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Caos mediático y político en el fútbol

Por Rafael Bayce.

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Caras y Caretas Diario

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Un hecho fortuito y raro provoca un incidente mientras se disputa el partido Platense-Basáñez, en la categoría juveniles de la tercera división de fútbol amateur. Todo empieza con un niño agresivo, con padre omiso, que insulta y apedrea a la jueza de línea. Le sigue el intento de un árbitro, fuera del campo, de defender a su novia-jueza agredida; pero su acción deriva en una agresión hacia él, lo que provoca a su vez que la jueza salga del partido para defenderlo y lo mismo hacen varios jugadores de Platense, y uno de Basáñez, pero para sumarse a la agresión a los jueces. Algunos dirigentes de ambos equipos intentan pacificar y fracasan. Tiene éxito, finalmente, una pacificación de los encargados de la seguridad y la natural despotenciación del incidente una vez que alguna consecuencia excesiva parece haber ocurrido. Confluyen en el episodio de violencia, difundido en videos caseros por las redes sociales, raras coincidencias potenciadas: un menor muy agresivo no contenido por su padre; un juez fuera de funciones y pareja de la jueza insultada y apedreada que recrimina al menor; padre que sigue sin advertir a su hijo y toma parte activa contra el árbitro; jugador hermano del menor e hijo del mismo padre omiso y agresivo que sale a terciar en la pelea; jueza colega y pareja, antes agredida, que sale de la cancha a ayudar a su pareja; jugadores disidentes con fallos arbitrales que aprovechan para sacarse ganas. Todas estas coincidencias vinculares son infrecuentes y sólo pueden manifestarse en un campo, tribunas y alrededores inadecuados para dividir público de actores y sin guardia ni seguridad adecuados ni suficientes. Casi nunca pasa eso, ni pasará. La Policía y el Ministerio del Interior no enviaron personal por tres razones: no tenían efectivos como para esa prioridad; el partido no ameritaba nada especial; el fútbol es un espectáculo privado, que aunque sea amateur tiene responsables privados, por lo que no sería un problema de orden y seguridad públicos (¡¿!?). Balance final: ojos amoratados de jueces y allegados de Platense y algunos jugadores jadeantes y desarreglados, con algunas prendas dañadas. Luego se sumaron otras consecuencias: jugadores belicosos expulsados por sus clubes, árbitros que piden suspensión de fecha y un nuevo protocolo de seguridad que funcione y suspensión de la fecha completa en todas las categorías, lo que hace que muchos uruguayos queden sin su diversión preferida de domingo, sin mayor fundamento ni mejoras esperables por ello. Como de costumbre en estos casos, todos actúan mal, desde los actores directos hasta las instituciones vinculadas. La prensa, siempre atenta a agrupar audiencias indignadas y neuróticas, se prepara para condenar enérgicamente lo que les conviene, comercialmente y hasta políticamente: las malas noticias.   Lo peor: la opinión de la prensa y del ministro Se viene la peor de las consecuencias. Habrá que oír una vez más a la prensa deportiva hablar de lo que no sabe ni parece querer saber: violencia y seguridad. Otra vez cometerán la irresponsabilidad de proponer radicalidades carentes de ilustración, abusando de su autoridad como comentaristas deportivos. La gente vuelve a envenenarse con ese discurso, al que contribuye generosamente el ministro del Interior, repitiendo varias falacias y errores muy comunes entre quienes no leen del tema en el mundo. De hecho, Eduardo Bonomi salió al cruce afirmando que la violencia aumenta en el tránsito, en las escuelas y en el deporte, y que nos estamos volviendo más violentos. Totalmente equivocado y rebatido por ensayos y artículos recientes de investigadores que se dedican al tema de la violencia, como el de Yuval Harari, que muestra cómo la violencia bajó abruptamente en el siglo XX y todavía más en lo que va del XXI. La violencia aumenta en el tránsito no porque la gente sea más violenta, sino porque hay más vehículos, más veloces y acelerados; porque hay más motos suicidas, que potencian el simbolismo cultural de juventud, riesgo y estatus adherido a vehículos y velocidad; porque hay carreteras más rápidas y señalización inadecuada; porque las soluciones gubernamentales son más recaudadoras que preventivas. Tampoco hay más violencia que antes en escuelas y liceos, porque si bien hay pequeños incidentes en los límites de los liceos y algunas poquísimas madres han golpeado a maestras, es comprensible que así sea con el proceso de inclusión educativa reciente, en que se junta gente con muy baja preparación anterior, con mayores diferencias socioculturales por su disparidad económica, y en el que hay mucha sobrecarga para madres solteras que pueden disentir con el tratamiento disciplinario y pedagógico de las maestras. Y nada de eso supone un aumento de la violencia en el sistema educativo: ya nadie se acuerda de que hasta los años 70, en las periferias y en áreas rurales, todavía se les pegaba cachetadas a los niños, se los golpeaba con una regla en los nudillos, se les tiraba del pelo y de las patillas, se les insultaba y se les hacía hincar en pedregullo. Y no era nada excepcional, como esas cachetadas de madres a maestras de hoy: era lo normal, mucho más violento globalmente que lo de hoy.   La prensa envenena y confunde La sensación de mayor violencia e inseguridad, como bien se sabe desde hace mucho tiempo, no se debe tanto al aumento del número de hechos, de la violencia de cada uno, sino a la magnificación cuantitativa, a la dramatización cualitativa y a la reiteración mediática de esos hechos magnificados y dramatizados, que vuelven común lo excepcional, normal lo patológico, y temido como inminente lo infrecuente e improbable. Más que demostrado está que el interés comercial y político de los beneficiarios del miedo y de la inseguridad produce sensación de aumento y de gravedad de los hechos tanto mayor que lo ocurrente. Se recomienda entonces a algún ministro y a periodistas varios leer las bibliotecas que hace más de 50 años pueblan el mundo explicando todo esto. Le damos un ejemplo bien actual de cómo se magnifica un hecho mediante una frase altisonante de contenido falso e irresponsable: Toto da Silveira dijo, en Punto Penal, el domingo 24: “Ya no se puede, no hay respeto, las madres les pegan a las maestras”. Aquí tenemos un claro ejemplo de cómo se fomenta una impresión desmesurada que no corresponde a la verdad de los hechos. No es cierto que ‘ahora las madres les peguen a las maestras’; pasó, pero no pasa casi nunca; no hubo ni cinco incidentes de ese tipo, muy menores además. Y hay cientos de miles de madres que van todos los días varias veces por día a llevar y traer a sus hijos durante varios meses. Son millones de ocasiones de contacto que sólo resultan en incidentes en menor número que los dedos de una mano. Es más cierto decir ‘las madres no les pegan a las maestras’ que decir que les pegan; está más cerca de la realidad la negativa que la positiva; sin embargo, se afirma lo que está más lejano de la realidad, con ceño fruncido y aires de Zeus olímpico. Es uno de los recursos retóricos más comunes de construcción de la sensación popular de inseguridad. Porque se repite, también, y contra toda experiencia propia y ajena, que ‘ya no se puede salir ni a la calle’. O cuando se dice que ‘ya no se puede ir a las canchas’, que se va menos al fútbol; sin embargo, tanto en fútbol como en básquet, en los años de las violencias más claras, las recaudaciones se doblaron y triplicaron respectivamente. Y la familia, como se afirma faltando también a una verdad empírica, nunca fue base de la asistencia a deportes; y si se pierde su asistencia grupal hoy en día es porque hay entretenimientos diversos de mayor atractivo generacional, no por la violencia en los deportes. Los beneficiarios de la inseguridad y los miedos son, en definitiva, los propios fabricantes de paranoia y de hipocondría: prensa, sistemas de seguridad públicos y privados, compañías de seguros y políticos impresionables u oportunistas siguen ganando la batalla frente a la ignorancia, cobardía y alienación progresivas de la gente, frente a las cuales la izquierda política no hace nada, lo que la obliga entonces a tener que satisfacer demandas de derecha, hasta que parece que ella misma las ha adoptado como propias. El fin de semana pasado sucedió una infrecuente e improbable cadena de circunstancias que llevó a un desagradable incidente menor, pero que fue convenientemente magnificado y dramatizado por quienes lucran política y económicamente con la desmesura narrativa en la seguridad. Parecen condenar e indignarse santamente con los hechos, pero ganan en rating, publicidad y remuneraciones cuando suceden esos hechos, que deben, por y para ello, ser magnificados, dramatizados, reiterados hasta la náusea y poblados de opiniones tan redundantes como favorecedoras del suculento negocio comercial y político que son la violencia y la seguridad. Que nunca falten. Lo del partido de juveniles Basáñez-Platense fue muy raro, y poco grave; es improbable su repetición, y no debe legislarse sobre excepciones porque se cometen errores, injusticias e inadecuaciones al crearse una categoría de hechos que no tiene respaldo en la realidad pasada, presente ni futura.  

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