Hace apenas una semana, en la zona porteña de Bajo Flores, un operativo de la Gendarmería para recuperar dos autos presuntamente robados se topó con el ensayo de la murga Los Auténticos Reyes del Ritmo. Alrededor de un centenar de chicos y chicas participaban en la fiesta en plena calle Bonorino cuando llegaron las fuerzas de seguridad. Algunos vecinos que estaban en el lugar advirtieron a los agentes de la presencia de los niños y de la imposibilidad de avanzar por esa calle en ese momento, pero los gendarmes avanzaron. Como la montonera era grande, empujaron primero con los autos y luego, directamente, se abrieron camino a tiros. Dos niños fueron lastimados por los vehículos y varios recibieron proyectiles lanzados directamente sobre el cuerpo. Jonathan González, de catorce años, integrante de la murga, fue herido por una bala de plomo en la pierna. Según los testigos, esa fue la primera bala. Las siguientes fueron de goma. El padre de Jonathan es Gustavo Marola González, el director de la murga. Marola tiene más de trece impactos de balas de goma en el cuerpo, que pueden verse en las fotos publicadas por el portal de noticias La Vaca (www.lavaca.org). Según la crónica de La Vaca, los heridos fueron seis: tres menores y tres mayores. Entre los menores hay un niño de seis años y otro de ocho. En Montevideo ningún informativo de la televisión privada dio cuenta del asunto.
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Tampoco se informó, en nuestra televisión privada, de la detención de la diputada Milagro Sala, dirigente del movimiento Túpac Amaru, imputada, según explica el juez Eugenio Zaffaroni en la edición de Página 12 del martes 2, de “impedir, estorbar o entorpecer el normal funcionamiento de los transportes por tierra”. Milagro Sala participaba en una acampada ante la sede del gobierno provincial de Jujuy, que ya llevaba 33 días. El enfrentamiento entre la militante y el gobernador Gerardo Morales lleva más tiempo.
El viernes 29 de enero los trabajadores estatales argentinos despedidos por la nueva administración llevaron adelante una protesta que incluyó la elaboración y degustación colectiva de ñoquis frente al Congreso de la Nación. Una forma irónica de manifestarse y convertir el insulto (se los acusa de ser ñoquis del kirchnerismo) en herramienta de lucha y solidaridad. Hasta ese día se contabilizaban 26.000 trabajadores despedidos por el gobierno de Mauricio Macri, pero la cifra crece día a día. Claro que no sólo están quedando en la calle los estatales: aprovechando el viento de cola, varios medios de comunicación clausuraron programas o alegaron problemas financieros para poner de patitas en la calle a cientos de trabajadores. Mientras tanto, las tarifas suben, los acuerdos salariales se trancan, la inflación se dispara y las manifestaciones de trabajadores son violentamente reprimidas. Pero acá, en Uruguay, podemos mirar cualquiera de los informativos centrales de la televisión privada y no enterarnos de nada. Ojo: tampoco de las perspectivas conciliadoras con el macrismo, esas que justifican los despidos hablando de acomodos, o que dicen que Milagro Sala se la estaba buscando, o que las marcas que las balas de goma dejaron en los cuerpitos de los nenes de Bajo Flores son en realidad cicatrices de enfermedades infecciosas producidas por la mala higiene. Sencillamente, no se habla. Argentina, el vecino al que nuestro destino estuvo atado desde antes de que fuéramos dos países, no existe para la tele, salvo a la hora de hacer el recuento alborozado de turistas gastadores que llegan a Punta del Este.
De lo que sí se habla en los informativos locales es de mosquitos. Y de incendios. Basta mirar un rato los noticieros centrales para convencerse de que estamos (otra vez) ante el acabose sanitario, ante un peligro inconmensurable que, pese a no haberse manifestado aún en nuestro país, merece no menos de treinta o cuarenta minutos del precioso y carísimo —sobre todo a esa hora— tiempo televisivo. Cónclaves mundiales, gráficas que muestran el avance del virus Zika por el globo, zonas rojas, registro minucioso del número de casos, advertencias a la población. Y entre esa abrumadora avalancha pasa completamente inadvertida la parte más importante, a mi juicio, de la información: de cada cuatro infectados por el virus, solamente uno presenta síntomas, que van desde una conjuntivitis fuerte a fiebre, sarpullido y dolor en las articulaciones. No se ha reportado una sola muerte por causa del virus. Repito: nadie ha muerto de Zika, y de cuatro que se lo pescan, tres no se enteran nunca. Ese es el enemigo que nos tiene fascinados y aterrorizados. Es más: de acuerdo con la información disponible en el portal de Ministerio de Salud de Brasil (portalsaude.saude.gov.br), en el país del norte se investigan 3.670 casos sospechosos de microcefalia, pero hasta el momento apenas 404 fueron confirmados, y de ellos sólo 17 se vinculan con el Zika. No seré yo quien exponga y desarrolle, en tan poco espacio, las causas que pueden desembocar en un diagnóstico de microcefalia, pero los interesados pueden revisar el portal microcefalia.org y enterarse de que son muchas y diversas.
Pero nada le gusta tanto a la tele como una buena amenaza que pende sobre nuestras cabezas, así que el minuto a minuto dedicado a difundir y amplificar la información oficial sobre el virus y el temible mosquito que lo transmite se intercala con pantallazos sobre balaceras en barrios peligrosos, incendios aquí y allá e información que indicaría que los narcos en cualquier momento se hacen dueños del territorio nacional a punta de armas de alto poder de fuego robadas de los cuarteles. Es interesante observar que tan estremecedoras noticias cuentan con el auspicio de avisadores que ofrecen tranquilidad al adulto mayor, o que mientras la conductora principal repasa (por millonésima vez) las cifras de afectados por el Zika, reluce a su espalda la imagen de una conocida marca de repelentes. Nunca, en ningún caso, estas noticias alarmistas son matizadas por un análisis que ponga en entredicho la magnitud de la alarma. Al contrario, si se trata de incendios, el periodista especializado se traslada (no se sabe bien para qué) hasta el lugar de los hechos y abre el micrófono al vecino más cercano (más cercano al micrófono, no al fuego) para que dé su propia impresión del asunto. Sorprende que en casos cantados para un informe periodístico un poco más ambicioso, como el del incendio en el depósito de la estación central de AFE, no se haya dicho una sola palabra más allá de las que dieron cuenta de que hubo fuego y fue sofocado.
Como todos sabemos, Uruguay es un país con un alto porcentaje de adultos mayores, y la gran mayoría de los adultos mayores se informa por la televisión. No es descabellado afirmar que la opinión pública se construye, en nuestro país, desde la tele, aunque la tele levante de otras fuentes y se maneje según agendas armadas en otras oficinas. Lo cierto es que para la tele, la información es espectáculo, y de ese espectáculo se nutre la opinión de lo que se conoce como “las mayorías silenciosas”. Y son las mayorías silenciosas las que terminan legitimando, a la larga, las formas más opresivas de ejercicio del poder, las más mentirosas y manipuladoras, las que dejan en manos de la ciudadanía sólo las decisiones menores y cocinan los grandes asuntos entre los mismos cuatro o cinco dueños de todo. Hablar mal de la prensa —de esa prensa—, entonces, no es atentar contra la libertad sino, por el contrario, es defenderla. Exigir que los canales que hacen uso de una señal que es de todos tengan la decencia de no tratarnos como imbéciles es una obligación, más que un derecho. Y decir que los medios masivos tienen con el poder económico una alianza que supera lo contingente para volverse estructural parece, a esta altura del partido, una obviedad necesaria.
Hace falta la ley de medios. Y hace falta seguir hablando de esto.