Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME

Bravatas futboleras y bélicas

Por Rafael Bayce.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Hay varios conceptos de psicología social que hemos utilizado en esta columna al abordar asuntos de violencia en el deporte y que muy bien pueden aplicarse –en estos días– a varios de los hechos más sonados en la política internacional. Es el caso de la distinción que hizo Georg Simmel, a comienzos del siglo XX, entre ‘conflictos reales’ y ‘conflictos irreales’.

Según Simmel, ‘conflictos reales’ son aquellos que pueden entenderse y resolverse conociendo los datos de lo que ocurre entre los actores en ese momento; ‘conflictos irreales’ serían los que se entenderían sólo si se conociera un trasfondo conflictual que no aparece en ese espacio-tiempo pero que explica realmente el diferendo. Real, por ejemplo, es un conflicto respecto del derecho a ocupar un espacio vacío no reservado, una respuesta a un insulto o agresión, que permite entender la conducta de ambos o varios actores en base a lo inmediatamente ocurrido y a su relato testimonial. Irreal, en cambio, es alguno que responde, no a una conducta o incidencia inmediatamente ocurrente, sino a un conflicto latente anterior –o una finalidad posterior– que se expresa en el actual, pero cuyos hechos presentes no hubieran sido suficientes para explicar el conflicto. Por ejemplo, una carga agresiva adquirida en otro contexto pero de la que se hace catarsis en determinada circunstancia, frente a algún actor concreto, que en realidad no sería más que un chivo expiatorio o cabeza de turco por alguna agresión sufrida y a la que no se ha podido responder por inferioridad circunstancial o por carencia de oportunidades para hacerlo de modo efectivo y seguro. Agresión en objeto sustituto, desplazamiento de catexis, diría Talcott Parsons en veta psicoanalítica.

Mucho se ha dicho y escrito respecto de la violencia en el deporte. Se asegura, entre otras cosas, que lo que allí se manifiesta no es tanto una agresividad producto de incidencias o identidades deportivas, sino una catarsis o manifestación de necesidades de producir identidades grupales o autoestimas individuales, que son parte del proceso de autonomización de la adolescencia-juventud o de la búsqueda de pertenencias y emocionalidades compensatorias por grupos de pertenencia y referencia que se debilitan con el desarrollo urbano (familia, barrio, etcétera) y producen un déficit emocional a recuperar mediante equivalentes a construir.

La fuente de los conflictos no sería comprensible como ‘real’, producto de incidencias ríspidas o rivalidades largas, sino como ‘irreal’, producto de causas profundas, individuales o colectivas, que sólo encuentran en los ámbitos deportivos su espacio-tiempo de manifestación, sin importar tanto quién es al actor rival ni el momento o lugar en que esa profundidad anterior se expresa.

En el caso de los barrabravas habría que entender como reales las causas profundas de sus carencias, necesidades y emocionalidades bloqueadas, y no tanto los argumentos, enseñas o instancias invocadas como estímulo. Así también, en el caso de los actuales barrabravas profesionales, estadios, clubes y enseñas no sólo son un espacio-tiempo real de expresión de conflictos irreales difusos anteriores, sino, además, una clientela adecuada para modus vivendi e intereses económicos de facciones organizadas; más para ello que para vivar a un club o manifestar una identidad legítima perdida en el duro anonimato urbano moderno como lo eran las barrabravas como neotribus urbanas.

En este contexto, el concepto de ‘bravata’ acuñado por Erving Goffman coincide con la idea de ‘conflicto simbólico’, estudiado por los investigadores ingleses como la mejor manera de entender los cánticos, insultos, gestos, banderas, percusiones y colores identitarios que se despliegan ante los rivales en ocasión de los partidos, y durante sus trayectos de llegada y salida a través de las ciudades, hasta sus lugares de residencia o congregación. Dicen que las bravatas son conflictos más simbólicos o irreales que reales materiales; en ese sentido, más que conducir a una escalada de agresividad o violencia, la actividad de las barras sería catártica, expresiva y constituyente de identidades construidas por oposición o rivalidad presenciales.

Desde el punto de vista antropológico son ‘ritos de institución’, liturgias de expresión cuyos contenidos, por más que sean insultantes, ofensivos y hasta agresivos, no implican necesariamente una progresión de violencia material interpersonal; por el contrario, pueden tener un efecto catártico, expresivo de una identidad por oposición enfrentada, y que justamente sublime oposiciones y conflictos en una parafernalia visual, sonora y hasta táctil que transforme la conflictividad potencial real en competencia expresiva simbólica, suficiente como para drenar la agresividad o violencia que puedan derivarse de la dualidad indentitaria presente en un espacio-tiempo dado.

Por eso es muy ignorante legislar con carácter general contra banderas, bombos, cánticos, gritos e agitación identitaria. Estas acciones pueden incitar y llevar paradójicamente a una escalada de violencia material, interpersonal, real. Hay que estudiar esos comportamientos, formar a las fuerzas de seguridad sobre cómo leerlos y actuar, antes de legislar con moralina ignorante, autoritaria, voluntarista y probablemente contraproducente, porque las investigaciones inglesas parecen indicar que esas manifestaciones son más simbólicas y catárticas que materiales y de escalada violenta, que la mayor parte de los manifestantes no quiere y condena el final con agresividad física de una bravata.

Nuevos tiempos geopolíticos

Dejando para otra oportunidad los hechos sucedidos en la tribuna de Belgrano de Córdoba, la explosión en el bus que hirió a Bartra, de Borussia Dortmund, los incidentes en el partido Bastia-Lyon que provocaron la suspensión del juego, y la muerte del internacional panameño Amílcar Henríquez, todos hechos de amplia repercusión mediática relacionados con el fútbol, veamos en qué sentido podemos hablar de ‘bravatas’ en los despliegues militares de Estados Unidos, Rusia y Corea del Norte.

De hecho, califican de bravatas tanto el despliegue del portaaviones, fragatas, destructor, submarinos, helicópteros, aviones y misiles por parte de Estados Unidos, como las maniobras rusas en el Mar del Norte, y también los desfiles patrios, pruebas misilísticas y palabras de Kim Jong-un del lado norcoreano. En efecto, son más expresivas y tendientes a una legitimación popular interna y un show mediático internacional que un desafío real o un despliegue tendiente a buscar una mejor ubicación y un mayor potencial bélico localizado. En realidad, buscan más un detente, una disuasión, que una confrontación inminente o próxima. Están más destinadas a movilizar el miedo surcoreano y japonés a un conflicto, y a azuzar un mayor involucramiento chino, que a preparar un conflicto global con eje Estados Unidos-Corea del Norte, pero involucramiento al menos ruso, surcoreano y japonés.

No debieran entenderse así los bombardeos ordenados por la administración Trump en Yemen, Afganistán y Siria. En estos casos son acciones bélicas directas, dirigidas a alterar el balance de fuerzas en esos lugares, a enviar mensajes a los gobiernos involucrados, a intentar implementar promesas electorales y a generar cierto consenso político interno que supere los reveses parlamentarios, judiciales e intrapartidarios sufridos recientemente por Trump. Son las más groseras violaciones del derecho internacional y de las soberanías nacionales que conozca el siglo XXI; y no abrimos opinión sobre el supuesto uso de armas químicas en Siria, que podrían haber sido efectuadas por el gobierno sirio con ayuda rusa o, también, implantadas por Estados Unidos, como ya lo han hecho por todo el mundo, a falta de falsas acusaciones como las que abrieron el camino a la intervención en Irak y en Libia.

Como decía Max Weber hace 100 años, si un orden normativo no es capaz de sancionar las transgresiones cometidas por alguno de los actores abarcados por él, entonces no debe ser llamado de ‘derecho internacional’, porque carece de las potestades reales de hacerse cumplir por todos los actores. Si así fuera, nunca tuvimos derecho internacional, y menos aún transnacional incipiente, más que nada por la conducta de los ‘aliados’ y de Israel durante todo el siglo XX, aunque no sólo por ellos (por ejemplo, la ex URSS).

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO