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Elecciones en Francia

Un callejón sin salida

Las elecciones francesas se saldaron con un duro golpe para los partidos tradicionales, especialmente para el Partido Socialista; el electorado está llamado de nuevo en mayo a decidir el liderazgo de la nación entre el exbanquero liberal Emmanuel Macron y la ultraderechista Marine Le Pen.

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Por Manuel González Ayestarán

El pasado domingo el pueblo francés se expresó en las urnas desechando las dos opciones hegemónicas que durante las últimas décadas se alternaron en el poder. La segunda vuelta electoral se resolverá el 7 de mayo entre el exsocio de la banca Rothschild, Emmanuel Macron, defensor de los intereses del capital globalizador europeo, o la ultranacionalista Marine Le Pen, representante de la burguesía proteccionista francesa. A pesar de que los resultados electorales han dado un claro mensaje de cambio, evidenciando el rechazo a las opciones tradicionales, todo apunta a que llegará al Elíseo el mismo perro con distinto collar. Los sondeos apuntan hoy a que el líder del movimiento ¡En Marcha! ganará a la candidata del Frente Nacional por 20 puntos porcentuales aproximadamente. Si bien Macron (24,01 por ciento) y Le Pen (21,3 por ciento) fueron seguidos de cerca por el líder de Los Republicanos, François Fillon, (20,01 por ciento) y por Jean-Luc Melenchon (19,58 por ciento), al frente del Partido de Izquierda, hay que dejar claro que la tercera opción apoyada por los franceses fue la abstención (21,4 por ciento). Esto muestra una Francia dividida, en la que alrededor de la mitad de la población por diversos motivos se niega a apoyar al proyecto europeísta globalizador hegemónico. Sin embargo, la conjunción entre el miedo de los mercados globales al proyecto proteccionista de Le Pen y el temor de la población de sensibilidad progresista a la ultraderecha hará que Macron llegue a la presidencia portando más recortes y una dura reforma del código del trabajo bajo el brazo. Tanto François Fillon como el líder del Partido Socialista, Benoit Hamon, han pedido el voto para el “Macri francés”. Esto supone un alivio para los mercados globales y para los poderes financieros, pero a la vez garantiza la profundización del modelo basado en el crecimiento de las desigualdades y la precarización de la clase trabajadora francesa que precisamente ha generado el rechazo a los representantes del bipartidismo tradicional. En este entramado ideológico, la nueva izquierda liderada por Melenchon aún no ha manifestado si apoyará a Macron o votará en blanco: este dilema se resolverá mediante un proceso de consulta a sus bases. Francia en las urnas Las elecciones francesas han mostrado, en primer lugar, una clara división territorial entre las grandes ciudades económicamente tercerizadas y el interior rural desindustrializado. Marine Le Pen ha triunfado en el sudeste del país, en ciudades como Niza y Marsella, y en la antigua zona industrial norte, marcada por el desempleo y los bajos sueldos. Esta región se desarrolló durante la mayor parte del pasado siglo en torno a los altos hornos de las industrias del carbón, siderúrgica y textil, las cuales fueron desmanteladas mediante el proceso de deslocalización industrial que impulsaron los partidos tradicionales tras la crisis del petróleo de 1973. Los trabajadores, desempleados y jubilados de estas zonas son los que más claramente han sufrido la traición y el abandono del Partido Socialista durante las últimas décadas y donde el discurso ultranacionalista, proteccionista y seudosocial de Marine Le Pen ha sabido ocupar el vacío dejado por la izquierda elitista posmoderna. Le Pen también ha logrado captar el voto de profesionales liberales y terratenientes de zonas como el Valle del Sena, el valle del Ródano-Alpes, las cuales, según explicó el geógrafo Ángel Gil Lobo al medio El Español, pudieron reciclarse durante la crisis industrial de los 70 en torno al sector servicios y al turismo. Estas zonas obedecen a un patrón de alta desigualdad social y tienen una elevada presencia de inmigración en su interior. Por otro lado, Emmanuel Macron ha triunfado en grandes ciudades globales como París, Toulouse o Burdeos, reconfiguradas como centros económicos durante el mismo proceso desindustrializador antes descrito, que empobreció y envejeció a las zonas del norte y el interior rural francés. En París, Marine Le Pen apenas ha llegado a cinco por ciento de apoyos, situándose incluso por debajo del socialista Hamon. Macron, sin embargo, ha superado 35 por ciento de los votos. En Toulouse resultó vencedor Melenchon con 29,16 por ciento de apoyos, seguido de Macron con 27,27 por ciento. Allí, Le Pen apenas ha logrado juntar 9,37 por ciento de sufragios. En Burdeos, la candidata ultraderechista logró un resultado de 14,39 por ciento, pero quedó por debajo de Melenchon (27,32 por ciento) y de Fillon (19,76 por ciento). En estos lugares y en toda la franja occidental, marcada por una economía desarrollada en torno a la alta tecnología y al sector servicios es donde el candidato de los mercados ha tenido sus mejores resultados. Según explica Gil Lobo, allí la población se sitúa en un patrón profesional joven y la inmigración es menor que en el resto del territorio nacional. Con estos resultados sobre la mesa, es evidente que el partido más castigado en las urnas por la clase trabajadora francesa ha sido el PS, el cual ha experimentado un descenso de 87,6 por ciento en sus apoyos en comparación con los resultados logrados en 2012. Esta es una tendencia que están experimentando varios partidos socialistas europeos como el español, el holandés o el Pasok griego, los cuales desde los años 90 adoptaron la corriente del socioliberalismo y la Tercera Vía, impulsada desde Inglaterra por el laborismo de Tony Blair. Así, durante este proceso, estas formaciones consolidaron un matrimonio tácito con sus rivales conservadores neoliberales apadrinado por el capital especulativo europeo, que ha derivado en medidas altamente vulneradoras de los derechos de las clases trabajadoras como reformas laborales, recortes sociales y privatización de servicios públicos. El (re)cambio El 7 de mayo el electorado francés volverá a acudir a las urnas para elegir al candidato que ocupará definitivamente la presidencia del país. Al igual que sucedió en Estados Unidos con la elección entre Hillary Clinton y Donald Trump, y en Holanda entre Mark Rutte y Geert Riders, el establishment mediático internacional se encuentra realizando una intensa propaganda en favor del candidato liberal globalista, en este caso, Emmanuel Macron. En este marco, la mayoría de la izquierda socialdemócrata no duda en tomar partido y apostar por un exsocio de la banca Rothschild como el “mal menor” ante el proteccionismo y la xenofobia de la ultraderecha de Le Pen. Esto configura un panorama favorable para la conservación del statu quo europeo a medio plazo, en el que el gran capital especulativo podrá seguir garantizando la conservación de su tasa de ganancia a costa del sacrificio de las clases trabajadoras. Sin embargo, este camino únicamente conduce a una situación de mayor inestabilidad en el futuro, ya que el incremento de las desigualdades sociales, el ajuste y la precarización laboral que necesariamente se derivan del modelo de desarrollo promocionado por la Unión Europea continuarán alimentando el descontento de las clases populares y de la brecha socioterritorial en Francia. En este contexto, la ausencia de una opción euroescéptica de izquierda que dirija un discurso solidario, adaptado a los intereses de la clase trabajadora francesa, continúa allanando el camino para el ascenso de la ultraderecha proteccionista.

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