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MASACRE ENTRE PRESOS

Brasil: la cárcel que te condena

Un centenar de personas murieron violentamente en varios disturbios en dos cárceles de Brasil. El primer hecho se produjo en el Complejo Penitenciario Anísio Jobim, en Manaos; el segundo, en la Unidad Penitenciaria de Puraquequara, en Roraima. Los motivos están fuera de los muros de la prisión, pero es allí donde se ajustan las cuentas.

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Por Isabel Prieto Fernández

El 16 de octubre de 2016, en la granja prisión Monte Cristo, en Roraima, murieron diez reclusos –seis de ellos decapitados y quemados–, todos vinculados a la mayor organización criminal de Río de Janeiro, el Comando Vermelho (CV). Los asesinos, detenidos ligados al Primer Comando Capital (PCC), grupo similar al CV pero con origen y centro de operaciones en el estado de San Pablo, rompieron los candados que separaban las alas de la prisión y fueron derecho a matar a sus enemigos. La situación, alarmante de por sí, extrañó aun más porque ambas facciones tenían una suerte de pacto si no de paz, al menos de no agresión. De hecho, realizaban varios negocios juntos. Para que no quedaran dudas de que el idilio había terminado, los asesinatos se produjeron durante la visita, rompiendo conocidos códigos presidiarios de cualquier país del mundo: el horario de visita, cuando la familia está dentro de la prisión, es sagrado. Horas después, sucedía una situación similar en una cárcel de Porto Velho, dejando el saldo de ocho muertos. Al otro día, de la cárcel paulista Franco da Rocha se fugaron unos 300 detenidos. En principio, este último hecho no tendría que ver con los anteriores, pero resultó ser que sí: según inteligencia policial, había una orden del PPC a sus integrantes para que atacaran a los del CV dondequiera que se encontraran. La guerra había sido declarada. Las facciones Actualmente, las dos facciones criminales más grandes de Brasil son el Primer Comando Capital y el Comando Vermelho, aunque existen otras de menor porte y que suelen estar aliadas a una de las grandes. El PCC nació en el estado de San Pablo. Sus inicios fueron dramáticos porque están íntimamente ligados a la masacre de Carandiru, cuando la Policía Militar pretendió contener un motín matando a 111 reclusos. Con la idea de vengar la muerte de los presos por un lado, y de combatir la opresión dentro del sistema carcelario por el otro, se formó el PCC en la prisión de máxima seguridad paulista conocida como Piranhao. A los pocos meses llegaría a una alianza con el CV, mayor organización criminal de Brasil hasta el momento de la aparición del PCC. Para tener una idea de las dimensiones del Comando Vermelho, basta decir que cuenta con 50.000 combatientes en sus filas. Cuando se habla de “combatientes”, se quiere decir que sus integrantes forman un verdadero ejército, con alto poder de fuego y con multimillonarios negocios en el narcotráfico. Lo que lo diferencia del resto de los delincuentes de elite es que sus centros de operaciones se encuentran en las favelas. Al igual que el PCC, el CV tiene su origen en la prisión, cuando, por el año 1979, Cándido Mendes crea un grupo entre presos comunes y políticos que compartían la reclusión en la prisión de Isla Grande, en Río de Janeiro. Lo que los unía era la lucha contra la dictadura militar. A medida que iban saliendo de prisión, se insertaban en las favelas en una suerte de militancia político-social, ya que los intereses de los delincuentes comunes se interrelacionaban con la lucha política de algunos miembros del CV. Con el pasar del tiempo, los negocios con el narcotráfico ganarían al comando y ya no habría marcha atrás. Las armas protegían a los favelados de la represión estatal, pero también comenzaron a usarse para resguardar los negocios sucios que los estaban financiando. En 1980, se libró una lucha interna por el poder, y algunos de los integrantes disidentes formaron el Tercer Comando Puro (TCP). Posteriormente, en el año 1998, hubo otra crisis dentro del CV. De ella se originó el grupo Amigos de los Amigos (ADA), que durante algunos años estuvo al frente de la favela Rocinha, la más grande de Río de Janeiro. Las dimensiones del CV es tal que su accionar se saltó las fronteras del estado de Río de Janeiro, ya por cuenta propia, ya por alianzas, como las que tiene con otro grupo criminal de tamaño menor: Familia Do Norte (FDN), que opera en los estados del norte del país. Pero mientras ellos se dividían, el PCC crecía, siempre en buenas relaciones con el CV, pero parece que ya no más. Según ha trascendido, el CV pretendía la hegemonía en el tráfico de armas, pero el PCC dijo nones. Lo que se pudo haber evitado Como ya fue dicho, esta ruptura se hizo visible en los asesinatos de octubre pasado, cuando era fácil prever que eso sería el comienzo de algo y no el fin. Sin embargo, nada hicieron las autoridades para que los comandos en disputa no tuvieran forma de encontrarse en una misma cárcel. En diciembre trascendieron unas llamadas reveladoras. La Policía Civil de Río de Janeiro estaba investigando a unos traficantes del CV. Los teléfonos estaban intervenidos y algo llamó la atención de los agentes: uno de los “negociadores” tenía un inconfundible acento paulista, lo que les llevó a deducir que el PCC se estaba infiltrando en el CV. O, dicho de otra forma, el PCC quiere Río de Janeiro. Lo escucharon. Van por los negocios a lo grande, por el narcotráfico y, peor aun, por el control de la Rocinha, que está actualmente en manos de la Unidad de Policía Pacificadora, pero poco le importa eso al PCC, acostumbrado a otros derroteros. Para avanzar en el terreno de los antiguos socios, comenzaron haciendo crecer su círculo de adeptos en las cárceles y acordando con otras facciones criminales el monopolio de la distribución de drogas y armas. El objetivo queda claro en una de las conversaciones: “Aquella raza del CV se va a joder con nosotros”, dice una voz paulista desde una celda de prisión. Por las dudas, el líder del PCC responsable de la expansión en Río de Janeiro dice que los paulistas no pretenden participar de la rivalidad que domina los morros cariocas porque el enemigo es mucho mayor: el Estado. “Esa guerra que el CV tiene con el TCP o con ADA no es nuestra. Quien tiene la guerra es el CV. Pero ellos prefieren matarse entre ellos que unirse para luchar contra el gobierno. Nuestra guerra es contra el gobierno, ¿entendió?”, se escucha la advertencia en las grabaciones. Sin dudas que el interés del PCC por instalarse en Río llega en el peor momento, con un Estado económica y políticamente en crisis y con los índices de criminalidad en aumento y la seguridad pública por el piso. La prueba es clara: con mensajes grabados del conflicto entre el CV y el PCC, la masacre pudo haberse evitado, pero a nadie se le ocurrió. La masacre El primer día del año, algunos presos del Complejo Penitenciario Anísio Jobim (Compaj), en Manaos, ni siquiera se molestaron en armar un motín. Fueron directo al grano: decapitaron, mutilaron y quemaron a 56 presos que respondían al FDN, aliado del CV. Al otro día, el 2 de enero, morirían cuatro más en la Unidad Penitenciaria de Puraquequara. El 6 de enero, 33 personas serían asesinadas con igual método en la cárcel de Roraima. En ese interín, 184 presos huyeron. Lo increíble es que documentos emitidos por la administración del Compaj alertaban del riesgo de permitir visitas a los presos durante fin de año. El gobierno estadual había autorizado que las familias fueran a saludar a sus presos por una razón de “humanidad”. Sin embargo, escuchas mediantes, las autoridades deberían haber sido alertadas sobre la posibilidad de que algo grave sucediera y, sobre todo, tomar las previsiones del caso. La responsabilidad se agrava si se tiene en cuenta que el 27 de diciembre, cuatro días antes de la rebelión, desde la administración carcelaria se dio aviso que el 24 de diciembre no se habían respetado los horarios de visita, lo que dificultó el conteo de presos. Se supo que algunos de los visitantes lograron introducir armas. ¿Cómo sucedió eso? Aún no se sabe. Lo único seguro en estos momentos es que Brasil está en crisis, la delincuencia campea y la Policía recibe un salario que no alcanza. El resto hasta puede imaginarse.

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Cuarto lugar a nivel planetario

Luego de las masacres, las cárceles de Brasil están movidas, porque lo único que por ahora hacen es trasladar presos de un lado a otro, como si eso fuera a terminar con la situación. Lo cierto es que Brasil ocupa el cuarto lugar en cantidad de población carcelaria. Tiene 622.202 reclusos. Estados Unidos lleva la delantera con dos millones de presos, seguido por China con 1.600.000, Rusia con 700.000 y México con 260.000.

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