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SEGUNDA PARTE

En campaña: maquillando candidatos

Por Leonardo Borges.

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Caras y Caretas Diario

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¿Hasta dónde puede un asesor interferir en la creación de un candidato? ¿Se puede crear un candidato de la nada? ¿Se puede torcer la opinión pública? ¿Se pueden crear cortinas de humo lo suficientemente densas como para esconder un elefante? ¿Se puede llevar a la gente a pensar lo que uno pretende? ¿Las redes sociales pueden ser guiadas hacia un punto fijo a través de operadores digitales dirigidos por un community manager?   La campaña política El “monje negro” (operador político) articula, maneja sobre todo poder informal, pero obviamente está avalado por el poder formal. Aunque es la válvula de escape ante una emergencia, es el tapón que salta cuando algo no anda bien. En general son jefes de campaña, pues su capacidad de negociación y de pensamiento estratégico los hace perfectos para esos sitios. ¿Un operador es siempre un monje negro, es siempre un jefe de campaña? Allí radica la esencia del mito, ¿quiénes tejieron tras las sombras esos sitios de privilegio que ostentan en la actualidad? Lo que sí es cierto es que todo monje negro es siempre un operador político y casi sin excepciones es parte integrante de la campaña política del candidato. O sea, lo moldea a su real saber y entender en la mayoría de los casos. Por lo tanto, hay una relación entre los monjes y las comunicaciones, el marketing y -hoy en día- el mundo cibernético. ¿Hasta qué punto concebimos a personajes públicos como Esteban Valenti como operadores políticos del país? Fue quien, por cierto, estuvo detrás de la campaña que llevó al Frente Amplio-Encuentro Progresista-Nueva Mayoría a la presidencia en 2005. ¿Fue Valenti un operador político en aquellos tiempos? ¿Lo es en la actualidad? ¿Podemos tildar de monje negro a este jefe de campaña? Es cierto que desde que se ha separado de la coalición de izquierda ha operado efectivamente en algunos temas resonados. Pensemos en Ancap, el caso Sendic, Venezuela, entre otros, y ciertamente ha marcado agenda en estos temas. ¿Hay alguien detrás de Valenti en estos temas o es simplemente la opinión de un ciudadano dueño de medios? Operar en Uruguay, a pesar de su poca población y su imagen de aldea urbana, puede resultar más simple que en otros medios más poblados, pero definitivamente más abiertos. La tendencia de Uruguay a manejar las cosas a un nivel por fuera de lo público, bajo la línea de flotación de los medios, hace que el trabajo de estos monjes quede subsumido entre una turba de asesores, adscriptos y secretarios. ¿El monje negro es infalible? Por supuesto que la respuesta es negativa, pues hay candidatos que ganan y otros que pierden, senadores o diputados cuasi vitalicios en sus sillones y otros que pasan fugazmente por uno de los sillones del Palacio Legislativo. El monje negro utiliza estrategias de marketing, pero no vislumbra políticos como un producto; conoce las herramientas digitales, pero no concibe a los votantes como una red social; maneja las técnicas del coaching, pero no concibe el gobierno como una empresa; despliega estrategias de la semiótica y la programación neurolingüística, pero no las divorcia de la retórica tradicional; apela a la oratoria, prepara los discursos, en definitiva, intenta de todas las formas posibles hacer que ese candidato triunfe. Los jefes de campaña, según la mayoría de las fuentes, cumplen una función dual, en la que abarcan dos dimensiones claves para el desarrollo de cualquier desafío electoral. El candidato es quien acapara las miradas, mientras que esos jefes de campaña articulan un rol político con un rol comunicacional. Ambos poseen una meta, un análogo final: influir en los electores. El primero a través de su influencia en los medios de comunicación y el segundo influyendo sobre la estructura del partido político o bien otros partidos políticos -el tejido electoral-, buscando alianzas y contrapesos. El operador juega en esos dos escenarios, aunque cada campaña, cada candidato y cada estrategia privilegia uno de esos roles. En general las campañas políticas en Estados Unidos -donde sobran los operadores- históricamente privilegian el rol comunicacional, mientras que en Argentina es directamente lo opuesto, los candidatos privilegian lo político antes que lo comunicacional. La pregunta cae por su propio peso: ¿en Uruguay, qué dimensión privilegiamos? ¿Lo político o lo comunicacional? Parecería, a primera vista que lo comunicacional, está ocupando en los últimos años un sitio de privilegio. La creación de un partido casi de la nada en el país, el establecimiento de un candidato en los medios, las TIC utilizadas en su máxima expresión, nos dan la pauta de que los operadores políticos están en Uruguay privilegiando lo comunicacional. Aunque la creación de ese partido, y la inclusión de muchas figuras políticas de otros partidos, también denota la dimensión política, de negociación política, de tejido político que le valió a ese nuevo partido un senador y dos -quizás tres- diputados, engrosando un partido sin votos. Si allí no hubo operación política, no se puede explicar en su inmensidad el fenómeno. No sólo el dinero explica los fenómenos políticos como el Partido de la Gente. ¿Hasta qué punto, entonces, los candidatos se crean, hasta qué punto los medios influyen en esas creaciones y hasta qué punto los medios son influidos y reproducen una estrategia de campaña? La pregunta es la misma del principio: ¿quién mueve los hilos del títere? ¿Quién escribe los discursos del candidato? ¿Quién hace más comestible al muñeco

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