Hay un personaje de la política uruguaya que nos recuerda una obra teatral del genial Oscar Wilde escrita a fines del siglo XIX. La comedia juega con intrincadas situaciones causadas por la falsa identidad de dos jóvenes aristócratas victorianos que adoptan como seudónimo el nombre de Ernesto para exhibir conductas y establecer relaciones que simulan una doble personalidad. La novela de Wilde denuncia, con el humor y sarcasmo propios del notable escritor, la doble moral y la hipocresía de una aristocracia decadente que agonizaba en la Inglaterra de 1890, pero que aún, siglo y medio después, se resiste a morir. El título de la obra juega con la sonoridad de las palabras, la similitud fonética entre ser Ernesto y ser honesto (Earnest and honest), un juego curioso que está presente en toda la extensión de la obra, en la que se habla de la importancia de ser honesto consigo mismo y con los demás. Setenta años después de haber escrito Oscar Wilde su memorable novela, otro Ernesto murió asesinado en la selva boliviana convirtiéndose en ejemplo de una moral sostenida por los principios, la valentía, la integridad, la generosidad, la justicia y la rectitud. No hablemos de una nueva ética, porque los valores por los que amamos el ejemplo del Che se parecen más a la moral cristiana que las normas que rigen al Opus Dei, los paraísos fiscales o la corona británica. Pero como vamos a hablar de Talvi, es claro que de Ernesto Che Guevara o de Jesucristo no estamos hablando. Faltaba más… Otro Ernesto que tira y pega Hoy ha irrumpido en la política uruguaya un nuevo outsider. Se trata de Ernesto Talvi, un exitoso economista que se va transmutando al influjo de las cambiantes demandas de ese sector de la sociedad que busca una alternativa al progresismo, pero no logra encontrar un semental que lo guíe sin chocar contra el sentido común que reconoce que, más allá de desilusiones, desencantos, dudas y vacilaciones, los uruguayos sabemos que estamos mucho mejor que en el pasado blanquicolorado. Esta vez es el Partido Colorado el que busca salvarse del naufragio, y todos sabemos que el que sabe busca y el que busca encuentra. El Partido Colorado busca desesperadamente evitar su desaparición, pronosticada por el sociólogo César Aguiar en marzo de 2004, en las vísperas del primer triunfo del Frente Amplio. Aguiar dijo entonces, ante un auditorio plagado de profesionales y empresarios convocados por el estudio Guyer&Regules, que “el Partido Colorado ha perdido las bases de socialización política (la familia, la escuela, los barrios, los sindicatos, el lugar de trabajo, los grupos religiosos, los medios de comunicación), que en la actualidad influyen más a favor de la izquierda que de otros partidos y, sostuvo, “con fuerza y convicción”. Días más tarde, Aguiar repitió en el programa En perspectiva que “el Partido Colorado está en desaparición”. Acotó allí que “la actual situación electoral del Partido Colorado no obedece a la gestión del actual gobierno, ya que esa colectividad pierde votos desde 1966 y cayó sistemáticamente a lo largo de 40 años”. Agregó, lapidario, que “eso es una tendencia de largo aliento, nos guste o no nos guste; lo dije con fuerza y con énfasis, porque me parece importante que la gente vea estas cosas más allá de las coyunturas políticas y que no le impute al gobierno puntual los resultados, que son resultados de una tendencia mucho más estructural”. Los asistentes se fueron esa tarde entre preocupados y calientes, pero los políticos colorados que leyeron en Caras y Caretas, al día siguiente, la versión filtrada de la conferencia pusieron el grito en el cielo y excomulgaron al Gordo Aguiar. Sin duda, hablando de sociólogos, el mejor de todos. Pero el partido de Fructuoso y Bernabé Rivera, de Latorre, de Santos, de José Batlle y Ordóñez, de Terra, Luis Batlle, Jorge Batlle, Pacheco, Bordaberry y Sanguinetti se resiste a morir. Es natural que así sea. El adiós de Bordaberry y el buen día de Talvi Buscando y buscando, abandonado a su suerte por la renuncia de Juan Pedro Bordaberry, el Partido Colorado ha encontrado en el economista Ernesto Talvi el candidato con mayor apoyo hacia las elecciones de 2019. Talvi ha recibido desde la década del 90 el impulso y apoyo total del diario El Observador y el respaldo del poderoso Opus Dei. Las más grandes empresas de Uruguay financian su think tank Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (Ceres), y Búsqueda, El País y los dirigentes Jorge Batlle, Juan Pedro Bordaberry y Julio María Sanguinetti le dieron, cada uno en su momento, su aprobación entusiasta. Pero Talvi, que parece estar siempre a la moda, como te dice una cosa, te dice la otra. En los últimos dos años, se dedicó a recorrer el país con una prédica laica a favor de una mejor educación en Uruguay, y ahora, con sus recientes declaraciones, se anota para competir por la candidatura del Partido Colorado contra el solitario Fernando Amado, el riverense Tabaré Viera o el perseverante José Amorín Batlle. Ninguno me da para correr con este impulsor de emprendedores, creador de liceos privados y multilaureado economista protegido por todos los centros de poder real y los dos hombres más influyentes del Partido Colorado: Sanguinetti, que siempre lo contó entre los suyos, y Bordaberry, con quien las afinidades son totales. Hay que agregar que ahora el condecorado neoliberal Ernesto Talvi, el de Harvard, el preferido de Ramón Díaz, el de Lacalle y Batlle, el de los Peirano y el Opus Dei, se define a sí mismo como un “liberal progresista”. Así las cosas, para desvestir al payaso disfrazado para capturar incautos, se impone hacer un poco de historia, que no comienza ayer ni mucho menos. Un poco de historia Comencemos diciendo que el economista Ernesto Talvi entró subrepticiamente al Banco Central, en un cargo destacado y con un sueldo generoso, junto con Javier de Haedo y Gustavo Licandro, todos enemigos del Estado. En esa época, no tan lejana, cuando Lacalle (el viejo) asumió la Presidencia de la República, Talvi (el neoliberal) y sus compañeros, De Haedo y Licandro, fueron invitados a la aventura por su jefe espiritual, el Dr. Ramón P. Díaz. De esos años data el doctorado de Talvi en la Universidad de Chicago. A decir verdad, nunca se sabrá cómo apareció Ernesto Talvi en Chicago y quién pagó sus costosos estudios en Harvard, pero eso quedará para quien escriba su biografía si es que algún día se cuelga su retrato en la Torre Ejecutiva. Su posición siempre fue clara; sin militancia contra la dictadura, apoyó los gobiernos de Sanguinetti, de Lacalle y de Jorge Batlle. Siempre del lado de los ricos y de los neoliberales, tuvo cinco minutos de fama en lo peor de la Crisis de 2002 al declarar: “Estos no son tiempos de Keynes”, afirmando implícitamente que lo que el gobierno de Batlle tenía que hacer era dejar que los débiles se murieran de hambre sin que el Estado interviniera, como predicaba el economista inglés que terminó con la Gran Depresión de 1929 a fuerza de intervención estatal. Pero en la Crisis de 2002 conocimos su primer esquive, cuando el entonces presidente Jorge Batlle, en su peor hora y desesperado por la falta de técnicos, ya que muy razonablemente desconfiaba de los del Foro Batllista mandados por Sanguinetti, en especial de Ariel Davrieux, fue a buscar a sus casas a Ernesto Talvi y Carlos Sténeri para ofrecerles el Ministerio de Economía y el Banco Central, respectivamente. A pesar de su amor por Batlle, los dos se fueron al mazo. Recordemos un poquito. Promediaba el año 2002 cuando desde estas páginas hicimos saber que había un “partido del golpe”, y cuando Búsqueda lo confirmó, un par de años después, escribí en setiembre de 2004 el artículo “Del Partido del rumor al Partido del Golpe/Cuando se conspiraba en 2002 Búsqueda se callaba la boca”. Ahí escribí que el libro Con las horas contadas, de Claudio Paolillo, confirmaba, citando “miles de datos y conversaciones casi exquisitas”, la existencia de un golpe de Estado promovido por un grupo de economistas neoliberales (Wolloch menciona a Ramón Díaz, Jorge Caumont, Álvaro Diez de Medina y Juan Carlos Protasi, pero tuvo que haber muchos en la periferia y ninguno de los importantes ignoraba los hechos) que querían aprovechar la crisis para implantar una economía totalmente neoliberal. Ahí dije que las fuentes de Paolillo eran claramente perceptibles. Lacalle no porque salía muy feo en la foto, Atchugarry no por motivos que me reservo. Los únicos malos para Paolillo eran los Rohm. Sorprendido de esa historia tan curiosamente escrita y con tantos detalles de origen misterioso, escribí : “Talvi, en cambio, es un fenómeno. Generoso, inteligente, astuto, está en todas partes sin que nadie lo vea. Cuesta creer que un conferencista tan modesto piense con semejante claridad en las circunstancias más terribles y hable con semejante locuacidad. Viene a ser como Dios y, según Paolillo, lo llamaban hasta de la Casa Blanca para pedirle consejos. […] Me cuesta creer que Talvi no sea una de las principales fuentes. […] Y Talvi, que en esos meses nunca aparecía en las páginas de Búsqueda, estaba en la misa y en la procesión, como lo denunciara una y otra vez Caras y Caretas. Talvi es, al final de esta historia, el ‘muchachito’, y semejante protagonismo lo delata. […] Que hubo una conspiración para desplazar al presidente de la República lo han confirmado los doctores Julio María Sanguinetti y Jorge Batlle. […] Caras y Caretas denunció, con mi firma, que teníamos versiones de que un grupo de ciudadanos querían sustituir al presidente Jorge Batlle. Eso lo denunciamos cuando Búsqueda y Paolillo lo ocultaban en un gesto que no sabemos si es omisión o delito. Ese grupo, o su centro, estaba constituido, según las versiones, por el doctor Ramón Díaz y sus discípulos más cercanos: Javier de Haedo, Nicolás Herrera, Gustavo Licandro y Ernesto Talvi. Ello explica los artículos que Díaz escribió en El Observador (que Caras y Caretas comentó desde su aparición en el año 2002) y la negativa de Talvi al ofrecimiento de Jorge Batlle de ser ministro de Economía tras la caída de Bensión. El economista esperaba un momento mejor por partida doble: una autoridad más nueva y más fuerte que le permitiera realizar las reformas neoliberales, básicamente el desguace del Estado que Batlle no se había animado o no había podido hacer”. Talvi después de Batlle Talvi siguió en su línea clásica como un showman mediático, dando conferencias -con plateas abarrotadas de empresarios deseosos de saber el futuro- utilizando rayos láser, neón, luces de colores y efectos especiales para subir al podio de los agoreros. Anunció invicto una crisis que no llegó y criticó invariablemente al Frente Amplio, apelando al aplauso fácil de su público ávido de escuchar al profeta del desastre. En 2010 alcanzó la gloria, se pasó el año anunciando una recesión y el Producto Interno Bruto creció 8,9%. Talvi lleva una docena de años tratando de cruzar el mar Muerto abriendo con un tajo las aguas rojas que cruzan el desierto. Hasta 2014 siguió en la huella de los gobiernos blanquicolorados, proponiendo siempre reducir los incentivos económicos al desarrollo, rebajar salarios y jubilaciones y vender empresas públicas. En agosto de 2014 le dedicamos la tapa a su simpático rostro y escribimos que “son las llamadas ideas zombis, ideas que son sólo cadáveres que vuelven a la vida cuya motivación es penetrar la carne de los vivos y cuyo peligro no reside en su inteligencia, sino en su voracidad”. Nosotros seguimos contestándole en esos años: “¿Es que acaso los gobiernos de Julio María Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle y Jorge Batlle, apoyados incondicionalmente por Talvi, pusieron al país en el camino del desarrollo? Con Sanguinetti cayeron las industrias textiles, del calzado y el ferrocarril; Lacalle terminó de desmontar la industria arancelaria y Batlle aceptó contento la bomba de tiempo del atraso cambiario -que venía de 1989 y se agravó hasta lo intolerable en 1999, sin que ninguno de los tres líderes mencionados hiciera o dijera nada al respecto- que produjo la crisis de 2002. La hora del progresismo Pero el ex muchacho de oro empezó a comprender que con el Frente no se puede, que el crecimiento económico sube y seguirá subiendo, que la inflación está controlada y el déficit fiscal es bien tolerable. Visto esto, Ernesto Talvi, el de las mil caras, cambió la pisada. Comprendió que el Uruguay vive su mayor período de bonanza desde el gobierno de José Batlle y Ordóñez. Empezó a moderarse y mantener como blanco favorito “la calidad de la educación”, pasión que comparte con el también neoliberal Pablo da Silveira, el que adora a Bordaberry por su patriótico deseo de ayudar a Pompita a “hacer mierda el gobierno de Tabaré Vázquez”. Los dos buscan la privatización de la enseñanza y la eliminación del modelo vareliano que ha sido el gran elemento igualador y democratizador en el país. “Los jóvenes que están entrando al mercado de trabajo siguen teniendo unos nueve años de educación formal, a distancia sideral de los catorce años de los países desarrollados”, repetía con su hermosa voz de tenor. De nuevo le hicimos la pregunta molesta: ¿cómo quedaron la educación y la juventud luego de la crisis de 2002, provocada por las ideas que Talvi defendió durante cuatro períodos de gobierno, entre 1985 y 2004? ¿Cuándo se agravaron hasta el paroxismo las condiciones de desigualdad y desesperación entre los jóvenes -y nació la ‘cultura del asentamiento y de la droga’- si no fue durante esa traumática experiencia? Por esos días de paroxismo, furia y adecuación a las circunstancias, dijo algo que tenemos que tener muy en cuenta; ahora que El País le preguntó si hay que subir impuestos para disminuir el déficit, Talvi fue terminante: “Creo que es absolutamente inviable, el país no resiste más impuestos”. En realidad, lo que Talvi no quiere es poner impuestos a los ricos y muy ricos con el propósito de no cumplir con aquello de “que paguen más los que tienen más”. Reiteramos: lo que se lee detrás de las palabras de Ernesto Talvi es el gran proyecto de la derecha uruguaya, diseñado por Ramón Díaz: privatizar la enseñanza eliminando el concepto vareliano de inclusión de iguales, rebajar las retribuciones al trabajo presente y pasado (trabajadores y jubilados) y privatizar empresas públicas y bancos para venderlos a amigos, empleadores o socios. Además de Caras y Caretas, le contestaron Mario Bergara y Tabaré Vázquez, pero el más lapidario con Talvi fue el entonces presidente José Mujica, quien interrogado sobre las declaraciones del economista, contestó “Critica desde la tribuna. Estos economistas critican pero no bajan a la cancha. Mire, cuando Jorge Batlle, en plena Crisis de 2002, necesitó un economista para el Ministerio de Economía, se rajaron todos, los catedráticos se fueron al mazo, y tuvo que agarrar el flaco Alejandro Atchugarry, que no es economista, que es abogado de profesión […] Así no, papá -remató el primer mandatario-, me gustan los jugadores que se comprometen, no los que sólo critican. Me gustaría que estuviera en la concreta, tirando de las varas”. El nuevo Talvi: el candidato de las exoneraciones fiscales El 5 de diciembre, días antes de emprender una gira por los programas de radio y TV afines para decir que está pensando si va a ser o no candidato, Talvi lanzó un misil de gran alcance con obvias intenciones políticas. En una de sus conferencias supermediáticas para clientes titulada “Fin del enfriamiento y aceleración económica en Uruguay: ¿Ante un nuevo ciclo expansivo?”, anunció que “todos somos UPM”, celebrando aparentemente el contrato del gobierno con la firma finlandesa -el nuevo gran triunfo de Tabaré Vázquez-, pero sin menguar en sus críticas solapadas, como decir que “la economía uruguaya está atravesando una fase de aceleración, pero de la mano de un proceso de destrucción de puestos de trabajo”. Entonces lanzó su “gran propuesta”: bajo el rimbombante título de “Crear un ecosistema amigable para ello”, propuso nada menos que “la creación, por dos años, de un paquete de estímulos a la inversión parecido al que el gobierno uruguayo le otorgó a la compañía finlandesa UPM, pero para todos los proyectos nuevos de inversión que se presenten entre 2018 y 2019” y llamó “Todos somos UPM” a esta “propuesta”, que sonrojaría a cualquier persona que la propusiera, no ya a un economista con alguna experiencia. Según El País, Talvi propone que “los proyectos que se pongan en marcha bajo el paraguas de esta propuesta gozarían de una ampliación de los beneficios que se brindan en el marco de la ley de promoción de inversiones”. Por ejemplo, comentó Talvi, se podría aumentar el monto de la exoneración del Impuesto a la Renta de las Actividad Económicas (IRAE) entre 20% y 40%. A su vez, también puso sobre la mesa la bonificación de algunas tarifas de empresas públicas. En esta línea propuso bajar el gasoil 12% y la electricidad 15% para estos nuevos proyectos. Las empresas pequeñas, en tanto, accederían bajo este esquema a un beneficio impositivo también por el lado de los honorarios profesionales”. No se necesita ser economista, ni contador, ni licenciado en administración ni haber pisado una facultad para saber que dentro de una economía nacional, todo lo que se otorga a alguien o a algún sector lo paga otro, y que la forma de solventar los gastos e inversiones es mediante impuestos. Por lo tanto, si exoneramos a todas las empresas y les bajamos sustancialmente los impuestos, el peso del aporte de los impuestos al funcionamiento del Estado y el sostenimiento de la economía en su conjunto caerá sobre los que menos tienen. No propone el economista doctor Ph.D. Talvi exonerar a los pequeños emprendedores del IRPF o del monotributo, no. Propone exonerar el impuesto a las empresas, el Impuesto a la Renta de las Actividad Económicas (IRAE) entre 20% y 40% con total impudicia. Exonerar a los ricos para darles a los ricos. Esas declaraciones se publicaron en El País el mismo día en que el editorial central fue ‘Basta de Impuesto a la Renta’, que aclara en su último párrafo que lo que hay que eliminar es… el IRAE. Con la misma impudicia, el economista que vive criticando el déficit fiscal (un déficit que aumentaría exactamente en la misma cifra que estas exoneraciones, que no son otra cosa que “perdonazos” a los ricos), dijo que “el costo fiscal de esta propuesta es muy bajo porque apunta a proyectos que de otra manera no se realizarían”. Para ser más claro, Talvi propone que los proyectos que él eventualmente elegiría si fuera electo presidente de la República serían exonerados de impuestos, y como alguien tiene que pagar, eso lo pagarían los contribuyentes que quedan, que son los trabajadores y jubilados. Ni Antía se anima a semejantes extremos. Las perspectivas La Diaria anunció hace días que “el bordaberrysmo espera por Talvi” y que su nombre cuenta con la aprobación del propio Pedro Bordaberry. En junio de este año, el senador había dicho, en entrevista con Canal 4: “Ojalá Ernesto sea candidato”. En esa oportunidad, Bordaberry consideró que se trata de “un hombre con unas capacidades tremendas”, y si bien admitió que tiene “alguna discrepancia” con él, “en la gran orientación no hay ninguna duda”. Pero su gran padrino siempre fue Sanguinetti, al que consulta permanentemente y al que no nombra jamás. El pasado domingo, El País le otorgó su reportaje principal, y ahí se definió políticamente como “un liberal progresista. Es mi definición. Alguien que cree en la iniciativa privada y desde allí es que surge la fuerza y el motor de toda sociedad”; se manifestó hincha de Peñarol y recordó que “no en vano el doctor [Jorge] Batlle fue la primera persona que vino a hablar conmigo y eso tiene un mensaje detrás y una afinidad en el cómo hacer las cosas”, agregando que el político uruguayo que mejor lo representa es “Jorge Batlle. Y dejame decirte el porqué. Gran republicano, humanista, liberal. Era un hombre que estaba permanentemente comprometido con los ideales y con el futuro de Uruguay. Piloteó con mano firme la peor crisis de la historia y logró algo casi impensado: construir una marca país al decir que Uruguay tiene que pagar sus obligaciones. Siento una gran admiración por Batlle, a pesar de que a los ojos de mucha gente fue el presidente de la crisis”. Como pasaba con Pacheco Areco, en el caso de Talvi, “sus obras hablan por él”. Que nadie, ningún frentista, ningún ciudadano festeje los fracasos pasados y los dislates presentes de Ernesto Talvi. Sus propuestas de regalos fiscales están dirigidas a un sector muy concreto y si algo le va a sobrar, será apoyo y financiación en su futura campaña: hasta lo van a poner lindo y le van a lijar la voz rasposa, si es que eso es posible. Es un candidato que reviste el mayor peligro porque viene arropado por todos los centros de poder real en Uruguay (las cámaras empresariales, el Opus Dei, El Observador, Búsqueda, radios y canales y los principales dirigentes colorados) y maneja argumentos con engañosa solvencia, no como Pompita, cuyo fracaso ya es medido por las encuestadoras y del que todos saben que es un candidato fallido. Además, llegaría al poder en medio de la “ola derechista” que inunda al mundo como consecuencia de las crisis del capitalismo, desde Estados Unidos a Alemania, y llega a nuestra América Latina, donde se ha impuesto en la Argentina de Macri y el Brasil de Temer. Ya vemos lo que son los programas de estos señores: más beneficios a los ricos que pagarán los pobres, los trabajadores y los jubilados. El Partido Nacional, totalmente dominado por el neoliberalismo, acompañaría o se asociaría gustoso a este señor y sus propuestas.
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La Conspiración
En el número 78, del 31 de enero de 2003, pusimos en nota de tapa: ‘Ernesto Talvi, el ministro de Economía después del default’. En el número 79 del 7 de febrero de 2003 pusimos en la tapa: ‘La conspiración. No creo en brujas, pero que las hay, las hay. Las brujas están de fiesta. Por qué Batlle y Atchugarry resisten el default. Entre las brujas conspiran El Observador, El País, Los Peirano, Ramón Díaz, Javier de Haedo, Ernesto Talvi, Ignacio de Posadas y Juan Carlos Protasi, afiliados al partido del default. ¿Quiénes quieren especular?. ¿Quiénes quieren embarrar el terreno. ¿Quiénes quieren debilitar a Batlle y quiénes sustituirlo? Tabaré Vázquez viaja, apoyado por Batlle, a reclamar neutralidad del Fondo Monetario Internacional en el tránsito político y económico hacia un gobierno frenteamplista. En Washington, Vázquez va a pisar un campo minado por Davrieux y la misión forista neoliberal, pensando en iniciar sin trampas ni sorpresas la tan esperada transición”. Todo ocurrió así, y allá estaba Carlos Sténeri, también integrante de la conspiración. Fuimos nosotros los que informamos todo y los que estuvimos públicamente del lado de la institucionalidad democrática. Mientras, Talvi, el neoliberal, conspiraba en las sombras.