embargo, la experiencia nos llama a la cautela, porque ya vimos con Obama que no basta con un discurso rupturista y en aparente conflicto con la lógica imperial para efectivamente impulsar una nueva forma de relacionarse con el mundo. El poder de las corporaciones y de los complejos económicos y militares es demasiado grande como para creer que un político, por radical que parezca, va a tener un poder real, aun cuando llegue a la presidencia.
De lo que sí nos habla el fenómeno Sanders –y también el fenómeno Trump– es del hartazgo de las sociedades y de la necesidad de cambio que anida incluso en la primera potencia del mundo. La gente quiere soluciones nuevas, cambios profundos, y por eso vota por personas que representan un quiebre abrupto con lo políticamente correcto y moderado. Mientras Trump nos muestra la cara oscurantista de los que sólo creen en caminos xenófobos, racistas, fachos, quizá movidos por un conservadurismo ignorante y aterrado que ve en el otro una amenaza, en lugar de una persona con derechos y tan valiosa como cualquiera, Sanders nos habla de la nobleza de los jóvenes estadounidenses y de millones de los ciudadanos de ese país, que, como en todas partes, buscan transformaciones lideradas por personas buenas, de sentimientos altos, generosas, libérrimas, igualitarias. Las victorias de Sanders nos amigan con ese pueblo, o con esa parte del pueblo estadounidense, aunque luego, si gana, no podamos tener garantías de que no conduzca a una nueva frustración.