Finalmente alumbró, o más bien oscureció, el fallo ético del Tribunal del Frente Amplio, sobre el vicepresidente de la República y líder de una de las agrupaciones políticas más votadas en las últimas elecciones. De inmediato se desató el aquelarre. Pensé en la España de Machado cuando el poeta denunciaba: “En España de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa”. Es un fallo esencialmente injusto, tanto en su fronda como en sus raíces, en sus entrañas y en su epidermis. Conozco a dos de los cinco integrantes del Tribunal con los que mantengo una excelente relación de respeto mutuo y descarto toda intencionalidad de inequidad en el contenido de sus decisiones. No conozco a los tres restantes, pero tampoco adhiero a las versiones que emparentan a alguno de ellos con notorios adversarios de Sendic, que hubieran obligado a su excusación. Es decir, que quede claro, creo en la ética de todo el Tribunal, aunque me hubiera gustado ver la firma de sus cinco integrantes como se acostumbra en todo fallo colectivo y no solo la firma de su Presidente. No hubo dolo en la decisión. Hubo error. Pero tampoco hubo equidad y sin equidad no hay justicia. Y vuelvo a insistir, pese a las miserias de los miserables, qué preguntaban en las redes, cuánto me había pagado Sendic para defenderlo, que nada me une al vicepresidente, con quien mantengo aun agravios no saldados, cuando él militaba en la secta seispuntista del 26 de Marzo. Solo me mueve la exigencia de mi conciencia ante una injusticia y mi adhesión y militancia desde su fundación, hacia la gran fuerza orgánica de la izquierda uruguaya, orgullo del socialismo latinoamericano, a la que dediqué toda mi vida. Nunca me sometí al chantaje de los prestigios, que es el peor de los chantajes. Siempre me importó lo que se dice, no quién lo dice. La conducta que se niega a disentir porque quién lo dice es una personalidad o una institución impoluta, conduce a nublar el entendimiento y lo que es peor puede conducir a la construcción de lo injusto. Lo que importa es la verdad, la diga Agamenón o su porquero. Sigo pensando que no es la toga sino la inteligencia y el buen juicio del que la porta, lo único admisible. Porque siempre lo sustantivo se impone a lo adjetivo. La equidad estaba implícita en el juramento que hacían los jueces de la antigua Grecia. Y en este fallo, falló la equidad, la isonomía y el fomes igualitario que también movía a nuestro héroe, Artigas, el fomes que dejó impreso como huellas de nuestra identidad nacional. Si el jurado de notables, actuó de oficio, como afirman sus integrantes, estaba obligado también a actuar de oficio con todos los demás portadores de tarjetas corporativas sujetos a su jurisdicción. Elegir de oficio, a solo uno de ellos, rompe el principio de equidad e ingresa en el remolino de las injusticias posibles. No me explico por qué procedieron de esta forma. Me asombran además otras actuaciones del Tribunal de Conducta: 1) Basa su draconiano dictamen en tres fuentes, la primera de ella son las numerosas publicaciones en manos del adversario histórico que manipuló una campaña de destrucción de imagen sin precedentes en la historia del país, la segunda es un pedido de informes al actual Directorio de Ancap, del que no da cuenta de su contenido salvo una breve mención en el numeral h, y la tercera las propias declaraciones del acusado, que transcribe parcialmente con evidente desprecio, y en algún momento con cierto humor descalificante. Si las declaraciones de Sendic las descarta por “incoherentes” y el informe de Ancap no lo toma expresamente en cuenta, solo restan las publicaciones del enemigo. En el punto 10 de su dictamen sobre la intencionalidad política de las imputaciones, ignora ese hecho indubitable y afirma que las tomará en cuenta “con independencia del juicio que merezcan las razones que hayan llevado a esgrimirlas”. Ni siquiera el atenuante de la duda o el indicio del origen manipulado de la acusación. Y se trata nada menos, que de nuestro vicepresidente. Eso es injusto. 2) El hecho de haber sido Sendic el primer y único jerarca estatal, que después de más de 30 años de tarjetas corporativas sin control alguno, propone y obtiene un reglamento interno para su ejercicio ético y transparente, es considerado un agravante y no un atenuante o siquiera un indicio claro de ausencia de dolo en su conducta futura. Nadie que piensa “enriquecerse indebidamente” y tener un “proceder inaceptable en la utilización de los dineros públicos”, se le ocurriría romper una tradición de 30 años e imponer un sistema de control contra sí mismo. El Tribunal ignoró este hecho tan significativo. Eso es injusto. 3) El Tribunal lo acusa de no haber ejercido la obligación como Presidente de Ancap, de exigir a sus colegas de Directorio, la presentación de todos los comprobantes, cuando el Reglamento aprobado, impone esa obligación a otros jerarcas designados a tales efectos, no al Presidente del organismo. Eso es injusto. Lo cierto es que el Reglamento tuvo solo tres años de vida y nunca llegó a aplicarse. Y eso sí, es inaceptable, pero la responsabilidad no puede recaer únicamente en el autor de la idea. Puede ser ahora una buena oportunidad para que se aplique no solo en Ancap, sino en todos los organismos públicos. Y que alguien le reconozca a Sendic el mérito de la iniciativa. 4) El Tribunal condena al vicepresidente reconociendo que si bien nadie se presume culpable mientras no haya prueba en contrario, en este caso ese principio “no es posible aplicarlo porque la prueba fundamental (los comprobantes de los gastos) no se conoce debido a una omisión en que incurrió él mismo”. Y en consecuencia lo condena sin prueba alguna. Ningún tribunal puede condenar sin pruebas o mientras ellas no aparezcan. Pero eso no implica la absolución. Bien pudo convocar a testigos, pedir los extractos bancarios de las tarjetas, instalar una auditoría, convocar a los otros directores, citar nuevamente a Sendic y pedirle que aporte toda la documentación que logre obtener. Pudo hacer muchas cosas. Pero optó por guiarse por la campaña de linchamiento forjada por el enemigo contra un compañero potencialmente peligroso para sus intereses. Se guió solo por su instinto, su intuición, su convicción íntima, ignorando la más elemental de las normas de un proceso, el indubio pro reo. Sin pruebas no hay condena. Rige como derecho humano fundamental, la presunción de inocencia. No lo hizo. Eso es injusto. 5) Lo más grave del caso: No contradice la declaración de Sendic que reconoce que durante 9 años de gestión se olvidó de rendir cuentas por un valor de U$S 300 anuales, es decir U$S 2.700, que quedan en U$S 1.500 en 9 años, es decir U$S 166 anuales, si, como acepta el Tribunal, “el compañero Sendic efectuó cinco devoluciones de dinero…” Sin embargo, ante la insignificancia de un olvido de U$S 166 anuales en el fárrago de una gestión cuasidecenal, el Tribunal no toma en cuenta el irrisorio olvido que no enriquece a nadie, sino que elige dejar de lado la equidad y la ponderación y se transforma en el redivivo arconte Dracón, y sin atenuante alguno envía al patíbulo a nuestro vicepresidente. No importa para el Tribunal que el olvido sea de un peso o de cuatrocientos pesos mensuales (como efectivamente fue) o de un millón de dólares. Da lo mismo: “la cuantía de una malversación y el grado de enriquecimiento tienen una importancia solo relativa”. Es decir que para el Tribunal da lo mismo la cleptocracia de un sistema patrimonialista sostenido por una red de complicidades que saqueó las empresas del Estado hasta la llegada al poder del Frente Amplio, que un olvido de $400 mensuales de un compañero frenteamplista. Eso es injusto. 6) Me llama también la atención, que no haya una sola mención, a la presencia del dolo directo o indirecto, en el fallo ético del Tribunal. Sobre todo porque en un juicio sobre la moral, más que en una instrucción criminal del Poder Judicial, el dolo, la intencionalidad, adquiere un valor relevante. ¿Acaso alguien cree que Sendic, se olvidó de denunciar $400 mensuales de gastos con su tarjeta corporativa, con plena conciencia de ese olvido, a fin de aprovecharse de la ausencia de controles, para aumentar sus placeres cotidianos? Y si no fue así, no hubo dolo. Y si no hubo dolo, intencionalidad, no puede ser condenado. Eso es injusto. Me viene a la memoria una columna del diario El País, del 4 de abril de 2014, firmado por un honesto adversario ideológico, el Dr. Leonardo Guzmán, hoy uno de los arietes contra la conducta de Sendic. Guzmán, que me honró con su cordialidad y respeto, y que en alguna ocasión lo designé padrino de un duelo al que me retó un Jefe de Policía, decía en su columna defendiendo a Walter Zimmer, preso injustamente por abuso de funciones, que “en la conducta reprochada al Dr. Zimmer, no hubo dolo directo, voluntad enderezada a abusar de las funciones”. Y agregaba algo que viene como anillo al dedo a la falta de ponderación del fallo que estamos analizando: “Los delitos no pueden ser construcciones intelectuales; deben conjugar conductas que en sí mismas repugnen al sentido común. Los delitos los crea la vida”. Comparto totalmente. Creo en la ausencia de dolo de Sendic y no creo que repugne al sentido común, el olvido de rendir cuentas por $400 mensuales. 7) Para sostener el “enriquecimiento indebido” de Sendic, el Tribunal debió probar un aumento de su patrimonio. Y no creo que $400 mensuales aumente el patrimonio de nadie, ni siquiera el de un menesteroso irredento. Cualquiera que conozca el modo de vida del vicepresidente no dudará en incluirlo entre aquellos que “suben y bajan pobres del poder”. Sendic ingresó a Ancap, como un ciudadano de clase media que vive de su salario y se retiró del ente como el mismo ciudadano de clase media que vivió de su salario. La tentación de la corrupción, tan en el orden del día de las mieles del poder, ni lo rozaron. El Tribunal debió tener en cuenta esta vida antes de condenarlo por “enriquecimiento indebido”. Eso es injusto. ¿Qué le pasó al Tribunal? Intentemos, sin temor y sin ira, hacer la digestión de esta historia. A ver si podemos lograr en el Plenario del sábado, la hazaña de separar lo objetivo de lo subjetivo. En primer lugar creo que se equivocó el Tribunal en la identificación de la contradicción principal. Como nos enseñaba el genio de Tréveris, don Carlos Marx y el coraje de la inolvidable polaca, Rosa Luxemburg, la clave en toda confrontación es identificar la contradicción principal. Para el Tribunal esa contradicción era “pureza administrativa-impureza administrativa”, se es bueno o se es malo. Se roba un peso o no se roba nada. Sin tomar en cuenta, ni el error humano, ni ninguna otra consideración. El todo o nada. Igual que los cátaros en la Edad Media con su doctrina del bien y el mal, una simplificación autoritaria que como todas las simplificaciones autoritarias tuvo enorme eco social. Solo los contuvo la predicación de Santo Domingo, que fue un baluarte de sensatez y de inteligencia contra el catarismo. Debe cuidarse nuestro Frente Amplio de la tentación de grupos instalados en la complacencia sectaria y maniquea, que abrevan todo desde la admirable farsa simplificadora de lo negro y lo blanco. Caer en esa tentación moralista puede llevar al suicidio político. Y sabido es que las sociedades no se suicidan pero las organizaciones políticas, sí. Cuando en múltiples oportunidades denunciábamos la omnipotencia de los medios capaces de modelar gustos y conciencias en una sociedad impotente y desmovilizada, no pensábamos que el caso Sendic, podía presentarse en la Academia, como el casus belli de nuestro aserto. Tuvimos que observar con tristeza, como diría Unamuno “a ladrones consumados predicando contra el robo para que los demás no les hagan competencia”. Y yo creo que el Tribunal fue tocado en su intimidad por una opinión pública influída por la repetición incesante de una gran mentira serial: “Sendic, nuestro compañero, es un corrupto”. Y cayó en el estrabismo político, disposición viciosa de los ojos, por la cual los dos ejes visuales no se dirigen a la vez al mismo sujeto y por lo tanto ven la realidad deformada. Y tomaron su drástica e inapelable condena. Y en el apuro hasta se equivocaron en la orden al pelotón: Atención, Fuego, Apunten…, en ese riguroso orden. Yo le pido al Plenario que no cometa el pecado de injusticia. Que le pidan la renuncia a Sendic por sus errores, que fueron muchos, pero jamás por actos de corrupción que no cometió. Que no lleven sobre su conciencia, el cadáver político de un inocente. Y si tienen dudas, ante este radical desencuentro entre lo objetivo y lo subjetivo, entre la verdad y la mentira, reclamen una investigación judicial fuera de las candilejas, como remedio de abstinencia indicado para una opinión pública tan cebada como insatisfecha. Ahí, Sendic contara con todas las garantías del debido proceso, podrá defenderse, aportar pruebas, exigir la aparición con vida de pruebas en su contra, podrá alegar, podrá apelar. Nada de eso hoy le ha sido concedido. Yo sé, a mí me ha pasado, que el arte de dirigir consiste en saber cuándo hay que abandonar la batuta para no molestar a la orquesta. Pero Sendic no puede entregar la batuta, incluso aunque hoy desafine, por razones de una inexistente corrupción. No es justo. El sábado Sendic estará frente a frente a sus compañeros. Mi consejo a nuestro vicepresidente, extraído de la biografía de Tadeo Isidoro Cruz: “cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento, el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”. Le deseo que él lo sepa en ese momento. Y obre en consecuencia. En esto, y solo en esto, espalda contra espalda.
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