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Economía

«Capital e ideología», de Thomas Piketty: Un planteo radical y utópico, pero sustentado en datos

Mientras Francia vive la peor huelga general desde 1995, se discute Capital e Ideología, el nuevo libro de Thomas Piketty, que es optimista sobre «superar el capitalismo» mediante la circulación de la propiedad privada. Pone a la desigualdad como motor de la historia, lo cual ha sido al menos parcialmente corroborado en algunos hechos recientes como los que vive Chile.

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Por Martín Narbondo

En 2014, editado por el Fondo de Cultura Económica, se conoció en español el libro El Capital en el siglo XXI, del economista y matemático francés Thomas Piketty (1971), cuya primera edición en francés es de 2013, y cuya versión inglesa fue record de ventas en todo el mundo.

Es un macizo volumen de 664 páginas, dividido en cuatro partes tituladas: “Ingreso y Capital”; “La dinámica de la relación Capital/Ingreso”; “La estructura de la desigualdad”, y “Regular el Capital en el siglo XXI”.

Estas se abren en dieciséis capítulos. Está precedido por un epígrafe significativo: “Las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común”, que es el artículo primero de la «Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano» de 1789. El libro analiza documentadamente la evolución de la distribución de la riqueza en los tres últimos siglos y formula propuestas para la reducción de la desigualdad a nivel global, ya que ve en su aumento (con la consecuente concentración de la riqueza en los sectores más elevados, particularmente el célebre 1% de la población) un freno al desarrollo de la actividad económica. Se trata de un sólido y documentado trabajo académico, pero también formula tres propuestas: disminuir la desigualdad de ingresos a nivel global; enfatizar en la regulación de los mercados e instaurar un impuesto mundial progresivo sobre el capital, retomando el planteo que formulara en su momento el Premio Nobel de Economía James Tobin.

Se la ha acusado de ser una obra militante lo cual no es un demérito, ya que también lo son libros de autores neoliberales, pero sin duda se trata de una obra “de tesis”. Prueba cabal son, en particular, los capítulos titulados “Repensar el impuesto progresivo sobre el Ingreso” y “Un impuesto mundial sobre el capital”.

 

Un escritor torrencial

En octubre de 2015 se conocieron en Uruguay dos nuevos libros de Piketty.

Se trata de “La economía de las desigualdades/Cómo implementar una redistribución justa y eficaz de la riqueza” (Siglo Veintiuno Editores, 2008, 204 págs., trabajo precursor de su opus magnun) y “La Crisis del Capital en el siglo XXI/Crónicas de los años en que el capitalismo se volvió loco” (Siglo Veintiuno Editores, mayo de 2015, 301 págs.).

El segundo libro recopila las columnas que publicó mensualmente en el diario Libération entre setiembre de 2004 y enero de 2012, período marcado por la crisis global desatada en 2007, que originaron la Gran Recesión 2007 – 2010, cuyas consecuencias aún perduran.

Recorre una variada temática que va del rol de los bancos centrales en la crisis global, a temas típicamente franceses y a reiteradas preguntas sobre el rol a cumplir por la Unión Europea que podría “transformarse en la potencia pública continental y en el espacio de soberanía democrática que nos permita retomar el control de un capitalismo mundializado y enloquecido”, o convertirse en un instrumento tecnocrático de la desregulación y la austeridad merkelianas.

Piketty, al contrario de mucho talenteador laureado que infecta el mundo económico, elabora una secuencia perfecta de las crisis recurrentes del sistema capitalista, mencionando la Gran Depresión de 1929, la “estanflación” de los ´70, la “revolución conservadora” de Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los ´80, el unilateralismo que siguió a la implosión de la URSS, y la euforia bursátil y el predominio del capital financiero global de los 2000, que llevó a las crisis que aún se prolongan.

Con gran lucidez apunta al principal drama del Viejo Continente: “Europa sufre además una dificultad extra. Su moneda, el euro, y su banco central, el Banco Central Europeo (BCE), fueron concebidos (…) en un momento en que se imaginaba que los bancos centrales tenían como única función mirar pasar el tren, es decir, garantizar que la inflación permaneciera baja y que la masa monetaria aumentase grosso modo al mismo ritmo que la actividad económica”. (…) Así se llegó a crear, por primera vez en la historia, una moneda sin Estado y un banco central sin gobierno”. Pronto el mundo iba a recordar que los bancos centrales son un instrumento indispensable para lograr estabilidad en los mercados cambiarios y financieros, y evitar las depresiones. “Esta rehabilitación del (verdadero) rol de los bancos centrales es la gran lección de las crisis de los últimos años.” Señala con acierto que si los dos mayores bancos centrales del mundo, la Reserva Federal y el BCE no hubieran desarrollado amplias y prolongadas políticas monetarias expansivas  (“muchas docenas de puntos del PIB de cada uno en 2008 y 2009”), “es probable que la depresión hubiera alcanzado dimensiones comparables con la de los años 30, con tasas de desempleo mayores al 20%”,

Piketty acierta también con precisión al afirmar que el pragmatismo monetario permitió evitar lo peor en la Gran Recesión, “y apagar un incendio de manera provisoria”, pero no sustituyó a los responsables, ni construyó una verdadera macrosupervisión financiera, “y pretendió ignorar los orígenes de la crisis vinculados a la desigualdad: el estancamiento de los ingresos de las clases populares y medias y el aumento de la desigualdad, en particular en los EEUU (donde el 1% de los más ricos absorbió cerca del 60% del crecimiento entre 1997 y 2007), contribuyeron de manera evidente a la explosión del endeudamiento privado.”

Con la misma precisión y claridad (que no pueden o no quieren entender los árbitros alemanes de la Europa de «la austeridad»), afirma refiriéndose a la Eurozona que “la explicación principal de nuestras dificultades es, lisa y llanamente, que la zona euro y el BCE fueron mal concebidos desde el comienzo”. Piketty señala la verdad elemental –que ignoran a designio los 27 mandatarios de la Eurozona y sus vergonzantes asesores económicos – de que cuando hay problemas de competitividad, siempre queda el recurso de devaluar la moneda, excepto cuando se tiene una prisión como el euro.

Recorriendo los interesantes artículos, se ve cómo Piketty exige una fiscalidad adecuada a las ganancias de las empresas irlandesas (“debe estar entre el 25% y el 30%”); regular a los encuestadores que terminan siendo formadores de opinión; propone un impuesto sobre los intercambios comerciales en lugar de la Tasa Tobin, de imposible aplicación; su opinión favorable a gravar las sucesiones; y sus valiosas reflexiones sobre la forma en que EEUU enfrentó la Gran Recesión 2007 – 2010; el rol que deben cumplir los bancos centrales (muy lejano del mero control de la inflación, como se redujo entre nosotros); su apoyo a la recomendación de Joseph Stiglitz de sustituir el uso del PIB por el Producto Neto Nacional (PNN), que mide los ingresos realmente disponibles para los residentes de un país, lo cual coloca al hombre en el centro de la actividad económica, en tanto que el PIB refiere a la impersonal globalidad productiva. Hay apuntes jugosos sobre quiénes ganan con las crisis, la necesidad de repensar los bancos centrales, una insólita y muy necesaria defensa del proteccionismo, un extenso debate sobre la fiscalidad en Francia (muy útil para Uruguay), y unas extensas reflexiones sobre «el fracaso de la experiencia socialdemócrata en Francia/¿qué lecciones debe aprender la Izquierda», que tienen una actualidad uruguaya todavía mayor. El libro concluye con interesantes reflexiones sobre los EEUU de Obama, más reflexiones sobre la desigualdad y un capítulo desesperado: «¿Podemos salvar a la vieja Europa? ¿Cómo inventar regulaciones globales para un capitalismo enloquecido», cuyo título lo dice todo.

El segundo libro «La economía de las desigualdades/Cómo implementar una redistribución justa y eficaz de la riqueza», obra preparatoria de «El Capital en el siglo XXI» aborda una somera descripción de las realidades y causas que luego desarrolló en su obra mayor, pero trabaja con brevedad y concisión los instrumentos de registro de la desigualdad en las relaciones de capital y trabajo, y formula una sucinta enumeración de herramientas para una redistribución más justa y eficaz, particularmente en materia de instrumentos fiscales.

 

Capital e Ideología: cómo superar el capitalismo

Según consigna El País de España, el nuevo libro, de 1.200 páginas se extiende por cuatro continentes y abarca desde la Edad Media hasta hoy. Como es habitual en el autor, de marcada vocación enciclopédica, el texto recurre a la economía, la historia, la ciencia política, la justicia y a la literatura. Cita a Honoré de Balzac, Jane Austen, Carlos Fuentes y los asocia a unas 170 tablas y gráficas, referidas a «la historia de la propiedad privada y su efecto en las desigualdades».

El autor señala que «hoy afrontamos una lógica de acumulación sin límite y de sacralización del derecho del propietario, y olvidamos los grandes éxitos del siglo XX en la reducción de las desigualdades, pero también en el crecimiento económico, se obtuvieron reequilibrando los derechos del propietario con los del asalariado, el consumidor. Se hizo circular la propiedad».

Según El País de Madrid, el libro Capital e ideología «contiene tres libros en uno. El primero y más extenso —las 800 primeras páginas— es una historia detallada de lo que el autor llama los “regímenes desigualitarios” o “de desigualdad”. Comienza por el Antiguo Régimen y la desigualdad “trifuncional” de las sociedades divididas en el clero, la nobleza y el tercer estado. (…) De la ideología “trifuncional”, Piketty pasa a la “sociedad de propietarios”. La Revolución Francesa de 1789 abolió los privilegios, pero no la propiedad privada, que podía incluir a los esclavos. Entre 1800 y 1914 las desigualdades se disparan y superan los niveles del Antiguo Régimen».

Señala que el período entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial muestra «una transición entre el “propietarismo” desigualitario y no regulado del siglo XIX y la era socialdemócrata de la posguerra mundial (la «Edad Dorada del capitalismo»). Estados Unidos y Europa adoptan entonces la fiscalidad progresiva con tipos impositivos (tasas de interés) que superaron el 80% (en los sectores más privilegiados), sistemas de protección social avanzados y el acceso a la educación. Deja paso a partir de los ochenta, con la revolución reaganiana y la caída del bloque soviético , a lo que Piketty denomina el “hipercapitalismo”. La ideología desigualitaria, lo que en este periodo, que es el nuestro, legitima el statu quo, sería la meritocracia, “la necesidad de justificar las diferencias sociales apelando a capacidades individuales”».

Agrega que el segundo libro, que ocupa 300 páginas, es un estudio sobre la evolución del sistema de partidos en Europa y Estados Unidos. Con acidez no exenta de realismo, anota que «en unos años los socialdemócratas han pasado de ser el partido de la clase trabajadora al de la élite con diplomas universitarios, y han abrazado las ideologías de la desigualdad. Son los cómplices necesarios del “hipercapitalismo”». Piketty propone la expresión “izquierda brahmán” (por el nombre de la privilegiada casta sacerdotal hindú), y señala que este sector (del cual en Uruguay tenemos una destacada representación tanto en la derecha como en la izquierda) «esta domina la élite política junto a la “derecha mercader” (las élites económicas y empresariales). Es un eco de la sociedad “trifuncional” del Antiguo Régimen que deja a las clases populares en la intemperie política y a la merced de los mensajes nacionalistas y racistas».

Terminadas las fases descriptivas, lleva el polémico sector propositivo: «el tercer y último libro dentro de Capital e ideología es el más breve, menos de cien páginas, pero el más debatido en Francia. En este capítulo, Piketty lanza su programa de “socialismo participativo” para “superar el capitalismo y la propiedad privada”. El objetivo es convertir la propiedad en “temporal” y “organizar una circulación permanente de los bienes y la fortuna”. Defiende una integración federal de la Unión Europea. Y aboga por un impuesto sobre el patrimonio con un tipo máximo del 90% para los supermillonarios, por una cogestión de las empresas, en las que los trabajadores compartan el poder, y por una especie de herencia para toda persona de 25 años de 120.000 euros».

La enorme discusión que ha suscitado gira, obviamente, en torno a la factibilidad y aún la razonabilidad de alguna de estas propuestas.

A su favor podemos señalar que no es malo que se discutan estos temas, en estos tiempos feroces donde el debate ideológico, al menos el de izquierda, parece haber desaparecido.

El artículo señala que Piketty no es un intelectual apocalíptico, sino que es básicamente optimista, ya que señala que Capital e Ideología parte de una constatación: ha habido una mejora prodigiosa de los niveles de educación y de salud. Y termina con otra constatación optimista: hay un aprendizaje de la justicia en la historia. Hay fases de regresión terrible, pero creo en una historia de progreso: no solo técnico, sino humano, por medio de la educación y la sanidad, y con una organización social que sea más igualitaria en el sentido de que permita acceder a la educación, a la cultura, a la riqueza”. Si un rasgo de la izquierda fue la fe en el progreso humano, Piketty la conserva».

Una frase de Piketty

«Partiendo de las experiencias analizadas en este libro, estoy convencido de que es posible superar el capitalismo y la propiedad privada y construir una sociedad justa basada en el socialismo participativo y en el federalismo social. Esto pasa principalmente por desarrollar un régimen de propiedad social y temporal que repose, por una parte, en la limitación y la distribución (entre accionistas y asalariados) de los derechos de voto y de poder en las empresas y, por otra parte, en una fiscalidad fuertemente progresiva sobre la propiedad, en una dotación universal de capital y en la circulación permanente de la riqueza. También pasa por la fiscalidad progresiva sobre la renta y por un sistema de regulación colectiva de las emisiones de carbono que contribuya a la financiación de los seguros sociales y de una renta básica, así como por la transición ecológica y un sistema educativo verdaderamente igualitario. La superación del capitalismo y la propiedad privada también pasa por organizar la mundialización de otra manera, con tratados de cooperación al desarrollo que giren en torno a objetivos cuantificados de justicia social, fiscal y climática, cuyo cumplimiento condicione el mantenimiento de los intercambios comerciales y de los flujos financieros. Una redefinición del marco legal como ésta exige la retirada de un cierto número de tratados en vigor, en particular los acuerdos de libre circulación de capitales puestos en marcha desde los años 1980-1990 y su sustitución por nuevas reglas basadas en la transparencia financiera, la cooperación fiscal y la democracia transnacional. Algunas de estas conclusiones pueden parecer radicales. En realidad, son una continuación del movimiento hacia el socialismo democrático que se inició a finales del siglo XIX y que ha supuesto una profunda transformación del sistema legal, social y fiscal. La fuerte reducción de las desigualdades observada a mediados del siglo XX fue posible gracias a la construcción de un Estado social basado en una relativa igualdad educativa y en un cierto número de innovaciones radicales, como la cogestión germánica y nórdica o la progresividad fiscal a la anglosajona. La revolución conservadora de la década de 1980 y la caída del comunismo interrumpieron este movimiento y contribuyeron a que el mundo entrase, a partir de los años 1980-1990, en un periodo de fe indefinida en la autorregulación de los mercados y casi de sacralización de la propiedad. La incapacidad del movimiento socialdemócrata para superar el marco del Estado nación y renovar su programa, en un contexto caracterizado por la internacionalización de los intercambios comerciales y por la terciarización educativa, también ha contribuido al hundimiento del sistema izquierda-derecha que permitió la reducción de las desigualdades durante la posguerra».

Un autor mundialmente consolidado

Thomas Piketty (1971) es un economista francés que se ha especializado en el estudio de la desigualdad económica y la distribución de los ingresos a lo largo de la Historia. Actualmente es director de investigación en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, profesor en la Paris School of Economics y codirector de la World Inequality Database.

Estudió economía y matemáticas en la École Normale Supérieure (ENS), y a  los 22 años de edad se doctoró con una tesis sobre la redistribución de la riqueza. Entre 1993 a 1995 fue profesor asistente en el Departamento de Economía del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). En 1995 se convirtió en investigador del prestigioso Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS). ​

Fue columnista del periódico Libération y escribe columnas en Le Monde.

Piketty es un especialista en la economía de la desigualdad o desigualdad de ingreso, desde una aproximación estadística e histórica.

Ha publicado decenas de artículos y numerosos libros.

 

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