El próximo lunes 19 de junio dará inicio la cuadragésima séptima Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Cancún, México. Un rato antes de que comience el cónclave con la plana mayor de la Organización de Estados Americanos, se reunirán los cancilleres para abordar la situación en Venezuela, luego de que la última cita en Washington el pasado 31 de mayo debiera suspenderse por la falta de acuerdo. La intención obsesiva manifestada por el secretario general Luis Almagro de aplicarle la Carta Democrática a Venezuela va a fracasar nuevamente, esta vez no sólo por el desacuerdo irremediable entre los miembros, que hace imposible que se alcance la mayoría de 24 votos necesarias para iniciar el camino de la sanción y la suspensión, sino porque la pretensión de expulsar a Venezuela devino abstracta en la medida en que ese país inició por sí mismo el camino de retirarse de la Organización.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
En la intimidad de los gobiernos de todos los países de América está claro que la OEA no es un lugar neutral ni tiene antecedentes que le habiliten a reclamar un papel protagónico en la defensa de la democracia y la protección de los derechos humanos. Es un organismo sobreviviente de la guerra fría cuyo propósito es impulsar las política de los Estados Unidos para la región. Por eso ha sido cómplice de toda clase de crímenes y despotismos en el continente, mientras se ha ensañado con aquellos países que se han atrevido a contradecir el mandato estadounidense. El caso venezolano no es la excepción histórica.
La OEA va a analizar en México el conflicto venezolano sin tener la decencia de observar el drama que vive el país que oficia de sede de la Asamblea. Porque cabe subrayar que la cita se va a producir en Cancún, porque la Ciudad de México, que era la plaza originalmente prevista para la cumbre, debió ser cambiada puesto que el Estado mexicano no podía garantizar la seguridad de las delegaciones. El hecho que propició que el pasado 10 de mayo el embajador mexicano ante la OEA, Luis Alfonso de Alba, solicitara el cambio de sede a la localidad turística de Cancún fue que el miércoles 26 de abril una manifestación de campesinos ocupó el edificio del Ministerio de Relaciones Exteriores tomando de rehenes a la gente que estaba adentro por varias horas. Pero este suceso es un detalle anecdótico si se considera que entre 80 y 90 mil personas han muerto violentamente durante la gestión del presidente anfitrión Enrique Peña Nieto. Que el número de desaparecidos es indeterminado, incluyendo los estudiantes de Ayotzinapa, que hay periodistas asesinados regularmente, que hay abundantes denuncias de fraudes masivos en las elecciones, que hay regiones enteras bajo el poder el narcotráfico, que hay connivencia entre fuerzas de seguridad y mafias y entre la política y los ćarteles. En ese marco pavoroso y a 1700 km de la capital mexicana, en el búnker paradisíaco de la isla de Cancún, los cancilleres de América pretenden discutir la situación venezolana.
Desde la asunción de Luis Almagro, la OEA ha cumplido un papel terrible en la crisis política venezolana. Si bien antes nunca había adoptado una actitud honestamente diplomática y mediadora, al mando del excanciller uruguayo descarriló por completo: en los últimos meses el secretario general de OEA ha asumido la conducción de la oposición venezolana, alineándose con los sectores más radicales y promoviendo de forma abierta la insurrección y la violencia. Así las cosas, con el panorama de una OEA conducida por un agitador, liderada en las sombras por el país que ha propiciado más golpes de Estado en la historia del continente, y abocada a destruir la obra de la Revolución Bolivariana, nada bueno para Venezuela puede surgir de esta instancia.
El ámbito adecuado para abordar la problemática venezolana es otro: la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. Ese es el organismo supranacional apropiado para discutir la situación de Venezuela sin la influencia perniciosa de los Estados Unidos y con la presencia de todos los Estados de América Latina y el Caribe. Es el único ámbito continental que incluye a Venezuela, que ya inició su separación de la OEA, y también a Cuba, que fuera expulsada de la OEA hace más de cincuenta años y que no va a regresar, aunque en San Pedro Sula se haya revocado la expulsión.
Si la CELAC, que surgió en este siglo al calor de un sueño de Patria Grande, no asume para sí el protagonismo que le corresponde en este tema, entonces terminará diluyéndose como una más entre tantas siglas de organismos intrascendentes. Tomar el caso venezolano y arrebatárselo al viejo ministerio de colonias, cuyo desprestigio no le ha hecho perder las mañas, es un acto de emancipación indispensable. Un grito de soberanía que tienen que dar los Estados del continente de una vez por todas, hasta que la propia historia se haga cargo de cerrar la OEA para siempre.