Mañana, por quinta vez, las calles de Francia, se llenarán de chalecos amarillos. Comenzó hace algo más de un mes y ya ha ganado todo el territorio galo. Un impuesto a la gasolina fue el detonante. Macron, tras negarlo, cedió a la presión de los manifestantes. Pero una vez que la chispa hizo explotar el polvorín, no basta con retractarse. Cuando las protestas ganan la calle, aunque obtengan una reivindicación, siempre van por más.
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El aumento de las protestas muestra que el descontento era más generalizado, en la base social y en las causas de la protesta. El prestigioso analista político francés François Massau dice que “es la Francia de la globalización infeliz. La Francia que se siente abandonada, que apenas llegan a final de mes”. El politólogo Jorge Verstringe, cuyos libros han llegado tantas veces a nuestras manos, es drástico cuando profetiza sobre cómo termina el enfrentamiento: “Su forma de gobierno ha fracasado. Macron va a caer por la calle”.
Es decir que el estado de opinión, la prensa, la Academia, están viendo algo más que reivindicaciones puntuales y, aun más, no la ven como una protesta contra Macron, sino contra lo que lo llevó al poder: su modelo. Esto es muy importante para poco a poco ir relacionando la encrucijada del presidente Francés con lo que pasa en el mundo.
El mandatario, hasta hace poco de moda, ha guardado silencio. Y sigue guardando silencio. Parece más perdido que en la pista de Ezeiza cuando en la cumbre del G20 se olvidaron de buscarle. Sólo habla a sus asesores y da órdenes que no se cumplen. Reprimir: obtiene como respuesta la huelga policial. (Había movilizado 89.000 efectivos). Ceder a los reclamos: siguen las protestas. Nuevo silencio: sólo explicable porque no tiene más nada que decir. Vacío de poder: no existe; cuando el que lo ejerce lo pierde, lo ocupan otros.
Para entender la preocupación europea debemos ver dos cosas:
1) en Francia el sistema presidencial es único. En Europa, todos los países tienen separación del mandato de los presidentes o monarcas constitucionales y primeros ministros. Los primeros son jefes de Estado y los últimos, de gobierno. Es el primer ministro el que responde ante el Parlamento y ejerce realmente la función de gobierno. En España usan el nombre de presidente del Gobierno, pero es un primer ministro; el jefe de Estado es el rey.
Los jefes de Estado no tienen gestión de gobierno, pero no son ceros a la izquierda. Son los que invitan al que logre mayorías en el Parlamento a formar gobierno y les ungen como primeros ministros; cuando hay empates, defienden decisivamente la situación. Pero en Francia, es distinto. El presidente comparte el poder con el Primer Ministro. Único país en el cual el presidente, que siempre representa al Estado, además lo cogobierna. De ahí la expresión “cohabitación”, cuando ambos son de distinto partido (Mitterrand-Chirac). Dirige la política exterior, la política de defensa, nombra parte de los miembros del Tribunal Constitucional, tiene el poder del indulto y puede disolver el Parlamento. Es decir, que el cuestionamiento al presidente lo es al propio gobierno;
2) fenómeno contagio. Ya el movimiento de los chalecos amarillos se ha extendido a otros países como Bélgica y Holanda. Y ya a todo territorio francés. Egipto, nota algo cómica, ha prohibido la venta de los chalecos amarillos en las tiendas. Pero el movimiento se extiende, sorprendiendo a derecha e izquierda por igual.
Todo esto deja un sabor a incertidumbre de gente que pide certezas. Por eso, Uruguay, no tan lejos de este mundo (como dice Frei Betto, “globo colonizado”) debe pensar en vísperas electorales. La gente no sólo quiere gestión, quiere sentirse parte de su historia. Además de razonar con ella, hay que saberla emocionar y sentirse dueña de su destino. La volatilidad de las encuestas en el mundo demuestran esto. Marean a algunos que sólo piensan en ganar.
Estamos pendientes de las encuestas que muestran una foto estática de la realidad. El año que viene se debe hacer campaña y construir confianza. Macron hace un año sacó 66% y hoy no pasa del 20% de aceptación. Nuestro futuro depende sólo de nosotros.