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Casa tomada

Por Leonardo Borges.

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Caras y Caretas Diario

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“Ahijuna por el repecho, vienen llegando ya los ingleses […] Que lo parió a los gringos que se nos vienen, que se nos vienen”.  Eustaquio Sosa   A principios del siglo XIX Europa se encontraba en ebullición, las conquistas de Napoleón sacudían a las monarquías temerosas de una revolución que crecía bajo la hégira de un emperador. Uno a uno caían los países europeos: Suecia, Austria, Italia. Pero el gran rival de la Francia napoleónica era Inglaterra, potencia que a su vez se encontraba inmersa en un proceso de desarrollo industrial desde mediados del siglo XVIII. España se encontró en medio de aquella confrontación. Napoleón añoraba Portugal (viejo aliado inglés) y a su paso tomó la España borbónica. Inglaterra tenía interés en el Río de la Plata, lugar donde podía comerciar sin la intervención de Francia, quien le hacía en Europa un férreo bloqueo económico. En 1806 una flota inglesa se apoderó del Cabo de Buena Esperanza, tomándolo como punto de partida hacia el Río de la Plata. Inmediatamente, en julio del mismo año, los ingleses al mando de Sir Home Popham desembarcaron en el puerto de Quilmes (Buenos Aires). La estrategia fue simple: Popham bloqueaba el puerto mientras Guillermo Beresford, con 1.600 hombres, tomaba la ciudad por asalto. Al mismo tiempo, y casi inmediatamente, en Montevideo la noticia cayó como un balde de agua fría. Los criollos crepitaban de rabia y ya organizaban la reconquista de la capital del Virreinato, que se encontraba tomada. El gobernador de Montevideo en ese entonces, don Pascual Ruiz Huidobro, alineaba las fuerzas reconquistadoras de Buenos Aires, las que estarían al mando de Santiago Liniers. Liniers, aunque parezca extraño, era francés; condición que le acarreará grandes problemas en el futuro, pero militaba mientras tanto en las filas de los reyes de España. Este marchó hacia Buenos Aires con 1.400 hombres, entre españoles de Montevideo y criollos montevideanos. La batalla fue ganada por las tropas reconquistadoras. El 12 de agosto, Beresford le entregó su espada a Liniers, simbolizando la derrota de los ingleses en manos de las tropas de la heroica Montevideo. Cuando la noticia llegó a oídos de las autoridades españolas, Montevideo fue declarada “Muy Fiel y Reconquistadora Ciudad” y en su escudo de armas aparecerían ahora las banderas inglesas abatidas. Pero la gloria de la victoria, en poco tiempo, se vio frustrada por una nueva incursión de las fuerzas inglesas, pero apoderándose de Maldonado, el 29 de octubre de 1806. Cada vez llegaban más soldados ingleses. El general Samuel Auchmuty, por ejemplo, arribó con 4.300 hombres al Río de la Plata. Todo llevó a que el 14 de enero de 1807 se apostaran en el puerto de Montevideo 100 buques y 5.700 británicos al mando de Auchmuty. Ahora las fuerzas de Liniers estaban en la otra orilla del Plata; el gobernador de Montevideo solicitó ayuda a Buenos Aires, pero esta se negó. Entre el 15 y el 16 de enero los ingleses desembarcaron. El día 19, tras algunos episodios de lucha y de fuga (del virrey Sobremonte), los ingleses intiman la rendición de los montevideanos, pero el gobernador Ruiz Huidobro se apresta a combatir. Cuenta el historiador Pablo Blanco Acevedo: “El 20 de enero, por la mañana, cerca de 2.400 hombres salían de las murallas de Montevideo. Era esta tropa de lo más elegido del ejército español […] Los españoles, mandados por el brigadier don Bernardo Lecocq y el general don Francisco Xavier de Viana, avanzaron con denuedo sobre las filas inglesas”. La batalla más significativa de esta época fue la “Del Cardal”, en la que murió don Francisco Antonio Maciel (reputado patricio de Montevideo). Pero pese a la ferocidad de los ataques ingleses, los soldados de la reina no pudieron, en primera instancia, destruir las defensas montevideanas. Las fuerzas españolas se encontraban mermadas, aunque no había sido tan malo el resultado de aquella batalla (no habían entrado). Pero lo que vendría no podría ser soportado por los montevideanos. El 25 de enero de 1807 los ingleses atacaron con una fuerza descomunal sobre la ciudad; lluvia de plomo caía en un Montevideo que perdía cada vez más hombres. A pesar del ataque enloquecido -desde varios puntos, ocho baterías de tierra y una línea de buques sobre el puerto-, los montevideanos soportaron varios días. De esta manera, los ingleses creyeron conveniente para su victoria, atacar la vieja muralla, que en algunos lugares se mostraba muy débil. Es así que lograron, a fuerza de cañón, abrir una brecha en la muralla. Abierta la brecha, los invasores intentaron traspasarla durante la noche. Pero los montevideanos  habían tapado la brecha con cueros y aquel que se acercaba, era muerto por el fuego defensor. 250 ingleses fueron muertos por la defensa montevideana en el intento de asaltar la ciudad. Pero uno encuentra la brecha: este es el capitán Remy, del 40º de Infantería, quien termina “cayendo muerto al montarla”. Los gritos, las corridas, el intento desesperado por defender la entrada. Pero era inevitable, los ingleses se filtraban por la brecha y nada los detenía. De esta manera, por la mañana, el gobernador y la ciudad reconquistadora cedían ante el invasor. Los números son inciertos, pero Eduardo Acevedo Díaz plantea que se perdieron en el asalto 700 hombres y más de 600 prisioneros, aunque los ingleses también tuvieron considerables pérdidas.   Invasión, conjunción John Mawe había estado en estas tierras en 1805, quien fue detenido por sospecha de espionaje y fue liberado por los ingleses justamente en 1807. Este naturalista británico escribe sobre los montevideanos desde su perspectiva utilitarista. Generaliza comparándolos con los españoles, diciendo que tienen “la misma notable unión de dos cualidades opuestas pero no incompatibles, la indolencia y la templanza”. Ya estando los ingleses en Montevideo, tomó en sus manos el gobierno Samuel Auchmuty y así lo hizo saber: “Por la presente proclamación se ordena y manda que cada varón vecino de esta ciudad y su vecindario comparezca en la Plaza Mayor, y en presencia de los magistrados y otros oficiales británicos, que serán nombrados para tomar el juramento de sumisión, fidelidad y obediencia a S.M.B. [Su Majestad Británica] y a su gobierno”. Se encontraba el invasor en la pequeña ciudad; era cuestión de tiempo para que se diera cierta relación entre invasor e invadido. Relación que se dio en el ámbito intelectual, comercial, amistoso, pero también amoroso, y que marcó a fuego a los montevideanos, pero también a ingleses de esa época. Las diferencias se comenzaron a sentir entre gente que venía de la capital del mundo y los montevideanos. Isidoro de María cita un documento que él acota de “Bibliotecas por Sarmiento, Nueva York, 1866” y que es la crónica de un soldado inglés al llegar a la recién conquistada Montevideo. “Así que llegué, fue uno de los objetos de mi investigación buscar una venta o almacén de libros; y como notase sobre la puerta de una casa particular un anuncio de que allí se vendían libros y papel, hube de entrar en ella. Detrás del mostrador estaba una joven decentemente vestida que resultó ser la mujer del librero. Pregunté por varias obras españolas, como Don Quijote y el Padre Feijóo, y nada. Las obras más notables que descubrí fueron una en latín de los conventos; un libro viejo en inglés titulado Essay on Sermoso; un tratado francés sobre la estructura anatómica del cuerpo humano y tres grandes folios de teología en español; una lista de libros prohibidos por la Inquisición, en 12 volúmenes en octavo. Esto puede dar idea de la literatura del lugar”. La crónica es contundente y no quedan dudas de que hay una gran diferencia entre un inglés y un montevideano. No se entiende cómo, pero comenzó a haber entre invasores e invadidos un intercambio extraño. Al no haber hoteles, los conquistadores se hospedaban en las casas de las familias de Montevideo. Llegaron 6.000 ingleses a una ciudad que no pasaba de 10.000 y a partir de ahí se triplicaron las tertulias nocturnas, las tardes de té y las discusiones de las noticias, las que aparecían en el diario bilingüe La Estrella del Sud (primero impreso en Montevideo). Algo de lo que tampoco nos dejan olvidar los cronistas es de las montevideanas. Los ingleses también pudieron saborear el néctar de las pasiones. Más de un inglés suspiró ante ellas y más de uno se enamoró. Las crónicas oscilan entre la conversación y el baile, la libertad de aquellas hermosas montevideanas, la bebida y las tertulias nocturnas, todo se retroalimenta en un Montevideo tomado. Cuenta John P. Robertson en Cartas del Paraguay: “Fui invitado a concurrir a muchas reuniones nocturnas, y me complació en extremo hallarme en esas amenas tertulias en que la música, el baile, los juegos, risa y conversaciones animadas eran intercaladas por ricas tazas de café… la casa más frecuentada era la del señor Juan Godefroy. Era este una de las personas más distinguidas de Montevideo; francés de origen, se había casado con una dama de muy atractivas dotes personales (doña Josefa Durán y Pagola), descendiente de una distinguida familia cuya casa era de las de más agradable trato de la plaza”. Las mujeres dejaron su recuerdo. “Era menuda de cuerpo, aunque de aspecto elegante. Como las otras mujeres del país, era de tez bastante oscura; sus ojos eran brillantes y negros como el azabache; sus dientes blancos e iguales. Se arreglaba el pelo a la usanza del país, haciéndose trenzas que dejaba colgar a su espalda. Su cabello era muy largo, y muy negro y lustroso. Su vestido era muy simple: un velo negro le cubría la cabeza, y ataba su mantilla debajo del mentón, del modo más gracioso”. Esta es la descripción de María de Parides, hecha por un presumiblemente enamorado joven inglés (Pococke, 16 años), que llegó con la ocupación y se quedó seis meses. Pero volviendo a la política, vale decir que los ingleses pretendían tomar nuevamente Buenos Aires; para eso llegó al Río de la Plata el general en jefe, Sir John Whitelocke, quien reunió un ejército de 12.000 hombres. En julio de 1807 atacaron Buenos Aires, pero esta vez la capital estaba preparada y triunfó, derribando 2.000 ingleses y haciendo que se retiraran en poco tiempo. Estos hechos hicieron que Whitelocke firmara un tratado con Buenos Aires, por el que se liberarían prisioneros y se devolvería Montevideo en dos meses. Montevideo pretendía volver a la normalidad, aunque nunca podría olvidar aquella intromisión. La vida colonial continuó, se pretendió nombrar un gobernador (Ruiz Huidobro se encontraba en Inglaterra) y Buenos Aires nombró a Francisco Xavier de Elío. Y con esto comienza una nueva etapa en la historia montevideana. Pero Montevideo jamás olvidaría la invasión, la conjunción.  

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