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Caminando desprovistos por la avenida más grande del mundo (III)

Por Celsa Puente

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¿Recuerdan cómo eran durante la  adolescencia? Es este un ejercicio que creo que ningún padre, madre, familiar o docente debe olvidar porque la peor situación por la que puede atravesar una adulto es la amnesia de sí mismo.

Dice con mucha justeza el psicoanalista uruguayo Marcelo Viñar que la adolescencia no puede ser vista solo como una etapa cronológica “definible por una franja etaria que va de tal edad a tal edad, sino como un tiempo de transformaciones, de progresos y retrocesos, de logros y de fracasos”. Es un tiempo de construcción identitaria que siempre reviste inseguridades mientras se la transita. Esta condición vulnerable hoy está enfatizada por algunos rasgos de nuestra época que vuelven disponibles espacios virtuales y modos del relacionamiento que a veces a los adultos -sobre todo a los más veteranos- nos cuesta entender.

Según Zygmunt Bauman, autor de la Modernidad líquida, hay un escenario inédito de relaciones generado a partir de nuevas formas del vínculo efímeras y cambiantes, producidas por las herramientas que ofrece internet, como por ejemplo el chat. Para este autor, el intercambio rápido de mensajes como modalidad de “encuentro” frecuente  representa a las comunidades de ocasión, propias de los tiempos actuales  que reemplazan a aquellas comunidades de otras épocas que se constituían con base en el encuentro real, cara a cara, con otra duración y otras posibilidades. El chat permite tener “compinches” que, “como bien lo sabe cualquier adicto, van y vienen, aparecen y desaparecen, pero siempre hay alguno en línea para ahogar el silencio con mensajes”. Hay otras formas de generar vínculos que naturalmente inciden en la conformación de la subjetividad.

Esta es una realidad que nos atraviesa sin exclusiones, pero hay momentos especiales de la vida en que estas cuestiones toman otra dimensión. La adolescencia es un tiempo de la vida en que hay una necesidad imperiosa de generar esa red -hoy “red de contactos”- en la que sentirse re-conocido, identificado, existente. Para cada adolescente, la expresión de sus pares a favor o en contra de su persona es de fuerte peso porque está en una etapa clave en la construcción de la subjetividad y los otros ocupan un lugar preponderante. Vivimos en los tiempos en que cada like (“me gusta”), probablemente se constituya para muchos jóvenes en la prueba de que pertenece a esa comunidad o al menos de que no es rechazado, lo que suele ser el gran problema en este momento de la vida. La aceptación del grupo de “amigos” en un mundo donde todo parece medirse en cantidades -cuantitrágico para usar un neologismo que podría presumirse gracioso sobre  esta vocación de nuestros tiempos de contarlo todo- es un campo fértil para la intromisión de adultos pedófilos sin que nuestros niños, niñas y adolescentes se den cuenta. El grooming es un mecanismo a través del cual los adultos abusadores se ponen en contacto con nuestros adolescentes para obtener fotos o videos comprometedores que luego usarán para presionarlos y chantajearlos. Es una forma de la pedofilia que se ejerce en forma silenciosa para nosotros -los otros adultos- y que se produce porque esos pederastas se “cuelan” en nuestras vidas subrepticiamente, “estudian” muy bien los gustos de nuestros adolescentes, revisan prolija y cuidadosamente su perfil, pero, sobre todo, saben de sus vulnerabilidades y de su necesidad de mantener una imagen de aceptación y aprecio frente a los otros compañeros de generación. Todo se resume en una llegada a través de las redes fingiendo una identidad y ciertas coincidencias para ganarse la confianza y abrir un diálogo que, por insistencia y frecuencia, terminará por ser la vía para nutrirse de imágenes y videos con fines sexuales.

Si el adolescente quiere cortar la relación, aparece el chantaje, que insiste en esta idea asfixiante de dejarlos públicamente expuestos, amenazándolos con difundir esos contenidos personales, de avergonzarlos y debilitarlos. Esta manipulación de nuestros adolescentes es mucho más frecuente de lo que pensamos y, si bien es necesario tomar recaudos de carácter técnico, protegiendo la privacidad, las fotos y videos en los perfiles que se encuentran en internet, esto no es suficiente. El arte del fingimiento y la seducción es la experticia de estas personas que, con engaños, llegan a hacer creer a sus víctimas las cosas más insólitas, logrando así manipularlos.

Si bien es cierto que hay consejos puntuales para implementar, como por ejemplo cumplir como una regla inquebrantable la reducción de la lista de contactos solo a las personas que se  conocen personalmente, hay, sin embargo, a mi juicio, una prevención que es infalible y es la confianza que como padres,  familiares o docentes de nuestros adolescentes podemos construir. Me refiero a sostener un tiempo de dedicación nutrido con un diálogo franco entre los integrantes de las familias o los otros adultos referentes para que no se sientan abandonados, a la intemperie y sin herramientas, cooptados por la soledad y la incertidumbre sin saber qué hacer frente a la sospecha o la aparición de alguna de estas figuras siniestras que surcan las inmensas avenidas de internet a la espera de sus presas. De alguna manera, ese adulto pederasta es capaz de instalar un vínculo emocional con un adolescente con mucha más facilidad si este jovencito no tiene un sostén emocional firme y sólido de sus adultos de referencia. Es necesario que estemos alerta porque, como dice Bauman, hay una “absorbente y consumidora tarea de “crear una red de conexiones” y “navegar en la red” y las personas quedamos presas “entre el flagelo de la exclusión y la férrea garra de lazos asfixiantes, entre el irreparable aislamiento y la atadura irrevocable”.

 

 

 

 

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