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China, la pandemia, el Partido Comunista y el Mandato del Cielo

Por Daniel Barrios.

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Caras y Caretas Diario

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El punto de inflexión fue en febrero de 2020. Me encontraba en Beijing por mi trabajo y la epidemia de neumonía causada por el nuevo coronavirus en la ciudad de Wuhan ni siquiera tenía un nombre oficial.

La última semana de enero, Xi Jinping había presidido una reunión del Comité Permanente del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de China (PCCh) -el organismo más importante e influyente de la República Popular- y exigió a sus otros 6 miembros, que la prevención y el control de la epidemia debían ser desde entonces la tarea más importante del partido, el gobierno y la sociedad. Un día después encomendó a altos exponentes de su gobierno que inspeccionaran el trabajo de control de la epidemia en Wuhan, dio instrucciones a organizaciones, miembros y funcionarios del partido, así como a las fuerzas armadas, y se reunió con el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus.

«Habríamos visto muchos más casos fuera de China de no ser por los esfuerzos del gobierno [chino] y el progreso que han logrado para proteger a su propio pueblo y a las personas del mundo», reconoció el jefe de la OMS el 11 de febrero y anunció que covid-19 -un acrónimo de coronavirus disease 2019 (enfermedad por coronavirus 2019, en español)- sería el nombre oficial de la enfermedad. Se evitó de esta manera que la denominación contuviera referencias a ningún país o lugar como pretendió Trump hasta ultimo momento llamándolo el “virus chino” para estigmatizar al gigante asiático como responsable del patógeno.

Fue entonces que sucedió lo que inevitablemente tenía que suceder, porque así lo determinaba su historia y porque así lo exigía el presente dramático.

 

Todo un pueblo contra el virus

El 12 de febrero, días después de haber presidido una nueva reunión extraordinaria del Comité Permanente del Buró Político, Xi Jinping, mientras visitaba un hospital y un centro distrital para la prevención y control de la enfermedad en Beijing, definió la covid-19 como el principal enemigo y llamó a “una guerra popular ” para combatirlo, el mismo término utilizado por Mao en su lucha triunfante contra los nacionalistas de Chiang Kai-shek durante la Guerra civil china (1945-1949).

Desde entonces, y aún hoy, los medios de comunicación utilizaron repetidamente el lenguaje militar para describir la “batalla” contra el virus, exaltando a los trabajadores de la salud como “heroicos soldados de primera línea” y apodando a Xi el “comandante”.

 

Una historia de pandemias

Pestes, epidemias y pandemias tienen una historia milenaria en China.

La Plaga Antonina, según epidemiólogos la primera pandemia de la historia, que en la segunda mitad del siglo II causó la muerte de cinco millones de personas y devastó el imperio romano, habría tenido originen en China durante la dinastía Han para luego viajar por la ruta de la seda hacia Occidente.

La Peste Negra o bubónica de principios del siglo XIV, la segunda y más destructora pandemia global de la historia, que costó entre doscientos y cuatrocientos millones de vidas, también se originó en el Imperio del Medio en los tiempos de la dinastía Yuan (uno de sus focos fue la actual provincia de Hubei, donde tuvo inicio el nuevo coronavirus) y es “exportada” a Europa por la armada mongola.

La tercera pandemia de peste, también llamada Peste de China, fue una variante de la bubónica y comenzó en lo que es actualmente la provincia de Yunnan, en 1855, durante el quinto año del emperador Xianfeng de la dinastía Qing. Este episodio de peste se extendió a todos los continentes, provocó más de 12 millones de muertes en India y China y, según la Organización Mundial de la Salud, se consideró activa hasta 1960.

 

El castigo divino

Durante milenios, pestes y epidemias se consideraron castigos divinos para pueblos y gobernantes que pagaban sus culpas por los errores cometidos.

La tradición que considera el contagio de masas como un flagelo enviado del Cielo está especialmente arraigada en la cultura china. Desde que existe, para la civilización China, el poder de los emperadores ha estado asociado al Mandato del Cielo o tianming, una variación asiática de lo que luego fue la doctrina de las monarquías europeas del «derecho divino de los reyes” y de los emperadores romanos que se equiparaban a los dioses.

Sin embargo, la versión china es anterior y sobre todo mucho más radical. por un lado el emperador fue siempre visto como el Hijo del Cielo pero al mismo tiempo responsable ante ese mismo poder divino del bienestar de su pueblo que tenía el derecho/obligación de rebelarse contra el soberano y revocarle su mandato cuando desde arriba se recibían señales claras de desastres naturales como inundaciones, sequías, hambrunas o epidemias.

No solo la doctrina china del Mandato del Cielo vincula las pandemias a la caída o decadencia de imperios, dinastías y gobiernos. Muchos historiadores coinciden en que la Peste Antonina fue un acelerador de la caída del Imperio romano, así como la Peste Negra de 1300 provocó profundas transformaciones en Europa que aceleraron el tránsito de la Edad Media al Renacimiento. Y hay quienes afirman que la fiebre española que causó 40 millones de muertos en 1917 es una de las explicaciones para entender las dos guerras mundiales, la depresión de 1920, el nazifascismo y hasta la revolución bolchevique de octubre.

 

Confucio, el comunismo y la tecnología

48 días después, el Comandante Xi (y no es una metáfora apologética porque además de presidente y secretario general del PCCh, el líder chino es el jefe de la poderosísima Comisión Militar Central) visitó por primera vez la ciudad de Wuhan, la zona cero del brote, y desde allí proclamó a su pueblo y al resto del mundo su primer gran triunfo en la guerra contra la covid-19.

“El coronavirus está ‘prácticamente contenido’ en su epicentro. Los primeros resultados fueron obtenidos estabilizando la situación y cambiando la tendencia en Wuhan y en Hubei”, confirmó el mandatario, donde 56 millones de habitantes estaban en cuarentena y aislados a cal y canto desde finales de enero. “ Juntos venceremos esta guerra, Wuhan vencerá, China vencerá”, alentó Xi Jinping.

En menos de dos meses la República Popular había pasado de ser el villano que había infectado al mundo con su propio virus a convertirse en un héroe capaz de contener la pandemia en su propio país y enviar ayuda y asesoramiento técnico fuera de sus fronteras. La catástrofe inminente y el precio altísimo que China podría haber pagado internacionalmente por el supuesto ocultamiento del virus se convirtió en un modelo a seguir para enfrentar la crisis sanitaria más grave de los últimos cien años.

Los mismos expertos y analistas estadounidenses que pronosticaron un nuevo “Chernóbil de Xi Jinping” (comparándolo con el accidente nuclear de 1986 cuya pésima gestión marcó el inicio del fin de la Unión Soviética y de Gorbachov) empezaron a preguntarse si Occidente no debería aprender de la experiencia asiática.

Muchos factores pueden explicar el éxito de la “guerra del pueblo” chino contra la gran peste del tercer milenio.

Uno de ellos las enseñanzas de Confucio, su sentido del orden y la cohesión social, el interés colectivo por encima del individual, la búsqueda de la armonía y el respeto por las jerarquías contribuyeron para superar una crisis que amenazaba, como nunca antes, la estabilidad política, social y económica y, por sobre todas las cosas, la vida misma de un quinto de la población del planeta.

Aún más decisivas que el legado del refinado pensador del siglo V a.C. fueron dos las claves para controlar la pandemia: el Partido Comunista, su prestigio y liderazgo indiscutido y su extraordinaria capacidad de movilizar a cientos de millones por un mismo objetivo y la alta tecnología aplicada a la salud para prevenir los contagios y reprimir el virus.

Inmediatamente de conocida la existencia del virus, un ejército de 91 millones de reservistas (tantos son los afiliados al PCCh) respondieron al llamado de su “comandante en jefe” y se constituyeron en sus células partidarias, comités de fábricas y de barrios, sindicatos y organizaciones civiles. Fue el Partido Comunista quién asumió la responsabilidad de organizar, informar y educar acerca de los peligros del coronavirus, así como de implementar las medidas sanitarias a aplicar para combatirlo por todos y cada uno de los casi 1.500 millones de sus compatriotas.

Aunque a muchos les cueste reconocerlo, solo un partido político y un gobierno reconocido y respetado por su gente es capaz de establecer una gran muralla sanitaria que llegó a inmovilizar y aislar durante semanas a más de 500 millones de habitantes, construir hospitales en cuestión de días, movilizar en tiempo récord decenas de miles de médicos y enviar técnicos y especialistas y miles de toneladas de material sanitario a más de 80 países.

Ese entramado capilar de relaciones entre el partido y la sociedad habría sido imposible sin la asistencia de una sofisticada tecnología de información. Inteligencia artificial y vanguardia en redes de comunicación de quinta generación fueron las armas que contó el ejército de comunistas para derrotar el flagelo. Todas las empresas digitales, públicas y privadas, se pusieron al servicio del gobierno para recoger y almacenar los datos sanitarios, informar y dar seguimiento y control sobre el estado de salud de cada uno de sus ciudadanos y detectar los contagios en tiempo real.

Me tocó vivir la combinación virtuosa militante/tecnología. Apenas instalado en la casa donde me alojaba, fui visitado por un voluntario comunista encargado de la vigilancia sanitaria del conjunto habitacional. Todos mis datos personales y médicos fueron cargados en mi celular con un código QR y a partir de entonces y hasta que abandoné el país, debí tomarme la fiebre cuatro veces por día y enviar la información a la unidad sanitaria local. En caso de no hacerlo, un voluntario se presentaba termómetro en mano y él mismo medía mi temperatura y llenaba el formulario.

Desde un principio la pandemia fue un megadesafío para cada uno de los países y al mismo tiempo una confrontación entre distintos modelos y formas de gobiernos y sus capacidades para reaccionar ante el virus, proteger a su población y prevenir los contagios. En definitiva una competencia por salvaguardar el más supremo de todos los bienes y derechos, la vida humana.

Desde el comienzo de la pandemia, Estados Unidos registró un total de 36.680.287 contagios y 621.636 muertes. Si China hubiese registrado las mismas tasas de infección y mortalidad sus decesos habrían sido más de 2.500.000 (fueron 4.636) y los afectados por el virus más de 155 millones (fueron 94.379).

Las cifras no mienten ni los dioses (chinos) se equivocan.

 

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