Minuciosamente elaborado por el doctor en Ciencia Política Rafael Bayce, con la pionera contribución del académico y escritor Wilfredo Penco y la participación del doctor en Letras Pablo Rocca y del filósofo Jorge Liberati, el homenaje comprendió una parte en vivo a cargo de las personalidades mencionadas (quienes hablaron sobre la revista Escritura –1947-1952- y sobre el matrimonio homenajeado); fotografías alusivas a sus conferencias, performances en lo de Bayce, ejercicios fílmicos propios de la Generación del 45; entrevistas a ambos en radio y televisión; hasta grabaciones de música (tangos, clásica y otras) silbadas por Julio Bayce en 1937. Tanto en las casas de Carrasco como en el apartamento del Centro de Montevideo, convocados por una hospitalidad sin mengua -desde principios de los 40, recién casados, hasta 1994, fecha del tránsito de Julio-, desfilaron, conversaron, escucharon e interpretaron música, bailaron, discutieron personalidades como Carlos Real de Azúa (a quien sacaron del ostracismo que le fue impuesto por su tempranamente abandonada ideología franquista), Susana Soca, Idea Vilariño, Ida Vitale, Ángel Rama, Enrique Iglesias, Germán Rama, José D’Elía, Hugo Balzo, José Carlos Álvarez, Nybia Mariño, Carlos Maggi, Manuel Flores Mora, José María Podestá, Ricardo Paseyro, Marta Traba, Fernando Pereda, Hugo Alfaro, Antonio Grompone, Carlos Martínez Moreno, Emir Rodríguez Monegal, José Pedro Díaz, Amanda Berenguer, Marosa Di Giorgio, Isabel Gilbert de Pereda, Roberto Ares Pons, Esther de Cáceres, María Inés Silva Vila, Clara Silva, Rafael y Enrique Dieste, Juan E. Pivel Devoto, Alberto Zum Felde, Felisberto Hernández, Francisco Paco Espínola y extranjeros como José Bergamín, Jules Supervielle, Ernesto Sábato, Darcy Ribeiro, José Luis Romero, Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges, entre otros. En Escritura colaboraron, además de los nombrados, figuras de la talla de Aaron Copland, Oliverio Girondo, Aldous Huxley, Juan Ramón Jiménez y Cecilia Meirelles. Algunas de las grandes luminarias, como Bergamín, Paco y Felisberto, convocaban sus propios círculos dentro de la casa, así como Enrique Iglesias traía su corte de economistas y contadores entre los que estaban Carlos Faroppa, Israel Wonsewer y Alberto Tisnés. ¿Qué poder convocaba a estas figuras en esas casas, más allá de la hospitalidad? Julio Bayce (1915-1994), empresario, fue desde su juventud un gestor cultural nato; cofundador, todavía adolescente, del Centro Stravinsky (años después fue agasajado en el Club Uruguay), secretario de Arte y Cultura Popular (ateneo que entre 1932 y 1946 realizó actos culturales en el Paraninfo de la Universidad, transmitidos por el Sodre), fundador y director responsable de la revista Escritura, polemista sereno pero conciliador nato, cofundador de Joventango (era especialista en Carlos Gardel), cofundador y administrador de la inolvidable Enciclopedia Uruguaya (1968-1969), editor de 100 años de Fútbol Uruguayo (1969-1970), 40 años presidente de la embotelladora Orange-Crush, secretario y gerente de la Cámara Nacional de Comercio y Servicios, representante ante la OIT, vicepresidente de ACDE, entre otras numerosas actividades. Integró la terna de premiados con el Bartolomé Hidalgo (1987-1988) por su libro Una institución cultural de hace medio siglo. María V. de Muller y Arte y cultura popular (Linardi y Risso, 1987). Beatriz García Lagos (1918-2016) realizó numerosos cursos universitarios tras lo cual obtuvo la Licenciatura en Teología (1974) en el Instituto de Filosofía y Letras; escribió Aproximación a Teilhard de Chardin (Arca, 1965); fue representante en Uruguay de la Fundación Teilhard de Chardin; obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Inéditos en 1987 por un trabajo que luego se trasformó en libro: Mito y sueño en la narrativa de Onetti (Arca, 1987); culminó la Maestría en Teología en el Instituto Teológico Universitario Superior (ITUS), revalidado por la Pontificia Universidad Católica de El Vaticano en 2001 (a sus 83 años). Fue la única que terminó el curso en los seis años reglamentarios, con las mejores notas y la calificación summa cum laude en su tesis. Escribió también sobre El Pozo, Cuando Entonces, Cuando ya no importe, El autor en literatura, y comentarios a Ricardo Prieto y Hugo Giovanetti Viola. Nadie integró, de modo autodidacta y pionero en el Uruguay -como destacó el profesor Liberati en el acto-, tantas disciplinas como ella para su trabajo sobre Teilhard durante los 60: Filosofía, Teología, Paleontología. Teoría de la Información, Cibernética, Microfísica, Astrofísica. Ni tantas para una docta y moderna hermenéutica literaria en los 80: Filosofía, Antropología, Semiología, Lingüística. Y todo eso en conjunto para sus últimas obras, sobre Onetti, Prieto, Giovanetti, Karl Rahner. Nadie siguió con tanta profundidad a alguien que toda la Generación del 45 considera su maestro, desde sus dos estadías en Montevideo, a fines de los 40 y a mediados de los 60: el revulsivo escritor republicano español José Bergamín, discípulo dilecto y directo de Miguel de Unamuno, una de las pocas manos por las que circulaban los manuscritos de Teilhard, de edición entonces prohibida por el Vaticano, y que Bergamín compartía sólo con Beatriz. Entre los materiales exhibidos resuenan, como decía Victoria Ocampo, “océanos de voces y pasos”. Hay, por ejemplo, documentos de reuniones que en lo de Bayce se realizaron entre la cultura, la Academia, las patronales y los sindicatos, que Julio afirmaba que debían alimentar un proyecto común, cuando ya se avizoraba el abismo que nos acechaba: así confluyeron José Pepe D’Elía, Carlos Martínez Moreno, Ángel Rama, representantes de las cámaras de comercio e industrias y los contadores Faroppa, Wonsewer y Tisnés para impulsar la candidatura de Enrique Iglesias como candidato a la vicepresidencia del general Óscar Gestido. No pudo ser, a pesar de su ciudadanía uruguaya, por su nacimiento en España. Otro gallo habría cantado si Iglesias hubiera sucedido a Gestido y no Jorge Pacheco Areco. A principios de los 60, Julio inició otra enorme empresa (mencionada por Penco en el acto): la de editar una revista del tipo de Escritura, pero con mayor contenido económico y político, de acuerdo a los nuevos vientos que soplaban. Su acompañante era Ángel Rama, al inicio secundados por José P. Díaz; tenía minuciosamente agendados los artículos de los tres primeros números. La frustrada empresa sería superada un lustro después por la mencionada Enciclopedia Uruguaya. A partir de ahora, toda la copiosa y tan valiosa documentación, que incluye cartas, textos manuscritos, libros dedicados, retratos, reportajes, recortes de prensa, álbumes de fotos, casetes, cd, videos, trozos de películas y diversos audiovisuales, así como numerosas curiosidades, quedarán paulatinamente conservados y expuestos en la Sección Archivo Literario de la Biblioteca Nacional; asimismo, escaneados en el proyecto Anáforas de la Facultad de Información y Comunicación de Udelar, a disposición del público y los estudiosos. El fruto del esfuerzo descomunal de Rafael Bayce García Lagos, a quien tanto conocemos por sus actividades como académico, conferencista, polemista, escritor y periodista, entre tantas otras cosas, fructifica en este legado a la nación, que tanto necesita de una auténtica vida cultural.
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La evocación de Pablo Rocca
Haber conocido a Beatriz García Lagos y a Julio Bayce fue un raro privilegio. Han pasado 30 años y pocas veces tuve la certeza de experimentar esa sensación como con ellos. No eran figuras estelares como Idea Vilariño -a quien conocí gracias a los Bayce- u Onetti -a quien conocí gracias a Idea-. Los Bayce vivían la cultura como una pasión y un deber. Pero, además, tenían su obra, que era algo diferente a lo que estábamos acostumbrados. La de Beatriz era casi un susurro para quien no tenía la formación teológica que ella, es decir, para casi nadie. Su pequeño librito sobre Teilhard de Chardin o su libro sobre los mitos en Onetti, que vi editar cuando trabajaba en la editorial Arca, permitían salir de las perspectivas acostumbradas que no conseguían calar hondo en temas centrales. La obra de Julio Bayce, desde 1947, cuando cofundó la revista Escritura, era la de un empresario cultural. Sin su capacidad de administrador, no hubiera existido la Enciclopedia Uruguaya (1968-1969), plan dirigido por su amigo Ángel Rama, ni 100 años de fútbol (1969-1970), en el que por primera vez se analizó el fenómeno. Que todo este quehacer se convierta, ahora, en archivo multiplica las posibilidades del encuentro de dos personas que no están, pero que permanecen más allá de cualquier afecto.
Francisco Panizza cuenta a los Bayce-García Lagos
Francisco Panizza (1947), abogado con un doctorado en la Universidad de Essex, actualmente profesor de la London School of Economics, envió una sentida carta de la que extraemos estos párrafos: “Mis recuerdos de Julio y Beatriz son imposibles de recrear sin referencias al lugar que los generó: el Uruguay de fines de los 50 y comienzos de los 60, viviendo el lento ocaso del país modelo (o por lo menos así lo percibieron muchos), construido a lo largo de generaciones por políticos e intelectuales de muchos colores. Lo que sucedería unos pocos años después todavía no lo veíamos venir […] y para nosotros dejó una marca brutal y cercana con el bombazo en el Bowling. En fin, en mi recuerdo de Julio y Beatriz era siempre verano, porque en esa época Carrasco, el barrio donde ustedes vivían todo el año, era todavía un balneario de Montevideo […]. Era el centro de nuestro pequeño mundo de veranos dorados, y Julio y Beatriz, los que lo hacían el hogar de ustedes, pero también el segundo hogar de nosotros. Nadie pedía permiso para entrar a lo de Bayce; entrábamos y salíamos como de nuestra propia casa. Allí pasábamos las horas descubriendo y discutiendo el mundo, y creciendo juntos. Y el grupo incluía a Julio y Beatriz, para nosotros parte del mismo. Lo que los hacía especiales era que ni se hacían los pibes ni eran pomposos. Eran lo que eran: amables, accesibles y cultos sin ser culturosos. De ellos aprendí muchas cosas en esos años de adolescencia que tanto marcan a la persona que nos volvemos. De música, arte, literatura, fútbol (la Generación del 45, por supuesto), y de la vida misma. De todo lo que sin querer me enseñaron, una cosa me quedó más grabada: era un día que volvíamos del centro Julio, vos y yo. No sé cómo se desarrolló la conversación, la cuestión es que Julio dijo lo que dijo: ‘A los hijos hay que quererlos y nada más’. Nadie me dio una mejor lección de vida en tan pocas palabras. Abrazo”.
Wilfredo Penco: culto a la amistad
Haber sido amigo de Beatriz y Julio Bayce fue un privilegio para quienes disfrutaron de esa oportunidad; también ellos seguramente habrían querido ser recordados de ese modo, como amigos, porque hicieron de sus vidas, sobre todo, un culto a la amistad. El don sociable que los caracterizó como rasgo definitorio al mismo tiempo les facilitó el desarrollo de proyectos y actividades a lo largo de más de medio siglo, de los que fueron promotores o testigos de primera línea y en los que pusieron en evidencia pasión y compromiso por la cultura en sus diversas expresiones. Supieron frecuentar, cada uno con su propio énfasis, entre otros importantes registros: la sofisticada música de Stravinsky, el admirado magisterio de José Bergamín, la exigente y sutil poesía de Fernando Pereda, el monumental mundo cifrado de Juan Carlos Onetti, la inteligencia crítica de Ángel Rama o Darcy Ribeiro, los envolventes ritmos poéticos de Idea Vilariño, el versátil despliegue pianístico de Hugo Balzo, la incisiva e implacable calidad polémica de Ricardo Paseyro. También llevaron adelante varios emprendimientos renovadores en los campos estéticos e históricos de su tiempo, memorias, investigaciones y hermenéutica, estudios teológicos, metódicos afanes testimoniales, una popular devoción por el fútbol y el tango. El gran archivo documental que dejaron y que sus hijos Jorge Luis y Rafael donaron recientemente a la Biblioteca Nacional, a iniciativa y gracias a un gran esfuerzo de ordenación de Rafael sobre un enorme y disperso cúmulo de materiales, da prueba de sus peripecias y predilecciones. Permitirá reconstruir no sólo sus estimulantes y atractivas vidas personales, sino también aspectos relevantes de un extenso y fecundo período de la historia cultural uruguaya del siglo XX.